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– ¿Qué tal has estado cuidando a nuestro Bill? -preguntó Diane.

– Eso no es de tu puta incumbencia-respondí, usando una de las palabras de Jason a la vez que sonreía. Ya he dicho que tengo mal carácter.

Hubo una breve pausa. Todos, humanos y vampiros, parecieron examinarme con tanto detenimiento como para poder contarme los pelos de los brazos. Entonces el vampiro alto comenzó a carcajearse y los demás siguieron su ejemplo. Mientras se distraían con las risas, me acerqué un poco más a Bill. Tenía sus oscuros ojos fijos en mí (él no reía) y obtuve la clara impresión de que él, igual que yo, deseaba que pudiera leerle la mente.

Estaba en peligro, eso me quedaba claro. Y si él lo estaba, yo también.

– Tiene una sonrisa graciosa -dijo pensativo el vampiro alto. Me gustaba más cuando se reía.

– Oh, Malcolm-dijo Diane-, todas las mujeres humanas te parecen graciosas.

Malcolm atrajo hacia sí al chico humano y le dio un largo beso. Empecé a sentirme un poco mal. Ese tipo de cosas son íntimas.

– Es cierto -reconoció Malcolm, apartándose un instante después para obvio disgusto del joven-. Pero hay algo raro en esta. Puede que tenga la sangre sabrosa.

– Bah -dijo la mujer rubia, con una voz que podía arrancar la pintura de la pared-, es solo esa loca de Sookie Stackhouse.

La miré con más atención y, tras eliminar mentalmente de su cara unos cuantos años de vida en la carretera y la mitad del maquillaje, logré reconocerla. Era Janella Lennox, que había trabajado en Merlotte's durante dos semanas hasta que Sam la despidió. Arlene me contó que se había mudado a Monroe.

El vampiro de los tatuajes rodeó con su brazo a Janella y le sobó las tetas. Pude sentir que mi cara palidecía; estaba muy asqueada. Y la cosa fue a peor: Janella, con la decencia tan perdida como el vampiro, le puso la mano en el paquete y comenzó a frotarlo.

Al menos me quedó claro que los vampiros sí que pueden tener relaciones sexuales. Pero en aquel momento no me sentí demasiado excitada por descubrirlo.

Malcolm me miraba, y le mostré mi asco.

– Es inocente -le dijo a Bill, con una sonrisa llena de expectativas.

– Es mía -repitió Bill. En esta ocasión, su voz fue más intensa. De haber sido una serpiente de cascabel, su advertencia no podría estar más clara.

– Bueno, Bill, no me digas que esa cosita te ha estado dando todo lo que necesitas-intervino Diane-. Tienes aspecto pálido y mustio. No te ha estado cuidando muy bien.

Me acerqué un centímetro más a Bill.

– Venga -le ofreció Diane, a la que yo estaba empezando a odiar-, toma un sorbo de la chica de Liam o del precioso muchachito de Malcolm, Jerry.

Janella no reaccionó mientras la ofrecían por ahí (tal vez porque estaba demasiado ocupada bajando la cremallera de los vaqueros de Malcolm), pero el hermoso novio de Malcolm, Jerry, se deslizó bien dispuesto hacia Bill. Sonreí como si se me fuera a partir la mandíbula al tiempo que él rodeaba a Bill con sus brazos, le acariciaba el cuello con la nariz y frotaba el pecho contra su camisa.

La tensión del rostro de mi vampiro resultaba terrible de contemplar. Surgieron sus colmillos, que por vez primera vi completamente desplegados. Era cierto, la sangre sintética no satisfacía todas las necesidades de Bill.

Jerry comenzó a lamer una zona de la base del cuello de Bill. Mantener alzadas las protecciones mentales me estaba resultando demasiado duro. Tres de los presentes eran vampiros, cuyos pensamientos no podría oír de todos modos, y Janella estaba muy ocupada, así que eso solo dejaba a Jerry. Escuché y sentí arcadas.

Bill, sudando por la tentación, estaba ya inclinando sus colmillos hacia el cuello de Jerry, cuando yo grité:

– ¡No, tiene el sino-virus!

Como si se liberara de un embrujo, Bill me miró por encima del hombro de Jerry. Respiraba con pesadez, pero sus colmillos se retiraron. Aproveché la ocasión para dar unos pasos más hacia él. Ya estaba a menos de un metro de distancia.

– Sino-sida-dije.

Las víctimas ebrias o muy drogadas podían influir de manera temporal en el vampiro que chupara de ellas, y se decía que alguno incluso disfrutaba del viaje. Pero no les afectaba la sangre de un humano con el sida, por muy desarrollado que estuviera, ni las enfermedades de transmisión sexual o cualquier otra plaga que asolara a la humanidad.

Excepto el sino-sida. En el fondo, el sino-sida no mataba a un vampiro con la misma seguridad que mataba el sida a los humanos, pero los dejaba muy débiles durante casi un mes, durante el cual resultaba relativamente fácil atraparlos y aplicarles la estaca. Y en alguna ocasión, si el vampiro se alimentaba más de una vez de un humano infectado, acababa por morir de verdad (¿o era re-morir?) sin necesidad de la estaca. Aunque aún era poco habitual en los Estados Unidos, el sino-sida estaba haciéndose fuerte en ciudades portuarias como Nueva Orleáns, por las que estaban de paso marinos y otros viajeros de muchos países con ganas de divertirse.

Todos los vampiros se quedaron helados, mirando a Jerry como si fuera la muerte disfrazada. Y para ellos, en cierto sentido, podía serlo.

El hermoso joven me pilló totalmente por sorpresa. Se giró y me saltó encima. No era un vampiro pero era fuerte, y estaba claro que solo se encontraba en las primeras fases de la enfermedad. Me empujó contra la pared. Rodeó mi garganta con una mano y alzó la otra para pegarme en la cara. Yo aún estaba levantando las manos para defenderme cuando alguien retuvo el puño de Jerry y paró su movimiento.

– Suéltale la garganta-dijo Bill, con una voz tan aterradora que me asustó hasta a mí. A esas alturas, los distintos miedos se me acumulaban tan seguidos que no creía que pudiera volver a sentirme segura. Pero los dedos de Jerry no aflojaron su presa, y emití sin querer un pequeño ruido gimoteante. Miré de lado, y al ver la cara gris de Jerry comprendí que Bill sostenía sus manos, Malcolm lo agarraba por las piernas, y él estaba tan asustado que no podía comprender lo que le pedían.

La sala comenzó a parecerme muy confusa. La mente de Jerry golpeaba contra la mía, era incapaz de mantenerle a raya. Su cerebro estaba bloqueado con visiones del amante que le había pasado el virus, un amante que lo había dejado por un vampiro y al que el propio Jerry había asesinado en un ataque de celos homicidas. Jerry veía que la muerte se le acercaba en la forma de los mismos vampiros a los que había querido matar, y su venganza no se sentía lo bastante satisfecha con los vampiros a los que ya había infectado.

Pude ver el rostro de Diane por encima del hombro de Jerry, y estaba sonriendo.

Bill le rompió la muñeca a Jerry. Este gritó y cayó al suelo. La sangre volvió a llegarme a la cabeza y casi me desmayé. Malcolm recogió a Jerry y lo cargó hasta el sofá con total naturalidad, como si fuera una alfombra enrollada. Pero su expresión no tenía nada de natural; supe que Jerry tendría suerte si moría con rapidez. Bill se colocó delante de mí, ocupando el lugar de Jerry. Sus dedos, los mismos dedos que acababan de romper la muñeca de Jerry, masajearon mi cuello con tanta suavidad como habría hecho mi abuela. Me pasó una yema por los labios para que comprendiera que debía permanecer en silencio.

Entonces, rodeándome con el brazo, se giró para enfrentarse a los demás vampiros.

– Esto ha sido muy entretenido-dijo Liam. Su voz era tan tranquila como si Janella no le estuviera dando un masaje muy íntimo sobre el sofá. No se había molestado en mover ni un dedo durante todo el incidente, y ahora se le veían tatuajes que no hubiera podido imaginarme nunca en la vida. Hacían que se me revolviera el estómago-, pero creo que deberíamos coger el coche y volver a Monroe. Tendremos que tener una pequeña charla con Jerry cuando se despierte, ¿no te parece, Malcolm?

Malcolm cargó el cuerpo de Jerry, inconsciente, sobre el hombro, y asintió en respuesta a Liam. Diane parecía defraudada.