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En Occidente, los viejos se alejan de los demás y prefieren vivir en algún hotel con restaurante en la planta baja, por consideración hacia los hijos y por deseo, absolutamente altruista, de no inmiscuirse en la vida de su hogar. Pero los viejos tienen derecho a inmiscuirse, y si esta ingerencia es desagradable, también es natural, porque toda la vida, especialmente la vida doméstica, es una lección de refrenamiento. Los padres se inmiscuyen en las vidas de sus hijos, de todos modos, cuando son jóvenes, y la lógica de la no ingerencia se advierte ya en los resultados de los Behaviourists, ( [27]) que creen que todos los chinos deben ser separados de sus padres. Si no podemos tolerar a los propios padres cuando están viejos y comparativamente desvalidos, a los padres que tanto han hecho por nosotros, ¿a quiénes podremos tolerar en el hogar? Hay que aprender a contenerse, de todos modos, pues de lo contrarío hasta el matrimonio naufragará. Y ¿cómo pueden reemplazar los mejores camareros de un hotel el servicio personal y la adoración y la devoción de los hijos?

La idea china que sostiene este servicio personal a los padres ancianos se defiende expresamente con la única base de la gratitud. Las deudas con los amigos pueden ser contadas, pero son incontables las deudas con los padres. Una y otra vez, los ensayos chinos sobre el cariño filial mencionan el hecho del lavado de los pañales, que adquiere significación cuando uno llega a ser padre. A cambio de ello, pues, ¿no está bien que, en su ancianidad, los padres sean servidos con los mejores alimentos, para que puedan ver ante sí sus platos favoritos? Los deberes de un hijo que sirve a sus padres son asaz duros, pero es un sacrilegio hacer comparaciones entre el cuidado de los propios padres y el cuidado que se da a un extraño en un hospital. Por ejemplo, los que siguen son algunos de los deberes del hijo en su hogar, según los prescribió T'u Hsishih y como quedaron incorporados a un libro de instrucción moral muy popular como texto en las viejas escuelas:

En los meses de verano debe uno atender a sus padres, quedarse a su lado y abanicarles, para quitarles el calor y las moscas y mosquitos. En invierno, debe uno ver que las cobijas de la cama estén tibias y que arda bien el fuego de la estufa, y atenderlo constantemente para que no arda mal. Debe ver también si hay agujeros o grietas en las puertas, y ventanas, para que no haya corrientes, a fin de que sus padres estén cómodos y contentos.

El niño mayor de diez años debe levantarse antes que sus padres por la mañana, y después de asearse debe ir hasta la cama paterna y preguntar si han pasado buena noche. Si ya se han levantado sus padres, debe hacerles una reverencia antes de preguntarles por su salud, y debe retirarse con otra reverencia después de haberlo preguntado. Antes de ir a la cama, de noche, debe preparar el lecho de los padres cuando éstos vayan a dormir, y permanecer junto a ellos hasta que vea que han quedado dormidos, y correr entonces la cortina de la cama y retirarse.

¿Quién, pues, no querría ser un anciano, o un padre, o un abuelo en China?

Mucho se ríen de estas cosas los escritores proletarios de China, que las llaman "feudales", pero hay en ellas un encanto que hace que todo anciano del interior se aferré a la costumbre y piense que la China moderna se está echando a perder. Lo importante es que todo hombre envejece con el tiempo, si vive bastante, como en verdad lo desea. Si olvidamos ese tonto individualismo que parece presumir que un individuo puede existir en lo abstracto y ser literalmente independiente, debemos admitir que tenemos que planear de tal modo nuestro patrón de la vida que el período de oro esté por delante, en la ancianidad, y no detrás de nosotros, en la juventud y la inocencia. Porque si tomamos la actitud contraria nos comprometemos, sin saberlo, en una carrera contra la despiadada marcha del tiempo, temerosos siempre de lo que hay en el futuro; una carrera, casi no es necesario señalarlo, que no nos deja esperanzas y en la que todos somos derrotados. Nadie puede dejar de envejecer; sólo puede hacerse la trampa de no admitir que se envejece. Y como de nada vale luchar contra la naturaleza, bien podríamos envejecer graciosamente. La sinfonía de la vida debería terminar con un gran final de paz y serenidad y comodidad material y contento espiritual, y no con el estampido de un tambor que se rompe o un címbalo que se quiebra.

CAPITULO IX. EL GOCE DE LA VIDA

I. DE TENDERSE EN LA CAMA

Parece que estoy en camino de ser un filósofo de mercado, pero no lo puedo remediar. La filosofía, en general, me parece la ciencia de hacer que las cosas sencillas sean difíciles de comprender, pero puedo concebir una filosofía que sea la ciencia de hacer sencillas las cosas difíciles. A pesar de nombres como "materialismo", "humanismo", "trascendentalismo", "pluralismo" y todos los otros "ismos" muy largos, sostengo que esos sistemas no son más profundos que mi propia filosofía. La vida, después de todo, está hecha de comer y dormir, de encontrar y decir adiós a los amigos, de reuniones y fiestas de despedida, de lágrimas y risas, de hacerse cortar el cabello una vez cada dos semanas, de regar la flor en una maceta y ver cómo cae desde el techo la del vecino; y vestir nuestras nociones relativas a estos simples fenómenos de la vida con una jerga académica, no es más que una treta para ocultar una extrema escasez o una extrema vaguedad de ideas por parte de los profesores universitarios. La filosofía, por lo tanto, ha pasado a ser una ciencia por cuyo medio empezamos cada vez más a comprender cada vez menos lo que somos. Lo que han conseguido los filósofos es esto: cuanto más hablan, más confusos quedamos.

Sorprende ver cuan pocas personas tienen conciencia de la importancia del arte de tenderse en cama, aunque en realidad, a mi juicio, las nueve décimas partes de los descubrimientos más importantes del mundo,-tanto científicos como filosóficos, son realizados cuando el hombre de ciencia o el filósofo se halla acostado en su cama, a las dos o a las cinco de la mañana.

Algunos se acuestan de día y otros se acuestan de noche. Me refiero a la vez a acostarse, a tumbarse o tenderse física y moralmente, porque los dos aspectos coinciden. He notado que quienes convienen conmigo en la creencia de que estar tendido en cama es uno de los más grandes placeres de la vida, son los hombres honestos, en tanto que quienes no creen en la bondad de tenderse en cama, son mentirosos, y en realidad están mucho tiempo tumbados de día, moral y físicamente. Quienes se tienden de día son los que persiguen la elevación moral, los maestros de Jardín de infantes y los lectores de las Fábulas de Esopo, en tanto que quienes admiten francamente que se debe cultivar conscientemente el arte de tenderse en cama son los hombres honrados, que prefieren leer cuentos sin moraleja, como Alicia en el País de las Maravillas. ¿Cuál es, pues, el significado de tenderse en cama, física y espiritualmente? Físicamente, significa retirarse consigo mismo, cerrarse al mundo exterior, cuando uno asume la postura física más indicada para el descanso y la paz y la contemplación. Hay cierto modo adecuado y lujoso de estar tendido en la cama. Confucio, ese gran artista de la vida, "nunca yacía derecho" en la cama "como un cadáver", sino doblado hacia un lado. ( [28]) Creo que uno de los mayores placeres de la vida es enroscar o cruzar las piernas en la cama. La postura de los brazos es también muy importante, a fin de lograr el más alto grado de placer estético y poder mental. 'Creo que la mejor postura no consiste en tenderse largo a largo en la cama, sino en apoyarse en grandes y suaves almohadones a un ángulo de treinta grados, con uno o los dos brazos colocados detrás de la nuca. En esta postura, cualquier poeta puede escribir poesía inmortal, cualquier filósofo puede revolucionar el pensamiento humano, y cualquier hombre de ciencia puede realizar descubrimientos que hagan época.

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[27] De Behaviourism: sistema que sostiene que la psicología debe fundarse exclusivamente en la observación y el análisis de los actos humanos objetivamente observables. (Huxley, El fin y los medios.)

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[28] Analectas, capítulo X.