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– ¿Y por qué?

– Supongo que no teníamos nada en común.

– ¿Como qué? Dame un ejemplo.

Suspiré con fuerza, hinchando los labios exasperada. Si no teníamos nada en común, ¿cómo podía darle un ejemplo?

– Está bien -dije con lentitud-. Dawn tenía una vida social muy activa, y le gustaba estar con hombres. No le apetecía tanto pasar su tiempo con otras mujeres. Su familia es de Monroe, así que no tiene lazos familiares aquí. Bebía, y yo no. Yo leo un montón y ella no. ¿Basta con eso?

Andy Bellefleur observó mi expresión para comprobar si estaba adoptando una pose. Lo que vio debió de tranquilizarlo.

– Así que nunca os veíais después de las horas de trabajo.

– Correcto.

– ¿Y en ese caso no te parece raro que Sam Merlotte te pidiera que le echaras un ojo a Dawn?

– No, en absoluto-respondí con tozudez. Al menos, no me parecía raro ahora, después de la descripción de Sam del berrinche de Dawn-. Me pilla de camino al bar, y yo no tengo hijos como Arlene, la otra camarera de nuestro turno. Así que me era más fácil a mí. -Pensé que parecía bien fundado. Si le contaba que Dawn le había gritado a Sam la última vez que estuvo por aquí, podría llevarse la impresión equivocada.

– ¿Qué hiciste anteayer al salir del trabajo, Sookie?

– No vine a trabajar, era mi día libre.

– ¿Y tu plan para ese día fue…?

– Tomé el sol y ayudé a la abuela a limpiar la casa, y después tuvimos compañía.

– ¿Y quién podría ser?

– Podría ser Bill Compton.

– El vampiro.

– Correcto.

– ¿Hasta qué hora estuvo el Sr. Compton en vuestra casa?

– No lo sé, puede que hasta medianoche o la una.

– ¿Qué impresión te dio?

– Parecía estar muy bien.

– ¿Crispado? ¿Irritado?

– No.

– Señorita Stackhouse, tendremos que seguir hablando en la comisaría. Esto de la casa nos va a llevar cierto tiempo, como puede ver.

– Está bien, supongo.

– ¿Podría venir en un par de horas?

Miré el reloj de pulsera.

– Si Sam no me necesita para trabajar…

– Verá, señorita Stackhouse, esto tiene más prioridad que trabajar en un bar.

De acuerdo, eso me cabreó. No porque yo creyera que las investigaciones de un crimen estaban por encima de llegar a tiempo al trabajo; ahí estaba de acuerdo con él. Era por su desprecio implícito hacia mi oficio en particular.

– Puede que creas que mi trabajo no importa mucho, pero soy buena en él y me gusta. Merezco tanto respeto como tu hermana, la abogada, Andy Bellefleur, y no lo olvides. No soy idiota y tampoco una fulana.

El detective enrojeció, poco a poco y sin ningún atractivo.

– Mis disculpas -dijo envarado. Aún trataba de negar la antigua relación; el instituto que compartimos, los contactos entre ambas familias. Pensaba que debería haber sido detective en otro pueblo, donde podría tratar a la gente de la manera que en su opinión debía hacerlo un agente de policía.

– No, serás mejor detective aquí si puedes superar esa actitud -le dije. Abrió mucho sus grises ojos, asombrado, y sentí una satisfacción infantil por haberlo dejado tan pasmado, aunque estaba segura de que antes o después me lo haría pagar. Siempre me pasaba cuando daba a la gente una muestra de mi discapacidad.

Normalmente la gente se alejaba de mí a toda prisa cuando les daba una dosis de lectura mental, pero Andy Bellefleur se sintió fascinado.

– Entonces, es cierto -dijo con voz entrecortada, como si estuviéramos solos en vez de sentados en la acera de unos adosados decrépitos en la Luisiana rural.

– No, olvídalo -dije con rapidez-. Es solo que a veces puedo saber por el aspecto de la gente lo que está pensando.

Pensó a propósito en desabotonarme la blusa, pero yo ya estaba prevenida y regresé a mi estado habitual de fortaleza asediada, y no hice nada más que sonreír de manera agradable. Aunque lo cierto es que no logré engañarlo-. Cuando estés listo, ven al bar. Podremos hablar en el almacén o en el despacho de Sam-añadí con firmeza mientras metía las piernas en el coche.

Cuando llegué allí, el bar estaba de bote en bote. Sam había avisado a Terry Bellefleur (primo segundo de Andy, si no recuerdo mal) para que vigilara el local mientras él hablaba con la policía en casa de Dawn. Terry tuvo un bar de campaña en Vietnam, y en la actualidad subsistía precariamente con la pensión gubernamental por alguna discapacidad. Había sido herido, capturado y mantenido prisionero durante dos años, y ahora sus pensamientos solían ser tan tenebrosos que yo ponía un cuidado especial cuando lo tenía cerca. Terry había tenido una vida dura, y actuar de modo natural le era incluso más difícil a él que a mí. Por suerte Terry no bebía, gracias a Dios.

Aquel día le di un suave beso en la mejilla mientras cogía la bandeja y me lavaba las manos. A través de la ventanilla pude ver en la pequeña cocina a Lafayette Reynold, el cocinero, que estaba volteando hamburguesas y sumergiendo una cesta de patatas fritas en aceite caliente. Aparte de esos platos, en Merlotte's se sirven también algunos bocadillos y nada más. Sam no quiere tener un restaurante, sino un bar donde se pueda comer un poco.

– ¿Por qué ese beso? Aunque no es que me queje-dijo Terry. Había arqueado las cejas. Terry era pelirrojo, si bien cuando necesitaba un buen afeitado se podía ver que sus patillas eran grises. Se pasaba muchísimo tiempo al aire libre, pero nunca tenía la piel del todo morena, sino que adquiría un aspecto enrojecido que hacía que las cicatrices de la parte izquierda de su cara resultaran más visibles. Pero eso a él no parecía molestarlo. Arlene se había acostado una noche con él, después de beber bastante, y me dijo en confianza que Terry tenía muchas cicatrices incluso peores que las de su mejilla.

– Solo por estar aquí-le dije.

– ¿Es cierto lo de Dawn?

Lafayette colocó dos platos en la ventanilla de servir, y me guiñó un ojo con un barrido de sus densas pestañas falsas. Lafayette lleva siempre un montón de maquillaje. Estoy tan acostumbrada que ya no me fijo nunca en ello, pero en ese momento su sombra de ojos me trajo a la memoria a aquel chico, Jerry. Permití que los otros tres vampiros se lo llevaran sin protestar. Era probable que aquello hubiera estado mal, pero fui realista: no podría haberlo impedido. Ni podría haber acudido a la policía a tiempo para que los pillaran con él. Además, se estaba muriendo de todos modos, y se llevaba consigo a la tumba a todos los vampiros y humanos que podía. Ya era un asesino de por sí. Le dije a mi conciencia que esa sería la última conversación que tendríamos sobre Jerry.

– Arlene, ya están las hamburguesas-avisó Terry, trayéndome de nuevo a la realidad. Arlene se acercó para recoger los platos, y me echó una mirada que indicaba que me iba a coser a preguntas en cuanto pudiera. También Charlsie Tooten estaba trabajando ese día en el bar. Llamaban a Charlsie cuando una de las chicas regulares se ponía enferma o directamente no aparecía. Confié en que Charlsie se quedara con el puesto de Dawn a tiempo completo; siempre me había caído bien.

– Sí, Dawn está muerta -contesté a Terry. No pareció importarle mi larga pausa previa.

– ¿Qué le ha pasado?

– No lo sé, pero no fue de modo pacífico. -Había visto sangre en las sábanas. No mucha, pero sí algo.

– Maudette-dijo Terry, y lo comprendí de inmediato.

– Puede ser-respondí. Desde luego, era muy posible que la persona que le hizo aquello a Dawn fuese la misma que había asesinado a Maudette.

Por descontado, toda la gente de la Parroquia de Renard vino a Merlotte's aquella noche, si no para comer, sí al menos para tomarse una taza de café vespertina o una cerveza. Los que no podían adaptar su jornada de trabajo para acercarse al bar esperaron hasta la hora de salir y se pasaron por allí de camino a casa. ¿Dos mujeres muertas en nuestro pueblo en menos de un mes? Puedes apostar a que la gente quería rumores.