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– Steven -Wheeler asió a Randall del brazo para que le prestara atención-. ¿Cuántas copias del comunicado fueron distribuidas?

– ¿Cuántas? Pues creo que diecinueve.

– ¿A quiénes se las envió? -inquirió Wheeler.

– Bueno, no tengo la lista a mano. Pero a todos los aquí presentes…

– Somos sólo siete -dijo Wheeler-. ¿Qué hay con las otras doce copias?

– Déjeme pensar…

En ese instante habló Naomí:

– Yo tengo la lista. La recogí por si acaso ustedes quisieran los nombres.

– Léala -dijo Wheeler-; los nombres de los que no están presentes en esta sala.

Leyendo de una hoja de papel, Naomí pronunció los nombres:

– Jeffries, Riccardi, Sobrier, Trautmann, Zachery, Kremer, Groat, O'Neal, Cunningham, Alexander, De Boer, Taylor. Doce más siete presentes, suman 19 en total.

Sir Trevor Young sacudió la cabeza.

– Increíble. El personal con el más alto grado de seguridad. Señor Randall, ¿no habremos pasado por alto a alguien? ¿Transmitió usted oralmente la información del memorándum a alguna otra persona?

– ¿Oralmente? -Randall frunció el ceño-. Bueno, claro. Lori Cook, siendo mi secretaria, sabía que estábamos gestionando los permisos del palacio real y el Intelsat, pero, por supuesto, ella nunca vio el memorándum. Ah, sí, también se lo mencioné a Ángela Monti, que se encuentra aquí en representación de su padre…

El doctor Deichhardt, asomándose a través de sus anteojos sin arillos, preguntó al inspector Heldering:

– ¿Se certificó la seguridad total de la señorita Monti?

– Completamente -respondió el inspector-. No hay problema. Todos los que han sido nombrados aquí han sido investigados y son dignos de toda la confianza.

– Y también estoy yo -dijo Randall suavemente-. Aunque… yo redacté el memorándum.

El doctor Deichhardt emitió un gruñido.

– Veintiuno, exceptuando a la señorita Cook, que está en el hospital -dijo-. Son veintiuna personas, y nadie más, las que han leído o escuchado el contenido de este mensaje confidencial. Y todos son dignos de confianza. Estoy desconcertado.

– ¿Por qué? -preguntó Randall un poco irritado.

El doctor Deichhardt tamborileaba con los dedos sobre la mesa.

– Por el hecho, señor Randall, de que precisamente tres horas después de que usted envió el memorándum confidencial, esta mañana, el contenido estaba en manos del reverendo… el dominee Maertin de Vroome, Hervormd Predikant… pastor de la Westerkerk, la cual forma parte de la Iglesia Reformista Holandesa. Él es, además, el líder del MCRR… el Movimiento Cristiano Reformista Radical en todo el mundo.

Randall se enderezó sobre su silla, con los ojos bien abiertos. Estaba totalmente estupefacto.

– ¿De Vroome… se apoderó de nuestro memorándum confidencial?

– Exactamente -contestó el editor alemán.

– Pero, ¡esto es imposible!

– Imposible o no, Steven, lo obtuvo -dijo Wheeler-. De Vroome se ha enterado del lugar, el sistema y la fecha del gran acontecimiento.

– ¿Cómo sabe usted que él lo sabe? -inquirió Randall.

– Porque, así como el reverendo De Vroome ha penetrado nuestra seguridad, nosotros hemos logrado abrirnos paso hacia la de él. Ahora tenemos un informador dentro del movimiento que se está ostentando como…

El inspector Heldering se levantó de su silla meneando un dedo.

– Cuidado, cuidado, señor profesor.

El doctor Deichhardt asintió con la cabeza al jefe de seguridad del proyecto, y se dirigió nuevamente a Randall.

– Los detalles están sobrando. Tenemos a alguien dentro del MCRR, y hace unas cuantas horas me llamó por teléfono para informarse de los datos del mensaje confidencial que el propio De Vroome había enviado a su jefatura. Me lo dictó por teléfono. ¿Desea verlo? Aquí está.

Randall tomó la hoja de papel blanco de manos del editor alemán y la leyó cuidadosamente:

«Querido Hermano de la Causa:

»Le informo, confidencialmente, que el consorcio ortodoxo anunciará sus descubrimientos y la nueva Biblia desde la sala de ceremonias del palacio real de Amsterdam, y lo televisará a través del satélite de comunicaciones Intelsat, el viernes 12 de julio. Los preparativos para este acontecimiento están en marcha. Pronto se le informará a usted acerca de una junta que se llevará a cabo en la Westerkerk. Para entonces tendremos en nuestro poder un ejemplar de la edición anticipada de esa Biblia. En dicha junta discutiremos nuestro propio anuncio ante la Prensa mundial, el mismo que daremos a conocer dos días antes que ellos. Haremos algo más que mitigar su propaganda. Los destruiremos y los acallaremos para siempre.

»En el nombre del Padre, del Hijo y del Futuro de Nuestra Fe,

»DOMINEE MAERTIN DE VROOME.»

Con mano temblorosa, Randall devolvió la hoja al doctor Deichhardt.

– ¿Cómo se habrá enterado? -Randall preguntó, casi para sí mismo.

– Ése es el asunto -dijo Deichhardt.

– ¿Y qué es lo que van a hacer? -Randall quiso saber.

– Ése es el otro asunto -dijo el doctor Deichhardt-. En cuanto a este asunto, ya hemos decidido cuál será nuestro primera paso. Puesto que el reverendo De Vroome está enterado de la fecha de nuestro anuncio, hemos resuelto anticiparla y guardar la nueva en secreto entre los aquí presentes (incluyendo a algunos más, como Hennig) hasta el último momento. Hemos modificado la fecha de la conferencia de Prensa del viernes 12 de julio, al lunes 8 de julio; cuatro días antes. Usted podrá, sin duda, hacer nuevos arreglos para las reservaciones del palacio real y la transmisión vía satélite.

Randall se movió intranquilamente en su silla.

– Eso no me preocupa. Se hará. Lo que me inquieta es la escasez de tiempo que afrontará mi departamento. Sólo me están dando dos semanas y tres días, a partir de mañana, para preparar la campaña publicitaria más completa y ambiciosa de nuestros tiempos. Yo no sé si podrá llevarse a cabo.

– Si uno es creyente, cualquier cosa puede hacerse -dijo el señor Gayda-. La fe mueve montañas.

– O para el no creyente -dijo el señor Fontaine, rompiendo su prolongado silencio-, una bonificación o sobresueldo en efectivo podría servir como mejor incentivo que la fe.

– No necesito una bonificación para mí o para mi personal -interrumpió Randall-. Necesito lo que aparentemente no me pueden dar… tiempo -encogió los hombros y prosiguió-: Está bien, dos semanas y media.

– Excelente -dijo el doctor Deichhardt-. Otra de las razones por las cuales hemos adelantado nuestro anuncio, además de ganarle a De Vroome, es la de estrechar el lapso durante el cual algo podría salir mal. Otra fuga de información acerca de nuestro progreso podría ocurrir. Señor Randall, ya hemos notificado al señor Hennig acerca del cambio y de la necesidad de tener aquí algunos ejemplares encuadernados de la Biblia antes de la fecha prevista. Él los entregará a tiempo, por lo que los miembros del personal de usted tendrán la oportunidad adecuada para leer a Petronio y a Santiago y preparar su trabajo. Pero, al hacer esto, nos expondremos al peligro fundamental. Usted ha leído ya el mensaje del reverendo De Vroome. Él ha prometido a sus seguidores que tendrá en su poder un ejemplar de nuestro Nuevo Testamento Internacional, antes de que nosotros podamos hacerlo llegar al público. Tal parece que De Vroome está arrogantemente seguro de conseguirlo, y es evidente que él espera que el mismo traidor que le proporcionó nuestro memorándum confidencial, pronto le entregará también nuestro Libro de Libros. Esto nos lleva a dos cuestiones. ¿Cómo se apoderó De Vroome del mensaje? Y, ¿en qué forma obtendrá nuestra Biblia? En resumen, ¿quién de nosotros es el traidor?

– Sí, ¿quién es el maldito Judas Iscariote en este edificio? -exclamó Wheeler-. ¿Quién nos está vendiendo a Satanás a cambio de treinta miserables monedas de plata?

– Y, ¿cómo lo vamos a atrapar -dijo el doctor Deichhardt- antes de que ayude a destruirnos?