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– Kaplan y su equipo encontraron las cajas negras. La funda estaba rota, pero la cinta se conservaba en bastantes buenas condiciones. Las conclusiones preliminares indican que la turbina de estribor, y los controles que pasan por esa sección del ala, se separaron del avión segundos después de que la caja negra registrara un sonido extraño. Ahora están haciendo los análisis de sonido. No hubo ningún cambio drástico de presión en la cabina, así que la explosión no se produjo en el interior del fuselaje, algo lógico porque ahora sabemos que el sabotaje se cometió en el ala. Antes de eso, todo funcionaba bien: ningún problema en los motores, altitud de vuelo correcta, control de movimientos de superficie normales. Pero en cuanto las cosas comenzaron a ir mal, no tuvieron ninguna oportunidad.

– ¿Las conversaciones de los pilotos dan alguna pista? -preguntó Long.

– Ninguna. Los gritos, la llamada de socorro. El avión cayó a plomo diez mil metros con la turbina izquierda funcionando a toda potencia. ¿Quién sabe si en esas condiciones permanecieron conscientes? -Hizo una pausa y después añadió con un tono solemne-: Esperemos que no.

Ahora que estaba claro que el aparato había sido derribado por un acto de sabotaje, el FBI se hizo cargo oficialmente de la investigación. Debido a las complejidades del caso y el enorme desafío logístico que planteaba, el cuartel general del FBI sería la base de operaciones y Sawyer, que se había destacado por su trabajo en el atentado de Lockerbie, estaría a cargo de la investigación. Pero este atentado era distinto: había ocurrido en el espacio aéreo norteamericano, había abierto un cráter en territorio nacional. Dejaría que otros se encargaran de las conferencias de prensa y de los comunicados. Él prefería hacer su trabajo en la sombra.

El FBI dedicaba grandes recursos humanos y financieros a infiltrarse en las organizaciones terroristas que funcionaban en Estados Unidos, y de esta manera descubrir y abortar los planes de destrucción en nombre de alguna causa política o religiosa. El atentado contra el vuelo 3223 había sido una absoluta sorpresa. La inmensa red del FBI no había tenido ni la más mínima información de que se estuviese preparando algo así. Ocurrido el desastre, Sawyer tendría que dedicarse en cuerpo y alma a la búsqueda de los culpables para llevarlos ante la justicia.

– Bueno, ya sabemos lo que pasó en el avión -dijo el agente. Ahora sólo tenemos que encontrar el motivo y quienes estén involucrados. Comenzaremos por el motivo. ¿Qué has podido averiguar de Arthur Lieberman, Ray?

Raymond Jackson era el compañero de Sawyer. Había jugado al fútbol en el equipo de la universidad de Michigan antes de colgar las botas y renunciar a una carrera en la NFL para ingresar en el FBI. El joven negro de un metro ochenta de estatura, hombros anchos, mirada inteligente y voz suave, abrió su libreta.

– Tengo muchísima información. Para empezar, el tipo era un enfermo terminal. Cáncer de páncreas. En la última fase. Le quedaban quizá seis meses. Sólo quizá. Habían interrumpido todo el tratamiento. Al tipo lo tenían sometido a dosis masivas de calmantes. Utilizaba la solución de Schlesinger, una combinación de morfina y estimulantes, probablemente cocaína. Le habían instalado una de esas unidades portátiles que suministran las drogas directamente al torrente sanguíneo.

En el rostro de Sawyer apareció una expresión de asombro. Walter Burns y sus secretos.

– ¿Al presidente de la Reserva le quedaban seis meses de vida y nadie lo sabía? ¿De dónde has sacado la información?

– Encontré un frasco de drogas de quimioterapia en el botiquín del apartamento. Entonces fui directamente a la fuente. Su médico personal. Le dije que estábamos haciendo una investigación de rutina. En la agenda de Lieberman aparecían muchas visitas al médico. Algunas en el Johns Hopkins y otra en la clínica Mayo. Mencioné la medicación que había encontrado. El médico se puso nervioso. Le sugerí sutilmente que si no le decía toda la verdad al FBI se vería con la mierda hasta el cuello. Cuando mencioné una citación judicial, se vino abajo. Pensó que si el paciente estaba muerto, no se quejaría.

– ¿Qué me dices de la Casa Blanca? Tenían que saberlo.

– Si están jugando limpio con nosotros, ellos tampoco sabían nada. Hablé con el jefe de gabinete sobre el pequeño secreto de Lieberman. Me dio la impresión de que al principio no me creía. Tuve que recordarle que FBI son las siglas de fidelidad, bravura e integridad. También le envié una copia del historial clínico. Dicen que el presidente se subía por las paredes.

– No deja de ser interesante -opinó Sawyer-. Me imaginaba a Lieberman como a un dios de las finanzas. Firme como una roca. Sin embargo, se olvida de mencionar que está a punto de palmarla de cáncer y dejar al país colgado. Eso no tiene mucho sentido.

– Sólo te informo de los hechos. -Jackson sonrió-. Tienes razón respecto a la capacidad de ese tipo. Era una leyenda. Sin embargo, en lo personal, estaba casi arruinado.

– ¿Qué quieres decir?

Jackson pasó unas cuantas hojas de la libreta hasta dar con la que buscaba. Después se la pasó a Sawyer y continuó con el informe.

– Lieberman se divorció hace unos cinco años después de veinticinco de matrimonio. Al parecer, era un chico malo que le hacía el salto a su mujer. El momento no podía ser peor. Estaba a punto de presentarse en la audiencia del Senado para el cargo en la Reserva. La esposa le amenazó con divulgarlo a la prensa. Según me han dicho, Lieberman ambicionaba el puesto, y si no hacía algo lo perdería. Para quitarse el problema, Lieberman le dio todo lo que tenía a su ex. Ella murió hace un par de años. Para complicar todavía más las cosas, dicen por ahí que su amante tenía gustos caros. El cargo en la Reserva da mucho prestigio, pero no pagan lo que en Wall Street, ni de lejos. La cuestión es que Lieberman estaba de deudas hasta las orejas. Vivía en un apartamento miserable en Capítol Hill mientras intentaba salir de un agujero del tamaño del cañón del Colorado. El montón de cartas de amor que encontramos en el apartamento al parecer son de ella.

– ¿Qué se ha hecho de la novia?

– No lo sé. No me sorprendería que se hubiera largado en cuanto se enteró de que el filón tenía cáncer.

– ¿Tienes alguna idea de su paradero?

– Por lo que se sabe, hace algún tiempo que desapareció del mapa. Hablé con algunos colegas de Lieberman en Nueva York. Me la describieron como una mujer hermosa pero tonta perdida.

– Quizá sea una pérdida de tiempo, pero averigua algo más de ella, Ray.

Jackson asintió.

– ¿Se comenta algo en el Congreso sobre quién sucederá a Lieberman? -le preguntó Sawyer a Barracks.

– La opinión es unánime: Walter Burns.

Sawyer se quedó de piedra al escuchar la respuesta. Miró a Barracks, y después escribió «Walter Burns» en la libreta. En el margen añadió: «Gilipollas» y a continuación la palabra «sospechoso» entre interrogantes.

– Al parecer -dijo cuando acabó de escribir-, nuestro amigo Lieberman pasaba por una mala racha. Entonces, ¿para qué matarle?

– Hay muchísimas razones -señaló Barracks-. El presidente de la Reserva es el símbolo de la política monetaria norteamericana. Es un bonito objetivo para cualquier mierda de país tercermundista con un monstruo verde a las espaldas. O puedes escoger entre una docena de grupos terroristas especializados en atentados contra aviones.

– Ningún grupo se ha adjudicado la responsabilidad de la acción.

– Dales tiempo -exclamó Barracks-. Ahora que hemos confirmado que fue un atentado, los que lo hicieron llamarán. Hacer estallar un avión en pleno vuelo como una declaración política es el sueño de todos esos gilipollas.

– ¡Maldita sea!

Sawyer descargó el puño como un martillazo contra la mesa, se levantó y comenzó a pasearse de una punta a la otra de la sala, con el rostro enrojecido. Parecía como si cada diez segundos pasara por su cabeza una imagen del cráter de impacto. Añadido a ello, estaba la todavía más terrible visión del zapatito chamuscado que había tenido en la mano. Había acunado a cada uno de sus hijos al nacer con su manaza. Podía haber sido cualquiera de ellos ¡Cualquiera de ellos! Sabía que la visión no desaparecería de su mente mientras viviera.