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Nunca había visto él una cara tan estupefacta. Sin miedo ni temor; simplemente estupefacta. Su boca se movió en silencio antes de que pronunciara la primera palabra.

– ¿Qué? ¿Qué dijiste?

Randall repitió exactamente lo que había dicho, y añadió:

– Tengo pruebas irrefutables de que estás de parte de De Vroome.

– Steven, ¿de qué me estás hablando? ¿Te has vuelto loco?

Randall no cedió.

– Ayer por la tarde envié un memorándum confidencial a doce personas de nuestro proyecto. Una de esas copias le llegó a De Vroome. Tu copia. Esto es un hecho, Ángela. No lo puedes negar.

Su asombro parecía genuino.

– ¿Un memorándum? ¿Que le entregué cuál memorándum a De Vroome? Lo que me dices no tiene sentido. Yo no conozco a ese hombre. Jamás en mi vida lo he visto, y no tengo intenciones de verlo. ¿Cómo o por qué habría de hacerlo? Steven, ¿acaso has perdido el juicio? ¿De qué me estás hablando?

– Te diré de qué te estoy hablando. Escúchame atentamente.

Llanamente le contó acerca del primer comunicado secreto que había llegado a manos de De Vroome y del segundo mensaje confidencial que había ideado como trampa, y de que había visto una copia del memorándum con el nombre clave de ella, Mateo, en la oficina de De Vroome la noche anterior.

– El comunicado que contenía el nombre de Mateo te fue entregado en persona, Ángela. Tengo el recibo que tú firmaste con tus iniciales. ¿Ahora lo recuerdas?

– Sí -contestó ella-, ya lo recuerdo. Lo recibí… déjame pensar… sí, me quedé dormida bastante tiempo en el hotel, después de que tú te fuiste. Cuando desperté y me di cuenta de que era muy tarde, me sentí angustiada y salí apresuradamente hacia el «Krasnapolsky» para tratar de sacar algo de trabajo. Fui a la oficina que la señorita Dunn me había asignado originalmente, y empecé a arreglar mis expedientes (que no eran muchos) para cambiar mis cosas a la oficina de tu secretaria. El guardia de seguridad estuvo ahí, sí, y me entregó el mensaje. Le eché un vistazo para ver si era importante y pensé que no lo era, así que lo puse dentro de una de mis carpetas de papel manila y me las llevé todas a la oficina de Lori. Había una gaveta vacía en el segundo archivo, y allí archivé la carpeta que contenía el memorándum, junto con las demás. Ahí la puse. Lo recuerdo claramente. Todavía debe estar ahí.

Randall reflexionó acerca de lo que ella había dicho. O estaba siendo completamente sincera, o era la mentirosa más desvergonzada que jamás hubiera conocido. Lo más probable era que no fuera sincera.

– Ángela -le dijo-, sólo había un memorándum que contenía el nombre de Mateo. Tú me estás diciendo que está en tu archivo y yo te digo que lo vi en la oficina de De Vroome. Esa hoja de papel no podría estar en tu oficina y en la de De Vroome al mismo tiempo.

– Lo siento -«dijo ella-, no puedo darte más explicaciones. Te mostraré mi copia ahora mismo.

– Está bien. Enséñamela.

Al bajarse de los bancos de la cafetería, Ángela lo miró de frente.

– No me crees, ¿verdad?

– Yo sólo sé lo que sé-, que De Vroome me mostró tu copia del memorándum.

– Steven, ¿que no ves que no tendría sentido que yo estuviera ayudando a ese monstruo de De Vroome? Él quiere destrozar a Resurrección Dos y desprestigiar el Nuevo Testamento Internacional. Yo deseo ayudar en el proyecto y fomentar la aceptación de la nueva Biblia. Si no por ti, al menos para que el nombre de mi padre y su descubrimiento reciban los honores que merecen. ¿Por qué habría yo de colaborar con un hombre que, en efecto, destruiría a mi padre junto con todos los demás?

– Yo no sé por qué. Tal vez haya muchas cosas que ignoro acerca del profesor Monti y de Ángela Monti. Hasta donde yo sé, bien podría ser que odiaras a tu padre.

– Oh, Steven -dijo ella con desesperación, tomando su bolso mientras él recogía la cuenta para pagarla-. Te lo enseñaré. Todavía tengo el memorándum.

En silencio bajaron por el ascensor a la planta baja de Bijenkorf, salieron a la calle, y diez minutos más tarde ya se hallaban en la oficina de Lori Cook, que ahora ocupaba Ángela.

Inflexible, Randall se quedó parado junto al archivo, mientras ella abría el segundo gabinete metálico y cogía la tercera gaveta, agachándose sobre los expedientes.

– Está en la «R» -dijo- La etiqueta de la carpeta dice Relaciones Públicas/Memorándums. -Recorrió los separadores, metió la mano detrás del que tenía la letra «R» y, asombrada, se giró hacia Randall-. No está aquí. Pero yo estoy segura de que… -Frenéticamente, comenzó a examinar todas las carpetas que había detrás de cada separador-. Debo haberlo archivado mal. Espera, lo encontraré en un momento.

Los minutos pasaron y ella no lo encontraba.

Se puso en pie, nerviosa, llena de pánico, sintiéndose perdida.

Randall aún sospechaba de su sinceridad.

– Estás segura de que lo archivaste?

– Creo que sí -dijo ella sin seguridad-. Después de que me cambié aquí, estas carpetas estaban apiladas sobre el escritorio. Comencé a archivarlas…

– ¿ Entró alguien en la oficina antes de que terminaras de archivar y de que cerraras con llave el archivo?

– ¿Alguien…? Pues, sí. No te lo mencioné anoche mientras cenábamos porque pensé que las visitas no eran importantes -Ángela se dirigió al escritorio-. Varias personas vinieron a verte. Yo… déjame ver… tratando de ser eficiente, escribí los nombres de todas las personas que vinieron o llamaron por teléfono… -Abrió el cajón central del escritorio, sacó una libreta de taquigrafía y buscó la primera hoja-. Jessica Taylor estuvo aquí un momento. Me dijo que había estado trabajando contigo y preguntó si la necesitarías para algo más. Le contesté que tú habías salido y que no sabía dónde estabas.

– Estaba abajo con Heldering, cerciorándome de que todos los memorándums hubieran sido entregados -Randall señaló la libreta-. ¿Quiénes fueron los otros?

Ángela pasó la hoja.

– Elwin Alexander y… -Se detuvo abruptamente-. ¡Ya lo recuerdo! Qué tonta soy; se me olvidaba. Aquí tengo su nombre. Lo anoté. Mira, Steven, puedes verlo…

El dedo de Ángela recorrió las líneas de la libreta hasta señalar el nombre del doctor Florian Knight escrito con lápiz.

– ¿Knight? -exclamó Randall.

– Fue el doctor Knight -dijo Ángela con alivio-. Gracias a Dios que se ha aclarado esto. Ahora me creerás. Sí, el doctor Knight vino cuando yo estaba archivando. Quería verte. Dijo que había asistido a una conferencia de publicidad que tú habías convocado, y que después le habías ofrecido algún material para que se documentara acerca del tipo de información que tú le pedirías. ¿Es verdad que se lo ofreciste?

– Sí.

– Cuando tú no estabas aquí, Knight vio mis carpetas sobre el escritorio y dijo que tal vez ahí podría encontrar lo que tú le habías ofrecido. Me mostró su tarjeta de seguridad, que era igual que la mía y las de los demás asesores, así que no había razón para no acceder a su petición. Revisó todas las carpetas y dijo que la mayor parte de lo que necesitaba estaba probablemente en tu oficina, pero que por el momento quería que le prestara las copias de tus memorándums recientes, ya que él se había unido tarde al proyecto y quería enterarse de tus planes. Me dijo que me devolvería el material de archivo por la mañana, cuando viniera a buscarme de nuevo.

– ¿Lo devolvió esta mañana?

Preocupada, Ángela buscó sobre el escritorio.

– Aparentemente no. Aún debe tenerlo.

– No, no lo tiene -dijo Randall inflexiblemente-. Maertin de Vroome es quien lo tiene. -Con el puño golpeó la palma de su mano-. El doctor Knight. Maldita sea. Debí haberlo sabido.

– ¿Sabido qué?

– Olvídalo.

– ¿Hice mal en prestarle el material?

– Eso no importa ahora. Tú no podías saber que estaba mal.

– Steven, pero ahora ya sabes que yo no tuve nada que ver con De Vroome. Ahora me creerás. Ven, yo te acompañaré a la oficina del doctor Knight. Él confirmará lo que yo te he dicho, y tal vez tenga alguna explicación.