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– ¿Qué estás haciendo, Sookie Stackhouse? -preguntó con lentitud una profunda voz masculina. Lo miré durante unos segundos hasta que logré al fin situarlo, al tiempo que trataba de no fijarme con excesivo descaro en su esbelto torso desnudo.

– ¿JB?

– Claro.

Fui al instituto con JB du Rone. De hecho, algunas de mis escasas citas habían sido con JB, un chico adorable pero tan simple que no le preocupaba que le leyera la mente o no. Incluso en las circunstancias de aquel día, no pude sino apreciar su hermosura. Cuando tus hormonas han estado contenidas durante tanto tiempo como las mías, no hace falta mucho para ponerlas en marcha. Lancé un suspiro ante la imagen de los musculosos pectorales y tórax de JB.

– ¿Qué estás haciendo aquí?-volvió a preguntarme.

– Parece que a Dawn le ha ocurrido algo malo -dije, sin saber si debía contárselo o no-. El jefe me ha enviado a buscarla al ver que no venía a trabajar.

– ¿Está dentro? -JB se limitó a salir por la ventana. Tenía puestos unos pantalones cortos, unos tejanos cortados.

– Por favor, no mires-le pedí, interponiendo una mano, y sin aviso previo comencé a llorar. También eso me pasaba a menudo últimamente-. Es tan terrible, JB…

– Oh, cielo -dijo, y (bendito sea su corazón sureño) me rodeó con un brazo y me dio unos golpecitos en el hombro. Si había cerca una mujer que necesitara ser reconfortada, por Dios que eso sería lo prioritario para JB du Rone.

– A Dawn le gustaba duro-me dijo consolándome, como si eso lo explicase todo.

Puede que así fuera para algunos, pero no para mí, que tenía poco mundo.

– ¿Cómo duro? -pregunté, rebuscando un pañuelo en el bolsillo de mis pantaloncitos.

Alcé la mirada y comprobé que JB se sonrojaba un poco.

– Bueno, cielo, le gustaba… uff, Sookie, no tienes por qué oírlo.

Tenía sobre mis hombros una extendida reputación de virtuosa, lo cual resultaba hasta cierto punto irónico. Y en ese momento, hasta poco conveniente.

– Puedes contármelo, trabajaba con ella-dije, y JB asintió con solemnidad, como si eso tuviera sentido.

– Bueno, cielo, le gustaba que los hombres… bueno, que la mordieran y la golpearan. -JB parecía muy extrañado por las preferencias de Dawn. Yo también debí de poner cara rara, porque añadió-: Lo sé, no se puede entender por qué a alguna gente le gustan esas cosas.

JB, nunca dispuesto a dejar pasar la oportunidad de sacar partido, me rodeó con sus dos brazos y prosiguió con las palmadas, pero pareció concentrarse en el punto central de mi espalda (para descubrir si llevaba sujetador) y después un poco más abajo. Recordé que a JB le gustaban los traseros firmes.

De la punta de la lengua me colgaban un montón de preguntas, pero se quedaron dentro de mi boca. La policía llegó, personificada por Kenya Jones y Kevin Prior. El jefe de policía había demostrado su sentido del humor al juntar a Kenya y Kevin, o al menos eso pensó todo el pueblo, puesto que Kenya medía uno ochenta por lo menos, era del color del chocolate amargo, y podía resistir un huracán de pie. Por su parte, Kevin puede que llegara al uno setenta, tenía pecas en cada centímetro visible de su pálido cuerpo, y la estructura delgada y sin nada de grasa de un corredor de fondo. Curiosamente, los dos Kas se llevaban bastante bien, aunque habían tenido algunas peleas memorables.

En aquel momento los dos parecían solo policías.

– ¿A qué viene esto, señorita Stackhouse? -preguntó Kenya-. Rene dice que le ha sucedido algo a Dawn Green. – Mientras hablaba repasaba con la mirada a JB, y Kevin miraba el suelo a nuestro alrededor. Yo no tenía ni idea de por qué lo hacía, pero seguro que había una buena razón policial para ello.

– Mi jefe me ha enviado aquí a enterarme de porqué Dawn faltó ayer al trabajo y tampoco se ha presentado hoy-les conté-. He llamado a su puerta y no ha respondido, pero su coche está ahí. Como estaba preocupada por ella, he dado una vuelta alrededor de la casa mirando por las ventanas, y está dentro. -Señalé detrás de ellos, y los dos agentes se giraron para contemplar la ventana. Entonces se miraron el uno al otro y asintieron como si mantuvieran toda una conversación. Mientras Kenya se dirigía a la ventana, Kevin torció hacia la puerta trasera.

JB se había olvidado de sus palmaditas mientras observaba el trabajo policial. De hecho, su boca estaba un poco entreabierta, revelando una dentadura perfecta. Por encima de todo deseaba mirar por la ventana, pero no podía abrirse paso a través de Kenya, que había ocupado todo el espacio disponible.

Me cansé de mis propios pensamientos. Me relajé, dejé caer la guardia y escuché los de los demás. De entre todo el clamor, seleccioné un hilo y me concentré en él.

Kenya Jones se giró para contemplarnos sin fijarse realmente en nosotros. Estaba pensando en todo lo que Kevin y ella precisaban para mantener la investigación tan pulcra y clara como les fuera posible a unos agentes de Bon Temps. Estaba pensando que había oído cosas malas sobre Dawn y su interés en el sexo duro, aunque le daba pena cualquiera que acabara con moscas paseándose por su cara. Ahora lamentaba haber comido ese último donut aquella mañana en el Nut Hut, porque podía vomitarlo, y eso la avergonzaría como agente de policía negra.

Cambié a otro canal.

JB estaba pensando que Dawn fue asesinada mientras follaba a lo loco, a solo unos metros de distancia de él, y que aunque eso era terrible también era algo excitante, y Sookie todavía tenía un tipazo. Deseaba poder tirársela ya mismo. Era tan dulce y bonita… Estaba apartando a un lado la humillación que sintió cuando Dawn le pidió que la pegara, y él no pudo; además era una humillación muy antigua.

Otro canal.

Kevin giró la esquina y se acercó pensando que él y Kenya tendrían que tener cuidado para no arruinar ninguna pista, y que por lo menos nadie sabía que él mismo se había acostado con Dawn Green. Estaba furioso porque alguien hubiera matado a una mujer a la que conocía y deseaba que no hubiese sido un negro, porque entonces su relación con Kenya se haría aún más tensa.

Otro canal.

Rene Lenier deseaba que alguien viniera y se llevara el cadáver de la casa. Confiaba en que nadie supiera que se había acostado con Dawn Green. No pude descifrar con exactitud sus pensamientos, eran muy tristes y enmarañados. De algunas personas no puedo obtener una lectura clara, y él estaba muy alterado.

Sam vino corriendo hacia mí, aflojando el ritmo cuando vio que JB me estaba tocando. No pude leer los pensamientos de Sam. Sí podía sentir sus emociones (ahora mismo eran una mezcla de preocupación, miedo y rabia), pero no pude obtener ni un solo pensamiento. Era algo tan fascinante e inesperado que me deshice del abrazo de JB y sentí ganas de ir hasta Sam, coger sus brazos y mirarlo a los ojos, de zambullirme de verdad en su cabeza. Recordé cuando me tocó y yo me aparté. Justo en ese momento me sintió dentro de su cabeza y, aunque siguió caminando hacia mí, su mente se apartó. A pesar de su invitación del otro día, no había previsto que yo fuese capaz de descubrir que su cerebro era distinto a los demás. Me fijé en ello hasta que me desconectó.

Nunca había sentido algo similar. Era como una puerta de hierro que se cerrara. En mi cara.

Estaba a punto de ir a tocarlo de manera instintiva, pero dejé caer la mano a mi lado. Sam miró a propósito a Kevin, y no a mí.

– ¿Qué sucede, agente?-preguntó.

– Vamos a entrar en esta casa a la fuerza, Sr. Merlotte, a no ser que usted tenga una llave maestra.

¿Por qué iba Sam a tener una llave?

– Es mi casero -dijo JB en mi oído, haciéndome pegar un brinco.

– ¿Lo es? -pregunté sin mucho sentido.

– Posee los tres adosados.

Sam había estado rebuscando en su bolsillo, y en ese momento sacó un manojo de llaves. Las pasó con pericia, hasta detenerse en una y separarla de las demás. La sacó del llavero y se la entregó a Kevin.