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Volví a oír las voces, más fuertes esa vez. Procedían de uno de los callejones. Contuve la respiración y asomé la cabeza por la esquina para mirar.

Hassan se encontraba en el extremo sin salida del callejón y mostraba una postura desafiante: tenía los puños apretados y las piernas ligeramente separadas. Detrás de él, sobre un montón de escombros y desperdicios, estaba la cometa azul. Mi llave para abrir el corazón de Baba.

Tres chicos bloqueaban la salida del callejón, los mismos que se nos habían acercado en la colina el día siguiente al golpe de Daoud Kan, cuando Hassan nos salvó con el tirachinas. En un lado estaba Wali, Kamal en el otro y Assef en medio de los dos. Sentí que el cuerpo se me agarrotaba y que algo frío me recorría la espalda. Assef parecía relajado, confiado, y jugueteaba con su manopla de acero. Los otros dos parecían nerviosos, cambiaban el peso del cuerpo de una a otra pierna, y miraban alternativamente a Assef y a Hassan, como si hubiesen acorralado a una especie de animal salvaje que sólo Assef pudiera amansar.

– ¿Dónde tienes el tirachinas, hazara? -le preguntó Assef, jugueteando con la manopla de acero-. ¿Cómo era aquello que dijiste? «Tendrán que llamarte Assef el tuerto.» Está bien eso. Assef el tuerto. Inteligente. Realmente inteligente. Por supuesto, es fácil ser inteligente con un arma cargada en la mano.

Me di cuenta de que me había quedado sin respiración durante todo aquel rato. Solté el aire lentamente, sin hacer ruido. Me sentía paralizado. Vi cómo se acercaban al muchacho con quien me había criado y cuya cara de labio leporino era mi primer recuerdo.

– Hoy es tu día de suerte, hazara -dijo Assef. A pesar de que estaba de espaldas a mí, habría apostado cualquier cosa a que estaba riéndose-. Me siento con ganas de perdonar. ¿Qué os parece a vosotros, chicos?

– Muy generoso -dejó escapar impulsivamente Kamal-. Sobre todo teniendo en cuenta los modales tan groseros que este crío nos demostró la última vez.

Intentaba hablar como Assef, pero había un temblor en su voz. Entonces lo comprendí: no tenía miedo de Hassan, no. Tenía miedo porque no sabía lo que le estaba pasando a Assef por la cabeza en aquel momento.

Assef hizo un ademán con la mano, como dando a entender que no se tomaba la cosa en serio.

– Bakhshida. Perdonado. Ya está. -Bajó un poco el tono de voz-. Naturalmente, nada es gratis en este mundo, y mi perdón tiene un pequeño precio que pagar.

– Muy justo -dijo Kamal.

– No hay nada gratis -añadió Wali.

– Eres un hazara con suerte -dijo Assef, acercándose hacia Hassan-. Porque hoy sólo va a costarte esa cometa azul Un trato justo, ¿no es así, chicos?

– Más que justo -coincidió Kamal.

Incluso desde mi punto de observación se veía cómo el miedo se apoderaba de los ojos de Hassan, pero, aun así, sacudió la cabeza negativamente.

– Amir agha ha ganado el torneo y he volado esta cometa para él. La he volado honradamente. Esta cometa es suya.

– Un hazara fiel. Fiel como un perro -dijo Assef. Kamal se echo a reír produciendo un sonido estridente y nervioso- Antes de sacrificarte por él, piensa una cosa: ¿haría él lo mismo por ti? ¿le has preguntado alguna vez por qué nunca te incluye en sus juegos cuando tiene invitados? ¿Por qué sólo juega contigo cuando no tiene a nadie más? Te diré por qué, hazara. Porque para él no eres más que una mascota fea. Algo con lo que puede jugar cuando se aburre, algo a lo que puede darle una patada en cuanto se enfada. No te engañes nunca pensando que eres algo más.

– Amir agha y yo somos amigos -replicó Hassan, que estaba sofocado.

– ¿Amigos? -dijo Assef, riendo-. ¡Eres un idiota patético! Algún día te despertaras de tu sueño y te darás cuenta de lo buen amigo que es. ¡Bueno, ya basta! Danos esa cometa. -Hassan se inclinó y cogió una piedra. Assef se arredró-. Como tú quieras.

Assef se desabrochó el abrigo, se despojó de él, lo dobló lenta y deliberadamente y lo colocó junto al muro.

Yo abrí la boca y casi dije algo. Casi. El resto de mi vida habría sido distinto si lo hubiera dicho. Pero no lo hice Me limité a observar. Paralizado.

Assef hizo un gesto con la mano y los otros dos se separaron hasta formar un semicírculo y atraparon a Hassan.

– He cambiado de idea -dijo Assef-. Te permito que te quedes con tu cometa, hazara. Permitiré que te la quedes para que de este modo te recuerde siempre lo que estoy a punto de hacer.

Entonces movió una mano y Hassan le arrojó la piedra, acertándole en la frente. Assef dio un grito al tiempo que se abalanzaba sobre Hassan y lo tiraba al suelo. Wali y Kamal lo siguieron.

Yo me mordí un puño y cerré los ojos.

Un recuerdo:

¿Sabías que Hassan y tú os criasteis del mismo pecho? ¿Lo sabías, Amir agha? Sakina, se llamaba. Era una mujer hazara de piel blanca y ojos azules de Bamiyan. Os cantaba antiguas canciones de boda. Dicen que entre las personas que se crían del mismo pecho existen lazos de hermandad. ¿Lo sabías?

Un recuerdo:

«Una rupia cada uno, niños. Sólo una rupia cada uno y abriré la cortina de la verdad.» El anciano está sentado junto a un muro de adobe. Sus ojos sin vista son como plata fundida incrustada en cráteres profundos, gemelos. Encorvado sobre el bastón, el adivino se acaricia con la mano nudosa la superficie de sus hundidos pómulos y luego la extiende hacia nosotros pidiendo dinero. «Es poco a cambio de la verdad, sólo una rupia cada uno.» Hassan deposita una moneda en la curtida mano. Yo también deposito la mía. «En el nombre de Alá, el más benéfico, el más piadoso», musita el adivino. Toma primero la mano de Hassan, le acaricia la palma con una uña que parece un cuerno y traza círculos y más círculos. Luego el dedo corre hacia el rostro de Hassan y emite un sonido seco y áspero cuando repasa lentamente la redondez de sus mejillas y el perfil de sus orejas. Sus dedos callosos rozan los ojos de Hassan. La mano se detiene ahí. Una sombra oscura cruza la cara del anciano. Hassan y yo intercambiamos una mirada. El anciano coge la mano de Hassan y le devuelve la rupia. A continuación, se vuelve hacia mí. «¿Y tú, joven amigo?», dice. Un gallo canta al otro lado del muro. El anciano me coge la mano y yo la retiro.

Un sueño:

Estoy perdido en una tormenta de nieve. El viento chilla y dispara sábanas blancas hacia mis ojos ardientes. Avanzo tambaleante entre capas de blanco cambiante. Pido ayuda, pero el viento engulle mis gritos. Caigo y me quedo jadeando en la nieve. Perdido en la blancura, el viento zumba en mis oídos. Veo la nieve, que borra la huella de mis pisadas. «Me he convertido en un fantasma -pienso-, en un fantasma sin huellas.» Vuelvo a gritar, la esperanza se desvanece igual que mis huellas. Pero esta vez recibo una respuesta amortiguada. Me protejo los ojos y consigo sentarme. Más allá del balanceo de las cortinas de nieve, un atisbo de movimiento, una ráfaga de color. Una forma familiar se materializa. Me tiende una mano. En la palma se ven cortes paralelos y profundos. La sangre gotea y tiñe la nieve. Cojo la mano y, de repente, la nieve ha desaparecido. Nos encontramos en un campo de hierba de color verde manzana con suaves jirones de nubes. Levanto la vista y veo el cielo limpio y lleno de cometas, verdes, amarillas, rojas, naranjas. Resplandecen a la luz del atardecer.