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Al anochecer del día siguiente me preparé para salir. Bill me había avisado de que iría a alimentarse antes de que partiéramos, y aunque la idea me entristecía, había de reconocer que tenía sentido. También había estado en lo cierto respecto a cómo me sentiría después de mi pequeño suplemento vitamínico informal de la noche anterior. Me encontraba genial: muy fuerte, muy alerta, muy astuta y, por extraño que suene, también muy guapa.
¿Qué me iba a poner para mi pequeña entrevista con el vampiro? No quería que pareciera que trataba de resultar sexy, pero tampoco tenía intención de hacerme pasar por una tonta del bote poniéndome un saco de arpillera sin forma. La respuesta parecía estar en los tejanos azules, como casi siempre. Me puse unas sandalias blancas y una camiseta de cuello amplio. No la había llevado desde que empecé a salir con Bill, porque dejaba ver las marcas de mordiscos, pero pensé que aquella noche no estaba de más reafirmar su "propiedad" sobre mí. Recordé que aquella vez un policía me comprobó el cuello, así que metí una bufanda en el bolso. Me lo pensé mejor y añadí un collar de plata. Me cepillé el pelo, que parecía bastante más rubio, y me lo dejé suelto sobre la espalda.
Justo cuando ya no podía quitarme de la cabeza la imagen de Bill junto a otra persona, llamó a la puerta. Abrí y nos quedamos mirándonos el uno al otro durante un minuto. Sus labios estaban menos pálidos de lo normal, así que lo había hecho. Me mordí los míos para no decir nada.
– Estás distinta.
– ¿Crees que alguien más se dará cuenta? -confié en que no fuese así.
– No lo sé. -Me ofreció su mano y fuimos hacia su coche. Me abrió la portezuela y me rocé con él al entrar. Me quedé paralizada.
– ¿Qué ocurre? -preguntó al darse cuenta de mi reacción.
– Nada -respondí, tratando de mantener un tono sereno. Me acomodé en el asiento del copiloto y miré fijamente al frente.
Me dije que era como ponerse furiosa con la vaca de la que se hubiera comido una hamburguesa. Pero de algún modo no me salía la sonrisa.
– Hueles diferente -dije cuando ya llevábamos varios minutos en la autopista. El coche prosiguió su marcha varios minutos más, sin que dijéramos palabra.
– Ahora sabes cómo me sentiré si Eric te toca -me respondió-. Pero será peor, porque Eric disfrutará tocándote, y yo no he disfrutado mucho de mi cena.
Me supuse que eso no era del todo cierto: a mí, por ejemplo, me gusta comer aunque no me sirvan mi comida favorita. Pero apreciaba la intención.
No hablamos mucho; los dos estábamos preocupados por lo que nos esperaba. Demasiado pronto estábamos otra vez estacionando junto al Fangtasía, pero esta vez por detrás. En cuanto Bill me abrió la puerta del coche tuve que contener un impulso de agarrarme al asiento y negarme a salir. Cuando logré obligarme a ello, sentí otro intenso deseo de esconderme detrás de Bill. Di una especie de jadeo, me cogí de su brazo y caminamos juntos hacia la puerta, como una pareja que acude a una fiesta que aguardaba con entusiasmo. Bill me estudió con aprobación. Me dieron ganas de ponerle mala cara.
Llamó a la puerta de metal con las letras de FANGTASIA grabadas en ella. Nos encontrábamos en un callejón de servicio y traslado de mercancías que recorría por detrás todas las tiendas de la pequeña galería comercial. Había otros coches allí estacionados, entre ellos el deportivo descapotable rojo de Eric. Todos los vehículos eran caros; no verás a un vampiro en un Ford Fiesta.
La llamada de Bill consistió en tres golpes rápidos y dos espaciados. La Llamada Secreta de los Vampiros, supuse. Tal vez llegara a aprender el Apretón de Manos Secreto.
Nos abrió aquella preciosa vampira rubia, la que había estado en la mesa con Eric la otra vez que fui al bar. Se apartó para permitirnos el paso, sin decir palabra.
Si Bill hubiese sido humano, se habría quejado de lo fuerte que le apretaba la mano.
La mujer nos precedió con más velocidad de la que podían seguir mis ojos, y echamos a andar detrás de ella. Bill, por supuesto, no se sorprendió en absoluto. Nos guió a través de un almacén con un parecido desconcertante al de Merlotte's, y luego hasta un estrecho pasillo. Cruzamos la puerta de la derecha.
Era una sala pequeña, y la presencia de Eric la dominaba. No es que Bill se arrodillara a besar su anillo, pero hizo una inclinación bastante pronunciada. Había otro vampiro en la habitación: Sombra Larga, el camarero. Estaba en buena forma, con una camiseta de tirantes y pantalones de deporte, ambas prendas de color verde oscuro.
– Bill, Sookie -nos saludó Eric-. Ya conocéis a Sombra Larga. Y, Sookie, recordarás a Pam-Pam era la rubia-. Y este es Bruce.
Bruce era humano, el humano más aterrado que jamás haya visto. Sentí simpatía por él. Era de mediana edad y barrigudo, con escaso pelo oscuro que se curvaba en ondulaciones fijas sobre su cuero cabelludo. Era de mejillas caídas y boca pequeña. Llevaba puesto un traje bonito, de color beige, con camisa blanca y corbata a rayas de colores marrón y azul marino. Sudaba mucho, y se sentaba en una sencilla silla rígida. Eric, por supuesto, estaba en el sillón del jefe. Pam y Sombra Larga se apoyaban contra la pared, cerca de Eric, junto a la puerta. Bill se colocó junto a ellos, pero cuando fui a ponerme a su lado, Eric volvió a hablar.
– Sookie, escucha a Bruce.
Me quedé mirando a Bruce un instante, esperando a que hablara, cuando al fin comprendí a qué se refería Eric.
– ¿Qué estoy buscando exactamente? -pregunté, sabiendo que mi voz sonaba cortante.
– Alguien ha desfalcado unos sesenta mil dólares que eran nuestros -explicó Eric. Cielos, alguien tenía ganas de que lo mataran, pensé-. Y en vez de someter a todos nuestros empleados humanos a muerte o tortura, pensamos que quizá tú podrías mirar en sus mentes y decirnos quién ha sido.
Dijo "muerte o tortura" con tanta tranquilidad como otro diría "Bud u Old Milwaukee" [10]
– ¿Y después qué harás?-pregunté. Eric pareció sorprendido. -El culpable nos devolverá el dinero -dijo con sencillez.
– ¿Y entonces?
Entrecerró sus grandes ojos azules y clavó su mirada en mí.
– Bueno, si podemos lograr pruebas del delito, entregaremos al culpable a la policía -dijo con lentitud.
Mentira, mentira y tres veces mentira.
– Hagamos un trato, Eric-dije, sin molestarme en sonreír. La amabilidad no funcionaba con él, y no parecía dispuesto a saltarme encima. Todavía no. Sonrió condescendiente.
– ¿De qué se trata, Sookie?
– Si de verdad entregas al culpable a la policía volveré a hacer esto para ti, siempre que quieras.
Eric arqueó una ceja.
– Sí, sé que es probable que vuelvas a necesitarlo. ¿Pero no sería mejor si accediera de manera voluntaria, si tuviéramos confianza el uno en el otro?-Empecé a sudar. No me podía creer que estuviera regateando con un vampiro.
Eric parecía estar pensando lo mismo. Y de repente estuve en su cabeza. Pensaba que podría obligarme a hacer lo que quisiera, siempre y en cualquier lugar, que para ello bastaba amenazar a Bill o a alguna persona a la que yo quisiera. Pero quería integrarse, seguir todo lo legal que pudiera, mantener sus relaciones humanas dentro de la honradez, o al menos todo lo honradas que pudieran ser en las relaciones entre humanos y vampiros. No quería matar a nadie si no era necesario.
Fue como sumergirme de repente en un pozo de serpientes, de serpientes frías y letales. Solo fue un destello, un pedazo de su mente, por así decirlo, pero me mostró todo un nuevo mundo.
– Además -dije con rapidez, antes de que se diera cuenta de que había estado dentro de su cabeza-, ¿cómo estás tan seguro de que el ladrón es humano?
Pam y Sombra Larga se movieron de repente, pero Eric llenaba la sala con su presencia, y les indicó que se quedaran quietos.