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II. EL CELIBATO, RAREZA DE LA CIVILIZACIÓN

La adopción de un punto de vista biológico tan sencillo y natural implica dos conflictos: primero, el conflicto entre el individualismo y la familia, y segundo, un conflicto más profundo: entre la estéril filosofía del intelecto y la más cálida filosofía del instinto. Porque el individualismo y el culto del intelecto suelen cegar a un hombre para las bellezas de la vida hogareña, y entre los dos creo que el primero no es tan maligno como el segundo. Un hombre que crea en el individualismo y lo lleve a sus consecuencias lógicas, puede ser aún un ser muy inteligente; pero un hombre que cree en la cabeza fría contra el corazón tibio, es un tonto. Para el colectivismo de la familia como unidad social puede haber sustitutos, pero no para la pérdida de los instintos del apareamiento y el paterno-materno.

Tenemos que partir de la premisa de que el hombre no puede vivir solo en este mundo y ser feliz, sino que debe asociarse con un grupo en torno. El yo del hombre no está limitado por sus proporciones corporales, pues hay un yo mucho más grande que se extiende hasta donde llegan sus actividades mentales y sociales. En cualquier edad y país, y bajo cualquier norma de gobierno, la verdadera vida que algo significa para el hombre no es coextensiva, jamás, con su país o su edad, sino que consiste en ese círculo menor de sus relaciones y actividades, que llamamos el "yo mayor". En esta unidad social vive y se mueve y tiene su ser. Tal unidad social puede ser una parroquia, o una escuela, o una prisión, o una casa de negocios, o una sociedad secreta, o una organización filantrópica. Estas pueden ocupar el lugar del hogar como unidad social, y desplazarlo del todo a veces. La misma religión, o acaso un gran movimiento político, puede consumir el ser entero de un hombre. Pero de todos esos grupos, el hogar sigue siendo la única unidad natural y biológicamente real, satisfactoria y significativa de nuestra existencia. Es natural porque cada hombre se encuentra ya en su hogar cuando nace y también porque sigue estando en un hogar durante su vida; y es biológicamente real porque la relación de la sangre presta realidad visible a la noción de ese yo mayor. Quien no consiga hacer un éxito de esta vida natural del grupo, no puede esperar que hará un éxito de la vida en otros grupos. Confucio dice: "Los jóvenes deberían aprender a ser filiales en el hogar y respetuosos en la sociedad; deberían ser conscientes y honestos, y amar a todas las personas y asociarse con los caballeros bondadosos. Si después de cumplir estos preceptos les queda energía, que lean libros." Aparte de la importancia de esta vida del grupo, el hombre se expresa y se cumple plenamente y llega al más alto desarrollo de su personalidad sólo en el complementamiento armonioso de un adecuado miembro del otro sexo.

La mujer, que tiene un sentido biológico más profundo que el hombre, lo sabe. Subconscientemente, todas las niñas chinas sueñan con la roja falda de bodas y el palanquín nupcial, y todas las niñas occidentales sueñan con el velo de novia y las campanas de la boda. La naturaleza ha dotado a las mujeres de un instinto maternal demasiado poderoso para que se la aparte fácilmente del camino por una civilización artificial. No dudo de que la naturaleza concibe a la mujer sobre todo como madre, más que como esposa, y la ha dotado de características morales y mentales que atañen a su papel como madre, y que encuentran su verdadera explicación y unidad en el instinto maternal: realismo, juicio, paciencia, paciencia por los detalles, amor por los que son pequeños y desventurados, deseo de cuidar a alguien, fuerte amor y odio animales, gran prejuicio personal % emotivo y una perspectiva generalmente personal sobre las cosas. La filosofía, por lo tanto, ha errado mucho el camino al abandonar el concepto de la naturaleza misma y tratar de hacer felices a las mujeres sin tomar en cuenta este instinto maternal que es el rasgo dominante y la explicación central de todo su ser. Así, en todas las mujeres sin educación o cuerdamente educadas, el instinto maternal no está jamás suprimido, aparece en la niñez y se hace cada vez más fuerte en la adolescencia hasta la madurez, en tanto que, en el hombre, el instinto paternal rara vez se hace consciente hasta después de los treinta y cinco años de edad, o en cualquier caso hasta que tenga un hijo o una hija de cinco años. No creo que un hombre de veinticinco años piense jamás en ser padre. Se enamora de una moza y accidentalmente produce un bebé y se olvida de todo, en tanto que los pensamientos de su esposa no se ocupan de otra cosa, hasta que un día, pasados ya los treinta años, el padre advierte de pronto que tiene un hijo o una hija a quien puede llevar al mercado y mostrar a sus amigos, y sólo entonces empieza a sentirse paternal. Pocos hombres de veinte o veinticinco años son los que no se divierten con la idea de llegar a ser padres, y fuera de esa diversión poco es lo que piensan en el asunto, en tanto que tener un hijo, o aun esperarlo, es probablemente la cosa más seria que ocurre jamás en la vida de una mujer, y cambia todo su ser hasta el punto de efectuar una transformación en su carácter y sus costumbres. El mundo se convierte en un mundo diferente para ella, cuando una mujer está por ser madre. Desde ese momento no le queda duda alguna en el ánimo en cuanto a su misión en la vida o al propósito de su existencia. Se la necesita. Y funciona. He visto la más mimada y regalona hija única de una rica familia china convertida en una mujer heroica, y la he visto perder el sueño durante meses mientras su hijo estuvo enfermo. En el plan de la naturaleza, no es necesario un instinto paternal así, y no se produce tampoco, porque, como el pato o el ganso, tiene poco interés por su cría, fuera de haber contribuido con su parte. Las mujeres, por consiguiente, sufren fisiológicamente en grado sumo cuando esta fuerza motriz central de su ser no se expresa y no funciona. Nadie debe decirme cuan buena es la civilización norteamericana con las mujeres, cuando permite que tantas mujeres buenas queden solteras sin haber tenido culpa.

No dudo que el desajuste de los matrimonios norteamericanos se debe muy principalmente a esta discrepancia entre el instinto maternal de las mujeres y el instinto paternal de los hombres. Lo que se llama "inmadurez emotiva" de los jóvenes norteamericanos no puede tener otra explicación que este hecho biológico; los hombres que se crían bajo un sistema social de exceso de mimos a la juventud, no poseen el freno natural del pensamiento responsable que tienen las niñas debido a su mayor instinto maternal. Sería ruinoso que la naturaleza no proveyera a las mujeres de suficiente sobriedad cuando están fisiológicamente prontas para llegar a madres, pero la naturaleza lo hace. Los hijos de familias pobres ven incluido en sus sistemas el pensamiento de responsabilidad por las circunstancias más penosas, y de este modo sólo quedan los hijos mimados de familias ricas -en una nación que venera y mima a la juventud- en una condición ideal para convertirse en incompetentes sociales y emocionales.

Después de todo, sólo nos interesa la pregunta "¿Cómo vivir una vida más feliz?", y no puede ser feliz ninguna vida a menos que allende las consecuencias superficiales de la vida externa jueguen y encuentren un desahogo normal los resortes más profundos del carácter. El celibato como ideal en la forma de "carrera personal" lleva consigo, no sólo una lacra individualista, sino también otra tontamente intelectual, y por esta última razón se le debe condenar. Siempre sospecho que el solterón o la solterona que lo siguen siendo por elección, son intelectuales inefectivos, demasiado ocupados con sus consecuencias externas, que creen que, como seres humanos, pueden encontrar la felicidad en un defectuoso sustituto de la vida de hogar, o que pueden encontrar un interés intelectual, artístico o profesional profundamente satisfactorio.