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Jimmy apartó la mano de Sean y preguntó: -¿Ha matado a mi hija?

– No.

– Pareces estar completamente seguro.

– Casi del todo. Pasó el detector de mentiras sin ningún problema.

Además, el chico no me parece el tipo de persona que haría una cosa así. Me dio la impresión que quería a tu hija de verdad.

– ¡Joder! -exclamó Jimmy.

Sean se apoyó en la pared y esperó; le dio tiempo a Jimmy para que pudiera asimilarlo.

– ¿Fugarse? -preguntó Jirnmy al cabo de un rato.

– Así es, Jim. Según Brendan Harris y las dos mejores amigas de Katie, te oponías totalmente a que salieran juntos. Lo que no entiendo es -por qué. No me pareció que fuera un chico problemático, ¿sabes? Tal vez un poco soso, no sé. Sin embargo, me pareció honrado, un buen chico. No lo acabo de entender.

– ¿No lo entiendes? -Jimmy soltó una risita-. Acabo de enterarme de que mi hija, que, como sabes, está muerta, había planeado fugarse, Sean.

– Ya lo sé -replicó Sean, bajando la voz hasta que sólo fue un susurro, con la esperanza de que Jimmy hiciera lo mismo, ya que no lo había visto tan nervioso desde la tarde anterior junto a la pantalla del autocine-. Sólo es curiosidad, hombre, ¿por qué te oponías de modo tan tajante a que tu hija saliera con ese chico?

Jimmy se apoyó en la pared junto a Sean, inspiró profundamente unas cuantas veces, soltó el aire y contestó: -Conocí a su padre. Le llamaban Ray.

– ¿Por qué? ¿Era juez?

Jimmy negó con la cabeza y añadió:

– En aquella época había mucha gente que se llamaba Ray; ya sabes, Ray Bucheck el Loco, Ray Dorian el Anormal, Ray de la calle Woodchuck, y, por lo tanto, Ray Harris se quedó con el nombre de Simplemente Ray, porque todos los apodos buenos ya estaban colocados -se encogió de hombros-. De todas formas, nunca me había caído bien y después abandonó a su mujer cuando ésta estaba embarazada del chico mudo ése que tiene ahora y Brendan sólo tenía seis años, y no sé, pensaba: de tal palo, tal astilla, y todo eso, no quería que se viera con mi hija.

Aunque Sean no se lo tragó, hizo un gesto de asentimiento. Había algo extraño en el modo en que Jimmy había dicho que el tipo nunca le había caído bien: había cambiado el tono de voz al decirlo, y Sean ya había oído demasiadas historias incoherentes en el pasado para no reconocer una de inmediato, por muy lógica que pudiera parecer.

– ¿Eso es todo? -preguntó Sean-o ¿No hay ninguna otra razón?

– Eso es todo -contestó Jimmy, y apartándose de la pared, volvió al pasillo.

– Creo que es una buena idea -afirmó Whitey mientras permanecía delante de la casa con Sean-. Quédate con la familia un rato y a ver si puedes averiguar algo más. A propósito, ¿qué le dijiste a la mujer de Dave Boyle?

– Le dije que parecía asustada.

– ¿ Confirmó la coartada de Dave?

Sean negó con la cabeza y respondió: -Me dijo que estaba dormida.

– Sin embargo, tú crees que estaba asustada.

Sean se volvió hacia la ventana que daba a la calle. Le hizo un gesto a Whitey, señalando con la cabeza hacia el otro lado de la calle; Whitey le siguió hasta la esquina.

– Oyó nuestra conversación sobre el coche.

– ¡Mierda! -exclamó Whitey-. Si se lo cuenta a su marido, es posible que éste escape.

– ¿ Y a dónde se va a ir? Es hijo único, su madre está muerta, gana muy poco dinero, y no es que tenga muchos amigos precisamente. No me parece probable que abandone el país para irse a vivir a… Uruguay. -No obstante, eso no quiere decir que no pueda hacerlo.

– Sargento -replicó Sean-, no podemos acusarle de nada.

Whitey dio un paso hacia atrás y observó a Sean bajo el resplandor de la farola que había junto a ellos.

– ¿Te estás cachondeando de mí, Superpoli?

– Sencillamente, no creo que haya sido él. Para empezar, no tenía ninguna razón para hacerlo.

– Su coartada es una mierda, Sean. Sus historias tienen tantos agujeros que si fueran una barca, ya estarían en el fondo del océano. Tú mismo has dicho que su esposa estaba asustada. Enfadada no, asustada.

– De acuerdo. Es obvio que me estaba ocultando algo.

– ¿De verdad crees que estaba dormida cuando Dave regresó a casa?

Sean conocía a Dave desde que eran niños. Le había visto subir a aquel coche, con lágrimas en los ojos. Le había visto en la oscuridad y en la lejanía del asiento trasero mientras el coche doblaba la esquina. Deseaba darse con la cabeza en la pared hasta borrar las malditas imágenes de su cerebro.

– No -respondió-. Creo que ella sabe a qué hora regresó. Y ahora que nos ha oído hablar, también sabe que Dave se encontraba en el Last Drop esa misma noche. Tal vez le rondaran por la cabeza un montón de cosas que no encajaban y ahora está atando cabos.

– ¿ Y por eso está tan asustada?

– Podría ser. No lo sé -Sean pegó una patada a una piedra del suelo-. Creo que…

– ¿Qué?

– Que tenemos mucha información que no encaja, que hay algo que no sabemos.

– ¿ De verdad crees que Boyle no lo hizo?

– No lo descarto del todo. Si por un segundo pudiera imaginarme un motivo, le creería capaz de haberlo hecho.

Whitey se echó hacia atrás, levantó el talón y lo apoyó en la parte inferior de la farola. Miró a Sean de la misma manera que solía mirar a los testigos que creía incapaces de soportar la presión del tribunal.

– De acuerdo, el hecho de que no tenga ningún motivo para haberlo hecho también me preocupa a mí. Pero no mucho, Sean. No mucho. Creo que hay algo que no sabemos que le relaciona con este caso. Si no fuera así, ¿por qué coño iba a mentirnos?

– ¡Venga, hombre! -exclamó Sean-. Son gajes del oficio. La gente nos miente sencillamente para ver qué pasa. Por la noche, en las calles adyacentes al Last Drop, pasa de todo: suele haber prostitutas, travestidos, y malditos niños que siguen sus pasos. Es posible que Dave se lo estuviera pasando de maravilla en el coche y que no quiera que su mujer se entere. Quizá tenga una amante. ¿ Quién sabe? Sin embargo, de momento no hay nada que lo pueda relacionar, en lo más mínimo, con el asesinato de Katherine Marcus.

– Nada, a excepción de un montón de mentiras y de mi intuición que me dice que el tipo es culpable.

– ¡Tu intuición! -exclamó Sean.

– Sean -insistió Whitey, empezando a contar con los dedos-, nos mintió sobre la hora en que se marchó del McGills; nos mintió sobre la hora en que regresó a casa. Estaba aparcado delante del Last Drop cuando la víctima se marchó. Estuvo en dos de los bares en los que estuvo la víctima; además, está intentando ocultar esa información. Tiene la mano lastimada y la historia que cuenta sobre el motivo no se aguanta por ninguna parte. Conocía a la víctima, y hemos llegado a la conclusión de que nuestro sospechoso debía de conocerla. Tiene el perfil -de pies a cabeza- del típico asesino: es blanco, ronda los treinta y cinco años, tiene un empleo mal pagado y, basándome en lo que tú mismo me contaste, abusaron de él cuando era niño. ¿Por quién me tafias? En teoría, ya debería estar en la cárcel.

– Tú mismo lo acabas de decir. Abusaron de él sexualmente, pero nadie agredió sexualmente a Katherine Marcus. No tiene ningún sentido, sargento.

– Tal vez se masturbara delante de ella.

– No había ni rastro de semen en el escenario del crimen.

– Llovió.

– En el lugar en que encontraron el cuerpo, no. En los asesinatos en serie no premeditados, el semen está presente en el 99,99 por ciento de los casos. ¿ Lo ha estado en el caso que nos ocupa?

Whitey bajó la cabeza y empezó a golpear la farola con la palma de la mano.

– Eras amigo del padre de la víctima y del sospechoso en potencia cuando…

– ¡Venga, hombre!

– … erais niños. Eso te pone en un compromiso, y no me lo niegues. Tienes que asumir tus responsabilidades.

– ¿Que tengo que asumir, qué? -Sean bajó la voz y apartó la mano del pecho-. Mira, no estoy de acuerdo contigo por lo que respecta al perfil del asesino. No te estoy diciendo que si encontramos algo más que simples incoherencias en su historia no vaya a estar contigo para arrestarle. Sabes que lo estaré. No obstante, si vas al fiscal del distrito con lo que tenemos ahora, ¿qué va a hacer?