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Esperaba que los líderes hicieran algo parecido. Pero lo dudaba.

Sonó el móvil de Myron. Miró el identificador. Decía dulces nalgas. Era el número de Win que no salía en la guía.

– Hola -contestó.

Sin preámbulos, Win dijo:

– Tu vuelo llega a la una.

– ¿Ahora trabajas para las líneas aéreas?

– Trabajas para las líneas aéreas -repitió Win-. Muy buena.

– ¿Qué pasa?

– Trabajas para las líneas aéreas -repitió Win-. Espera, déjame saborear esa frase un momento. Trabajas para las líneas aéreas. Hilarante.

– ¿Ya estás?

– Espera, voy a buscar un bolígrafo para apuntarlo. Trabajas. Para. Las. Líneas Aéreas.

Win.

– ¿Ya está?

– Déjame empezar de nuevo: tu vuelo llega a la una. Iré a recogerte al aeropuerto. Tengo dos entradas para el partido de los Knicks. Nos sentaremos junto a la cancha, probablemente al lado de Paris Hilton o Kevin Bacon. Personalmente, espero que sea Kevin.

– No te gustan los Knicks -dijo Myron.

– Cierto.

– De hecho, no te gustan los partidos de baloncesto. ¿Por qué…? – Myron cayó en la cuenta-. Maldita sea.

Silencio.

– ¿Desde cuándo lees la Sección de Estilo, Win?

– A la una. Aeropuerto de Newark. Nos vemos allí.

Clic.

Myron colgó y no pudo evitar sonreír. Vaya con Win. Qué elemento.

Fue a la cocina. Su padre estaba levantado preparando el desayuno. No dijo nada sobre las nupcias de Jessica. En cambio, su madre saltó de la silla, corrió hacia él, le echó una mirada que insinuaba una enfermedad terminal y le preguntó si estaba bien. Él le aseguró que estaba perfectamente.

– Hace siete años que no veo a Jessica -dijo-. No es para tanto.

Sus padres asintieron de forma que le pareció que le seguían la corriente.

Unas horas después se fue al aeropuerto. Había dado mil vueltas en la cama, pero al final se había reconciliado con la idea. Siete años. Hacía siete años que habían terminado. Y aunque Jessica era quien tenía la paella por el mango cuando estaban juntos, Myron había sido quien había puesto fin a la relación.

Jessica era el pasado. Cogió el móvil y llamó a Ali: el presente.

– Estoy en el aeropuerto de Miami -dijo.

– ¿Cómo ha ido el viaje?

La voz de Ali le llenó de calor.

– Ha ido bien.

– ¿Pero?

– Pero nada. Tengo ganas de verte.

– ¿Qué te parece a las dos? Los chicos no estarán, te lo prometo.

– ¿Qué tienes pensado? -preguntó él.

– El término técnico sería… A ver, que consulte el diccionario…, una siesta.

– Ali Wilder, eres una zorra.

– Así soy yo.

– No me va bien a las dos. Win me lleva a ver a los Knicks.

– ¿Y después del partido? -preguntó ella.

– Oye, no me gusta nada que te hagas la estrecha.

– Me lo tomaré como un sí.

– Ya lo creo.

– ¿Estás bien? -preguntó.

– Estoy perfectamente.

– Estás un poco raro.

– Intento parecer raro.

– Pues no te esfuerces tanto.

Hubo un momento de incomodidad. Quería decirle que la quería. Pero era demasiado pronto. O, con lo que había sabido de Jessica, tal vez no era el momento correcto. No quieres decir algo así por primera vez por razones equivocadas.

Así que dijo:

– Ya embarca mi vuelo.

– Hasta pronto, guapo.

– Espera, si voy por la noche, ¿seguirá siendo una siesta, o una cabezadita?

– Esa palabra es demasiado larga. No quiero perder tiempo.

– Hablando de eso…

– Hasta luego, guapo.

Erik Biel estaba sentado en el sofá y Claire, su esposa, en una silla. Loren se fijó en eso. Se diría que una pareja en esa situación preferiría sentarse cerca, consolarse mutuamente. El lenguaje corporal sugería que los dos querían estar tan lejos uno de otro como fuera posible. Podía significar una grieta en la relación. O que esa experiencia era tan dura que incluso la ternura -sobre todo la ternura- dolía de mala manera.

Claire Biel había servido té. A Loren no le apetecía, pero sabía que la gente se relajaba más si les dejaba mantener el control sobre algo, hacer algo banal o doméstico. Así que aceptó. Lance Banner, que se quedó de pie detrás de ella, lo había rechazado.

Lance le había permitido dirigir la conversación. Les conocía. Eso podía ser útil en algunos interrogatorios, pero en este caso empezaría ella. Loren tomó un sorbo de té. Dejó que el silencio se aposentara un momento, que fueran ellos los primeros en hablar. A algunos podía parecerles cruel. No lo era, si ayudaba a encontrar a Aimee. Si encontraban a Aimee sana y salva, lo olvidarían pronto. Si no la encontraban, el malestar del silencio no sería nada en comparación con lo que tendrían que soportar.

– Mire -dijo Erik Biel-, hemos elaborado una lista de amigos íntimos y sus teléfonos. Ya les hemos llamado a todos. Y a su novio, Randy Wolf. También hemos hablado con él.

Loren se tomó un tiempo para mirar los nombres.

– ¿Hay alguna novedad? -preguntó Erik.

Erik Biel era la personificación de la tensión. La madre, Claire, tenía a la hija desaparecida grabada en la cara. No había dormido. Estaba hecha un desastre. Pero Erik, con su camisa blanca almidonada, su corbata y su cara recién afeitada, aún parecía más angustiado. Se esforzaba tanto por mantener el tipo que era evidente que no se desmoronaría lentamente. Cuando se hundiera, sería terrible y quizá permanente.

Loren entregó el papel a Lance Banner. Se volvió y se sentó más derecha. Mantuvo los ojos fijos en el rostro de Erik cuando soltó la bomba:

– ¿Alguno de los dos conoce a un hombre llamado Myron Bolitar?

Erik frunció el ceño. Loren miró a la madre. Claire Biel ponía una cara como si Loren le hubiera pedido que lamiera su inodoro.

– Es un amigo de la familia -dijo Claire Biel-. Le conozco desde el instituto.

– ¿Conoce a su hija?

– Por supuesto. Pero qué tiene…

– ¿Qué relación tienen?

– ¿Relación?

– Sí. Su hija y Myron Bolitar. ¿Qué relación tienen?

Por primera vez desde que habían entrado en la casa, Claire se volvió lentamente y miró a su marido en busca de orientación. También él miró a su esposa. Los dos ponían una cara como si les hubiera atropellado un camión.

Por fin habló Erik.

– ¿Qué está sugiriendo?

– No estoy sugiriendo nada, señor Biel. Le estoy haciendo una pregunta. ¿Hasta qué punto conocía su hija a Myron Bolitar?

Claire:

– Myron es un amigo de la familia.

Erik:

– Recomendó a Aimee en la solicitud de universidad.

Claire asintió vigorosamente.

– Sí. Eso.

– ¿Eso qué?

No respondieron.

Loren mantuvo la voz neutral.

– ¿Se veían alguna vez?

– ¿Si se veían?

– Sí. O si hablaban por teléfono. O por correo electrónico. -Entonces Loren añadió-: Sin estar ustedes presentes.

Loren no lo creía posible, pero la columna de Erik Biel se puso aún más derecha.

– ¿De qué diablos habla?

Vale, pensó Loren. No lo sabían. Aquello no era fingido. Tenía que cambiar de táctica, comprobar su sinceridad.

– ¿Cuándo fue la última vez que uno de ustedes habló con el señor Bolitar?

– Ayer -dijo Claire.

– ¿A qué hora?

– No estoy segura. Creo que a primera hora de la tarde.

– ¿Le llamó usted o llamó él?

– Llamó él -dijo Claire.

Loren miró a Lance Banner. Un punto para la madre. Eso concordaba con el registro de llamadas.

– ¿Qué quería?

– Felicitarnos.

– ¿Por qué?

– Han aceptado a Aimee en Duke.

– ¿Algo más?

– Preguntó si podía hablar con ella.

– ¿Con Aimee?

– Sí. Quería felicitarla.

– ¿Qué le dijo?

– Que no estaba en casa. Y después le di las gracias por la recomendación.

– ¿Qué dijo él?