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– Lo recogió como siempre -explicó Edgar-. Aliso se metió en su coche, le dio veinte pavos de propina y se marchó. Así que el asesino lo interceptó de camino a casa. Yo creo que ocurrió allá arriba, en Mulholland; por ahí está lleno de curvas muy solitarias. Con un poco de rapidez, se puede parar un coche, aunque seguramente se necesitarían dos personas.

– ¿Y el equipaje? -preguntó Bosch.

– Ah, sí -contestó Edgar-. El hombre dijo que estaba casi seguro de que Tony llevaba los dos bultos que describió su mujer: un maletín metálico y una de esas bolsas que se cuelgan. Al parecer no las había facturado.

Bosch asintió con la cabeza, a pesar de estar solo.

– ¿Y la prensa? -inquirió Bosch-. ¿Habéis dicho algo?

– Aún no -respondió Billets-, pero mañana a primera hora Relaciones Públicas difundirá un comunicado con una foto del Rolls y dejará entrar a los periodistas en el garaje para que tomen imágenes. Yo me ofreceré a hacer declaraciones, así que espero que salga por la radio. ¿Algo más, Jerry?

Edgar respondió que había terminado con el papeleo y había investigado a la mitad de los demandantes en los diversos pleitos contra Aliso. También añadió que al día siguiente concertaría varias citas con otras personas a las que Aliso presuntamente había perjudicado. Y por último, les contó que había llamado a la oficina del forense, pero aún no habían fijado la fecha de la autopsia.

– De acuerdo -dijo Billets-. Kiz, ¿qué has encontrado tú?

Rider dividió su informe en dos partes. Primero relató su entrevista con Verónica Aliso, de la cual dio cuenta rápidamente. Según la detective, la mujer había permanecido muy callada en comparación con la noche en que Bosch y ella le habían comunicado la noticia de la muerte de su marido. Aquella mañana la viuda se había ceñido a respuestas cortas y sólo había aportado un par de detalles nuevos. Al parecer, la pareja llevaba casada diecisiete años y no tenía hijos. Verónica Aliso había participado en dos de las películas de su marido, pero no había vuelto a trabajar nunca más.

– ¿Crees que un abogado le aconsejó que no hablara con nosotros? -preguntó Bosch.

– Ella no lo mencionó, pero eso parece -respondió Rider-. Sólo sacarle lo que te he dicho fue como arrancarle una muela.

– Vale, ¿qué más? -intervino Billets, intentando que no se desviaran del tema.

Rider pasó a la segunda parte de su investigación, a las cuentas de Tony Aliso. A pesar de lo mal que se oía el teléfono, Bosch notó en la voz de Kiz que estaba entusiasmada con lo que había descubierto.

– Bueno, las cuentas personales de Aliso confirman que el tío estaba forrado. Sus saldos siempre son de cinco cifras, las tarjetas de crédito están al día y la casa tiene una hipoteca de setecientos mil dólares, pero está valorada en más de un millón.

De momento es todo lo que he encontrado. El Rolls es alquilado, el Lincoln de su mujer también y el despacho ya sabíamos que lo era.

Rider hizo una pausa antes de proseguir.

– Por cierto, Harry, si tienes tiempo, podrías mirar una cosa. Aliso alquiló los dos coches a nombre de TNA Productions en una compañía de Las Vegas. Tal vez te interese pasarte por allí. Se llama Ridealong (todo junto) Incorporated y están en el 2.002 de Industrial Drive, suite número 33.

Bosch había dejado su chaqueta, con la libreta dentro, en una silla al otro lado de la habitación. Para no levantarse, tomó nota del nombre y la dirección en un pequeño bloc que había en la mesilla de noche.

– Bueno, ahora pasamos a su negocio, que es donde la cosa se pone interesante -anunció Rider-. Todavía no he acabado de estudiar todos los papeles que sacamos de su despacho, pero me parece que el tío andaba metido en un chanchullo de los gordos. No hablo de engañar a un pobre guionista (eso lo dejaba para sus ratos libres), sino de blanqueo de dinero. Creo que Aliso era la tapadera de alguien.

Rider se calló un momento que Bosch aprovechó para acercarse al borde de la cama, totalmente intrigado.

– Tenemos las declaraciones de renta -prosiguió la detective-, las facturas de producción, el alquiler de equipos y todas las cuentas relacionadas con la realización de más de una docena de películas. Todas ellas se estrenaron directamente en vídeo y, como dijo Verónica, no les falta mucho para ser porno. Yo les eché un vistazo y todas eran igual de malas; la única intriga era cuándo se desnudaría la protagonista. -Rider hizo una pausa-. El problema es que las cuentas no encajan con lo que se ve en las películas. Casi todos los cheques importantes de TNA Productions se pagaron a direcciones postales y empresas que sólo existen sobre el papel.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Billets.

– Pues que sus cuentas muestran inversiones de un millón a millón y medio por película (si es que puede llamárselas así) y salta a la vista que no pudieron costar más de cien o doscientos mil dólares. Mi hermano trabaja de montador en la industria y sé lo suficiente para ver que Aliso no empleó en sus largometrajes las cantidades que figuran en sus libros de cuentas. Personalmente, creo que estaba usando la productora para blanquear dinero, mucho dinero.

– ¿Puedes concretar un poco más? -insistió Billets-. ¿Cómo lo hacía?

– Vale, empecemos con su fuente de ingresos, al que llamaremos el señor X. El señor X tiene un millón de dólares que no debería tener, procedente de tráfico de drogas o de lo que sea. La cuestión es que necesita blanquear ese millón para poder ingresarlo en un banco y gastárselo sin atraer la atención. Así que se lo da a Tony Aliso, bueno, lo invierte en su empresa de producción -explicó Rider-. Entonces Aliso hace una película barata en la que se gasta menos de una décima parte del dinero, pero, a la hora de pasar cuentas, finge que lo ha usado todo en gastos de producción. Casi cada semana paga cheques a diversos realizadores, compañías de atrezo y material de rodaje por valor de unos ocho a nueve mil dólares; justo por debajo del límite que debe declararse al fisco.

Mientras Rider hablaba, Bosch escuchaba atentamente con los ojos cerrados. Admiraba la habilidad de la detective para deducir todo esto a partir de unos simples papeles.

– Total, que al final del proceso de producción, Tony hace unos cuantos miles de copias de la película, las vende o trata de colocarlas a distribuidores y tiendas de vídeo independientes (porque las cadenas principales ni se acercarían a esa mierda) y se acabó. Pero en realidad lo que está haciendo es devolverle al señor X, el inversor original, unos ochenta centavos por dólar en forma de pagos a empresas fantasma. Quienquiera que esté detrás de ellas está siendo pagado con su propio dinero por servicios que no ha prestado. La diferencia es que ahora el dinero es legal; puede entrar en cualquier banco del país, ingresarlo, pagar impuestos y gastárselo. Mientras tanto, Tony Aliso recibe un buen porcentaje por sus servicios y pasa a la siguiente película. Según mis cálculos, realizaba dos o tres producciones y se embolsaba medio millón de dólares al año.

Todos se quedaron unos momentos en silencio antes de que Rider retomara su exposición.

– Pero hubo un problema -dijo ella.

– Hacienda -adivinó Bosch.

– Exactamente -confirmó ella, y Bosch se la imaginó con una gran sonrisa-. El plan era bueno, pero estaba a punto de irse al garete. Este mes iban a inspeccionar las cuentas de Tony y ya os podéis imaginar que, si yo he descubierto todo esto en un día, los federales lo harían en menos de una hora.

– Eso convertiría a Tony en un peligro para el señor X -intervino Edgar.