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Buscó Windows Explorer y puso los archivos por orden cronológico, para ver en qué había trabajado recientemente. Aimee había estado componiendo canciones. Pensó en esa joven tan creativa y en dónde estaría ahora. Echó una ojeada a los documentos de texto más recientes. Nada especial. Intentó ver sus descargas. Había algunas fotografías recientes. Las abrió. Ella con un grupo de compañeros de escuela, pensó. No había nada especial en ellos a primera vista, pero tal vez Claire podía encontrar algo.

Sabía que los adolescentes perdían el seso por los mensajes instantáneos en línea. Desde la calma relativa de sus ordenadores, mantenían conversaciones con docenas de personas, a veces al mismo tiempo. Myron conocía a muchos padres que se lamentaban de esto, pero en sus tiempos se habían pasado horas al teléfono cotilleando unos con otros. ¿Era peor el correo electrónico?

Sacó su lista de compañeros. Había al menos cincuenta nombres en la pantalla como SpazaManiacJackII, MSGWatkins y YoungThang Blaine 742. Los imprimió. Haría que Claire y Erik los repasaran con algunas de las amigas de Aimee, a ver si algún nombre se salía de lo normal, si alguno era desconocido. Era un tiro a ciegas, pero les mantendría ocupados.

Soltó el ratón del ordenador y se puso a buscar a la antigua usanza. Primero la mesa. Miró en los cajones. Bolígrafos, papeles, blocs de notas, pilas de recambio, un montón de cedés de programas de ordenador. Nada personal. Había varias facturas de un lugar llamado Planet Music. Myron miró las guitarras. Tenían adhesivos de Planet Music en la parte posterior.

Menudo hallazgo.

Pasó al siguiente cajón. Más de nada.

En el tercer cajón algo le llamó la atención. Metió la mano y lo levantó suavemente para verlo mejor. Sonrió. Protegida con un plástico… estaba la tarjeta de baloncesto de novato de Myron. Se miró a sí mismo de joven. Myron recordaba la sesión de fotos. Había posado en varias posturas absurdas -saltando, fingiendo un pase, en la antigua posición «triple amenaza»- pero se decidieron por una de él agachándose y regateando. El fondo era un campo vacío. En la foto llevaba su jersey verde de los Boston Celtics, una de las pocas veces que se lo había puesto en su vida. La empresa de cromos había impreso varios miles antes de su lesión. Ahora eran objetos de coleccionista.

Era agradable saber que Aimee tenía uno, aunque no estaba seguro de lo que podía deducir de ello la policía.

Lo devolvió al cajón. Ahora sus huellas estarían allí, pero de hecho estarían por toda la habitación. Daba igual. Siguió. Quería encontrar un diario. Eso es lo que pasaba siempre en las películas. La chica lleva un diario, y escribe sobre su novio secreto y su doble vida y todo eso. Eso funcionaba en la ficción. En la vida real a él no le sucedía.

Encontró un cajón con ropa interior. Se sintió fatal pero perseveró. Si ella pensaba esconder algo, ése podía ser el lugar. Pero no había nada. Su gusto parecía el normal en una adolescente sana de su edad. Los sujetadores eran vulgares. Sin embargo en el fondo encontró algo especialmente picante. Lo sacó para mirarlo. Llevaba una etiqueta de Bedroom Rendezvous, una tienda de lencería del centro comercial. Era blanco, transparente, y parecía algo salido de una fantasía con enfermeras. Frunció el ceño y no supo qué pensar.

Había algunas muñecas de cabeza oscilante. Un iPod con auriculares blancos sobre la cama. Comprobó la música. Tenía a Aimee Mann. Se lo tomó como una pequeña victoria. Él le había regalado Lost in Space de Aimee Mann hacía unos años pensando que el nombre despertaría su interés. Ahora tenía cinco cedés de Aimee Mann. Le gustó.

Había fotografías pegadas a un espejo. Eran todas fotos de grupo: Aimee con una serie de amigas. Dos del equipo de voleibol, una en la pose clásica y otra de celebración habiendo ganado la competición. Varias de su banda de rock del instituto con ella a la guitarra. Miró su cara tocando. Su sonrisa era conmovedora, pero ¿qué chica a esa edad no tiene una sonrisa conmovedora?

Encontró el anuario escolar. Empezó a hojearlo. Los anuarios habían cambiado mucho desde su graduación. Por ejemplo ahora incluían un dvd. Lo miraría si tenía tiempo. Buscó la entrada de Katie Rochester. Ya había visto aquella fotografía en las noticias. Leyó lo que decía de ella. Echaría de menos salir con Betsy y Craig los sábados por la noche al Ritz Diner. Nada significativo. Volvió a la página de Aimee Biel. Aimee mencionaba a muchos de sus amigos; sus profesores favoritos, la señorita Korty y el señor D; su entrenador de voleibol, el señor Grady y todas las chicas del equipo. Acababa con «Randy, tú has hecho muy especiales los dos últimos años. Sé que estaremos siempre juntos.»

Pobre Randy.

Buscó la entrada de Randy. Era un chico guapo con unos tirabuzones despeinados, casi rastas. Llevaba perilla y tenía una sonrisa muy blanca. En su escrito hablaba sobre todo de deportes. También mencionaba a Aimee y lo mucho que había «enriquecido» sus días de instituto.

Mmm.

Myron pensó en eso, volvió a mirar el espejo y por primera vez se preguntó si habría encontrado una pista.

Claire abrió la puerta.

– ¿Algo?

Myron señaló el espejo.

– Esto.

– ¿Qué pasa?

– ¿Con qué frecuencia entras en esta habitación?

Ella frunció el ceño.

– Aquí vive una adolescente.

– ¿Eso significa pocas veces?

– Casi nunca.

– ¿Hace la colada ella?

– Es adolescente, Myron. No hace nada.

– ¿Quién lo hace?

– Tenemos criada. Se llama Rosa. ¿Por qué?

– Las fotografías -dijo.

– ¿Qué pasa?

– Tiene un novio que se llama Randy, ¿no?

– Randy Wolf. Es muy buen chico.

– ¿Y llevan tiempo juntos?

– Desde el segundo año. ¿Por qué?

Volvió a indicarle el espejo.

– No hay fotos de él. He buscado en toda la habitación. No hay fotos de él en ninguna parte. Por eso te preguntaba cuándo habías entrado en la habitación por última vez. -Se volvió-. ¿Había fotos de Randy?

– Sí.

Él indicó varios puntos vacíos en la parte baja del espejo.

– Esto parece no seguir una secuencia, pero diría que arrancó las fotos de aquí.

– Pero si fueron juntos a la fiesta hace… hace tres noches.

Myron se encogió de hombros.

– Tal vez se pelearan allí.

– Dijiste que Aimee parecía angustiada cuando la recogiste, ¿no?

– Sí.

– Tal vez acabaran de romper -dijo Claire.

– Podría ser -dijo Myron-. Pero desde entonces ella no ha estado en casa y las fotografías del espejo han desaparecido. Eso querría decir que habían roto al menos un día o dos antes de que yo la recogiera. Otra cosa.

Claire esperó. Myron le mostró la lencería de Bedroom Rendezvous.

– ¿Lo habías visto?

– No. ¿Lo has encontrado aquí?

Myron asintió.

– En el cajón de abajo. Parece sin estrenar. Aún lleva la etiqueta.

Claire se quedó en silencio.

– ¿Qué?

– Erik le dijo a la policía que Aimee se había comportado de un modo raro últimamente. Yo se lo rebatí pero la verdad es que es cierto. Se ha vuelto muy reservada.

– ¿Sabes qué más me ha parecido raro en esta habitación?

– ¿Qué?

– Aparte de la lencería, que puede ser relevante o no, lo opuesto a lo que acabas de decir: no hay nada reservado. Teniendo en cuenta que estaba en el último año del instituto, debería haber algo, ¿no?

Claire se lo pensó.

– ¿Por qué crees que no lo hay?

– Es como si se esforzara mucho por ocultar algo. Tenemos que mirar otros sitios en donde hubiera podido guardar objetos personales, un sitio donde tú y Erik no pudierais fisgar. Como la taquilla de la escuela, tal vez.

– ¿Quieres que vayamos ahora?

– Prefiero hablar primero con Randy.

Ella frunció el ceño.

– Su padre.

– ¿Qué le pasa?

– Se llama Jake. Todos le llaman Big Jake. Es más alto que tú. Y su esposa es una ligona. El año pasado Big Jake se metió en una pelea en uno de los partidos de fútbol de Randy. Destrozó a un pobre desgraciado delante de sus hijos. Es un imbécil total.