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– Hueles a sol -la nariz de Trevor exploraba el valle entre sus pechos-. Me encanta el olor del sol.

Se movió de tal manera que sus piernas quedaron instaladas entre los muslos abiertos de ella. Si se fijó en que los brazos de Kyla yacían inermes a los lados del cuerpo con las palmas hacia arriba, en actitud entregada, no hizo ningún comentario al respecto. Se limitó a ponérselos a ambos lados de la cabeza y, con su dedo índice, recorrió la parte interior desde la muñeca hasta la axila, como si dibujara el trazado de las venas.

– Si el sol, tuviera sabor, sabría como tú -la boca de Trevor iba con los labios entreabiertos de un pecho a otro, mordisqueándolos.

Se concentró en lo que estaba haciendo y, con rudeza, intentó desatar el nudo de la camisa. Tras lograrlo, se la abrió y prosiguió con el cierre delantero de la parte superior del biquini.

– Dios, eres preciosa.

La tocó con reverencia, las yemas de sus dedos acariciaban su piel arriba y abajo. Se tomó su tiempo, no se justificó, porque estaba convencido de que aquello era un sueño, uno de los muchos que había tenido con Kyla, pero ¡ése parecía real!

Le acunó los pechos y, con índice y pulgar, le pellizcó los pezones. Luego los atrapó con la boca.

Los ruidos que hacía eran los de un hambriento que hubiera encontrado alimento. Succionó ambos pechos y frotó los pezones, húmedos por sus besos, con su bigote. Luego jugueteó haciendo bailar la punta de su lengua sobre ellos, provocándolos para que se endurecieran. Y lo logró.

Era vagamente consciente de que el cuerpo de Kyla se retorcía bajo él, hablaba al suyo en un idioma que éste entendía, a pesar de que no podía traducirlo claramente.

Se alzó sobre ella y le desabrochó el botón de los pantalones cortos. Introdujo la mano por debajo de la braga húmeda del biquini y acomodó la palma de su mano en el monte de Venus. Encajaba a la perfección. Apretó, frotó, acarició el vello que lo cubría. Sus dedos se aventuraron en el dulce misterio que encerraba.

El gemido que brotó de su garganta le salió del alma e hizo temblar todo su cuerpo.

– Estás mojada, lista para recibirme.

Cubrió el cuello de Kyla de besos apasionados e introdujo los dedos en la fuente de aquella cálida humedad.

Su respiración era agitada. ¿O era la de Kyla la que oía? No estaba seguro. Resolvió el misterio atrapando la boca de ella con la suya y besándola hasta que ninguno de los dos podía ya respirar.

Le quitó los pantalones con facilidad. La braga del biquini requería más paciencia y habilidad, cualidades ambas que lo habían abandonado cuando por fin consiguió bajarla hasta los tobillos. Frustrado y torpe, se desvistió él mismo como pudo.

Dios, la piel de Kyla era fresca.

Y él estaba ardiendo.

El cuerpo de Kyla lo aceptó. Se sumergió en su feminidad y se estremeció de placer. Lo envolvía la humedad aterciopelada y cálida del sexo de Kyla. Era el mejor lugar en el que había estado.

– He esperado mucho este momento. Lo deseaba tanto… Pero es mucho mejor… Te… quiero… -le dijo al oído.

Le puso las manos debajo de las caderas, la levantó para pegarla más contra él y se movió con embates rápidos y certeros. El cuerpo de Kyla se movía al mismo ritmo. Los pechos de ella temblaban bajo la boca de Trevor y los pezones eran dos botones rojos que la lengua de él humedecía.

Y en el instante en que sintió que ella alcanzaba el climax, él se derramó en su interior como un torrente.

* * *

Huntsville, Alabama.

– No pienso volver a mudarme nunca más. Viviremos aquí el resto de nuestras vidas.

– Por mí, de acuerdo -dijo el hombre, cansado-. Menuda forma de pasar el Día del Trabajo: ¡trabajando!

– Pero hemos conseguido colocarlo todo. Por fin. Salvo esa caja que tienes llena de porquerías de los marines.

– Serán porquerías para ti. Para mí, algunas de esas cosas tienen un gran valor.

Ella le dio una palmadita en la mano.

– Ya lo sé, era una broma… Ahora que hablamos de esto, ¿mandaste por fin la foto a la viuda de ese chico? Stroud, se llamaba, ¿no?

– Sí. No, no llegué a mandársela. A ver si lo hago mañana -arrugó el ceño-. Pero ¿cómo voy a dar con ella?

– ¿Por qué no mandas la foto al Cuerpo de Marines? Estoy segura de que ellos sabrán cómo localizarla.

– Buena idea -se levantó y le ofreció una mano a ella para ayudarla-. Vamos a la cama, estoy agotado. Pero recuérdame que mande la foto mañana -añadió al tiempo que apagaba la luz.

Trece

Tardó unos momentos en recordar por qué estaba durmiendo en el suelo. Sin almohada, sin sábana, sin nada para mitigar la dureza de la madera, había dormido toda la noche de un tirón por primera vez en mucho tiempo.

Movió los ojos y miró a través de las cristaleras. Vio que aún era temprano. Dudando, estiró las piernas acalambradas y trató de sentarse. Los dedos de Trevor estaban enredados en su pelo.

Tuvo que maniobrar un poco, pero consiguió liberarse. Recogió sus pantalones cortos y, de puntillas, fue hacia el pasillo. Mientras se dirigía al dormitorio de Aaron, se abrochó el cierre de la parte superior del biquini.

El niño seguía durmiendo y no daba señales de ir a despertarse. El día anterior había sido muy intenso y se estaba cobrando su precio. Kyla dio gracias al cielo. En ese instante necesitaba pensar y no quería que nada la distrajera.

Se puso los pantalones cortos y volvió sobre sus pasos. Trevor no se había movido, dormía placidamente en el suelo, delante del sofá. No roncaba pero su respiración era acompasada. Kyla se deslizó fuera sin despertarlo.

Tomó una toalla del armario que había cerca del jacuzzi y se dirigió hacia el arroyo por la arboleda. La mañana era apacible. Los rayos del sol aún no penetraban la tupida vegetación de las ramas. Iba descalza y el suelo estaba húmedo y fresco.

El arroyo fluía lánguidamente. Sólo cuando llovía mucho sus aguas se agitaban y corrían veloces. El resto del tiempo, acudían a beber allí los pájaros del bosque. Aaron había palmoteado encantado cuando Trevor…

Trevor.

Su nombre retumbó en la mente de Kyla y eliminó cualquier otro pensamiento. Suspirando, extendió la toalla sobre la hierba cerca de un remanso y se sentó. Dobló las rodillas contra el pecho y apoyó en ellas la barbilla.

Había ocurrido.

Cerró los ojos al tiempo que las oleadas de placer envolvían su memoria. Apretó la frente contra las rodillas e intentó no recordar todo el esplendor de su encuentro sexual, pero sus esfuerzos fueron en vano. Su mente quizá no quisiera recordar, pero su cuerpo se deleitaba con cada detalle.

¿Por qué no se había resistido? Podría haberlo hecho perfectamente. Trevor había bebido demasiado. Cuando se había derrumbado encima de ella, podría haberlo apartado y probablemente no se habría dado ni cuenta. ¿Por qué no lo había hecho?

«Porque querías hacer el amor con él».

Tenía que admitirlo.

Levantó la cabeza y se quedó mirando el arroyo como esperando que le respondiera, pero el agua siguió su curso ladera abajo.

Quería hacer el amor con él desde el momento en que lo había besado después del partido. Ese beso había sido un punto de inflexión. Incluso en ese instante, allí sentada, era capaz de recordar a la perfección cómo se había acercado corriendo hasta donde estaban ella y Lynn: sonreía de oreja a oreja y bajo el bigote brillaban los dientes blancos. Sobre la frente le caían varios mechones negros; tenía el pelo húmedo de sudor. La cinturilla de los pantalones estaba mojada de sudor, ensanchada, ligeramente debajo de su ombligo.

Nunca había visto a un hombre tan masculino. Trevor era la personificación del hombre y se sentía atraída por él tan indefectiblemente como el agua del arroyo en su camino hacia el lago.