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– Ahí tienes, scout. Al ataque.

Ambos se rieron al ver los modales atroces del niño en la mesa.

– Tenemos que empezar a hacer algo a este respecto -señaló Kyla. Al darse cuenta de que había incluido a Trevor en el «tenemos», y de que aquello sonaba a definitivo, levantó la vista hacia él, que la estaba mirando con expresión cálida. Se sintió reconfortada.

– ¿Cómo has dormido? -preguntó él.

Ella se fijó en que los dedos de Trevor eran tan largos y fuertes que apenas cabían en el asa de la taza. Sin embargo, podían ser suaves cuando tocaban su cuerpo, como hacía sólo unos instantes. Consiguió tragar el trozo de tostada que tenía en la boca.

– Bastante bien.

Había soñado con él y se había despertado sudando, con el corazón latiéndole deprisa y casi sin poder respirar. Al menos ahora podría satisfacer la curiosidad de Babs y decirle sin temor a exagerar que el cuerpo desnudo de Trevor le cortaba a una la respiración.

– Yo no he dormido demasiado bien -dijo él.

– Lo siento. ¿Qué te pasaba? -ella desde luego se había quedado sin aliento al verlo salir del jacuzzi. El pecho, los muslos y…

– Estaba muy duro.

Kyla agarró el cuchillo y, al levantarlo, tiró sin darse cuenta el vaso y el zumo de naranja se derramó sobre la mesa.

– Uh-oh. Uh-oh -dijo Aaron señalando el estropicio con el dedo.

Trevor echó hacia atrás su silla, se levantó a buscar una bayeta y empapó el zumo en ella.

– Me refiero al colchón de la cama de invitados.

– ¿Qué? -Kyla volvió la cabeza para mirar al fregadero, donde él estaba escurriendo la bayeta. Tenía el bigote ligeramente curvado hacia arriba por las ganas de echarse a reír.

– El colchón es demasiado duro.

Las mejillas de Kyla estaban al rojo vivo. Gracias a Dios, en ese instante sonó el teléfono y aquello la libró de seguir sufriendo aquella conversación. Trevor fue a contestar.

– ¡Papá! -exclamó.

Kyla sacó a Aaron de la trona y lo puso encima de su regazo. El niño había comido la tostada en un tiempo récord. Alargó la mano hacia los restos que quedaban en el plato de su madre y se los comió también mientras ella lo cubría de besos. Kyla miró a Trevor, que estaba sonriendo con el auricular en la oreja.

– Claro, ningún problema. ¿A qué hora…? ¿Para cuántos días…? ¿Solamente? Bueno, mejor que nada… De acuerdo, allí estaremos. Hasta luego -colgó.

– ¿Tu padre?

– Viene hoy para pasar la noche con nosotros. Te parece bien, ¿verdad?

– Pues claro. Sé que te decepcionó que no viniera para la boda.

– Quiero que os conozca a los dos. Sólo puede quedarse una noche, mañana se marcha a Los Ángeles para trabajar en un caso -se llevó un trozo de beicon a la boca y masticó con entusiasmo-. Quiero darle una vuelta por la ciudad para enseñarle algunos de los edificios que estoy construyendo. Nosotros dos… Lo siento, no quería dejarme llevar.

En realidad ella estaba disfrutando con su entusiasmo.

– Sigue -lo animó-. ¿Qué ibas a decir?

– No nos llevábamos muy bien antes del accidente.

– ¿Quería que fueras abogado?

– Y yo tenía otras ideas sobre mi futuro. Pero cuando estuve en el hospital, las cosas cambiaron y ahora tenemos una buena relación.

Kyla sonrió.

– ¿Vas a ir a buscarlo a Dallas?

– Si no te importa. Me ha dado su número de vuelo. He pensado que podríamos ir todos y cenar allí.

– ¿Aaron incluido? -preguntó ella preocupada.

– Por supuesto, Aaron incluido. Es parte de la familia -levantó al niño del regazo de Kyla y lo alzó en el aire. Aaron gorgojeaba encantado-. A papá le encantan los restaurantes italianos -mencionó un conocido restaurante de Dallas-. ¿Te parece que llame para reservar?

Ella no quería arruinar su entusiasmo, pero al parecer Trevor no había reparado en los riesgos de salir a cenar con un niño de quince meses a un restaurante tranquilo.

– No sé si es buena idea, Trevor. No estoy segura de que admitan niños tan pequeños.

– Eh, si no admiten niños, nos iremos a otro lado.

Desde el jefe de comedor hasta el último lavaplatos, todos los que trabajaban en el restaurante familiar estaban encantados con los tres hombres: George Rule, Trevor y Aaron. La ansiedad de Kyla no tenía razón de ser, porque Trevor había hablado conel jefe de comedor personalmente al hacer la reserva y todos estaban preparados para atender a Aaron.

Su primer encuentro con el padre de Trevor en el ajetreado aeropuerto había resultado más relajado de lo que Kyla esperaba. Al principio Aaron se mostró tímido con el hombre alto de pelo blanco y voz autoritaria. Pero no más que George con el niño.

Deliberadamente, Trevor los sentó a los dos en el asiento trasero del coche y para cuando llegaron al restaurante, situado en Turtle Creek, una zona de Dallas muy distinguida, ya se habían hecho amigos. Fue George quien llevó a Aaron al interior del restaurante y se lo presentó a todos como su nieto.

– Trevor me ha dicho que no voy a poder conocer a tus padres -comentó George en el camino de regreso a Chandler.

– Ayer recibimos una postal de ellos desde Yellowstone -dijo Kyla-. Se lo están pasando en grande.

Explicó a George que los Powers habían vendido su casa a los pocos días de la boda. Los muebles que ella no quiso, los subastaron. Trevor había ayudado a Clif a elegir la caravana que mejor satisficiera sus necesidades. Meg la había decorado con la ilusión de una niña por su nueva casa de muñecas. Se habían marchado hacía dos semanas.

– Los echa muchísimo de menos -bromeó Trevor. Alargó el brazo derecho por encima del respaldo del asiento y le tiró del pelo cariñosamente-. La mimaban mucho.

– Y tú también me mimas.

Trevor giró la cabeza. Kyla estaba tan sorprendida como él de oírse hacer semejante afirmación, pero después de decir aquello se dio cuenta de que era verdad. Trevor miró hacia delante para asegurarse de que la carretera estaba despejada y luego volvió a posar sus ojos en ella.

– Me alegro. Es lo que pretendo.

Siguieron mirándose el uno al otro hasta que George tosió con fuerza.

– No sé tú, Aaron, pero empiezo a sentir que estamos de más.

Todavía era de día cuando llegaron a Chandler, y Trevor bajó del coche para enseñarle a su padre algunas de las obras en las que estaba trabajando. Kyla se quedó en el interior del vehículo y miraba las siluetas de padre e hijo recortadas en la luz del atardecer. Trevor había colocado a Aaron sobre sus hombros y el niño tenía las piernas enroscadas en torno a su cuello. Formaban una estampa conmovedora.

– Pero debería ser Richard -murmuró Kyla, luchando por contener las lágrimas que asomaron a sus ojos.

Lloró porque no podía convencerse de ello. Si el hombre debía ser Richard, ¿por qué resultaba tan natural que las manitas gordezuelas de su hijo se agarraran a los cabellos de Trevor? ¿Por qué la conmovía tanto ver cómo Trevor hacía descender a Aaron con cuidado y lo abrazaba contra su pecho? ¿Y por qué quería que esos brazos la rodearan también a ella?

George se mostró impresionado con la casa y muy orgulloso de su hijo. Kyla fue a acostar a Aaron, y después de un rato, ella también se retiró para dejar a solas a padre e hijo.

– Tengo un moratón en la espinilla del tamaño de una moneda de cincuenta centavos -dijo George-. ¿Por qué me has dado una patada cuando he mencionado tu paso por el cuerpo de marines?

Menos mal que en ese momento Kyla estaba ocupada limpiando de la boca de Aaron los restos de la salsa de los espaguetis y no había oído el inoportuno comentario de su padre, recordó Trevor.

– Prefiero que Kyla no sepa nada de eso. No le he contado cómo perdí el ojo.

– ¿No le has contado nada?

– No.

– Mmm.

Trevor conocía a su padre lo suficiente para saber que ni siquiera esos murmullos eran gratuitos.

– La verdad es que te has enamorado y te has casado muy deprisa, ¿no?