Sin afrontar la mirada de Randall, dijo:
– De los evangelistas, esto es lo que tenemos en una ficha -Naomí comenzó a leer monótonamente en voz alta-: «Jesús nació, poco antes de terminar el reinado de Herodes el Grande, en Nazaret o en Belén. Posiblemente fue llevado a Egipto para protegerlo. Probablemente pasó Su infancia en un pueblo de Galilea llamado Nazaret. Sólo se dedican doce palabras a Su infancia, y ellas consignan que creció, fortaleció Su espíritu y se colmó de sabiduría. Aproximadamente a los doce años de edad, fue a Jerusalén y se reunió con los doctores en el templo. Después de eso, hay un vacío. Ninguna información adicional hasta que Jesús tiene alrededor de treinta y dos años. Entonces nos enteramos de que fue bautizado por Juan el Bautista, quien había sido enviado por Dios con el propósito de preparar a la gente para la aparición del Mesías. Después del bautismo, Jesús se aleja al desierto para meditar durante cuarenta días.»
– Ese retiro al desierto -interrumpió Randall-, ¿lo registraron todos los evangelistas?
– San Marcos, San Mateo y San Lucas lo consignan -respondió Naomí-, pero San Juan no. -Ella volvió a concentrarse en su ficha y continuó leyendo-. «Cuando salió del desierto, Jesús regresó a Galilea para ejercer Su ministerio. Hizo dos viajes a Cafarnaún y sus alrededores, y en un tercer recorrido cruzó el Mar de Galilea para predicar en Gadara y Nazaret. Más tarde, viajó hacia el Norte, para predicar en Tiro y Sidón. Finalmente, regresó a Jerusalén. Luego se retiró a un lugar cercano, pero permaneció en contacto con Sus discípulos. En la noche de Pascua entró a Jerusalén por última vez. Les volcó sus mesas a los cambiadores de dinero en el templo, y allí dio Sus enseñanzas. Se refugió en el Monte de los Olivos. Cenó, con Sus doce discípulos, en casa de un amigo. En el huerto de Getsemaní fue arrestado, y luego declarado culpable de blasfemia por el Consejo del Sanedrín. Fue enjuiciado frente a Poncio Pilatos, el gobernador romano, y sentenciado a muerte. Fue crucificado en el monte de Gólgota.»
Naomí hizo a un lado su hoja de papel y miró a Wheeler.
– Ésa es la historia evangélica de Jesús, el hombre; sin las parábolas, ni los milagros, ni las especulaciones. Eso es todo lo que cientos de millones de cristianos han podido saber acerca de Jesús, como ser humano, durante casi dos milenios.
– Debo admitir que en realidad fue muy poco para sobre eso construir una Iglesia, y que a duras penas demostraría que Jesús era de hecho el Hijo de Dios -dijo Randall, perturbado.
– O muy poco para conservar durante tanto tiempo a millones de creyentes -dijo Wheeler-. Y recientemente, a partir de la arremetida de los racionalistas y la llegada de la era científica, eso ya no resulta suficiente para mantener satisfechos a los fieles.
– Sin embargo, hubieron escritos no cristianos acerca de Cristo -recalcó Randall-. Josefo fue uno de ellos, al igual que algunos escribanos romanos.
– Ah, Steven, pero no son suficientes ni concluyentes. La evidencia cristiana es relativamente detallada, si se la compara con la evidencia no cristiana. Nuestra evidencia romana habla de la existencia de los cristianos, pero no da ninguna descripción de Cristo. No obstante, podemos asumir con seguridad que si la cristiandad fue reconocida por sus enemigos, debe haber existido un Cristo. De hecho, tenemos dos fuentes judías que hablan de Cristo -Wheeler depositó la colilla de su habano sobre un cenicero-. Usted menciona a Flavio Josefo, el historiador judío que se autonombraba sacerdote y que se convirtió en romano, y cuya vida abarcó del año 37 A. D. al 100 A. D. Si pudiéramos confiar en sus manuscritos existentes, tendríamos la confirmación definitiva de los evangelios. Josefo terminó de escribir su Historia antigua de los judíos en el año 93 A. D., y aparentemente mencionó a Cristo en dos de sus pasajes… Naomí, ¿los tiene usted a mano?
Naomí ya había localizado lo que Wheeler quería.
– El más extenso de los dos pasajes de Josefo dice: «Allí surgió en ese tiempo Jesús, un hombre sabio, si es que se le puede llamar un hombre. Porque Él era el hacedor de actos extraordinarios, un maestro de los hombres que gustosamente recibían la verdad, y atrajo hacia Sí a muchos judíos y a muchos de la raza griega. Él era el Cristo. Y cuando Pilatos, a instancias de los hombres más importantes de entre nosotros, lo había sentenciado a ser crucificado, aquellos que desde un principio lo habían amado no cesaron de hacerlo, porque al tercer día Él apareció de nuevo, vivo, ya que los divinos profetas habían predicho ésta y diez mil otras maravillas acerca de Él. Y aún ahora, la tribu de cristianos que tomaron de Él su nombre, no se ha extinguido.» Después, el segundo pasaje, el cual…
Wheeler levantó la mano.
– Con eso es suficiente, Naomí -luego se dirigió a Randall-. Ahora bien, si Josefo la hubiese escrito personalmente, ésa sería la más antigua referencia acerca de Jesús en los escritos seculares. Desafortunadamente, yo no conozco un solo experto que crea que Josefo escribió ese pasaje en su totalidad. Ninguno lo considera genuino, tal como es, porque resulta demasiado en favor del cristianismo para haber sido redactado por un escribano judío tan remoto. Simplemente no es creíble; un historiador no cristiano refiriéndose a Jesús como «un hombre sabio, si es que se le puede llamar un hombre», y aseverando que «Él era el Cristo». Esto último se considera una interpolación realizada por un escribano cristiano que en tiempos medievales estaba tratando de crear un Jesús histórico. Por otra parte, varios de nuestros asesores en Resurrección Dos (entre ellos el doctor Bernard Jeffries, a quien usted conocerá) están convencidos de que Josefo se refirió a Jesús dos veces, pero también convienen en que lo que Josefo escribió fue evidentemente poco adulador y que algunos siglos más tarde fue alterado por un piadoso historiador cristiano a quien no le gustaba el pasaje.
– En otras palabras, ¿sus expertos piensan que el propio Josefo reconoció la existencia de Jesús?
– Sí, pero sólo están especulando, y eso nada comprueba. A nosotros nos conciernen los hechos históricos en los escritos seculares. La otra fuente judía acerca de Jesús es el Talmud, que los escribanos judíos comenzaron a asentar por escrito en el siglo ii. Esos escritos rabínicos se basaron en rumores y fueron, por supuesto, desfavorables a Jesús, refiriendo que practicaba la magia y que fue colgado bajo cargos de herejía y de inducir a la gente a descarriarse. Más fidedignas son las citas romanas o paganas, acerca de Cristo. La primera fue…
Wheeler se rascó su ceja cana, tratando de recordar, y Naomí dijo apresuradamente:
– El primero en mencionarlo fue Talo en su historia en tres tomos, escrita a mediados del siglo primero.
– Sí, el primero fue Talo, quien escribió acerca de la oscuridad en que se sumió Palestina cuando Jesús murió. Él pensó que un eclipse había causado la oscuridad, aunque más tarde los historiadores cristianos insistieron en que había sido efectivamente un milagro. Después, Plinio el Joven, siendo gobernador de Bitinia, envió una carta al emperador Trajano (alrededor del año 110 A. D.) en la que hablaba de peleas con la secta cristiana en su comunidad. Plinio consideraba a la cristiandad como una superstición cruda, imperfecta, pero escribió que sus seguidores parecían ser inofensivos y se reunían antes del alba a cantar «un himno a Cristo como a un dios». Luego, Tácito escribió en sus Anales (entre los años 110 y 120 A. D.) que el emperador Nerón, para absolverse a sí mismo de haber incendiado Roma, imputó la conflagración a los cristianos… Naomí, por favor, pásame ese pasaje.
Wheeler tomó las dos páginas escritas a máquina y se dirigió de nuevo a Randall.
– Quiero que escuche cuando menos una parte de lo que Tácito escribió acerca de aquel evento. «Nerón atribuyó la culpa e infligió las torturas más exquisitas a un grupo, odiado por sus abominaciones, que la chusma llamaba "cristianos". Christus, de quien el nombre tuvo su origen, sufrió la pena máxima durante el reinado de Tiberio a manos de Poncio Pilatos, uno de nuestros procuradores, y una superstición de lo más perversa, de esa manera reprimida por el momento, se desató no sólo en Judea, la primera fuente del mal, sino hasta en Roma…»