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– Estaba saliendo con él- contestó Roman.

Whitey garabateó algo en su libreta de notas y añadió:

– Eso no concuerda con la información que tenemos, Roman.

– ¿De verdad?

– Así es. Nos han contado que Katie le dejó hace siete meses, pero que él se negaba a aceptarlo.

– Ya sabe cómo son las mujeres, sargento.

Whitey negó con la cabeza y replicó:

– No, no lo sé. ¿Por qué no me lo cuentas, Roman?

Roman cerró su sección del periódico y respondió:

– Ella y Bobby tenían una relación de amor y odio. Un día él era el amor de su vida, pero al siguiente lo plantaba.

– Lo plantaba -repitió Whitey a Sean-. ¿Esa expresión te encaja con el Bobby O'Donnell que conocemos?

– En absoluto -contestó Sean.

– En absoluto -dijo Whitey a Roman.

Roman se encogió de hombros y añadió:

– Le estoy contando lo que sé. Eso es todo.

– Muy bien. -Whitey estuvo tomando notas en su libreta un momento-. Roman, ¿adónde fuiste ayer por la noche después de salir del Last Drop?

– Fuimos a la fiesta de un amigo que tiene un loft en el centro.

– ¡Vaya, una fiesta en un loft! -exclamó Whitey-. Siempre he deseado ir a una de esas fiestas. Drogas de diseño, modelos, un motón de tipos blancos escuchando rap y repitiéndose a sí mismos lo enrollados que son. Con «fuimos», ¿te refieres a ti y a la Ally McBeal esta que tienes al Iado, Roman?

– Michaela -respondió Roman-, Sí. Se llama Michaela Davenport, si te interesa apuntarlo.

– ¡Claro que lo estoy anotando! -declaró Whitey-. ¿Es tu nombre verdadero, encanto?

– ¿Qué?

– Que si Michaela Davenport es tu nombre verdadero.

– Sí. -La modelo aún abrió los ojos un poco más-. ¿Por qué?

– ¿Tu madre veía muchos culebrones antes de que nacieras?

– Roman- dijo Michaela.

Roman alzó una mano, miró a Whitey y le dijo:

– ¿No habíamos quedado que esto era entre nosostros? ¿Eh?

– ¿Te has ofendido, Roman? ¿Vas a hacer de Cristopher Walken conmigo y aponerte duro? ¿Es esa la idea que tienes? Porque si es así, te subo al coche y no te dejo bajar hasta que tu coartada quede clara. Sí, eso es lo que vamos a hacer. ¿Tienes planes para mañana?

Roman adoptó aquella actitud que ya había visto en muchos delincuentes cuando un poli se ponía duro con ellos: un retraimiento tan absoluto que daba la impresión de que habían dejado de respirar, devolvió la mirada con ojos oscuros, indiferentes y tímidos.

– No era mi intención ofenderle, sargento -confesó Roman, con voz monotona-. Estaré encantado de darle todos los nombres de la gente que me vio en la fiesta. Y estoy seguro de que el barman del Last Drop, Todd Lane, le confirmará que no me marché del bar antes de las dos.

– ¡Buen chico! -exclamó Whitey-. Bien, ¿dónde podemos encontrar a su amigo Bobby?

Roman se permitió dedicarle una amplia sonrisa al responder:

– Esto le va a encantar.

– ¿El qué, Roman?

– Si de verdad piensa que Bobby es el responsable de la muerte de Katherine Marcus, lo que le voy a decir le va a gustar.

Roman dirigió su mirada de predador hacia Sean, y éste notó de nuevo el entusiasmo que había sentido cuando Eve Pigeon les contó lo de Roman y Bobby.

– ¡Bobby, Bobby, Bobby! -Roman suspiró y guiñó el ojo a su novia antes de volver a mirar a Whitey y a Sean-. A Bobby le arrestaron por conducir en estado de embriaguez el viernes por la noche. -Roman tomó otro sorbo de su capuchino y al fin se lo contó-. Ha pasado todo el fin de semana en la cárcel, sargento -movió el dedo de un lado a otro entre ellos-. ¿La policía ya no se ocupa de comprobar esas cosas?

Cuando los policías les comunicaron por radio que Brendan Harris había regresado a casa con su madre, Sean empezaba a sentir cómo el cansancio de todo el día le llegaba hasta los mismísimos huesos. Sean y Whitey llegaron allí a eso de las once y se sentaron en la cocina con Brendan y su madre, Esther; Sean pensó que, gracias a Dios, ya no construian pisos como aquéllos. Parecía sacado de algún antiguo programa televisivo, de los Honeymooners , tal vez, que sólo pudiera apreciarse de verdad si se veía en un televisor en blanco y negro y en una pantalla de trece pulgadas que cacareara por la corriente y por una deficiente recepción. Era un piso que se asemejaba a una vía férrea: habían eliminado la puerta de entrada y cuando uno salía de la escalera iba a parar directamente a la sala de estar. Pasada la sala, a la derecha había un pequeño comedor que Esther Harris usaba como dormitorio; sus cepillos, los peines y su colección de cremas estaban apilados en una estantería a punto de desmoronarse. Un poco más allá, estaba el dormitorio que Brendan compartía con su hermano, Raymond.

A la izquierda de la sala de estar había un pequeño pasillo con un desproporcionado cuarto de baño que salía desde la derecha, y después estaba la cocina, encajada en un espacio en el que el sol sólo debía de tocar unos cuarenta y cinco minutos al día, a media tarde. La cocina estaba decorada con diferentes tonalidades de verde descolorido y de amarillo grasiento; Sean, Whitey, Brendan y Esther se sentaron junto a una pequeña mesa con las patas de metal, a las que les faltaban tornillos en las junturas. La superficie de la mesa estaba cubierta por un hule adhesivo amarillo y verde con dibujos de flores; se despegaba por las esquinas y en el centro faltaban unos cuantos trozos del tamaño de una uña.

Daba la impresión de que Esther encajaba a la perfección. Era pequeña y de facciones marcadas, y tanto podría tener cuarenta como cincuenta y cinco años. Olía a jabón barato y a humo de cigarrillo, y su horrible pelo azulado hacía juego con las venas azules igualmente horribles que le recorrían los antebrazos y las manos. Llevaba una sudadera de color rosa descolorido por encima de unos pantalones vaqueros y de unas pantuflas peludas de color negruzco. Fumaba Parliaments sin parar y miraba a Sean y a Whitey hablar con su hijo como si, por mucho que lo intentara, no le interesase en lo más mínimo, aunque seguía allí porque no tenía ningún sitio mejor al que ir.

– ¿Cuándo fue la última vez que vio a Katie Marcus? -preguntó Whitey a Brendan.

– La mató Bobby, ¿verdad? -declaró Brendan.

– ¿Bobby O´Donnell? -preguntó Whitey.

– Sí.

Brendan manoseaba la superficie de la mesa. Parecía encontrarse en estado de shock. Hablaba con un tono de voz monótono, pero de repente respiraba con brusquedad y el lado derecho del rostro se le fruncía como si alguien le estuviera apuñalando el ojo.

– ¿Qué le hace pensar eso? -preguntó Sean.

– Ella le tenía miedo. Había salido con él, y ella siempre decía que si se enteraba de lo nuestro, nos mataría a los dos.

En ese momento Sean echó un vistazo a la madre, suponiendo que ésta reaccionaría de alguna manera, pero siguió fumando, expulsando bocanadas de humo y envolviendo toda la mesa en una nube de color gris.

– Parece ser que Bobby tiene una coartada -apuntó Whitey-. ¿Y tu, Brendan?

– Yo no la maté -respondió Brendan, con cierto atontamiento-. No sería capaz de hacer daño a Katie. Nunca.

– Bien, volvamos a ello -insistió Whitey-. ¿Cuándo fue la última vez que la viste?

– El viernes por la noche.

– ¿A qué hora?

– No sé, a eso de las ocho.

– ¿A las ocho, o a eso de las ocho, Brendan?

– No lo sé. -Brendan tenía el rostro retorcido por una ansiedad que Sean, al otro lado de la mesa, percibía. Apretaba las manos con fuerza y se balanceaba un poco en la silla-. Sí, a las ocho. Nos tomamos un par de copas en Hi-Fi, ¿de acuerdo? Y después… ella tenía que marcharse.

Whitey apuntó «Hi-Fi, 20:00, viernes» en su libreta, y le preguntó:

– ¿Adónde tenía que ir?

– No lo sé -contestó Brendan.

La madre estrujó otro cigarrillo sobre el montón que había erigido en el cenicero; uno de los cigarrillos apagados se prendió y una espiral de humo se elevó del montón y serpenteó hasta la ventana derecha de la nariz de Sean. Esther Harris se encendió otro cigarrillo de inmediato y Sean se hizo una imagen mental de sus pulmones: rugosos y negros como el ébano.

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[9] Serie televisiva que empezó a emitirse en 1952. Los cuatro personajes principales estaban interpretados por Jackie Gleason, Art Carney, Audrey Meadows y Joyce Randolph. (N. de la T.)