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– Esa es una idea interesante -dijo-. Pam y Sombra Larga son mis socios en el bar, y si ninguno de los humanos es culpable, supongo que tendremos que mirar hacia ellos.

– Solo era una idea-respondí con docilidad. Eric me miró con los glaciales ojos azules de un ser que apenas recuerda cómo era ser humano.

– Comienza ahora, con este hombre-ordenó.

Me arrodillé junto a la silla de Bruce, tratando de decidir cómo proceder. Nunca me había puesto a formalizar algo que básicamente correspondía al azar. Tocarlo ayudaría; el contacto directo facilita la transmisión, por así decirlo. Le cogí de la mano, pero descubrí que resultaba demasiado personal (y estaba demasiado sudada), así que le subí la manga de la chaqueta para sostenerle la muñeca. Miré dentro de sus pequeños ojos.

Yo no cogí el dinero; quién lo cogió, qué loco estúpido nos pondría a todos en un peligro como este, qué hará Lillian si me matan, y Bobby y Heather, porqué me metía trabajar con vampiros, es por pura avaricia, y ahora voy a pagarlo, Dios, nunca volveré a trabajar para estas criaturas de nuevo, cómo puede esta loca descubrir quién cogió el maldito dinero, por qué no me deja que me largue, qué es, debe de ser también una vampira, o una especie de demonio, sus ojos son muy extraños, debería haber descubierto antes que faltaba el dinero y averiguar quién se lo llevó antes de decirle nada a Eric…

– ¿Has cogido tú el dinero?-dije, con aliento entrecortado, aunque estaba segura de que ya conocía la respuesta.

– No -gruñó Bruce. El sudor recorría su cara. Sus pensamientos, su reacción a la pregunta, confirmaron lo que ya había oído.

– ¿Sabes quién lo hizo?

– Ojalá.

Me puse de pie y me giré hacia Eric sacudiendo la cabeza.

– No es él-dije.

Pam escoltó fuera al pobre Bruce y trajo al siguiente sospechoso. Se trataba de una camarera, vestida con delantal negro. Mostraba mucho escote y su pelo, harapiento y de color bermejo, le caía lacio por la espalda. Desde luego, trabajar en el Fangtasía tenía que ser un lujo para una colmillera, y las cicatrices que lucía aquella chica demostraban que disfrutaba de los incentivos laborales.

Tenía la suficiente seguridad en sí misma para sonreír a Eric y sentarse despreocupada y confiada en la silla de madera. Incluso cruzó las piernas a lo Sharon Stone (o eso creía ella). Se sorprendió de ver a un vampiro desconocido y a una mujer en la habitación, y yo no le agradé, aunque Bill hizo que se relamiera los labios.

– Hola, dulzura-le dijo a Eric. Me quedó claro que no debía de tener nada de imaginación.

– Ginger, responde las preguntas de esta mujer-contestó Eric. Su voz era como un muro de piedra: lisa y sin fisuras.

Ginger pareció darse cuenta al fin de que era momento de ponerse serios. Cruzó los tobillos y se sentó con las manos encima de los muslos, poniendo cara circunspecta.

– Sí, amo -dijo. Me entraron ganas de vomitar.

Me hizo un gesto imperioso con la mano, como si dijera: "Adelante, compañera sirviente de los vampiros". Me incliné hacia su muñeca y ella me apartó la mano.

– No me toques -dijo, con una voz que era casi un siseo.

Fue una reacción tan exagerada que los vampiros se pusieron en tensión. Noté que el ambiente de la sala echaba chispas.

– Pam, sujeta a Ginger-ordenó Eric, y la vampira apareció silenciosa detrás de la silla de la chica, se inclinó y sujetó con las manos sus brazos por encima del codo. Quedó claro que Ginger se debatió un poco, porque agitó la cabeza, pero Pam sostuvo su torso con un abrazo que mantuvo el cuerpo de la chica inmóvil por completo. Mis dedos rodearon su muñeca.

– ¿Has cogido tú el dinero?-pregunté, mirándola a sus ojos castaños, carentes de brillo.

Entonces gritó, con fuerza y durante un buen rato. Comenzó a maldecirme. Analicé el caos de su pequeño cerebro, era como tratar de caminar por un campo bombardeado.

– Sabe quién lo hizo-revelé a Eric. En ese momento Ginger se calló, aunque siguió sollozando-. No puede decir el nombre, le ha mordido. -Señalé las marcas del cuello de Ginger, como si se necesitara más demostración-. Es una especie de compulsión -informé después de intentarlo de nuevo-. Ni siquiera puede hacerse una imagen de él.

– Hipnosis -comentó Pam. Su proximidad a la asustada chica había hecho que le asomaran los colmillos-. Un vampiro fuerte.

– Traed a su mejor amiga -sugerí.

Para entonces Ginger temblaba como una hoja, y los pensamientos que tenía prohibidos pugnaban por salir de su confinamiento.

– ¿Debe quedarse o irse? -me preguntó Pam.

– Que se vaya. Solo asustará a los demás.

Estaba tan metida en aquello, tan dedicada a usar abiertamente mi extraña habilidad, que no miré a Bill. Me dio la impresión de que si lo miraba me debilitaría. Pero sabía que estaba allí, que él y Sombra Larga no se habían movido desde que comenzara el interrogatorio.

Pam tiró de Ginger y se la llevó. No sé lo que hizo con la camarera, pero regresó con otra vestida con la misma clase de atuendo. El nombre de esta era Belinda, y era mayor y más lista. Belinda tenía gafas, pelo castaño, y el mohín de la boca más sexy que nunca haya visto.

– Belinda, ¿a qué vampiro ha estado viendo Ginger? – preguntó Eric con suavidad, una vez Belinda estuvo sentada y yo la había cogido de la muñeca. La camarera tuvo el sentido común de aceptar con tranquilidad el procedimiento, y la inteligencia necesaria para darse cuenta de que debía ser honesta.

– A cualquiera que quiera tenerla -dijo Belinda con franqueza.

Vi una imagen en la mente de Belinda, pero debía pensar en su nombre.

– ¿Cuál de aquí?-pregunté de repente, y entonces obtuve el nombre. Mis ojos lo buscaron en la esquina antes de poder abrir la boca, y de repente Sombra Larga estuvo sobre mí, lanzándose por encima de la silla en la que se sentaba Belinda para aterrizar encima de mí, que estaba delante. Me derribó de espaldas sobre el escritorio de Eric, y solo al interponer los brazos evité que sus dientes se clavaran en mi garganta y la desgarraran. Me mordió salvajemente el antebrazo y grité, o al menos lo intenté, pero me quedaba tan poco aire después del impacto que se pareció más a un jadeo de asfixia.

Solo era consciente de la pesada figura que tenía encima y del dolor de mi brazo. Y de mi terror. Cuando me atacaron los Ratas, no temí que me fueran a matar hasta que casi fue demasiado tarde, pero en esta ocasión comprendí que, para evitar que su nombre saliera de mis labios, Sombra Larga estaba dispuesto a

matarme al instante. Cuando oí aquel terrible sonido y noté que su cuerpo se apretaba aún con más fuerza contra el mío, no tuve ni idea de lo que significaba. Pude ver sus ojos por encima de mi brazo. Eran amplios, castaños, enloquecidos, gélidos. De repente se desenfocaron y perdieron fuerza. Brotó sangre de su boca, sangre que me bañó el brazo; se me metió en la boca abierta y me dieron arcadas. Sus colmillos se aflojaron y su rostro cayó inerte. Comenzó a arrugarse; sus ojos se convirtieron en charcos gelatinosos. Manojos de su denso pelo negro cayeron sobre mi cara.

Yo estaba conmocionada, incapaz por completo de moverme. Unas manos me cogieron de los hombros y comenzaron a sacarme de debajo del cuerpo en descomposición. Empujé con los pies para salir más rápido.

El proceso no desprendió ningún olor, pero estaba la mugre, negra y dispersa, y el terrible horror y asco de contemplar a Sombra Larga deshacerse a increíble velocidad. Una estaca le asomaba de la espalda. Eric lo contemplaba, como todos, pero él sostenía un mazo en la mano. Bill estaba detrás de mí, era el que me había sacado de debajo del indio. Pam se encontraba junto a la puerta, sosteniendo con una mano el brazo de Belinda. La camarera parecía tan asustada como debía de estarlo yo.

Incluso la mugre comenzó a deshacerse en humo. Nos quedamos inmóviles hasta que la última voluta desapareció. En la alfombra quedó una especie de marca chamuscada.