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Reed los condujo a través del vestíbulo; pasaron junto a la escalera y entraron en la cocina, donde los focos brillaban con la misma intensidad que si fuese pleno día. No quedaba nada en pie. Los cristales de las ventanas se habían hecho trizas y en una parte el techo se había desplomado, por lo que resultó difícil atravesar la estancia sin pasar por encima de las vigas desparramadas por el suelo. Una gruesa capa de ceniza cubría las baldosas. Lo que más llamaba la atención era la víctima, que yacía, donde Larry Fletcher la había encontrado.

Los tres hombres se detuvieron unos instantes, estudiaron a la víctima y se obligaron a asimilar mentalmente lo que con luz resultaba más espantoso que casi a oscuras. Reed respiró hondo, entró en acción, se puso los guantes de látex y sacó del bolsillo una minigrabadora.

– Foster, graba con la videocámara. Tomaremos fotos después del primer recorrido. -Se acercó la grabadora a la boca al tiempo que Foster empezaba a rodar-. «Soy el teniente Reed Solliday y estoy en compañía de Ben Trammell y Foster Richards. Estamos en casa de los Dougherty, es veintiséis de noviembre y son las tres de la madrugada. Condiciones externas: seis grados bajo cero y viento del nordeste a veinticinco kilómetros por hora. -Aspiró una bocanada de aire-. En la cocina ha aparecido una víctima. La piel está carbonizada, y las facciones, destruidas. A simple vista, no se distingue si es hombre o mujer. La escasa estatura apunta a una mujer, hecho coherente con la declaración de los testigos».

Reed se agachó junto al cadáver y de la bolsa que llevaba colgada del hombro sacó el detector de sustancias químicas. Pasó cuidadosamente el instrumento por encima del cuerpo y en el acto el tono se convirtió en un silbido agudo. No se sorprendió. Miró a Ben y pensó que, como mínimo, podía convertirlo en un ejercicio pedagógico.

– Ben, ¿qué opinas?

– Que hay elevadas concentraciones de hidrocarburos, lo que apunta a la presencia de catalizadores -repuso Ben con tono tenso.

– Muy bien. ¿Qué significa?

– Significa que la víctima fue rociada con gasolina antes de que le prendieran fuego.

– Con gasolina u otra sustancia. -Reed se concentró en lo que tenía entre manos e impidió que el hedor embotase sus sentidos y que la imagen de la muchacha muerta le desgarrara el corazón. Lo primero fue casi imposible y lo segundo, totalmente inviable… pero tenía que hacer su trabajo-. El forense nos dirá exactamente con qué la rociaron. Bien, Ben.

Ben carraspeó y preguntó:

– ¿Quieres que pida el perro?

– Ya lo he hecho. Esta noche Larramie está de guardia. Buddy llegará en veinte minutos. -Reed se incorporó-. Foster, por favor, graba a la víctima desde el otro lado.

– De acuerdo. -Foster tomó imágenes del escenario desde diversos ángulos-. ¿Qué más quieres que haga?

Reed se había acercado a la pared.

– Graba toda la pared y haz primeros planos de esas marcas. -Se acercó para estudiarlas y frunció el ceño-. ¿Qué diablos es esto?

– Una uve cerrada -respondió Ben con firmeza-. El incendio se inició en el zócalo y subió rápidamente por la pared. -Miró a Reed-. Ascendió a una velocidad pasmosa. ¿Tal vez con ayuda de una mecha?

Reed movió afirmativamente la cabeza.

– Así es. -Pasó el detector de sustancias químicas por la pared y volvieron a oír el silbido agudo-. En la pared hay catalizador. Emplearon una mecha química. -Desasosegado, Reed estudió la superficie-. Creo que es la primera vez que veo algo de estas características.

– Quien lo hizo utilizó el gas del horno -comentó Foster y enfocó la videocámara hacia lo que quedaba de los electrodomésticos. Se acercó y grabó la zona entre la pared y el horno-. Está desatornillado, lo que significa que el fuego fue deliberado.

– Lo sospechaba -murmuró Reed y se acercó la grabadora a la boca-. «El gas fluyó por la estancia y subió hasta el techo. El fuego se encendió junto al suelo y ascendió por la línea de catalizador. Tomaremos muestras». ¿Qué es esto?

Reed retrocedió unos pasos y estudió las marcas que cubrían la pared de lado a lado.

– Algo estalló -apuntó Ben.

– Tienes razón. -Reed pasó el detector de sustancias químicas por la pared y oyeron pitidos cortos y chirriantes en lugar del silbido prolongado-. Por la forma en la que se adhiere a la pared parece napalm.

– ¡Mirad! -Ben se había agachado cerca de la puerta que conectaba la cocina con el lavadero-. Hay restos de plástico de color azul. -Levantó la cabeza, desconcertado.

Reed se agachó y estudió los restos, que ciertamente eran azules. Captó con rapidez varias piezas más, dispersas por el suelo, y en su mente se formó una imagen. Era la foto de un libro, de un manual de investigación de incendios provocados que tenía, como mínimo, quince años.

– Son huevos de plástico.

Ben parpadeó.

– ¿Has dicho huevos?

– Ya lo había visto. Estoy seguro de que si reunimos los fragmentos imprescindibles, el laboratorio logrará formar un huevo de plástico como el que los niños buscan en Pascua. El pirómano lo llena de catalizador, ya sea sólido o de un líquido viscoso como el poliuretano, hace un orificio en un extremo e introduce la mecha. A continuación la enciende, la presión de la explosión destroza el huevo y el catalizador se dispersa por todas partes.

Ben estaba impresionado.

– Así se explican las quemaduras.

– Exactamente. También demuestra que, si realizas este trabajo durante bastante tiempo, aprendes a verlo todo. Foster, graba los fragmentos y su emplazamiento y haz primeros planos de todo lo que hay aquí. Solicitaré una autorización para cubrirnos las espaldas en lo referente al origen y las fuentes. No quiero que un abogado diga que podemos usar las muestras para el incendio provocado y no para la agresión contra esa pobre chica.

– Siempre hay que defenderse de los malditos picapleitos -masculló Foster.

– Recogeremos los trozos de plástico en cuanto Larramie y el perro terminen. Tal vez aparezca un fragmento lo bastante grande como para obtener una huella.

– Optimista, para no perder la costumbre -comentó Foster en voz baja.

– Toma las imágenes. Graba también las puertas y las ventanas de la planta baja, sobre todo los cerrojos. Me gustaría saber cómo entraron.

Foster se apartó de la videocámara los centímetros necesarios para observar atentamente a Reed.

– Ya sabes que si lo de la chica es homicidio te quitarán el caso de las manos.

Reed ya lo había pensado.

– Tengo mis dudas. Habrá que compartirlo, pero este incendio ha sido tan provocado como para que sigamos interviniendo. De momento aquí estamos y la pelota está en nuestro campo, por lo que intentaremos acercarnos a la meta y marcar un gol, ¿de acuerdo?

Como no era fanático de los deportes, Foster puso los ojos en blanco y contestó:

– Sí.

– Ben, en el garaje hay dos coches. Las ancianas dicen que los Dougherty tienen un Buick. Averigua de quién es el otro. Foster, en cuanto amanezca quiero que tomes fotos del terreno. Hay tanto barro que sin duda detectaremos huellas de pisadas.

– ¡Qué optimista! -insistió Foster.

Domingo, 26 de noviembre, 14:55 horas

Tras una noche de reposo había aclarado las ideas y ahora podía analizar con exactitud lo que había conseguido… y lo que no había logrado. Estaba sentado ante el escritorio, con las manos cruzadas y la mirada fija en la ventana, y repasaba los acontecimientos de la víspera. Había llegado la hora de comprobar lo que había salido bien a fin de repetirlo. Por otro lado, necesitaba averiguar qué había salido mal para modificarlo o eliminarlo. Tal vez podría añadir algo nuevo. Lo analizaría punto por punto. Lo ordenaría porque era la mejor manera de aclararlo.

El primer punto se vinculaba con la explosión. Esbozó una sonrisa. Había salido muy bien, era una combinación de arte y ciencia. Su modesta bomba incendiaria había funcionado a la perfección y se trataba de un diseño fácil de llevar a la práctica, ya que no tenía una sola pieza móvil y resultaba elegante por su simplicidad.