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El hecho de que le permitiese verla le pareció… le pareció tierno, estimulante y, combinado con el roce de su trasero con su cuerpo, innegablemente excitante. «Solliday, incorpórate antes de que…» Demasiado tarde. Reed hizo una mueca de contrariedad cuando su cuerpo se encendió, se esforzó por ponerse a gatas y deseó haber sido lo bastante rápido como para que Mia no reparase en nada. Se irguió con gran cuidado e hizo una mueca de malestar cuando el dolor de la rodilla lo obligó a dejar de pensar en la molestia que notaba en otra zona de su cuerpo. Se quitó de los hombros los restos de cristal, bajó la cabeza y la sacudió para que cayeran los fragmentos de vidrio depositados en su pelo.

Con movimientos lentos e inseguros, Mia se incorporó y se sentó con la espalda apoyada en su coche. Era la segunda vez en dos días que recibía un golpe en el hombro herido. Solliday había intentado amortiguar lo más duro de la caída, pero evidentemente le había hecho daño.

– Lo siento -murmuró el teniente-. No pretendía golpearte.

Mitchell respiró hondo y cogió la radio que llevaba en el cinturón.

– Estoy bien. Simplemente, me has dejado sin aliento. -No lo miró a los ojos mientras se conectaba para informar de lo ocurrido y Solliday no supo si Mia había reparado en su reacción física o si solo se sentía incómoda porque había percibido en ella algo menos que una supermujer-. Soy la detective Mitchell, de Homicidios. Ha habido disparos desde un coche en movimiento a la altura del mil trescientos cuarenta y dos de Sedgewick Place. El tirador y el conductor han huido en un Ford último modelo de color marrón. -Mitchell repitió el número de la matrícula y Reed se sorprendió de que hubiese tenido el valor necesario para memorizarlo-. Probablemente el coche está abandonado a una manzana. Envíen a un equipo de la CSU y avisen a las unidades de que en el escenario hay agentes de paisano. -Cuando concluyó volvió a colgar la radio del cinturón.

– ¿Qué quieres hacer? -preguntó Solliday.

A lo lejos sonaron sirenas.

– Ya se ha ido.

Reed se puso de pie y dobló la rodilla.

– Si se mueve a pie, podemos buscarlo -propuso, pero Mitchell negó con la cabeza.

– Que los policías uniformados registren la zona mientras llamo a Spinnelli. -En ese momento Mia lo miró con expresión cargada de comprensión-. No podías hacer nada y es evidente que no debes perseguirlo, ya que no eres policía.

«No hay de qué», volvió a pensar Solliday, tan irritado como en la primera ocasión. No era policía, pero formaba parte de los organismos encargados de hacer cumplir las leyes. Portaba arma. La actitud de Mia era tan típicamente policial que se molestó. De todas maneras, esa noche no merecía la pena plantarle cara.

Mitchell se puso de pie con suma cautela.

– Estás contrariado -comentó la detective y Reed apretó los dientes.

– Me jode que me disparen -replicó con acritud.

Esperó a que Mitchell dijera algo… por ejemplo, que le diera las gracias pero, al ver que continuaba en silencio, frunció el ceño y pasó a su lado.

La detective lo cogió del brazo y lo retuvo.

– Gracias, Reed, me has salvado el pellejo.

Solliday la miró a los ojos y se dio el lujo de estremecerse al pensar en lo cerca que habían estado de recibir los disparos. Aunque sana y salva, Mia tenía una mejilla arañada y en carne viva. Le cogió delicadamente la barbilla, le pasó el pulgar por el maxilar y notó que la detective se sobresaltaba. Reed se dio cuenta de que era más probable que diese un respingo ante una muestra de ternura que al experimentar dolor.

– Perdona. No pretendía hacerte daño… ni ahora ni en los estudios.

Mitchell se apartó con la misma delicadeza.

– Lo sé. -Las sirenas ulularon por su calle-. La caballería ha llegado.

Se abrieron las ventanas de varios apartamentos y los vecinos asomaron cautelosamente la cabeza porque pensaron que ya no había peligro. Dos coches patrulla con las luces encendidas se detuvieron junto al vehículo de Mitchell.

– ¡Maldita sea! -espetó Mia.

Reed giró la cabeza para mirar a su alrededor y solo vio restos de cristales y gente que empezaba a congregarse.

– ¿Qué pasa?

Mitchell señaló uno de los coches patrulla. Debajo de la rueda delantera derecha se encontraba, hecho añicos, el recipiente de plástico de Lauren.

– Tendré que desayunar galletas.

Solliday no pudo controlarse y se echó a reír.

Miércoles, 29 de noviembre, 6:00 horas

Durante la noche había descansado y su mente volvía a funcionar con eficacia. Había buscado a Young, el siguiente nombre de su lista mental. Encontró cuatro. Uno lo había sabido pero, como era un cobarde, su muerte sería menos dolorosa. Dos lo sabían y habían mirado para otro lado, por lo que sufrirían. Y el cuarto… ese sí que había causado un gran dolor. Había matado a Shane. «Antes de que acabe con él deseará haber muerto mil veces». Hasta ese momento no había logrado localizar a ningún Young.

¿Cómo se le podía haber escapado? El que buscaba era agente inmobiliario… y los agentes inmobiliarios ponían su nombre en todas partes, incluida la web de la escuela secundaria. En esas fechas Tyler Young vivía en Indianápolis. Sería fácil encontrarlo. Esa noche remataría a los Dougherty y pondría rumbo al sur.

Claro que tenía que encontrar a los otros Young. En caso necesario, regresaría. No quería, pero tenía que dar con ellos. Ya se había enfrentado a muchos fantasmas. ¿Qué significaba uno más? En realidad, no se trataba de un fantasma cualquiera, sino del de Shane… y del suyo.

Miércoles, 29 de noviembre, 7:25 horas

Mia esperaba en el bordillo, con la bolsa de plástico que contenía la ropa colgada del hombro, cuando Solliday se acercó en el todoterreno y se inclinó para abrir la portezuela.

– Tienes muy mal aspecto -opinó el teniente.

Mitchell dobló la bolsa, la echó en el asiento trasero y subió al del acompañante al tiempo que hacía una mueca de malestar. Le dolía la cabeza, le ardía el hombro y el lado derecho de su cuerpo estaba tocado a pesar de que la víspera Solliday había intentado amortiguar la caída con su propio cuerpo.

– Encanto, yo también te deseo buenos días -masculló Mitchell al tiempo que se abrochaba el cinturón de seguridad.

– ¿Has podido dormir?

– Un rato. -De las cuatro horas que había pasado en la cama, tal vez había dormido una en total. Mia no había cesado de despertarse, algo normal tras una descarga de adrenalina como la que había sufrido. No se había despertado por el sonido de disparos y de cristales rotos, sino por el recuerdo del cuerpo tenso y excitado de Reed sobre el suyo. Cada vez que se había despertado se había estirado para tocarlo. Eso había sido lo peor-. ¿Y tú?

– Poco. ¿Crees que podemos llegar tarde a la reunión de las ocho con Spinnelli?

Mitchell lo estudió con cautela.

– ¿Por qué?

Solliday miró para otro lado, pero Mia notó que se ruborizaba y de repente en el habitáculo del todoterreno hizo demasiado calor. Era evidente que él también recordaba lo ocurrido. Por eso las normas prohibían que los compañeros tuviesen relaciones extralaborales. Por eso no debía ocurrir.

– Anoche, cuando llegué a casa, miré la cinta. En el vídeo doméstico, el que filmaba le gritó a alguien que se pusiera detrás, que se mantuviese alejado de las llamas.

– Probablemente no quiso que le fastidiaran la toma -comentó Mia con tono irónico-. ¿Y qué?

– Lo llamó Jared. Quizá se trata de otro vecino o de su hijo.

– Muy interesante -opinó Mitchell lentamente-. Tenemos que averiguar quién es Jared, si es posible antes de que los vecinos se vayan a trabajar. Llamaré a Marc, pero no podremos retrasar mucho la reunión. Hablamos anoche, después de que te fueras. Quería cerciorarse de que seguíamos vivos. Ha convocado una rueda de prensa para las diez y nos espera.