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Al detenerse en el semáforo al principio del Strip, Bosch encendió un cigarrillo. Luego sacó su libreta y la abrió por la página donde había escrito la dirección que Felton le había dado esa noche.

Al llegar a Sands Boulevard giró a la izquierda y, un kilómetro y medio más allá, encontró los bloques de pisos donde vivía Eleanor Wish. El lugar era un gran complejo de edificios numerados, por lo que tardó un poco en localizar su bloque y sus ventanas. Una vez que supo cuál era, Harry permaneció un buen rato sentado en el coche, fumando y contemplando las luces encendidas, sin saber muy bien qué hacer.

Cinco años antes Eleanor Wish le había proporcionado los momentos más felices y más tristes de su vida. Eleanor lo había traicionado y puesto en peligro, pero también le había salvado la vida. Primero le hizo el amor y después se estropeó todo. Sin embargo, Bosch había seguido pensando en ella, dándole vueltas a la clásica pregunta del qué habría podido ser. A pesar del tiempo transcurrido, Harry seguía colado por Eleanor. Y aunque ella se había mostrado fría con él esa noche, Bosch estaba seguro de que el sentimiento era mutuo. Ella era su alma gemela; Harry siempre lo había sabido.

Por fin Bosch salió del coche, arrojó la colilla al suelo y se acercó a la puerta. Ella acudió a abrirla casi inmediatamente, como si lo hubiera estado esperando. A él o a otra persona.

– ¿Cómo me has encontrado? ¿Me has seguido?

– No. Hice una llamada, eso es todo.

– ¿Qué te has hecho en el labio?

– Nada. ¿Puedo pasar?

Ella retrocedió para dejarlo entrar. El piso era pequeño, con pocos muebles. Daba la impresión de que Eleanor había ido añadiendo cosas con el tiempo, a medida que podía permitírselas. El primer objeto en que reparó Bosch fue una reproducción de Aves nocturnas, de Edward Hopper. Él también había tenido el mismo cuadro en la pared de su propia casa; se lo había dado Eleanor cinco años antes, como regalo de despedida.

Bosch volvió la vista hacia ella. Cuando sus miradas se encontraron, supo al instante que todo lo que Eleanor había dicho antes era pura fachada. Lentamente se acercó a ella y la tocó; le puso la mano en el cuello y le acarició la mejilla con el pulgar. Harry contempló detenidamente aquel rostro sereno y decidido.

– He tenido que esperar mucho tiempo -susurró Eleanor.

Bosch recordó que él había dicho lo mismo la primera noche que hicieron el amor. Harry tenía la sensación de que habían pasado siglos desde entonces y se preguntaba si era posible retomar algo cuando había pasado tanto tiempo y tantas cosas.

Harry la atrajo hacia él. Los dos se abrazaron y besaron largamente hasta que ella, sin decir una palabra, lo condujo hasta el dormitorio, donde se desabrochó la blusa y se quitó los tejanos.

Después volvió a abrazarlo y los dos continuaron besándose mientras ella le desabotonaba la camisa a él y se arrimaba a su piel. El pelo de Eleanor olía al humo del casino, pero también desprendía un ligero perfume que le recordó la noche que pasaron juntos cinco años antes. Bosch evocó los árboles de jacarandá y el manto de flores violetas que cubría la acera junto a la casa de ella.

Hicieron el amor con una intensidad de la que Bosch no se recordaba capaz. Fue un acto jadeante y frenético, algo físico totalmente carente de amor, impulsado tan sólo -al menos aparentemente- por la lujuria y la nostalgia. Cuando él terminó, ella tiró de él y lo mantuvo dentro de ella hasta que, con sacudidas rítmicas, también llegó a su clímax y finalmente se calmó. Luego, con la lucidez que siempre viene después, los dos se sintieron avergonzados de su desnudez, de cómo habían copulado con la ferocidad de animales, y se miraron por primera vez como seres humanos.

– Me olvidé de preguntártelo -dijo ella-. No estarás casado, ¿verdad? -Eleanor soltó una risita.

Bosch alargó la mano hasta el suelo donde yacía su chaqueta y cogió el tabaco.

– No -contestó-. Estoy solo.

– Tendría que habérmelo imaginado. Harry Bosch, el solitario.

Bosch vio que ella le sonreía en la oscuridad, gracias a la luz de la cerilla. Después de encender el cigarrillo, se lo ofreció a Eleanor, pero ella lo rechazó.

– ¿Cuántas mujeres ha habido después de mí?

– No lo sé, pocas. Sólo una en serio; estuvimos juntos casi un año.

– ¿Y qué pasó?

– Que se fue a Italia.

– ¿Para siempre?

– ¿Quién sabe?

– Bueno, si tú no lo sabes, es que no va a volver. Al menos contigo.

– Ya. Hace tiempo que se marchó.

Él se quedó un rato en silencio y después ella le preguntó quién más había habido.

– Una pintora que conocí en Florida durante un caso. No duró mucho. Después, otra vez tú.

– ¿Qué le pasó a la pintora?

Bosch negó con la cabeza para intentar evadir la pregunta. No le hacía mucha gracia repasar su desastrosa vida sentimental.

– La distancia, supongo -contestó-. No funcionó. Yo no podía dejar mi trabajo en Los Ángeles y ella no podía marcharse de donde estaba.

Eleanor se acercó a él y lo besó en la barbilla. Bosch recordó que necesitaba afeitarse.

– ¿Y tú, Eleanor? ¿Estás sola?

– Sí… El último hombre que me hizo el amor fue un policía. Era dulce pero muy fuerte, y no me refiero al físico, sino en la vida. Aunque de eso hace mucho tiempo; en esos momentos los dos necesitábamos curar nuestras heridas. Así que nos entregamos el uno al otro…

Se miraron en la oscuridad durante un largo instante hasta que ella se le acercó. Justo antes de unir sus labios, Eleanor susurró:

– Ha pasado mucho tiempo.

Bosch pensó en esas palabras mientras Eleanor lo besaba y lo empujaba contra la almohada. A continuación ella se montó encima de Bosch e inició un suave balanceo de caderas, dejando caer su cabello sobre la cara de él hasta sumirlo en la más completa oscuridad. Harry recorrió su piel cálida con las manos, desde las caderas hasta los hombros, y terminó acariciándole los pechos. Notó que ella estaba húmeda, pero todavía era demasiado pronto para él.

– ¿Qué te pasa, Harry? -susurró-. ¿Quieres descansar un rato?

– No lo sé.

Bosch no podía dejar de pensar en aquellas palabras: «Ha pasado mucho tiempo». Quizá demasiado. Mientras tanto, ella seguía balanceándose encima de él.

– No sé lo que quiero -repitió Bosch-. ¿Y tú?

– Yo sólo quiero el ahora porque es lo único que nos queda. Hemos jodido todo lo demás.

Al cabo de un rato él estuvo listo y volvieron a hacer el amor. Esa vez Eleanor fue muy silenciosa y sus movimientos suaves y regulares. Al estar encima de él, Harry le veía la cara y oía su respiración entrecortada. Casi al final, cuando él estaba aguantando para esperarla, Bosch notó una gota de agua en la mejilla.

– Tranquila, Eleanor, tranquila -le susurró Bosch, mientras le secaba las lágrimas.

Ella pasó su mano por la cara de Harry, como si fuera una mujer ciega. Poco después los dos se encontraron en ese lugar donde nadie más puede entrar: ni palabras, ni recuerdos, sólo ellos dos. Juntos. Harry y Eleanor tuvieron su ahora.

Esa noche Bosch se despertó varias veces, mientras ella dormía profundamente con la cabeza apoyada sobre su hombro. Él apenas durmió, se pasó casi todo el tiempo con la mirada perdida en la oscuridad, envuelto en un aroma a sudor y sexo, y preguntándose qué ocurriría a partir de ese momento.

A las seis, Harry se separó del abrazo inconsciente de ella y se vistió. Cuando estuvo listo, la despertó con un beso y le dijo que debía irse.

– Hoy tengo que volver a Los Ángeles, pero vendré a verte en cuanto pueda.