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Big Jake sonrió.

– Espere, ¿ésta es la parte en que me desmorono y lloro? -preguntó Myron.

Big Jake le apoyó un dedo en el pecho.

– Usted manténgase apartado de mi hijo, ¿entendido? No tiene nada que ver con la desaparición de esa furcia.

La mano de Myron salió disparada. Cogió a Jake por las pelotas y apretó. A Jake se le abrieron los ojos de golpe. Myron situó su cuerpo de modo que nadie viera lo que estaba haciendo. Después se apoyó y le susurró:

– No volveremos a insultar a Aimee, a que no, Jake. No se corte, asienta con la cabeza.

Big Jake asintió. Se le estaba poniendo la cara morada. Myron cerró los ojos, maldijo y le soltó. Jake respiró hondo, se tambaleó hacia atrás y cayó sobre una rodilla. Myron se sintió estúpido por perder el control de aquella manera.

– Oiga, mire, sólo quería…

– Lárguese -siseó Jake-. Déjeme… déjeme en paz.

Y esta vez, Myron obedeció.

Desde el asiento delantero de un Buick Skylark, los Gemelos observaron a Myron salir caminando de la finca de los Wolf.

– Ése es nuestro chico.

– Sí.

No eran realmente gemelos. Ni siquiera eran hermanos. No se parecían. Tenían en común el cumpleaños, 24 de septiembre, pero Jeb era ocho años mayor que Orville. El nombre venía en parte de eso y en parte porque se habían conocido en el partido de béisbol de los Minnesota Twins. * Algunos decían que era un giro sádico del destino o un alineamiento absurdamente malo de las estrellas que existiera un vínculo entre ellos, dos almas perdidas que reconocieron un espíritu afín, como si su tendencia a la crueldad y su psicosis fueran una especie de imán que los hubiera unido.

Se conocieron en las gradas del estadio de Minneapolis cuando Jeb, el mayor, se metió en una pelea con cinco palurdos empapados de cerveza. Orville se puso de su lado y entre los dos mandaron a los cinco al hospital. De eso hacía ocho años. Tres de aquellos hombres seguían en coma.

Jeb y Orville permanecieron juntos. Los dos solitarios, solteros, sin ninguna relación a largo plazo, se hicieron inseparables. Se movieron de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo dejando siempre el desastre a su paso. Para divertirse, entraban en los bares y provocaban peleas, comprobando hasta dónde podían llegar con un hombre sin llegar a matarle. Cuando aniquilaron a una banda de motoristas traficantes de drogas en Montana, su reputación se consolidó.

No parecían peligrosos. Jeb llevaba un lazo y una americana esmoquin. Orville vestía al estilo Woodstock: cola de caballo, pelo facial desaliñado, gafas de sol oscuras y una camisa teñida a mano. Se quedaron en el coche observando a Myron.

Jeb se puso a cantar, como siempre, mezclando la letra inglesa con su versión española. En esta ocasión era «Message in a Bottle» de The Police.

– «I hope that someone gets my, I hope that someone gets my, I hope that someone gets my, mensaje en una botella…»

– Me gusta ésa, tío -dijo Orville.

– Gracias, mi amigo.

– Tío, si fueras más joven podrías salir en American Idol. Esa cosa española. Les chiflarías. Incluso a ese juez Simon que lo detesta todo.

– Me encanta Simon.

– A mí también. El tío está que se sale.

Myron se metió en su coche.

– A ver, ¿tú qué crees que hacía en esa casa? -preguntó Orville.

– «You ask me if our love would grow, yo no sé, yo no sé.»

– Es de los Beatles, ¿no?

– Premio.

– Y yo no sé, «I don't know».

– Premio otra vez.

– Tope. -Orville miró el reloj del coche-. ¿Deberíamos llamar a Rochester para informarle?

Jeb se encogió de hombros.

– Podríamos.

Myron Bolitar arrancó el coche. Le siguieron. Rochester contestó al segundo timbre.

– Ha salido de la casa -dijo Orville.

– Seguidle -dijo Rochester.

– Es su dinero -dijo Orville encogiéndose de hombros-. Pero creo que es perder el tiempo.

– Podría daros la pista de dónde tiene a las chicas.

– Si le cogemos ahora, nos dará todas las pistas que tenga.

Hubo un momento de duda. Orville sonrió y le hizo a Jeb una señal con el pulgar.

– Estoy en su casa -dijo Rochester-. Es donde quiero que lo traigáis.

– ¿Está fuera o dentro?

– ¿Fuera o dentro de qué?

– De su casa.

– Estoy enfrente. En el coche.

– Así que no sabe si tiene televisor de plasma.

– ¿Qué? No, no lo sé.

– Si tenemos que trabajarlo un rato, sería estupendo que tuviera uno. Por si se pone pesado, usted ya me entiende. Los Yankees juegan contra Boston. Jeb y yo lo veríamos en alta definición. Por eso lo pregunto.

Hubo otro momento de vacilación.

– Puede que tenga -dijo Rochester.

– Eso sería tope. La tecnología digital mola. Todo lo de la alta definición, claro. En fin, ¿tiene un plan o algo así?

– Esperaré hasta que llegue a casa -dijo Dominick Rochester-. Le diré que quiero hablar con él. Entramos. Vosotros también.

– Radical.

– ¿Adónde va ahora?

Orville miró el navegador del coche.

– Eh, bueno, a lo mejor me equivoco, pero creo que vamos a casa de Bolitar.

21

Myron estaba a dos manzanas de casa cuando sonó el teléfono.

– ¿Te he hablado alguna vez de Cingle Shaker? -preguntó Win.

– No.

– Es detective privada. Si fuera más guapa, se te derretirían los dientes.

– Me alegro, en serio.

– Me la he tirado -dijo Win.

– Te felicito.

– Volví para una segunda vez. Y todavía nos hablamos.

– Qué barbaridad -dijo Myron.

Que Win hablara todavía con una mujer con la que se había acostado más de una vez, en términos humanos, era como si un matrimonio celebrara las bodas de plata.

– ¿Hay alguna razón para que me cuentes este tierno suceso ahora? -Entonces Myron recordó algo-. Un momento, una detective llamada Cingle. Hester Crimstein la llamó mientras me interrogaban, ¿no?

– Exacto. Cingle ha reunido más información sobre las desapariciones.

– ¿Has quedado para una reunión?

– Te espera en Baumgart's.

Baumgart's, el restaurante preferido de Myron desde hacía mucho, que servía comida china y estadounidense, acababa de abrir una sucursal en Livingston.

– ¿Como la reconoceré?

– Es lo bastante guapa para que se te derritan los dientes -dijo Win-. ¿Cuántas mujeres encajan con esta descripción en Baumgart's?

Win colgó. Cinco minutos después Myron entraba en el restaurante. Cingle no le decepcionó. Era toda curvas, con un cuerpo como una heroína de cómic hecha realidad. Myron fue a saludar a Peter Chin, el dueño. Peter le miró con el ceño fruncido.

– ¿Qué?

– No es Jessica -dijo Peter.

Myron y Jessica iban continuamente a Baumgart's, es decir, al original de Englewood. Peter no había superado la separación. La regla tácita era que Myron no llevaría a otras mujeres allí. Había mantenido la regla siete años, más por sí mismo que por Peter.

– No es una cita.

Peter miró a Cingle, miró a Myron, hizo una mueca que decía: «Me vas a engañar a mí».

– No lo es. -Y después-: Te das cuenta, por supuesto, que no he visto a Jessica en años.

Peter levantó un dedo.

– Los años pasan, pero el corazón se queda.

– Maldita sea.

– ¿Qué?

– Ya has vuelto a leer galletas de la fortuna, ¿eh?

– Están llenas de sabiduría.

– Te diré una cosa: lee el New York Times del domingo, para variar. La sección de Estilo.

– Ya lo he leído.

– ¿Y?

De nuevo Peter levantó un dedo.

– No se pueden montar dos caballos con otro detrás.

– Eh, ésa te la dije yo. Es yiddish.

– Lo sé.

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* «Twins» significa gemelos. (N. de la T.).