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– ¡Luces!

El laboratorio se sumió en la oscuridad. Dos fogonazos acompañaron los dos últimos disparos de Wentz y luego se hizo la oscuridad completa. Pierce inmediatamente rodó de nuevo hacia su derecha para no estar en la misma posición en que Wentz lo recordaba. Se quedó completamente inmóvil a cuatro patas, tratando de controlar la respiración y escuchando cualquier sonido que no fuera suyo.

Oía un ruido gutural a su derecha y detrás de él. Era o Renner o Zeller. Herido. Pierce sabía que no podía llamar a Renner porque eso ayudaría a Wentz a centrar su siguiente disparo.

– ¡Luces!

Fue Wentz quien habló, pero el lector de voz estaba programado para identificar únicamente las voces de los miembros más altos del escalafón del equipo de laboratorio. La voz de Wentz no servía.

– ¡Luces!

Nada.

– ¿Dosmetros? Ha de haber un interruptor. Encuentra el interruptor.

No hubo respuesta, ni sonido de movimiento.

– ¿Dosmetros?

Nada.

– Dosmetros, maldita sea.

De nuevo no hubo respuesta. Entonces Pierce oyó un estrépito delante de él y a su derecha. Wentz había tropezado con algo. Por el sonido calculó que estaba al menos a seis metros de distancia. El gángster probablemente estaba cerca de la trampa, buscando a su matón o el interruptor de la luz. Sabía que eso no le daba mucho tiempo. El interruptor no se hallaba junto a la trampa, sino a un par de metros, en el panel de control eléctrico.

Pierce se arrastró silenciosa y rápidamente hasta la estación experimental. Recordó la pistola de Zeller que había encontrado Renner.

Cuando llegó a la mesa se levantó y pasó la mano por la superficie. Sus dedos se arrastraron por algo grueso y húmedo y al cabo de un momento tocaron lo que claramente eran los labios y la nariz de alguien. Al principio sintió repulsión, pero volvió a palpar el rostro, por encima de la coronilla, hasta que encontró el pelo atado atrás. Era Zeller. Y al parecer estaba muerto.

Después de un momento de pausa continuó la búsqueda y su mano finalmente se cerró en torno a una pequeña pistola. Se volvió hacia la trampa de la entrada. Mientras llevaba a cabo la maniobra, su tobillo tropezó con una papelera de aluminio que había debajo de la mesa y aquélla se volcó estrepitosamente.

Pierce se agachó y otros dos disparos resonaron en el laboratorio. Vio dos destellos de un microsegundo con el rostro de Wentz en la oscuridad. Pierce no respondió a los disparos, estaba demasiado ocupado poniéndose fuera del alcance de Wentz. Oyó el distintivo zamp zamp de las balas destinadas a él, que impactaron en el revestimiento de cobre de la pared exterior del laboratorio del láser, al fondo de la habitación.

Pierce se metió la pistola en el bolsillo de los vaqueros para poder arrastrarse con mayor velocidad y eficiencia. Una vez más se concentró en calmarse él y su respiración y empezó a reptar hacia su izquierda.

Estiró una mano hasta que tocó la pared y se formó una idea de dónde estaba. Después reptó silenciosamente hacia adelante, utilizando la pared como guía. Pasó el umbral del laboratorio de electrónica -lo supo por el concentrado olor a carbono quemado- y avanzó hasta la otra sala, el laboratorio de imagen.

Se levantó lentamente, alerta al sonido de cualquier movimiento próximo. Sólo hubo silencio y después un sonido metálico procedente del otro lado de la sala. Pierce lo identificó como el de un cargador al ser sacado de una pistola. No tenía mucha experiencia con armas, pero le pareció que el sonido encajaba con lo que se estaba imaginando: Wentz recargando su pistola o comprobando el número de balas que le quedaban.

– Eh, Lumbreras -lo llamó Wentz, partiendo la oscuridad con su voz como un relámpago-. Ahora sólo estamos tú y yo. Será mejor que te prepares porque voy a por ti. Y voy a hacerte algo más que obligarte a encender la luz.

Wentz se rió socarronamente en la oscuridad.

Pierce giró despacio el pomo de la puerta del laboratorio de imagen y la abrió sin hacer ruido. Entró y cerró la puerta. Actuó de memoria. Dio dos pasos hacia la parte de atrás de la sala y luego tres a su derecha. Extendió la mano y con un paso más tocó la pared. Con los dedos de ambas manos extendidos barrió la pared trazando figuras de ocho con los dedos hasta que su mano izquierda tocó el gancho del que colgaban las gafas de resonancia que había usado durante la presentación con Goddard esa mañana.

Pierce conectó las gafas y se ajustó los visores. La sala apareció de color azul oscuro, salvo por el brillo amarillo y rojo del terminal y el monitor del microscopio de efecto túnel. Hurgó en el bolsillo y sacó la pistola. La miró. También se veía azul en el campo de visión. Metió un dedo rojo por el guardallamas y lo colocó cerca del gatillo.

Al abrir la puerta en silencio, Pierce vio una variedad de colores en el laboratorio principal. A su izquierda vio el cuerpo de Dosmetros tirado junto a la puerta de la trampa. Su torso era un colage de rojos y amarillos que en sus extremidades tendían al azul. Estaba muerto y se estaba enfriando.

Había una imagen de color rojo brillante y amarillo de un hombre acurrucado junto a la pared de la derecha de la principal estación informática. Pierce alzó la pistola y apuntó, pero luego se detuvo cuando recordó a Rudolpho Gonsalves. El hombre acurrucado era el vigilante de seguridad que Wentz había utilizado para acceder al laboratorio.

Miró a la derecha y vio otras dos figuras inmóviles, una despatarrada sobre la estación experimental y volviéndose azul en las extremidades. Cody Zeller. El otro cuerpo estaba en el suelo. Era rojo y amarillo en el campo de visión. Renner. Vivo. Parecía que se había agazapado en el espacio para las rodillas de un escritorio. Pierce observó una demarcación de alto calor en el hombro izquierdo del detective. Era una marca de sangre. El morado era sangre caliente que manaba de una herida.

Hizo un barrido hacia la izquierda y después hacia la derecha. No había nada más, salvo las reacciones amarillas de los monitores de la sala y las luces del techo.

Wentz se había ido.

Pero eso era imposible. Pierce se dio cuenta de que Wentz tenía que haber entrado en uno de los laboratorios laterales, tal vez en busca de una ventana o algún tipo de iluminación o lugar desde el que atacar en forma de emboscada.

Dio un paso hacia el laboratorio principal y de repente tenía unas manos encima de él agarrándolo por la garganta, unas manos que lo apoyaron contra la pared y lo sostuvieron allí.

El campo de visión de Pierce se llenó con el estridente rojo y los ojos de otro mundo de Billy Wentz. Notó el cañón caliente de una pistola apretado con fuerza bajo su barbilla.

– Muy bien, Lumbreras, se acabó.

Pierce cerró los ojos y se preparó para la bala lo mejor que pudo.

Pero el disparo no se produjo.

– Enciende la puta luz y abre la puerta.

Pierce no se movió. Cayó en la cuenta de que Wentz necesitaba su ayuda antes de poder matarlo. En ese momento también comprendió que probablemente Wentz no se esperaba que llevara una pistola en la mano.

La mano que le sujetaba por el cuello y camisa lo sacudió violentamente.

– Las luces, he dicho.

– Vale, vale. Luces.

Mientras decía estas palabras colocó la pistola en la sien de Wentz y disparó dos veces. No había otro modo, no tenía elección. Los estallidos fueron casi simultáneos y se produjeron al mismo tiempo que se encendían las luces del complejo de laboratorios. Su campo de visión se tornó negro y Pierce se levantó las gafas con la mano que no sostenía el arma. Estas cayeron al suelo antes que Wentz, quien de algún modo mantuvo el equilibrio durante unos segundos, a pesar de que las balas le habían arrancado el ojo izquierdo y la sien del mismo lado. Wentz todavía mantenía el arma apuntada hacia arriba, pero ésta ya no estaba bajo la barbilla de Pierce. Pierce estiró el brazo y empujó el arma de Wentz hasta que dejó de suponer un peligro. El empujón también derribó a Wentz, que cayó hacia atrás y se quedó inerte en el suelo, muerto.