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Tomé el teléfono y marqué el número del estudio fotográfico. Pedí hablar con Porter y, momentos después, éste se puso al aparato.

– Muy buenas fotos -lo felicité.

– Gracias. Tenía mucho material bueno. No utilizaron la del cadáver en la bolsa, como yo pensaba. Pero estuvieron a punto. Pensaban aprovecharla hasta que vieron el retrato que nos dio la madre. De todos modos, el tema se prestaba para sacar buenas fotos, y también para escribir una buena crónica.

– Es verdad.

– Y bien -dijo-, ¿qué vendrá ahora? ¿Tienes alguna continuación en mente?

– Aún no lo sé. Hablaré con Nolan.

– Bueno, si necesitas fotografías, llámame. Me gustaría seguir en este caso, de ser posible.

– Te avisaré -le aseguré y colgué el auricular.

A continuación eché un vistazo al Post. Ellos también habían publicado la noticia en primera página, pero con menos detalles que nosotros. Habían hablado con uno de los vecinos adolescentes que habían visto a la muchacha esa noche. El chico declaró que ella estaba caminando sola por la calle. En realidad, eso no significaba gran cosa, pero la manera en que lo habían escrito daba a entender que nadie la había visto después de eso y que por tanto la habían raptado durante ese paseo nocturno. Era un texto hábilmente redactado que creaba una ilusión de conocimiento donde no lo había. Advertí asimismo que no habían incluido ninguna fotografía de la muchacha; sólo una del personal de rescate transportando el cadáver en la bolsa. Además, se habían visto obligados a entrevistar a los Allen, los vecinos a quienes habíamos llamado.

Cerré el periódico con una sonrisa de satisfacción. Quienes nos dedicamos al negocio de la información experimentamos cierto placer, mezcla de perversidad y orgullo, cuando le sacamos ventaja a la competencia. Los resultados son muy claros e inmediatos.

Volví a descolgar el auricular para poner manos a la obra. Valdría la pena hablar con los detectives antes que con Nolan, al menos para tener alguna idea de qué hacer. Una voz respondió:

– Homicidios.

– Quiero hablar con Martínez -dije-. Soy Anderson, del Journal.

Oí el tono que indicaba que la llamada había sido transferida y luego la voz de Martínez.

– Es un gran día para el mundo de la prensa -dijo-. Ya puedo ver los titulares: «Periodista del Journal salta a la fama y consigue empleo en el New York Times.» -Se rió.

– Yo jamás os abandonaría, muchachos -repuse-. Si no fuera por todos vosotros, ¿de dónde sacaría la información?

– La inventarías. Ya lo haces. -Soltó otra carcajada.

– Touché.

– Y bien, ¿qué puedo hacer por ti? Oye, creo que has hecho un buen trabajo. Hasta Wilson lo cree, aunque no lo admita. Todavía está bastante furioso por todo esto.

– ¿Qué novedades hay? -pregunté-. Necesito una continuación.

– Bien -respondió Martínez-, esta mañana tendremos el informe de la autopsia, y los de balística dicen que pronto presentarán un dictamen preliminar. Además de eso, lo único que tenemos planeado es una pesquisa entre el vecindario. Trabajo de rutina, para averiguar si alguien la vio subir a un automóvil o vio algún sospechoso por la zona. Hablaremos con algunos de los amigos de la chica. Será una tarea monótona, nada emocionante como lo que esperan vuestros lectores.

– ¿Cuánto tiempo os llevará?

– Tal vez todo el día. Habrá mucha presión sobre Wilson y sobre mí para que atrapemos a ese tipo, pero dudo que lo consigamos. Por supuesto, te pido que no publiques esto. Tenemos algunas teorías, principalmente la de que el sujeto está loco. No quiero hablar demasiado de eso.

– Está bien -dije-. Es temprano para mí. Volveré a llamarte esta tarde, ¿de acuerdo?

– Está bien. El forense dará a conocer los resultados de la autopsia. No creo que haya nada en ella que deba ser confidencial. De todos modos, él nos lo dirá.

Colgué el teléfono y revisé las notas que había tomado de la conversación. «Un loco -pensé-. Tal vez podamos hacer un artículo sobre eso.»

Recogí la pila de papeles y me dirigí a la oficina de Nolan. Lo encontré hablando por teléfono con otro periodista, el enviado a los tribunales, discutiendo la cobertura de un juicio. Minutos más tarde, se volvió hacia mí.

– Ese cabrón no cree que ese juicio por asesinato valga la pena. Lo más irritante es que tiene razón, porque sabe mucho más al respecto que yo. Bien, hiciste un buen trabajo ayer, pero no nos durmamos en los laureles. Como dicen por allí, ¿qué has hecho hoy por mí?

Sonreí.

– Hoy tendremos los informes de la autopsia y de balística. Martínez dice que saldrán a interrogar a los vecinos. No espera muchos resultados.

– Tal vez nosotros deberíamos hacer lo mismo.

– Hace calor -protesté-. Si mi madre hubiese querido que fuese vendedor ambulante, me habría dado una enciclopedia.

Nolan rió.

– Esta mañana me he tomado unas píldoras de crueldad, junto con mi dosis habitual de sadismo y una inyección de mal humor. Sugiéreme una alternativa mejor, antes de que haga algo desconsiderado como enviarte allí afuera.

– Bueno -dije-, Martínez cree que el asesino puede ser una especie de chiflado. Un maníaco sexual, supongo. Podría entrevistar a algunos de los psiquiatras forenses de los tribunales para ver qué opinan ellos.

– Buena idea, pero creo que aún no tenemos suficiente información para proporcionarles. Podrías llamar a algunos y concertar una cita para mañana o más adelante. Entonces sabremos un poco más y las aguas estarán un poco más tranquilas. Luego dirígete al barrio de la chica y llama a algunas puertas. Observa la reacción de la gente. Fíjate en si están comprando perros de defensa, detalles por el estilo.

– El miedo cunde -dije.

Nolan soltó una risotada.

– Así es. El miedo cunde en un barrio tranquilo a raíz del asesinato de la muchacha. Admito que es un tópico periodístico, pero sigue siendo buen material para un artículo, por más que se escriba al respecto. Además, así mantendremos la historia en primera plana un día más. Llévate a un fotógrafo.

Esperé fuera a que Porter trajese el automóvil. El edificio del Journal estaba justo enfrente de la bahía. Permanecí allí de pie, dejándome acariciar por la cálida brisa que agitaba ligeramente las aguas. El azul pálido del mar prácticamente se confundía con el del cielo, y por un momento me sentí suspendido entre ambos. Noté que el calor me envolvía como una capa de niebla. Oí la bocina de un automóvil, me volví y vi al fotógrafo.

– Aquí estamos, de nuevo en la brecha -dijo. Con un gruñido, me acomodé en el asiento, con la frente ya empapada en sudor.

Pasamos delante de la casa de la muchacha asesinada. Las cortinas de las ventanas estaban corridas, y la puerta cerrada. No percibí la menor señal de actividad, pero me percaté de que había varios vehículos en el camino particular. «Amigos -pensé-, tal vez los hermanos de la chica, todos reunidos por la muerte.»

Aparcamos en esa calle. Avisté a dos muchachitas que caminaban por la acera y me acerqué a ellas, seguido por Porter.

– ¿Es usted un periodista de verdad? -preguntó una de ellas.

Yo sonreí y le enseñé mi identificación. La muchacha clavó la mirada en ella y luego en mí.

– No es una buena foto -señaló.

Su amiga se inclinó y observó la fotografía sin decir palabra.

– ¿Conocíais a la víctima? -pregunté.

– Oh, claro que sí -respondió la primera muchacha, mientras su amiga asentía con la cabeza-. Todo el vecindario la conocía. Era muy popular.

– ¿Erais compañeras de clase?

– No, ella iba un curso por delante -intervino finalmente la segunda joven-. Pero siempre la veíamos.

– Y vosotras ¿no tenéis miedo? Es decir, estáis paseando por aquí como si nada hubiese ocurrido. ¿Qué pensáis?

Las dos se miraron. Parecían mellizas con sus tejanos recortados y sus camisetas. Ambas lucían melenas que les llegaban hasta los hombros y parecían incapaces de hablar sin mover las manos, fruncir los labios o sonreír para recalcar sus palabras.