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– La prensa ha publicado una serie de noticias sobre una sucesión de incendios y homicidios. Hoy nos hemos reunido para aclarar la situación. En la última semana han tenido lugar dos incendios, presuntamente provocados por el mismo pirómano. En cada caso apareció un cadáver y tratamos esas muertes como homicidios. De momento seguimos diversas pistas. Dirigen la investigación la detective Mitchell, de Homicidios, y el teniente Solliday, de la OFI. Ambos son profesionales condecorados y experimentados. Cuentan con el pleno apoyo y los recursos de sus respectivos departamentos. Pueden hacerme preguntas.

Un periodista del Trib se puso en pie e inquirió:

– ¿Confirma que la primera víctima es hija de un policía?

– Sí. La difunta se llama Caitlin Burnette y se trata de una universitaria de diecinueve años. Esperamos que respeten a la familia en este momento de dolor. Siguiente…

Holly Wheaton se levantó con suma elegancia y Mia apretó los dientes.

– La segunda víctima es asistente social. Cuesta dejar de establecer una relación entre ambas. La hija de un policía y una trabajadora social. ¿Hablamos de un pirómano con ansias de venganza?

– Por ahora desconocemos el móvil de los homicidios. Siguiente…

– Bien dicho -musitó Solliday.

– Por eso lleva galones.

Mia mantuvo la mirada fija en el grupo de periodistas que hicieron la misma pregunta de diversas maneras. Spinnelli permaneció tranquilo e imperturbable. La detective se dio cuenta de que su jefe alargaba la rueda de prensa y ganaba tiempo para que estudiasen a los presentes y buscaran comportamientos sospechosos. No hubo nada fuera de lugar. Nada parecía…

Mitchell se quedó petrificada y Solliday se tensó a su lado.

– ¿Qué pasa? -preguntó el teniente en tono bajo.

Mia tragó saliva con dificultad y fue incapaz de romper el contacto ocular con la rubia que estaba al otro lado; fue tan incapaz como lo había sido cuando sus miradas se encontraron por encima de la lápida de su hermanastro. La rubia se limitó a observarla con expresión inescrutable.

– ¿A quién has visto? -insistió Solliday-. ¿Es la mujer del video?

Mia logró menear la cabeza y murmurar:

– No.

Reed dejo escapar un suspiro de desaliento, apretó los dientes y volvió a la carga:

– ¿Quién es?

A modo de saludo la mujer se tocó la sien con los dedos y se fue.

– Ni idea -replicó Mia-. Cúbreme. -Se situó tras el cuerpo de Solliday y se alegró de que fuese tan fornido mientras se dirigía a un lado con la radio en la mano-. Soy Mitchell. Una mujer camina hacia el oeste. Metro sesenta y siete, melena rubia por los hombros y traje oscuro. Deténganla.

Mia logró llegar hasta el fondo de los congregados y miró a su alrededor. Los policías de uniforme apostados en la zona estaban desconcertados y alguien informó:

– Detective, por aquí no ha pasado nadie que coincida con su descripción.

Mia maldijo en voz baja y apretó el paso cuando la vio. La mujer caminaba deprisa y se cubría la cabeza con un pañuelo. Al cabo de unos segundos subió a un Chevrolet Cavalier. La detective echó a correr, pero el coche se alejó del bordillo, giró a toda velocidad y desapareció antes de que Mitchell pudiese ver algo más que las tres primeras letras de la matrícula: DDA. «¡Mierda!».

Se detuvo bruscamente en plena calle. ¡Maldita sea! Esa mujer parecía un condenado fantasma. Emprendió el regreso, contrariada, y vio que Spinnelli seguía en la tarima.

Solliday se abrió paso entre los asistentes y se reunió con la detective.

– La mujer de la cinta de vídeo tiene el pelo castaño. ¿Por qué has seguido a una rubia? -preguntó.

– Francamente, no lo sé. De todos modos, te garantizo que enfadarte conmigo no servirá de nada.

– Oye, detective, estamos juntos en esta investigación -puntualizó Solliday con tono tenso y demasiado controlado-. No vuelvas a pedirme que te cubra y luego huyas. ¿Y si se hubiera tratado de alguien a quien teníamos que seguir? No tenía forma de averiguar si necesitabas o no refuerzos.

– Es una cuestión personal, ¿de acuerdo? No tiene nada que ver con el caso.

Solliday sacó chispas por los ojos e inquirió:

– ¿Has abandonado por una mera cuestión personal la rueda de prensa que organizamos para atraer al asesino?

Planteado en esos términos, Mia vio dónde quería ir a parar su compañero.

– Sí.

Spinnelli se acercó con los ojos entrecerrados.

– Mia, ¿qué ha pasado?

– Te… te lo explicaré -replicó Mitchell y apretó los labios.

– Más te vale -espetó Spinnelli-. Os quiero en mi sala de reuniones dentro de diez minutos. No os retraséis.

Mia lo miró mientras se alejaba y logró dominar su mueca de contrariedad. Solliday no le quitó ojo de encima y la fulminó con la mirada.

– Lo lamento -se disculpó Mia-. No volverá a ocurrir.

– Parafraseando a tu jefe, más te vale -replicó y se alejó.

– ¡Maldición!

Mia no supo contra quién despotricó. Al cabo de un minuto entró en la comisaría convencida de que se maldecía a sí misma.

Capítulo 11

Miércoles, 29 de noviembre, 10:45 horas

Todas las miradas recayeron en ella cuando entró en la sala de reuniones. Spinnelli, Jack, Miles y Solliday la observaron. Mia se sentó junto a Jack y notó un nudo en la boca del estómago.

– ¿Se presentó la mujer del vídeo que pasaron en las noticias? -preguntó Spinnelli sin más preámbulos.

Solliday carraspeó.

– No. Mia vio a una mujer y creyó reconocerla, pero no era la del vídeo. Anoche conseguimos la cinta de un aficionado, en la que esperamos encontrar alguna pista.

Solliday le cubrió las espaldas. Mia se mordió el carrillo. Pese a lo mucho que se había enfadado, Reed la protegía. Se comportaba como un compañero… y ella no hacía lo mismo.

Spinnelli la presionó.

– Tuvo que ser alguien conocido porque desapareciste muy rápido y sin informar de tus intenciones. -El jefe frunció el ceño-. ¿A quién viste?

Mia hizo frente a la severa mirada de Spinnelli.

– No vi a la mujer del vídeo… señor.

Spinnelli tamborileó los dedos.

– En ese caso, ¿quién es esa mujer?

Mitchell entrecruzó los dedos y los apretó.

– Se trata de un asunto personal.

Spinnelli entornó los ojos.

– Pues acaba de convertirse en una cuestión de dominio público. ¿Quién es esa mujer?

A Mia se le revolvió nuevamente el estómago. «Ahora todos se enterarán».

– No sé su nombre. La vi por primera vez hace tres semanas. Últimamente apareció varias veces y hoy volvió a presentarse.

Spinnelli abrió desmesuradamente los ojos.

– ¿Te ha seguido?

– Sí.

Mia tragó saliva a duras penas y la bilis le quemó la garganta.

– Mia, ¿te dice algo? -preguntó Solliday con gran delicadeza.

– No, nada. Se limita a mirarme y huye sin darme tiempo a averiguar lo que quiere.

– Hoy te saludó -puntualizó Solliday.

La detective evocó mentalmente el discreto saludo y la sonrisa reticente.

– Lo sé.

Miles se reclinó en la silla, aguzó la mirada y afirmó:

– Sabes quién es.

– Sé quién creo que es, pero no tiene nada que ver con el caso.

Spinnelli ladeó la cabeza.

– Te ha seguido y anoche te dispararon.

Mia frunció rápidamente el entrecejo.

– Eso es otra historia. Tiene que ver con Getts.

Spinnelli se inclinó y añadió:

– No lo sabes con certeza. Mia, explícate.

No era una petición.

– Está bien. El día del entierro de mi padre descubrí que había tenido un hijo con… con una mujer que no es mi madre. El niño está enterrado en la parcela contigua a la suya. La mujer que me sigue también estuvo en el entierro. Se parece a mi padre. -Mia levantó la barbilla-. Supongo que es hija suya.

Se produjo un silencio incómodo e interminable. Jack se estiró y le cogió las manos. Mia no se había percatado de lo frías que las tenía hasta que notó el calor del contacto con el especialista.