– Fantástico -dijo Randall, acercando su silla a la del editor-. Sin embargo, George, todavía no me ha dejado usted penetrar completamente en el secreto. Lo poco que me reveló durante nuestra primera entrevista fue obviamente suficiente para hacerme dejar todo a un lado y acompañarle en este viaje. Ahora quisiera que me dijera el resto.
Wheeler asintió con un gesto de comprensión.
– Por supuesto que sí, todo se le dirá -levantando el dedo índice, Wheeler continuó-; pero aún no, Steven. En Amsterdam hemos reservado una prueba de galeradas para usted. Una vez que lleguemos, leerá el Evangelio según Santiago y los materiales acotados del Pergamino de Petronio en su totalidad. Yo preferiría no estropearle esa primera lectura, filtrándole trozos y pizcas. Espero que no le moleste.
– Sí me molesta, pero supongo que puedo esperar unos cuantos días. Cuando menos dígame esto…, ¿Qué apariencia tenía Jesús?
– Le aseguro que no fue la que representaron Da Vinci, Tintoretto, Raphael, Vermeer, Veronese o Rembrandt. Tampoco tenía la figura que aparece en esas cruces religiosas que venden en las tiendas y que están colgadas en millones de hogares en todo el mundo. Santiago, Su hermano, lo conoció como hombre, no como martirizado ídolo de matinée -Wheeler sonrió-. Paciencia, Steven…
– Lo que continúa obsesionándome -interrumpió Randall- es lo que usted me dijo acerca de que Jesús había sobrevivido a la Crucifixión. ¿Es una conjetura?
– Definitivamente no -dijo Wheeler enfáticamente-. Santiago fue testigo del hecho de que Jesús no murió en la cruz y no ascendió a los cielos (cuando menos no en el año 30 A. D.), sino que siguió viviendo para continuar Su trabajo misionero. Santiago da evidencia concreta como testigo ocular de la huida de Jesús de Palestina…
– ¿Adónde fue?
– A Cesárea, Damasco, Antioquía, Chipre y, eventualmente, a la misma Roma.
– Eso todavía me parece difícil de creer. Jesús en Roma. Es increíble…
– Steven, usted creerá; no tendrá dudas -dijo Wheeler con convicción- Una vez que vea con sus propios ojos la evidencia autentificada, nunca más volverá a desconfiar.
– ¿Y después de Roma? -inquirió Randall-. Él tenía unos cincuenta y cuatro años de edad cuando estuvo en Roma. ¿Adónde fue después de allí? ¿Dónde y cuándo murió?
Abruptamente, Wheeler levantó de la silla su enorme corpulencia.
– Usted conocerá las respuestas en Amsterdam… En Resurrección Dos, en Amsterdam -prometió Wheeler. El editor hizo con la mano un saludo hacia la puerta-. Ahí está la señorita Nicholson. Yo creo que es hora de suspender esto para ir a almorzar. Ya nos están llamando.
Ése había sido el segundo día a bordo; lo que Randall recordaba. Y aquí estaba él, en la cama, en el quinto y último día completo sobre el S. S. France.
Steven oyó la voz de Darlene que llegaba desde la sala adjunta.
– Steven, ¿estás levantado? ¡El desayuno está aquí!
Randall se incorporó. Todavía le quedaban por ver tres de los programas diarios del barco.
EVENTS DU JOUR
DOMINGO, JUNIO 9
Ése había sido el tercer día y, por insistencia de George L. Wheeler, un día de descanso. A las 11 A. M., Wheeler, Naomí y Darlene habían concurrido al oficio protestante en el teatro del barco. Randall había evitado asistir a «Su Lección de Francés» en el Salón Riviera. Luego habían tomado juntos un prolongado almuerzo en el Comedor Chambord, el gigantesco restaurante del buque. Por la tarde había habido bridge, degustación de vinos, cócteles en el Cabaret de l'Atlantique y, después de la cena, en el Salón Fontainebleau, el más importante, situado en medio del navío, baile y juegos de carreras de caballos.
EVENTS DU JOUR
LUNES, JUNIO 10
Ése había sido el cuarto día; ayer. Horas de preguntas y respuestas con Wheeler y Naomí Dunn, a manera de doctrina, acerca de cómo las anteriores nuevas Biblias, desde la Versión del Rey Jaime hasta la moderna Versión Común Revisada, habían sido preparadas, para comprender cómo el Nuevo Testamento Internacional había sido y estaba siendo elaborado. El torrente de charla le había dejado fatigado, y había bebido demasiado escocés y vino rojo en la «Cena de Gala del Capitán», esa noche.
EVENTS DU JOUR
MARTES, JUNIO 11
Hoy.
Randall conocería, por vez primera, la organización de Resurrección Dos en Amsterdam, y se le pondría al tanto de los asesores que mañana le serían presentados en el Museo Británico en Londres, de su cuerpo de colaboradores en Amsterdam y de otros asesores a quienes tendría la libertad de llamar a París, Frankfurt, Maguncia y Roma para su labor de relaciones públicas.
– Steven, se te van a enfriar los huevos -era la voz de Darlene nuevamente.
Randall puso a un lado el último programa y saltó de la cama.
– ¡Ya vengo, querida! -gritó.
El último día en altamar había comenzado.
A media tarde, los tres habían salido al exterior y continuaban platicando. Darlene, cuando él la había visto hacía un breve rato, estaba en la Cubierta Veranda jugando al ping-pong con un aceitado y lujurioso húngaro. Ahora, Randall estaba estirado sobre la colchoneta de su sillón, con Wheeler montado a horcajadas en otra silla detrás de él y Naomí estremeciéndose bajo un cobertor marrón de lana, en la tercera silla.
Estaban en el Atlántico del Norte, acercándose a Inglaterra y, excepto por una ligera turgencia, el mar estaba tranquilo. Arriba de ellos, algunas oscuras nubes moteadas habían ocultado el sol, y el aire era más fresco. Randall miraba fijamente el horizonte, magnetizado por la huella de blanca espuma que iba dejando el buque. Ociosamente, fijó la vista sobre el asta de la bandera que estaba entre los dos mástiles, y se preguntó por qué faltaba la enseña tricolor; inmediatamente recordó que la bandera era izada sólo cuando el barco estaba en puerto. Luego, ya que Wheeler había resumido su charla orientadora, Randall se concentró en lo que el editor estaba diciendo.
– Así que ahora tiene usted cuando menos una idea de la situación en nuestras oficinas principales en Amsterdam -Wheeler prosiguió-. A estas alturas, el problema que más nos concierne, y el que yo quiero enfatizar, es el de la seguridad. Imagínese nuestras instalaciones de nuevo. Ahí está el «Gran Hotel Krasnapolsky», junto a la plaza más concurrida de Amsterdam, justo sobre el Dam, frente al Palacio Real. Resurrección Dos ocupa y controla dos pisos completos de los cinco que tiene el «Krasnapolsky». Después de que habíamos renovado esos dos pisos y nos habíamos instalado, los cinco editores que dirigimos el proyecto (el doctor Emil Deichhardt, de Alemania, presidente de nuestro consejo; Sir Trevor Young, de Gran Bretaña; Monsieur Charles Fontaine, de Francia; Signore Luigi Gayda, de Italia; y su servidor, George L. Wheeler, de los Estados Unidos) tuvimos que convertir nuestras dos quintas partes del hotel en zonas herméticas contra toda fuga. Después de todo, a pesar de nuestros dos pisos, el «Krasnapolsky» es un hotel público, Steven. Créame, una vez que estuvimos en plena preparación, y luego en producción de nuestro Nuevo Testamento revisado, otorgamos a ese problema de seguridad una extraordinaria cantidad de tiempo. El descubrir cómo tapar los hoyos, apuntalar las debilidades, anticipar todos los peligros concebibles fue una tarea formidable.
– ¿Qué tan bien se las arreglaron? -preguntó Randall-. El «Hotel Krasnapolsky», ¿es absolutamente seguro?
Wheeler se encogió de hombros.
– Eso creo. Eso espero.
Naomí se irguió levemente sobre su silla.
– Steven, va usted a descubrir que el señor Wheeler es extremadamente precavido y pesimista acerca de estas cuestiones. Yo puedo decírselo, puesto que he observado el funcionamiento en el «Krasnapolsky». Es un lugar a prueba de curiosos. Esa una absoluta fortaleza de seguridad. El hecho es que nuestras operaciones se han estado realizando en ese hotel durante veinte meses sin que nadie de afuera haya tenido la más remota noción de la magnitud de lo que estaba ocurriendo adentro… Señor Wheeler, debe usted hablarle a Steven acerca de su récord de seguridad…; ni una sola palabra se ha filtrado a la Prensa ni a los medios de radio y televisión; ni siquiera un chisme acerca del clero disidente en este tiempo.