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28

Los miembros de seguridad se llevaron el cadáver de Cleo mientras Negro Grande y su hermano conducían a los consternados pacientes al comedor para el desayuno. Lo último que Francis vio de la emperatriz de Egipto fue un bulto metido en una bolsa negra para cadáveres que desaparecía por la puerta principal. Pasados unos instantes, Francis se encontró ante un plato desabrido con una tostada que chorreaba un jarabe pegajoso e insípido mientras intentaba analizar lo que había pasado durante la noche. Peter se sentó en la misma mesa. Parecía de muy mal humor, y se dedicó a remover el plato. Noticiero se acercó y empezó a decir algo.

– Ya sé cuál es el titular de hoy -lo atajó el Bombero-. «Paciente muere en un hospital. A nadie le importa un comino.»

Noticiero hizo un puchero y se marchó a una mesa vacía. Francis pensó que Peter se equivocaba, porque había varias personas conmocionadas por la muerte de Cleo. Miró alrededor como para señalárselas, pero entonces vio al hombretón retrasado, que tenía problemas para cortar la tostada en trozos. En otra mesa había tres mujeres que hablaban consigo mismas, indiferentes a la comida e indiferentes unas a otras.

Otro hombre retrasado observaba a Francis con ceño, de modo que éste volvió a mirar a Peter.

– Peter -preguntó-, ¿qué crees que le pasó a Cleo?

El Bombero sacudió la cabeza.

– Todo lo que podía salir mal, salió mal -afirmó-. Le pasaba algo, ¿sabes? Algo que provocó un cortocircuito o un desgaste de todas las cosas que tienen que conectarse y mantenernos equilibrados, y nadie lo vio o hizo nada por impedirlo. Y ahí lo tienes. Cleo ya no está. ¡Zas! Como un truco de magia en un escenario. Evans debería haber visto algo. Quizá los Moses, las enfermeras Caray o Bonita, o tal vez incluso yo. Igual que con Larguirucho, cuando el asesinato de Rubita. Sentía un montón de cosas en la cabeza; martilleos, bulldozers, excavadoras, como obras en la carretera, salvo que nadie se dio cuenta. Y cuando prestan atención, es demasiado tarde.

– ¿Crees que se suicidó?

– Por supuesto -respondió Peter.

– Pero Lucy dijo…

– Lucy estaba equivocada. Tomapastillas tenía razón. No había indicios de violencia. Y el pulgar mutilado… Bueno, es probable que fuera una manifestación de su locura. Algún delirio de lo más extraño. Puede que cortarse el pulgar tuviera alguna lógica demencial para ella en el último momento. Nunca lo sabremos exactamente.

– ¿Examinaste realmente ese pulgar? -dijo Francis tras tragar saliva.

El Bombero sacudió la cabeza.

– Cleo me caía bien -dijo-. Tenía personalidad. Carácter. No era vacua, como tantos pacientes. Ojalá hubiera podido meterme en su cabeza un segundo y ver qué sentido tenía todo para ella. Tenía alguna lógica retorcida y propia. Algo que ver con Shakespeare, Egipto y todo eso. Ella era su propio teatro, ¿no es así? Supongo que debería haber estado sobre un escenario. O tal vez convertía todo lo que la rodeaba en su escenario. Puede que ése sea su mejor epitafio.

Francis vio cómo los pensamientos de Peter se arremolinaban, como zarandeados de un lado a otro por vientos huracanados. En ese momento no pudo reconocer en él al investigador de incendios provocados. Siguió haciéndole preguntas en voz baja.

– No parecía la clase de persona que se suicidaría, en especial después de mutilarse.

– Cierto -contestó Peter y suspiró-. Pero nadie parece la clase de persona que se suicidaría hasta que lo hace, y entonces, de repente, todo el mundo que la conocía asiente con la cabeza y asegura: «Por supuesto que sí.» Y parece muy evidente. -Sacudió la cabeza-. Tengo que largarme de aquí, Pajarillo -prosiguió. Y, tras inspirar a fondo, rectificó-: Tenemos que largarnos de aquí. -Levantó los ojos y adivinó algo en el rostro de su amigo-. ¿Qué pasa? -preguntó tras una pausa.

– Estuvo ahí -susurró Francis.

– ¿Quién? -Peter se inclinó hacia delante con el entrecejo fruncido.

– El ángel.

– A mí no me lo parece…

– Lo estuvo -susurró Francis-. La otra noche estuvo junto a mi cama diciéndome lo fácil que sería matarme, y esta noche estuvo ahí, con Cleo. Está en todas partes, sólo que no podemos verlo. Está detrás de todo lo que ha pasado, en Amherst, y estará detrás de lo que pase a continuación. ¿Cleo se suicidó? Supongo que sí. Pero ¿quién le abrió las puertas?

– ¿Las puertas…?

– Alguien abrió la puerta del dormitorio de las mujeres. Y alguien se aseguró de que la puerta de la escalera no estuviera cerrada con llave. Y alguien la ayudó a pasar por delante del puesto de enfermería sin ser vista…

– Vaya -comentó Peter-, es una buena observación. De hecho, varias buenas observaciones… -Reflexionó antes de añadir-: Tienes razón sobre una cosa, Pajarillo. Alguien abrió algunas puertas. Pero ¿cómo estar seguro de que fue el ángel?

– Puedo verlo -respondió Francis en voz baja.

Peter pareció algo perplejo.

– De acuerdo -dijo-. ¿Qué ves?

– Cómo pasó. Más o menos.

– Sigue.

– La sábana. La que formaba la soga…

– ¿Sí?

– La cama de Cleo estaba intacta. Todavía tenía puestas las sábanas.

Peter no dijo nada.

– Y el pulgar…

El Bombero asintió para animarlo.

– El pulgar no cayó directamente al suelo. Alguien lo movió varios centímetros. Y, si Cleo se lo hubiera cortado ella misma, bueno, tendríamos que haber encontrado algo, unas tijeras, un cuchillo o algo, ahí mismo. Y si la mutilación se hizo en otro sitio, tendría que haber habido sangre, un rastro que condujera hasta la escalera. Pero no lo había. Sólo el charco bajo su cadáver. -Inspiró hondo otra vez-. Puedo verlo -añadió en un susurro. Peter estaba boquiabierto, a punto de replicar, cuando Negro Chico se acercó a ellos. Señaló con el índice a Peter y soltó:

– Vamos. El gran jefe quiere que vayas a verlo ahora mismo.

Peter pareció debatirse entre las preguntas que quería hacer a Francis y la impaciencia que rezumaba el auxiliar.

– Pajarillo, guarda tus opiniones en secreto hasta que yo vuelva, ¿vale? -dijo por fin, y añadió-: No permitas que nadie piense que estás más loco de lo que estás. Espérame, ¿entendido?

Francis asintió. Peter dejó la bandeja en la zona de recogida y se marchó tras el auxiliar. Francis permaneció un momento en su asiento, solo en medio del comedor. Se oía un bullicio constante: el sonido de los platos y cubiertos, risas, gritos y alguien que coreaba desafinando la música lejana de una radio situada en la cocina. Una mañana corriente. Pero, cuando se levantó, incapaz de dar otro bocado a la tostada, vio que el señor del Mal lo observaba desde el rincón. Y cuando cruzó el comedor tuvo la sensación de que había más ojos pendientes de él. Fue a volverse para ver quién lo vigilaba, pero decidió no hacerlo. No estaba seguro de querer saber quién era el que espiaba sus movimientos. Se preguntó si la muerte de Cleo habría impedido que pasara algo. ¿Acaso lo que estaba planeado para esa noche era su propio asesinato, y sólo se había malogrado porque se había presentado otra oportunidad? Apretó el paso.

Cuando Peter, acompañado por Negro Chico, entró en la sala de espera del doctor Gulptilil, oyó la aguda voz del psiquiatra. En su despacho, el médico gritaba lleno de frustración y de una rabia apenas contenida. El auxiliar había puesto a Peter las esposas, pero no los grilletes, para su recorrido por los terrenos del hospital, de modo que éste se consideraba un prisionero parcial. La señorita Deliciosa, tras su mesa, se limitó a dirigir una mirada a Peter y señalar con la cabeza el sofá. Peter procuró escuchar qué era lo que tenía tan alterado a Tomapastillas, porque le sería más fácil tratar con él si estaba manso que si estaba furioso. Pasado un segundo se percató de que su ira iba dirigida a Lucy, y eso lo sobresaltó.

Su primer impulso fue levantarse e irrumpir en el despacho del médico, pero se contuvo y respiró hondo.