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Bosch asintió. Según aquello, hacía al menos un año que Aliso frecuentaba Dolly's, lo cual le convenció todavía más de que valía la pena intentar localizar a Layla. Harry suponía que sería una bailarina y que ése no sería su verdadero nombre.

– ¿Lo vio con alguien más recientemente?

– ¿Con una tía?

– Sí. Algunos crupieres me han dicho que lo habían visto con una mujer rubia.

– Sí, creo que lo vi un par de veces con la rubia. Tony le daba pasta para las tragaperras mientras él jugaba a las cartas. No la conozco, si es eso lo que quiere saber.

Bosch volvió a asentir.

– ¿Ya está? -preguntó King.

– Una última cosa. ¿Conoce a una tal Eleanor Wish? Estaba jugando en la mesa barata el viernes por la noche. Tony jugó un rato allá y parecía que se conociesen.

– Conozco a una jugadora llamada Eleanor, pero no sé el apellido. Guapa, con el pelo y los ojos castaños. Bien conservada a pesar de la huella que dejan los años.

King sonrió, orgulloso de su frase, pero a Bosch no le hizo gracia.

– Parece ella. ¿Viene regularmente?

– Sí, casi cada semana. Creo que vive aquí. Los jugadores residentes en la zona siguen un circuito. No todos los casinos tienen mesa de póquer, porque la casa gana muy poco con ella. Nosotros lo ofrecemos como un servicio a nuestros clientes, pero la intención es que se dediquen al black jack Total, que los jugadores de la localidad hacen un circuito para no encontrarse con las mismas caras cada día. Un día juegan aquí, el siguiente en el Harrah, después el Flamingo y, luego, a lo mejor se recorren los casinos del centro. Es normal.

– ¿Quiere decir que es una profesional?

– No. Quiero decir que es de aquí y que juega mucho. Si tiene un trabajo de día o vive del póquer, eso no lo sé. No creo haberle pagado más de doscientos dólares y eso no es tanto. Además, dicen que da buenas propinas a los crupieres, cosa que no hacen los profesionales.

Bosch le pidió a King el nombre de todos los casinos de la ciudad con mesa de póquer y después le dio las gracias.

– Oiga, no creo que Tony la conociera demasiado.

– ¿Por qué?

– Porque era demasiado vieja. Es una tía guapa, pero un poco mayor para Tony. A él le gustaban jovencitas.

Bosch asintió y lo dejó marchar. A continuación, se paseó por el casino sin dejar de pensar en Eleanor Wish. No sabía qué hacer; le intrigaba su presencia allí, aunque, si era cierto que jugaba en el Mirage una vez a la semana, no era tan extraño que conociera a Aliso de vista. A pesar de que seguramente no tenía nada que ver con el caso, Harry deseaba hablar con ella. Quería decirle que se arrepentía de cómo habían ido las cosas y admitir que él había tenido parte de culpa.

Entonces, Bosch vio una serie de teléfonos públicos junto al mostrador de recepción y decidió llamarla. Solicitó en información el teléfono de Eleanor Wish, pero una voz grabada le respondió que no podían facilitar aquel número a petición del abonado. Tras reflexionar un instante, Harry metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó la tarjeta que le había dado Felton, el capitán de la brigada de detectives de la Metro. Bosch lo llamó al busca y esperó con la mano sobre el teléfono para que nadie más pudiera usarlo. Sonó al cabo de cuatro minutos.

– ¿Felton?

– ¿Sí? ¿Quién es?

– Bosch. He hablado hoy con usted.

– Ah, sí. De Los Ángeles. Todavía no sé nada de las huellas. Me han dicho que lo tendrán mañana a primera hora.

– No le llamo por eso. Me preguntaba si usted o alguien de la comisaría tendría un enchufe en la compañía telefónica para conseguirme un teléfono y una dirección.

– ¿No está en el listín?

– No. -Bosch reprimió las ganas de decirle que no estaría llamándole si el abonado figurara en la guía telefónica.

– ¿Quién es?

– Alguien de aquí que jugó al póquer con Tony Aliso el viernes por la noche.

– ¿Y qué?

– Pues que se conocían y quiero hablar con ella. Si no puede ser, no pasa nada; ya la encontraré. Lo he llamado porque usted me dijo que lo llamara si necesitaba algo y ahora necesito algo. Bueno, ¿qué me dice?

Hubo un largo silencio antes de que Felton contestase.

– Vale, démelo. Veré qué puedo hacer. ¿Dónde va a estar?

– En ningún sitio. ¿Puedo llamarle yo?

Felton le dio el número de su casa y le pidió que lo llamara al cabo de media hora.

Para matar el tiempo, Bosch cruzó la avenida principal de Las Vegas, el Strip, con la intención de echar un vistazo a la mesa de póquer del Harrah. No había ni rastro de Eleanor Wish, así que siguió caminando hacia el Flamingo. Hacía tanto calor que por el camino se quitó la chaqueta. Harry esperaba que refrescase un poco cuando anocheciese.

En el Flamingo sí la encontró. Eleanor estaba jugando en una mesa «uno a cuatro» con cinco hombres. A pesar de que el asiento a su izquierda estaba vacío, Bosch decidió no ocuparlo y se dispuso a espiarla camuflado entre la gente que se arremolinaba alrededor de la ruleta.

El rostro de Eleanor Wish mostraba una concentración total en sus cartas. Bosch observó que los hombres con los que jugaba la miraban de reojo y sintió un morboso placer al ver que la deseaban. Durante los diez minutos que la observó, ella ganó una mano -aunque no alcanzó a ver cuánto se llevó- y se retiró a tiempo en unas cinco más. Parecía ir ganando, puesto que había acumulado un buen montón de fichas sobre el tapete azul.

Después de verla ganar una segunda mano, en la que se había acumulado una suma considerable, Bosch miró a su alrededor en busca de un teléfono. Cuando lo encontró, llamó a Felton para que le diera el domicilio y el teléfono particular de Eleanor Wish. El capitán le informó de que la dirección, en Sands Avenue, no estaba demasiado lejos de la zona del Strip, en un barrio de pisos donde residían muchos empleados de los casinos. Bosch no le contó que ya la había encontrado; simplemente le dio las gracias y colgó.

Cuando regresó a la mesa de póquer, ella se había ido. Los cinco hombres seguían allí, pero había un nuevo crupier y el asiento de Eleanor estaba vacío. Sus fichas tampoco estaban, por lo que Bosch dedujo que las habría canjeado y se habría marchado. Bosch se maldijo por haberle perdido la pista.

– ¿Buscas a alguien?

Bosch se volvió. Era Eleanor, seria y con una mirada que denotaba irritación e incluso desafío. Los ojos de Harry se posaron en la pequeña cicatriz que tenía en la barbilla.

– Em… yo… Bueno, te buscaba a ti.

– Siempre tan evidente; te vi en cuanto entraste. Me habría levantado, pero estaba ocupada con ese tío de Kansas. El muy listo pensaba que sabía cuándo iba de farol, pero no tenía ni idea. Como tú.

Bosch se quedó mudo. No era así como se había imaginado la conversación.

– Mira, Eleanor, yo sólo quería saber cómo estabas. Quería…

– Ya. ¿Y has venido hasta Las Vegas para saludarme? Venga, ¿qué pasa?

Harry miró a su alrededor. Estaban en una sección concurrida del casino, rodeados de gente que pasaba por su lado e inmersos en una cacofonía de máquinas tragaperras y exclamaciones de victoria y derrota. Un verdadero caos de imágenes y ruido.

– Ahora te lo cuento. ¿Te apetece una copa o prefieres comer algo?

– Una copa.

– ¿Conoces algún sitio tranquilo?

– Aquí no. Vamos.

Salieron al calor seco de la noche. El sol se había puesto completamente y el neón había ocupado su lugar en el cielo.

– El Caesar's tiene un bar tranquilo, sin tragaperras.

Ella lo condujo al otro lado de la calle, hacia una cinta transportadora que los llevó a la entrada del Caesar's Palace. Después de atravesar el vestíbulo, entraron en un bar circular donde sólo había tres clientes más. Eleanor tenía razón. Era un oasis de paz, sin póquer ni máquinas tragaperras; sólo la barra. Bosch pidió una cerveza y Eleanor un whisky con agua. Ella encendió un cigarrillo.