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Quince

– Eres una idiota integral, ¿lo sabías?

Babs había escuchado cautivada la historia que Kyla le había contado de un tirón. Ésta había llegado a casa de su amiga hacía una hora. Decir que estaba disgustada era poco. Entre las dos habían dado de cenar a Aaron un sandwich de queso para cenar, lo habían bañado, vestido con una camiseta de Babs y le habían puesto un pañal que tenía siempre listo para las visitas. Luego le habían vendido la historia de lo divertido que sería dormir en la cama de la tía Babs y lo habían acostado.

Babs estaba sentada en el suelo del saloncito de su apartamento con las piernas cruzadas. Kyla ocupaba uno de los extremos del sofá. Había dos vasos de vino blanco encima de la mesa de centro.

Kyla esperaba que a Babs el comportamiento de Trevor le pareciera tan infame y ultrajante como a ella, y que, si era necesario, estuviera dispuesta a tomar las armas para expulsarlo de la ciudad, como en el antiguo Oeste.

– ¿«Idiota»? -repitió, pensando que había oído mal.

– Idiota, tonta, una… Dejémoslo -dijo Babs, irritada, y se puso de pie-. Me voy a la cama.

– Espera un momento -exclamó Kyla-. ¿Has oído bien lo que te he dicho?

– Palabra por palabra.

– ¿Y no se te ocurre decir otra cosa?

– Es todo lo que tengo que decir. Si esperas que me quede aquí contigo dándole vueltas a lo canalla que es Trevor Rule, siento decepcionarte.

– ¡Pero si es un canalla! ¿No acabo de contarte que…?

– Sí, sí, me lo has contado todo. Lo de que se despertó en el hospital militar, medio ciego y medio paralítico, sin saber si iba a vivir o a morir, mucho menos si volvería a mover los brazos, a andar, a hacer el amor ni otras cosas que un hombre normal tiene el privilegio de hacer. Se despertó y averiguó que sus amigos habían pasado a mejor vida por obra de una pandilla de fanáticos pero que, milagrosamente, él se había salvado. Para alguien tan insensible como Trevor no creo que lo afectara demasiado.

Su voz destilaba desdén. Vació el vaso de vino en el fregadero de la cocina.

Kyla se sintió obligada a rectificar.

– De acuerdo, reconozco que desde el punto de vista físico debió de ser un momento difícil.

– Uf, no exageres tanto, Kyla.

– Muy bien. Debió de ser horrible, ¿estás contenta? Pero ¿qué me dices de las cartas? Leerlas y memorizarlas de esa manera perversa.

– ¡Qué desgraciado! ¿Cómo ha podido hacer algo así? Ni siquiera Van Johnson se atrevió nunca a nada tan sentimental en sus películas. Imagínate a Trevor haciendo algo tan espantoso. Imagínatelo con el coraje suficiente para planificar su futuro cerca de la mujer que ha escrito esas cartas. Imagínatelo, un hombre como él, que podría salir con la mujer que le diera la gana con sólo chasquear los dedos, metiéndose en todo este lío sólo para conocerte a ti, a su alma gemela. Y ni siquiera ha tenido la decencia de acostarse primero contigo. Va y se casa.

– Sólo por compasión -recordó Kyla, tensa, a su poco comprensiva amiga-. Sólo para compensarme por la muerte de Richard, porque se siente responsable.

– De acuerdo, así que hay que considerarlo un mártir. Cualquiera en su lugar habría venido a verte, te habría dado el pésame, se habría disculpado por estar vivo cuando tu marido ha muerto, te habría ofrecido ayuda, probablemente dinero, y cuando tú lo hubieras rechazado, se habría marchado con la conciencia tranquila, Pero Trevor no, claro que no. Sin duda quería hacer pensar al mundo que era un benefactor. Se las arregló para conocerte, se ha casado contigo, ha tomado a tu hijo bajo su protección y te ha hecho una digna de Rockefeller -hizo un sonido de desprecio y movió la cabeza-. Qué desgraciado, qué víbora. Una rata.

– ¿Y no crees que se ha portado de un modo retorcido al maniobrar para que recalificaran el barrio de mis padres como zona comercial? -estalló Kyla, enfadada-. ¿Qué opinas de cómo ha manipulado todo el proceso de venta de la casa?

– Qué acto tan vil -afirmó Babs, y se cubrió los ojos con las manos para fingir horror-. Se ha encargado de todo el trabajo sucio para que no tuvierais que ocuparos vosotros. Marcó un precio alto, cerró el trato y gracias a todo ello tus padres han podido cumplir el sueño de sus vidas. Ese hombre no tiene corazón… Y la manera que tiene de tratar a Aaron es realmente enfermiza. ¿Es que no sabe que la mayoría de los padres no tratan a sus propios hijos así de bien? Si quiere ser de verdad un padre debería gritarle de vez en cuando, mostrarse impaciente, desentenderse.

– Ya basta, Babs -Kyla se frotó las sienes para aliviar las punzadas de dolor que sentía-. Debería haberme figurado que te pondrías de su parte.

– ¿Ponerme de parte de un sinvergüenza como ése? De ninguna manera. Si lo hiciera, te diría directamente que eres una egoísta.

– ¿Egoísta?

– No reconocerías a un santo ni aunque se te apareciera en la calle y te mordiera en el ojo. Si estuviera poniéndome de parte de Trevor, te diría que ciertas personas prefieren el martirio a la felicidad.

– ¡Cállate!

– Es más seguro. No hay riesgos. Cuando no te enamoras, no te arriesgas a perder.

– Te deslumbró desde el principio. De eso se trata ahora. En cuanto lo viste caíste rendida a sus pies.

– Eso no lo dudes. Siempre he sentido debilidad por los tíos buenos que tienen una vena sentimental.

– Bueno, entonces os entenderíais a la perfección. Para vosotros dos, el sexo es lo más importante.

Babs tomó aire y contuvo la respiración. Luego, poco a poco, exhaló, pero su cuerpo seguía rígido.

– Llevo toda la noche conteniéndome para no darte una bofetada, así que será mejor que vaya a acostarme o acabaré dándotela. Aaron, que se quede a dormir conmigo; prefiero su compañía a la tuya, es más maduro. Tú búscate la vida.

– Ven aquí. No puedes dejarme plantada en medio de una pelea.

– Pues mira cómo lo hago.

– Siento haber dicho eso. En realidad, no lo pienso. Babs, por favor, dime qué puedo hacer.

Su amiga se giró en redondo y se encaró con ella.

– Muy bien, tú has sido la que ha preguntado. No estás peleándote conmigo, sino contigo. Y no es conmigo con la que estás enfadada. Ni siquiera con Trevor. Estás furiosa contigo misma.

– ¿Qué quieres decir?

– Tú eras la primera de la clase. Averigúalo tú sola. Hasta mañana.

Babs se metió en su dormitorio y cerró la puerta tras ella. Las lágrimas arrasaron los ojos de Kyla. Las dejó correr y lloró, a ratos indignada, a ratos autocompadeciéndose.

Y eso era la amistad… Se sentía traicionada. Había contado con el apoyo incondicional de Babs, pero su amiga había mostrado comprensión únicamente hacia Trevor.

Se tiró encima del sofá y tomó un sorbo de vino.

– No es de extrañar -balbució.

Babs era mujer y había caído rendida a los encantos de Besitos. Como cientos de mujeres antes que ella. La había traicionado por un par de bíceps musculosos y un bigote oscuro. ¿A qué quedaba reducida la lealtad cuando competía con el modo como le quedaban a Besitos los vaqueros, como le marcaban las nalgas?

Kyla se atragantó y bebió otro sorbo.

A nada. A Babs le encantaba lanzar insinuaciones, frases sin terminar, como cucharadas de masa para galletas encima de una fuente de horno. Y así eran aquellas ideas que lanzaba, estaban a medio cocer.

Si ése era el caso, ¿por qué seguía dándole vueltas al asunto?

¿Por qué perdía su tiempo pensando en la posibilidad de que efectivamente estuviera enfadada consigo misma? ¿Por qué iba a estar furiosa consigo misma?

Por haberse enamorado de Trevor.

Puso la copa de vino encima de la mesa con estrépito y salió disparada hacia la ventana. Tiró de la correa de la persiana y la subió de golpe. Miró hacia fuera, pero lo único que vio fue su imagen reflejada en el cristal. Se encaró consigo misma y se obligó a discutir.