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Más adelante vio un sedán negro. Reconoció al hombre apoyado en él, con los brazos cruzados. Era la boca lo que no podía olvidarse, con los dientes fuera de sitio, amontonados. Ese hombre había sido el primero en darle una paliza a Larue hacía ya muchos años. Quería saber qué había pasado la noche de la Matanza de Boston. Larue le había dicho la verdad: no lo sabía.

Ahora sí lo sabía.

– Hola, Wade.

– Cram.

Cram abrió la puerta. Wade Larue se sentó en el asiento de atrás. Cinco minutos después circulaban por la autopista de West Side, en la recta final del juego.

41

Eric Wu observó la limusina detenerse ante la casa de los Lawson.

Un hombre corpulento con aspecto de cualquier cosa menos de chófer salió del coche, se ciñó la chaqueta para poder abrocharse el botón y abrió la puerta de atrás. Salió Grace Lawson. Se dirigió hacia la puerta sin despedirse ni mirar atrás. El hombre corpulento la vio recoger un paquete y entrar. Luego se metió en el coche y se fue.

Wu se preguntó quién sería ese hombre corpulento. Grace Lawson, según le habían dicho, tal vez tenía protección. La habían amenazado. Habían amenazado a sus hijos. El chófer fornido no era policía, de eso Wu estaba seguro. Pero tampoco era un conductor normal y corriente.

Mejor andarse con cuidado.

Manteniéndose a una distancia prudencial, Wu empezó a circundar la casa. El cielo estaba despejado y el follaje era exuberante. Había muchos escondites. Wu no tenía prismáticos -le habrían facilitado las cosas-, pero daba igual. Enseguida localizó a un hombre. Estaba apostado detrás del garaje, independiente de la casa. Wu se acercó sigilosamente. El hombre hablaba por un walkie-talkie. Wu aguzó el oído. Sólo le llegaron retazos, pero fue suficiente. También había alguien dentro de la casa. Y probablemente otro hombre cerca, en la acera de enfrente.

Eso no le gustó.

De todos modos, ya se las arreglaría. Lo sabía. Pero tendría que actuar rápido. Primero tenía que averiguar dónde estaba exactamente el segundo hombre. Eliminaría a uno con las manos y al otro con la pistola. Tendría que asaltar la casa. Podía hacerlo. Habría muchos cadáveres. El hombre que estaba dentro quizás entonces estuviese ya prevenido. Pero podía hacerlo.

Wu consultó la hora. Las tres menos veinte.

Mientras regresaba a la calle, se abrió la puerta de atrás y salió Grace. Llevaba una maleta. Wu se detuvo y la miró. Grace la puso en el maletero. Volvió a entrar. Salió con otra maleta y un paquete: el mismo, pensó Wu, que la había visto recoger en la puerta de su casa.

Wu volvió a toda prisa al coche que usaba; irónicamente, era el Ford Windstar de Grace, aunque había cambiado la matrícula en el centro comercial de Palisades y colocado unos adhesivos en el parachoques para despistar. La gente recordaba más los adhesivos en los parachoques que las matrículas e incluso las marcas. Había uno de un padre orgulloso de su hijo, un alumno con matrículas de honor. Otro, de los Knicks de Nueva York, decía: un equipo, un nueva york.

Grace Lawson se sentó ante el volante de su coche y arrancó. Bien, pensó Wu. Le sería mucho más fácil cogerla donde se detuviera. Las instrucciones eran claras. Debía averiguar qué sabía. Luego deshacerse del cuerpo. Puso la marcha pero pisó el freno. Quería ver si alguien más la seguía. Nadie salió detrás de ella. Wu se mantuvo a cierta distancia.

Nadie más iba detrás de ella.

Los hombres habían recibido orden de proteger la casa, supuso, no a ella. Wu se sintió intrigado por las maletas y se preguntó adónde iría, cuánto duraría el viaje. Se sorprendió cuando Grace se desvió por calles secundarias. Se sorprendió todavía más cuando se detuvo junto al patio de una escuela.

Claro. Eran casi las tres. Había ido a recoger a sus hijos.

Volvió a pensar en las maletas y en lo que podrían significar. ¿Tenía la intención de recoger a los niños e irse de viaje? Si era así, a lo mejor se iba muy lejos. A lo mejor no se detenía hasta pasadas varias horas.

Wu no quería esperar varias horas.

O bien volvía directa a casa, a la protección de los dos hombres apostados fuera y del que estaba dentro. Eso tampoco le convenía. Tendría los mismos problemas que antes, y encima, en cualquiera de los dos casos, estarían los niños de por medio. Wu no era sanguinario ni sentimental. Era pragmático. Llevarse a una mujer cuyo marido ya había huido podía despertar sospechas e incluso involucrar a la policía, pero si a eso se añadían cadáveres, posiblemente dos niños muertos, la atención se volvería casi insoportable.

No, comprendió Wu. Lo mejor sería llevarse a Grace Lawson allí mismo. Antes de que los niños salieran de la escuela.

Eso significaba que no tenía mucho tiempo.

Las madres empezaron a agolparse y mezclarse, pero Grace Lawson se quedó en su coche. Parecía leer algo. Eran las tres menos diez. Eso significaba que Wu disponía de diez minutos. En ese momento se acordó de la anterior amenaza. Le habían dicho a Grace que se llevarían a sus hijos. En ese caso, era muy posible que también hubiera hombres vigilando la escuela.

Tenía que comprobarlo de inmediato.

No tardó mucho. La furgoneta estaba aparcada a una manzana, al final de una calle sin salida. Demasiado evidente. Wu se planteó la posibilidad de que hubiera más de una. Miró rápidamente alrededor y no vio nada. De todos modos, no tenía tiempo. Debía actuar. Faltaban cinco minutos para que acabaran las clases. En cuanto aparecieran los niños, las cosas se complicarían de manera exponencial.

Wu llevaba ahora el pelo moreno y unas gafas de montura dorada. Vestía ropa deportiva y amplia. Intentó adoptar una actitud tímida mientras caminaba hacia la furgoneta. Miró alrededor como si estuviera perdido. Fue derecho hacia la puerta de atrás y, justo cuando estaba a punto de abrirla, un hombre calvo con la frente empapada en sudor asomó la cabeza.

– ¿Qué quieres, amigo?

El hombre vestía un chándal de velvetón azul. No llevaba camiseta debajo de la chaqueta, y se le veía el vello del pecho. Era corpulento y recio. Wu tendió la mano derecha y cogió al hombre por la nuca. Levantó el otro brazo y le hundió la nuez con el codo izquierdo. La garganta simplemente cedió. Se le partió la tráquea como una frágil rama. El hombre se desplomó, sacudiéndose como un pescado en un muelle. Wu lo empujó hacia el interior de la furgoneta y entró.

Dentro encontró el mismo walkie-talkie, unos prismáticos y una pistola. Wu se metió el arma bajo el cinturón. El hombre seguía agitándose. No viviría mucho tiempo.

Faltaban tres minutos para que sonara el timbre de la escuela.

Wu cerró la puerta de la furgoneta al salir y se alejó a toda prisa. Volvió a la calle donde había aparcado Grace Lawson. Las madres se hallaban junto a la valla esperando a los niños. Grace Lawson ya había salido del coche y estaba sola. Eso facilitaría las cosas.

Wu se dirigió hacia ella.

Al otro lado del patio, Charlaine Swain pensaba en las reacciones en cadena y en las piezas de dominó que caían.

Si Mike y ella no hubiesen tenido problemas.

Si ella no hubiese iniciado esa danza perversa con Freddy Sykes.

Si ella no hubiese mirado por la ventana cuando Eric Wu estaba allí.

Si ella no hubiese abierto el guardallaves y llamado a la policía.

Pero en ese momento, mientras pasaba junto al patio de la escuela, las piezas de dominó caían más en el presente: si Mike no hubiese despertado, si no hubiese insistido en que se ocupara de los niños, si Perlmutter no le hubiese preguntado por Grace Lawson…, en fin, sin todo eso Charlaine no habría dirigido la mirada hacia donde estaba Grace Lawson.

Pero Mike había insistido. Le había recordado que los niños la necesitaban. Así que allí estaba. Recogiendo a Clay en la escuela. Y efectivamente Perlmutter había preguntado a Charlaine si conocía a Jack Lawson. De modo que cuando Charlaine llegó al patio de la escuela, fue normal, si no inevitable, que mirara alrededor en busca de la mujer de ese hombre.