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– Exacto -corroboró Lucy-. Si obtenemos un perfil del hombre que estamos buscando, veremos las cosas con claridad. -Se volvió hacia Francis-: Pajarillo, necesitaré tu ayuda.

– ¿Qué necesita? -preguntó Francis, ansioso.

– Creo que no conozco la locura.

Francis pareció confundido y Lucy sonrió.

– No me malinterpretes -aclaró-. Conozco el lenguaje psiquiátrico, los criterios de diagnóstico, los tratamientos y el material bibliográfico. Pero no sé cómo se ve desde dentro, al mirar hacia fuera. Tú podrías ayudarme en eso. Necesito saber quién podría haber cometido estos crímenes y será difícil encontrar pruebas consistentes.

– De acuerdo… -dijo Francis, a pesar de no estar seguro.

Peter asentía con la cabeza, como si viese algo que fuera evidente para él y tuviera que serlo para Lucy, pero que Francis no captaba.

– Estoy seguro de que puede hacerlo. Posee un talento innato. ¿Verdad que podrás, Pajarillo?

– Lo intentaré.

En una parte muy profunda de su ser oía un murmullo, como si hubiera estallado una discusión entre su población interior hasta que, por fin, distinguió a una de las voces: Cuéntaselo. No pasa nada. Diles lo que sabes. Dudó un instante y habló con la sensación de ser una marioneta:

– Hay algo que deberían tener en cuenta.

Lucy y Peter lo miraron como si les sorprendiera que aportara algo a la conversación.

– ¿Qué? -preguntó la fiscal.

– Peter tiene razón en eso de que el asesino tiene que ser fuerte -asintió en dirección a su amigo-. Y también en que no hay muchas personas así en el hospital. Imagino que eso es lógico, pero no del todo. Si el ángel oía voces que le ordenaban atacar a Rubita y a esas otras mujeres… bueno, no es imprescindible que sea tan fuerte como sugiere Peter. Cuando las voces te dicen que hagas algo, te lo gritan con insistencia machacona, el dolor, la dificultad, la fuerza, todo es secundario. Simplemente haces lo que te exigen. Te superas. Si una voz te ordena que levantes un coche o una roca, lo haces, o te matas intentándolo. El asesino podría ser casi cualquiera, porque encontraría la fuerza necesaria. Las voces le ayudarían a encontrarla. -Se detuvo y oyó un eco profundo en su interior: Eso es. Muy bien, Francis.

Peter lo contempló y esbozó una sonrisa. Le dio un golpecito amistoso en el brazo. Lucy también sonrió, y soltó un largo suspiro.

– Lo tendré en cuenta, Francis. Gracias. Tal vez tengas razón. Eso demuestra que no se trata de una investigación corriente. Las pautas son distintas aquí dentro, ¿verdad?

Francis se sintió satisfecho de haber aportado algo.

– Y también aquí dentro -concluyó señalándose la frente.

– Lo tendré en cuenta -aseguró Lucy, y le tocó el brazo-. Bueno, necesito que hagáis otra cosa por mí-añadió.

– Lo que sea -dijo Peter.

– Evans sugirió que hay formas de ir de un edificio a otro por la noche sin que los de seguridad te vean. Podría preguntarle a qué se refiere exactamente, pero me gustaría implicarlo lo menos posible…

– Comprendo -aseguró Peter con rapidez, quizá demasiada, porque Lucy le lanzó una mirada intensa.

– Tal vez podríais investigarlo entre los pacientes. Quién conoce la forma de ir de aquí para allá. Cómo se hace. Qué riesgos hay. Y quién querría hacerlo.

– ¿Cree que el ángel vino de otro edificio?

– Quiero averiguar si pudo hacerlo.

– Comprendo -repitió Peter-. Averiguaremos lo que podamos -añadió tras una breve pausa.

– Perfecto -dijo Lucy-. Voy a ver al doctor Gulptilil para comprobar las fechas con más detalle. Le pediré que me acompañe a las demás unidades para obtener una lista de nombres probables en cada una de ellas.

– Podría eliminar también a los que padecen retraso mental profundo -sugirió Peter-. Eso reducirá el campo.

– Tienes razón-asintió Lucy-. Nos reuniremos en mi despacho antes de cenar y compararemos notas.

Se volvió y se alejó con brío por el pasillo. Francis observó cómo los pacientes que deambulaban se apartaban a su paso. Tal vez la temiesen, porque ella estaba cuerda y ellos no. Además, ella representaba algo extraño, una persona con una existencia más allá de esas paredes. Pensó que lo más paradójico de ver a alguien como ella en el hospital era que introducía una sensación de inseguridad en el mundo alucinado en que los pacientes vivían. Había muy pocos en ese edificio a los que les gustara la alteración que Lucy provocaba en su mundo. En el Hospital Estatal Western, los pacientes y el personal se aferraban a la rutina, porque era la única forma de mantener a raya las terribles fuerzas interiores latentes. Por eso había tantos que se pasaban ahí años. Sacudió la cabeza. Allí todo estaba del revés. El hospital era un sitio lleno de riesgos, una fuente de conflicto, rabia y locura en constante ebullición; sin embargo, los pacientes lo consideraban menos aterrador que el mundo exterior. Lucy era el exterior.

Francis advirtió que Peter también observaba la marcha de la fiscal. Notó cierta frustración en su rostro, una frustración debida a su encierro. Francis pensó que ella y el Bombero eran iguales en algo: ése no era su sitio. No estaba seguro de que fuera también su caso.

– Será peliagudo, Pajarillo -comentó Peter, y meneó la cabeza.

– ¿Qué quieres decir?

– Bueno, Lucy cree que no es nada difícil, sólo algo para mantenernos ocupados y concentrados. Pero es un poco más que eso.

Francis lo miró esperando que se lo explicase.

– En cuanto empecemos a hacer la pregunta de Lucy, alguien se enterará de nuestra curiosidad. Se correrá la voz y, tarde o temprano, lo oirá alguien que sabe cómo ir de un edificio a otro al anochecer, cuando se supone que todo el mundo está encerrado, medicado y dormido. Ésa es la persona que buscamos. Es inevitable. Y eso nos volverá vulnerables. -Peter inspiró hondo y soltó el aire despacio-. Piénsalo un segundo -comentó entre dientes-. Vivimos en unidades independientes repartidas por los terrenos del hospital. En ellas comemos, vamos a las sesiones, nos distraemos, dormimos. Y todas las unidades son iguales. Pequeños mundos contenidos en un mundo más grande. Con muy poco contacto entre cada unidad. Tu hermano podría estar en el edificio de al lado sin que tú lo supieras, cono. Así pues, ¿por qué querría alguien acceder a otro sitio que es exactamente igual al suyo? No puede decirse que seamos un puñado de gángsteres del tres al cuarto cumpliendo cadena perpetua e intentado averiguar cómo escapar. Aquí nadie piensa en huir, por lo menos que yo sepa. Así que la única razón que alguien podría tener para querer ir a otro edificio

a que estamos investigando. Y cada vez que hagamos una pregunta que pueda indicar al ángel que tenemos una pista que podría conducir hasta él… -Peter dudó-. No sé si ha matado a algún hombre. Puede que sólo a esas mujeres… -Su voz se fue apagando.

Esa tarde, Negro Grande y la enfermera Caray organizaron un ejercicio de pintura en sustitución de la habitual sesión en grupo del señor del Mal. No explicaron dónde estaba Evans, y Lucy tampoco se encontraba allí. Los doce miembros del grupo recibieron unas grandes hojas blancas de papel grueso y rugoso. A continuación los situaron alrededor de la mesa y les dieron a. elegir entre acuarelas y lápices de colores.

Peter se mostró receloso, pero a Francis le gustó hacer eso en lugar de participar en una sesión concebida para recalcar su locura y contrastarla con la cordura de Evans, como si ése fuese el único objetivo de las sesiones del grupo. La mayoría parecía coincidir con Francis y estar acostumbrados a esta clase de modificación favorable de la rutina. Era probable que no fuera la primera vez que los reunían de ese modo. Pusieron las hojas delante de ellos, tomaron los lápices o un pincel, y aguardaron como conductores de carreras a la espera de la orden de salida. Cleo tenía una expresión ansiosa, como si ya supiese qué quería dibujar, y Napoleón tarareaba una tonadilla marcial mientras contemplaba su hoja y frotaba el borde con los dedos.