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– ¿Y dónde está el verdadero Robert Sinclair? -preguntó Sawyer.

– Lo más probable es que esté muerto -contestó Barracks-. Sinclair asumió su identidad.

Nadie hizo ningún otro comentario hasta que Sawyer planteó una pregunta inesperada.

– ¿Y si Robert Sinclair nunca existió?

Incluso Reid se mostró intrigada. Sawyer analizó su propia pregunta con una actitud pensativa.

– Hay muchos problemas cuando se asume la identidad de una persona real. Viejas fotos, compañeros de trabajo o amigos que aparecen de pronto y descubren la tapadera. Hay otra manera de hacerlo. -Sawyer frunció el entrecejo y apretó los labios mientras pensaba-. Tengo la corazonada de que habrá que repasar todos los pasos que dieron los de Vector cuando comprobaron los antecedentes de Riker. Dedícate a eso, Ray, ahora mismo.

Jackson asintió mientras tomaba nota en su libreta.

– ¿Estás pensando lo mismo que yo? -le preguntó Reid a Sawyer.

– No sería la primera vez que una persona se lo inventa todo. El número de la Seguridad Social, la historia laboral, los domicilios anteriores, las fotos, las cuentas bancadas, los certificados de estudios, los números de teléfono falsos, referencias. -Miró a Reid-. Incluso las huellas digitales, Marsha.

– Entonces hablamos de unos tipos muy sutiles -replicó la mujer.

– Nunca lo he dudado, señora Reid -dijo el agente. Miró a los demás-. No quiero apartarme del procedimiento habitual, así que continuaremos con las entrevistas a las familias de las víctimas, pero no desperdiciaremos mucho tiempo en eso. Lieberman es la clave de todo este asunto. -De pronto, pasó a otro tema-. ¿La acción rápida funciona bien? -le preguntó a Jackson.

– Perfectamente.

La acción rápida era la versión del FBI del trabajo de campo, y Sawyer la había empleado con éxito en el pasado. La premisa de la acción rápida era crear algo parecido a una cámara de compensación electrónica para las informaciones, pistas y denuncias anónimas involucradas en una investigación que de otra manera estarían desordenadas y confundidas. Con una investigación integrada y con un acceso a la información casi en tiempo real, las posibilidades de éxito eran muchísimo mayores.

La acción rápida para el vuelo 3223 había sido albergada en un depósito de tabaco abandonado en las afueras de Standardsville. En lugar de hojas de tabaco apiladas hasta el techo, el edificio acogía ahora la última palabra en ordenadores y equipos de telecomunicación atendidos por docenas de agentes que trabajaban por turnos metiendo información en las gigantescas bases de datos las veinticuatro horas del día.

– Necesitamos de todos los milagros que podamos conseguir. E incluso eso no será suficiente. -Sawyer permaneció en silencio por un momento y después añadió-: ¡A trabajar!

Capítulo 24

– ¿Quentin? -exclamó Sidney, sorprendida al abrir la puerta de su casa.

Quentin Rowe le devolvió la mirada a través de las gafas con los cristales ovalados.

– ¿Puedo pasar?

Los padres de Sidney habían ido a hacer la compra. Mientras Sidney y Quentin iban hacia la sala, una Amy somnolienta apareció en el vestíbulo con su osito de peluche.

– Hola, Amy -dijo Rowe. Se arrodilló y le tendió la mano, pero la niñita se apartó. El sonrió-. Yo también era tímido cuando tenía tu edad. -Miró a Sidney-. Quizá por eso me dediqué a la informática. Los ordenadores no te contestan ni quieren tocarte. -Hizo una pausa, al parecer abstraído. Entonces volvió a la realidad y miró otra vez a la mujer-. ¿Tienes tiempo para hablar? -Al ver que Sidney vacilaba, añadió-: Por favor.

– Déjame que lleve a esta jovencita a dormir la siesta. Enseguida vuelvo. -Sidney cogió a su hija en brazos y salió.

Mientras ella estaba ausente, Rowe se paseó por la habitación. Contempló las numerosas fotos de la familia Archer colgadas en las paredes y encima de las mesas. Se volvió cuando Sidney regresó a la sala.

– Tienes una niña preciosa.

– Es un tesoro. Un auténtico tesoro.

– Sobre todo ahora, ¿verdad?

Sidney asintió.

– Yo perdí a mis padres en un accidente de aviación cuando tenía catorce años -dijo Rowe sin desviar la mirada.

– Oh, Quentin.

– Ha pasado mucho tiempo -replicó él y encogió los hombros-. Pero creo estar en condiciones de comprender lo que sientes mejor que nadie. Yo era hijo único. No tenía a nadie más.

– Supongo que en ese sentido soy afortunada.

– Lo eres, Sidney, nunca lo olvides.

– ¿Quieres beber alguna cosa?

– Té, si tienes.

Unos minutos después estaban sentados en el sofá de la sala. Rowe aguantó el platillo sobre la rodilla mientras bebía el té a sorbos. Dejó la taza y miró a Sidney. Era obvio que se sentía incómodo.

– Ante todo -dijo-, quiero disculparme.

– Quentin…

Él levantó una mano para hacerla callar.

– Sé lo que vas a decir, pero me pasé de la raya. Las cosas que dije, la manera como te traté. Algunas veces no pienso antes de hablar. De hecho, es lo que hago demasiado a menudo. No me sé presentar. Sé que parezco un tipo extraño e insensible, pero en realidad no lo soy.

– Lo sé, Quentin. Siempre hemos tenido una buena relación. Todos en Tritón dicen maravillas de ti. Sé que Jason lo hacía. Si te hace sentir mejor, te diré que me resulta mucho más fácil tratar contigo que con Nathan Gamble.

– Tú y el resto del mundo -se apresuró a decir Rowe-. Aclarado esto, sólo me queda decir que estoy sometido a una gran presión. Ya sabes, la desconfianza de Gamble ante el acuerdo con CyberCom y la posibilidad de perderlo todo.

– Yo creo que Nathan sabe lo que está en juego.

Rowe asintió, distraído.

– La segunda cosa que quería comunicarte es mi profunda pena por lo de Jason. No tendría que haber pasado. Jason era probablemente la única persona con la que podía conectar de verdad en la compañía. Tenía tanto talento como yo en el aspecto tecnológico, pero él sabía presentarse, algo, que como te he dicho, no sé hacer.

– A mi juicio lo haces bastante bien.

– ¿De veras? -Rowe se animó en el acto. Después suspiró-. Supongo que al lado de Gamble, la mayoría de la gente parece un florero.

– No te diré que no, pero tampoco te recomendaría que lo imitaras.

– Sé que para los demás debemos parecer una extraña pareja.

– No es fácil criticar el éxito que habéis tenido.

– Eso es -exclamó Rowe con un tono que de pronto sonó amargo-. Todo se mide por el dinero. Cuando comencé, tenía ideas. Unas ideas maravillosas, pero no tenía capital. Entonces apareció Nathan. -Una expresión desagradable apareció en el rostro del joven.

– No es sólo eso, Quentin. Tú tienes visión de futuro. Yo comprendo esa visión aunque sea una novata en cuestiones tecnológicas. Sé que esa visión es lo que impulsa el trato con CyberCom.

– Exacto, Sidney, exacto. -Rowe se golpeó con el puño la palma de la otra mano-. Las apuestas son altísimas. La tecnología de CyberCom es tan superior, tan monumental que es como la aparición de un segundo Graham Bell. -Pareció estremecerse anticipadamente mientras miraba a Sidney-. ¿Te das cuenta de que la única cosa que retiene el potencial ilimitado de Internet es el hecho de que es tan grande que navegar por la red es a menudo un terrible y frustrante ejercicio, incluso para los usuarios más expertos?

– Y con la tecnología de CyberCom ¿cambiará?

– ¡Sí! ¡Sí! ¡Desde luego!

– Debo confesar que si bien llevo meses trabajando en este acuerdo, no tengo claro qué ha descubierto CyberCom. Los abogados casi nunca entramos en estos matices, sobre todo aquellos que no hemos destacado en ciencias, como es mi caso -dijo Sidney, y sonrió.

Rowe se acomodó mejor, con el cuerpo más relajado ahora que la conversación versaba sobre cuestiones técnicas.

– En términos vulgares, CyberCom ha hecho nada menos que crear inteligencia artificial, las lanzaderas inteligentes que te permitirán navegar sin esfuerzos por la multitud de tributarios de Internet y su progenie.