– ¡Vamos! -susurró de nuevo, como si las palabras pudieran conjurar los hechos.
Había un gran contenedor de basura en un rincón del aparcamiento donde Scott había dejado su furgoneta. Para su alivio, estaba casi lleno, no sólo de bolsas de plástico negras, sino también de botellas, latas y basura sin recoger. Cogió una bolsa medio vacía, la abrió y metió las matrículas robadas, los restos de cinta y los guantes. Luego volvió a atarla y la colocó en medio de la pila de basura. El contenedor sería vaciado pronto, probablemente al día siguiente.
Volvió rápidamente a la furgoneta y esperó a arrancar hasta que no hubo ningún coche en movimiento por las inmediaciones.
Scott volvió a cambiarse de ropa, chaqueta y corbata. Sabía que tenía que darse prisa, pero también evitar llamar la atención. Deseó poder acelerar, pero permaneció dentro de los límites de velocidad. Incluso en la interestatal se mantuvo en el carril central mientras se dirigía a su encuentro con Sally.
No sabía qué iba a decirle cuando la viera.
Tratar de transmitirle con palabras lo que había ocurrido esa noche parecía imposible. Si no le decía nada, ella lo odiaría. Si se lo contaba todo, ella se horrorizaría, y también lo odiaría. Querría acudir de inmediato al lado de Hope y olvidarse del plan.
Todo podía fracasar.
Condujo sabiendo que iba a mentir. Tal vez no mucho, pero lo suficiente. Eso lo enfurecía y entristecía, pero sobre todo le hacía sentirse incompetente y falso.
Cuando llegó al aparcamiento tras salir de la autopista, divisó a Sally. No tardó en colocarse a su lado. Cogió la mochila y salió del coche.
Sally permaneció al volante, pero encendió el motor.
– Llegas tarde -dijo-. No sé si me queda tiempo. ¿Ha salido según lo previsto?
– No exactamente. No ha sido tan sencillo como pensábamos.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Sally con su cortante tono de abogada.
– Ha habido una pequeña pelea, pero Hope ha cumplido con su misión… -vaciló-. Puede que resultara un poco herida en la confrontación. Ahora va camino de casa. Por lo demás, para asegurarme de no dejar ninguna huella de nuestra presencia provoqué un pequeño incendio.
– ¡Dios! -exclamó Sally-. ¡Eso no estaba en el guión!
– El escenario de los hechos… bueno, pensé que podría levantar sospechas en la policía. ¿No es lo que nos dijiste?
Ella asintió.
– Sí, sí. Vale. No creo que haya problemas…
– Hay una pequeña toalla en la mochila. Está mojada con gasolina, que limpiará el cañón del arma. Deshazte de ella después.
Sally volvió a asentir.
– Ha sido una precaución inteligente por tu parte. Pero Hope, ¿qué estabas diciendo de Hope?
Scott se preguntó dónde se le notaba la mentira en la cara.
– Ahora está cumpliendo con lo previsto -dijo-. Acaba con tu parte y hablaremos más tarde.
– ¿Qué le ha pasado exactamente a Hope? -exigió Sally.
– Ahora no hay tiempo de hablar. Tienes que volver a Boston ahora mismo. El tiempo es crucial. No sabemos lo que hará O'Connell…
– ¿Qué le ha pasado a Hope? -repitió Sally con furia en la voz.
– Ya te lo he dicho, ha tenido que pelear. Se ha cortado con un cuchillo. Cuando la he dejado, me ha dicho que te dijera que estaba bien. ¿Entendido? Eso es exactamente lo que ha dicho. «Dile a Sally que estoy bien.» Ahora debes terminar el trabajo. Tenemos que hacerlo todos. Hope ha hecho su parte y yo he hecho la mía. Ahora haz tú la tuya. Es lo último, y…
– ¿Se ha cortado con un cuchillo? -repitió Sally-. ¿Qué quieres decir? Y no me mientas.
– Te estoy diciendo la verdad -se envaró Scott-. Se ha hecho un corte. Es todo. Ahora vete.
Sally imaginó cien posibles réplicas en ese instante, pero se contuvo. Por furiosa que estuviera, sabía que una vez, años antes, ella le había mentido, y que ahora él le estaba mintiendo, y que así eran las cosas. Asintió, cogió la mochila y arrancó sin decir palabra.
Una vez más, Scott se quedó solo, contemplando las luces del coche desaparecer en la oscuridad.
El detective señaló las fotos de la escena del crimen.
– El fuego lo revolvió todo. Y peor aún que el fuego, la maldita agua con que los bomberos lo rociaron. Naturalmente, no se les puede pedir que no lo hagan -dijo con una sonrisa amarga-. Tuvimos suerte de que no ardiera la casa entera. El incendio se circunscribió a la zona de la cocina. ¿Ve esa pared del fondo, toda calcinada? El especialista en incendios dijo que quien lo provocó no tenía ni idea de lo que hacía, así que en vez de extenderse por la habitación, el fuego subió por la pared y el techo, y por eso lo vieron los vecinos. Así que al final tuvimos suerte de poder recomponer las piezas.
– ¿Ha trabajado en muchos homicidios? -pregunté.
– ¿Aquí? Esto no es como Boston o Nueva York. Somos un departamento bastante modesto. Pero el equipo de forenses estatales es bastante bueno, y el equipo de expertos vale la pena, así que, cuando se produce un asesinato, lo manejamos bastante bien. La mayoría de los homicidios que vemos son disputas domésticas que se tuercen, o bien trapicheos de drogas que salen mal. En la mayoría de los casos el culpable no huye, o al menos no lo hace su compañero, así que alguien nos dice a quién debemos pillar.
– Pero éste no fue el caso, ¿verdad?
– Qué va. Al principio hubo algunas preguntas que nos dejaron sin habla. Y mucha gente que no derramó una lágrima por la muerte del viejo O'Connell. Fue un mal marido, un mal padre y un mal vecino, además de un desalmado. Demonios, si hubiera tenido un perro lo habría dejado morir de hambre y le habría dado de patadas cada mañana sólo para dejar las cosas claras, ¿entiende? De todas maneras, en la casa y la escena del crimen quedó suficiente para una investigación.
Asentí.
– Pero ¿qué los puso en la dirección adecuada?
– Dos cosas. Quiero decir, teníamos un incendio y un cadáver parcialmente quemado y, tontos como somos, al principio pensamos que el viejo O'Connell, borracho perdido, había conseguido incendiar la casa consigo dentro. Ya sabe, se queda dormido con un cigarrillo y una botella de whisky en la mano. Naturalmente, lo más probable es que eso hubiera sido sentado en un sillón de la sala, o en la cama, no en el suelo de la cocina. Pero cuando el forense retiró la carne chamuscada, vio la herida del disparo y encontró una bala de calibre veinticinco en el cerebro y otra en el hombro, bueno, eso dio un vuelco a la investigación. Así que volvimos a aquel caos empapado, buscando alguna pista, ya sabe. Pero el doctor también encontró trozos de piel bajo las uñas del tipo, así que tuvimos un ADN muy interesante, y de repente el caos de la casa era el resultado de una pelea mortal. Y cuando interrogamos a los vecinos, uno de ellos recordó haber visto un coche con matrícula de Massachusetts que salió pitando de allí poco antes de que empezara el humo. Eso y los resultados del ADN nos consiguieron una orden de registro. Y entonces, ¿qué cree que encontramos?
Sonreía, y dejó escapar una risita. La satisfacción del policía al comprobar que a veces el mundo funciona como debe ser.
Yo estaba menos seguro de que hubiera llegado a la misma conclusión.