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Cuando la puerta fue cerrada por el último hombre, la piel de O tembló por el pánico, pero se mantuvo aún como una roca.

El Sr. X lo miró de arriba a abajo. Entonces colocó el ordenador portátil sobre la mesa de la cocina y lo encendió. Casi en el último momento, él dijo, -Lo pongo a cargo de ambas escuadrillas. Los quiero entrenados en las técnicas de persuasión que utilizamos. Trabajando como unidades-Alzó la vista de la pantalla encendida. -Y quiero que permanezcan respirando, ¿me entiende?

O frunció el ceño. -¿Por qué no lo dijo mientras ellos estaban aquí?

– ¿No me diga que necesita ese tipo de ayuda?

El tono burlón hizo que O estrechara la mirada. -Puedo manejarlos excelentemente.

– Tiene los mejores.

– ¿Terminamos?

– Nunca. Pero puede marcharse.

O se dirigía hacia la puerta, pero supo en el momento que conseguía llegar que habría algo más. Cuando puso la mano sobre el pomo, se encontró haciendo una pausa.

– ¿Hay algo que quiera decirme?- Murmuró el Sr. X. -Pensaba que se marchaba.

O echó un vistazo a través del cuarto y tiró de un tema para justificar su vacilación. -No podemos utilizar la casa central más para la persuasión, no desde que el vampiro escapó. Necesitamos otra de fácil acceso además de la de aquí.

– Soy consciente de ello o ¿pensó que lo envié a mirar la tierra por ninguna razón?

Entonces ese era el plan. -El área cultivada que verifiqué ayer no servía: demasiado pantanosa y demasiados caminos se cruzan a su alrededor. ¿Tiene en mente alguna otra parcela?

– Le envié por e-mail los listados. Y hasta que decida dónde vamos a construir, traerá a los cautivos aquí.

– No hay bastante espacio en el cobertizo para una audiencia.

– Hablo del dormitorio. Es bastante grande. Como usted sabe.

O tragó y mantuvo su voz tranquila. -Si quiere que de clases, necesitaré más espacio para ello.

– Usted vendrá aquí hasta que lo construyamos. ¿Esta bastante claro para usted o quiere un diagrama?

Bien. Lo negociaría.

O abrió la puerta.

– Sr. O creo que ha olvidado algo.

Jesús. Ahora sabía lo que significaba para la gente cuando se decía, que su piel avanzaba lentamente.

– ¿Sí, sensei?

– Quiero que me agradezca la promoción.

– Gracias, sensei. -Dijo O con la mandíbula apretada.

– No me decepcione, hijo.

Sí, jódase, papá.

O se dobló un poco y se marchó rápidamente. Fue bueno llegar a su camión y marcharse. Mejor que bueno. Esto parecía una maldita liberación.

De camino hacia su casa, O paró en una farmacia. No le costó mucho tiempo encontrar lo que necesitaba y diez minutos más tardes cerró con llave la puerta de la calle y desactivó la alarma de seguridad. Su lugar era un diminuto apartamento en una zona de la ciudad no tan residencial, y la posición le proporcionaba una buena cobertura. La mayor parte de sus vecinos eran ancianos y los que no, eran inmigrantes quienes trabajaban en dos o tres empleos. Nadie le molestaba.

Cuando fue al dormitorio, el sonido de sus pasos resonando en los pisos desnudos y rebotando en las paredes vacías, era extrañamente consolador. De todas maneras la casa no era un hogar y nunca lo había sido. Un colchón y una poltrona era todo lo que tenía por muebles. Las persianas echadas delante de cada ventana, bloqueaba cualquier vista. Los armarios estaban abastecidos de armas y uniformes. La cocina estaba completamente vacía, los electrodomésticos estaban sin usar desde que él había llegado.

Se desnudó y llevó un arma al cuarto de baño con el bolso de plástico blanco de la farmacia. Inclinándose hacia el espejo, separó su pelo. Sus raíces mostraban unos milímetros de pálido.

El cambio había comenzado aproximadamente hacia un año. Primero unos pocos cabellos, directamente sobre la parte más alta, luego un trozo entero que se extendía desde la frente hacia atrás, aunque ahora hasta ellos se decoloraban.

Clairol Hydrience nº48 solucionaba el problema, lo volvía marrón. Había comenzado con Hair Color para hombres, pero había descubierto que la mierda para mujeres funcionaba mejor y duraba más.

Abrió la caja y no se molestó con los guantes de plástico. Vació el tubo en la botella apretándolo, mezcló el material y lo extendió por todo su cuero cabelludo en secciones. Odiaba el olor del químico La raya de mofeta. El mantenimiento. Pero la idea de que palidecieran le parecía repulsiva.

Por qué los lessers perdían su pigmentación con el tiempo le era desconocido. O al menos, nunca lo había preguntado. Los por qué no le importaban. El solo no quería perderse en el anonimato con los demás.

Dejó la botella apretada y miró un instante el espejo. Se veía como un idiota total, grasa marrón extendida por toda su cabeza. Jesucristo, ¿en qué estaba convirtiéndose?

Bien, no era una pregunta tan estúpida. Hacía mucho tiempo que lo hacía y era demasiado tarde para las excusas.

Hombre, la noche de su iniciación, cuando había negociado una parte de sí mismo por la posibilidad de matar durante años, años y años, había pensado que sabía lo que dejaba y lo que conseguiría de vuelta. El trato le había parecido más que justo.

Y durante tres años, esto había estado golpeándolo como algo bueno. La impotencia no le había molestado mucho, por que la mujer que él quería estaba muerta. Con la comida y la bebida, había tardado algo en acostumbrarse, pero nunca había sido un gran acosador de la manduca o un borracho. Había estado impaciente por perder su vieja identidad, porque la policía lo buscaba.

El lado positivo le había parecido enorme. La fuerza había sido más de lo que había esperado. Había sido un infernal rompe-cráneos cuando trabajó como gorila en Sioux City. Pero después Omega hizo lo suyo, O tenía un poder inhumano extensible a sus brazos, piernas y pecho y le había gustado usarlo.

Otra prima era la libertad financiera. La Sociedad le daba todo lo que necesitaba para hacer su trabajo, cubriendo los gastos de su casa, camión, armas, ropa y sus juguetes electrónicos. Era completamente libre de cazar a su presa.

O había cumplido sus primeros dos años. Cuando el Sr. X había tomado el mando, aquella autonomía había llegado a su fin. Ahora había registros. Escuadrillas. Cuotas.

Visitas de Omega.

O fue a la ducha y lavó la mierda de su pelo. Cuando se secó, fue hacia el espejo y miró detenidamente su cara. Sus iris, una vez marrones como su pelo, se habían vuelto gris.

En otro año o así, todo él habría desaparecido.

Se aclaró la garganta. -Mi nombre es David Ormond. Hermano de Bob y Lilly Ormond.

Dios, el nombre parecía extraño cuando abandonó su boca. Y en su cabeza, escuchó la voz del Sr. X refiriéndose a él como Sr. O.

Una enorme emoción aumentó en él, el pánico y el dolor combinados. Quería volver. Quería…volver, deshacerlo, borrarlo. El trato por su alma solo había parecido bueno. En realidad, esta era una clase especial de infierno. Él era un vivo, respirante, asesino fantasma. No más un hombre, pero una cosa.

O se vistió con manos temblorosas y saltó al camión. Cuando estaba en el centro, él no tenía más pensamientos lógicos. Aparcó en Trade Street y comenzó a callejear. Lo costó algo de tiempo encontrar lo que buscaba.

Una puta con largo, pelo negro. Quien, mientras no enseñara sus dientes, se parecía a su pequeña Jennifer.

Él resbaló cincuenta dólares y la llevó detrás de un basurero.

– Quiero que me llames David. -Dijo él.

– Cualquier cosa.- Ella sonrió cuando se deshizo del abrigo y le exhibió su pecho desnudo.- ¿Cómo quieres llamar…?

Él sujetó una mano sobre su boca y comenzó a apretar. No se detendría hasta que sus ojos reventaran.

– Di mi nombre. -Él le ordenó.

O la liberó de su apretón y esperó. Cuando ella empezó a hiperventilar, él sacó su cuchillo y lo presionó sobre su garganta.

– Di mi nombre.

– David. -Susurró ella.