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Fogarty señaló un mueble bar en el rincón, que había pasado inadvertido a Julie. Bobby abrió la doble puerta y no sólo vio más vasos sino también otras cinco botellas de Wild Turkey. Sin duda, el médico guardaba una botella en el cajón de la mesa para no tener que atravesar la habitación en su busca. Llenó dos vasos hasta el borde, sin hielo, y llevó uno a Julie.

Ella dijo a Fogarty:

– Desde luego, jamás pensé que Roselle fuera estéril. Tuvo hijos, sabemos eso. Pero creí oírle decir a usted que su parte masculina era infecunda.

– Fértil, tanto como macho que como hembra. En realidad, no podía efectuar consigo misma el acto sexual. Así que recurrió a la inseminación artificial, como he dicho.

A últimas horas de la tarde, cuando en la oficina de Newport, Bobby había intentado explicar que el viaje con Frank había semejado un recorrido en tobogán hasta el confín del mundo, Julie no había podido comprender por qué aquella experiencia le había descentrado tanto. Ahora, tenía una idea de lo que él había querido significar, porque las caóticas relaciones e identidades sexuales de la familia Pollard le ponían la carne de gallina y le infundían la sospecha de que la Naturaleza era aún más extraña y más anárquica de lo que había temido.

– Yarnell me pidió que la hiciera abortar; y, en aquellos tiempos, el aborto era bastante lucrativo, aunque ilegal y sigiloso. Pero la chica le había ocultado su embarazo durante siete meses, tal como él y Cynthia habían intentado disimular la preñez de ella catorce años antes. Era demasiado tarde para un aborto. La chica habría muerto de una hemorragia. Además, yo tenía tantas ganas de hacer abortar aquel feto como de dispararme un tiro en el pie. Imagínense el grado de la endogamia desencadenada allí: ¡la hija hermafrodita del incesto entre hermano y hermana se fecunda a sí misma! La madre de su hijo es también su padre. Asimismo, ¡su abuela es su tía abuela, y su abuelo su tío abuelo! Recuerden, una tensa línea genética… y genes dañados porque Yarnell consumía alucinógenos. Con toda probabilidad, la garantía de un engendro de una especie u otra. Yo no me lo habría perdido por nada del mundo.

Julie tomó un largo trago de whisky. Le supo agrio y le escoció en la garganta. No le importó. Lo necesitaba.

– Yo me hice médico porque el sueldo era bueno -siguió Fogarty-. Más tarde, cuando acabé en los abortos ilegales, las ganancias fueron mayores, y eso se convirtió en mi principal negocio. Escaso riesgo, porque sabía lo que hacía y podía sobornar de vez en cuando a las autoridades. Cuando tienes esos cuantiosos beneficios no necesitas programar muchas visitas, puedes tener mucho tiempo libre, dinero y ocio, el mejor de los mundos. Pero, habiendo optado por una carrera semejante, no imaginé jamás que encontraría algo de tanto interés médico, tan fascinante y entretenido como el lío Pollard.

La única consideración que impidió a Julie atravesar la habitación y dar una patada al anciano no fue su edad sino el hecho de que no acabaría su historia y se guardaría alguna información vital.

– Pero el nacimiento del primer hijo de Roselle no fue tan gran acontecimiento como había pensado que sería -dijo Fogarty-. Pese a todas las probabilidades en contra, el bebé fue una criatura sana y, según todos los indicios, perfectamente normal. Eso ocurrió en 1960, y el bebé era Frank.

En su sillón de orejas, Frank dejó escapar un leve gemido pero continuó en estado casi comatoso.

* * *

Escuchando todavía al doctor Fogarty por medio de Darkle, Violet se sentó y movió las piernas desnudas sobre el borde de la cama, privando a algunos gatos de sus cómodos cobijos y suscitando un murmullo de protesta de Verbina, quien raras veces se contentaba con compartir sólo un nexo mental con su hermana y necesitaba la animosa sensación del contacto físico. Sintiendo a sus pies el bullir de los gatos a través de cuyos ojos veía tanto como por los suyos propios y, por tanto, sin caminar a ciegas en la oscuridad, Violet se encaminó hacia la puerta abierta y el lóbrego vestíbulo del piso superior.

Entonces, recordó que estaba desnuda y volvió para recoger las bragas y la camiseta de manga corta.

No le asustaba la actitud desaprobadora de Candy… ni el propio Candy. De hecho, acogería gustosa sus violentas reacciones porque eso sería el juego supremo de cazador y presa, halcón y ratón, hermano y hermana. Candy era la única criatura salvaje en cuya mente ella no podía entrar; aunque salvaje, era también humano, y no estaba al alcance de sus poderes. Sin embargo, si él le desgarrase la garganta su sangre entraría en él y ella sería parte de él de la única forma posible. Igualmente, ése era el único medio de que disponía él para entrar en ella: abriéndose camino a mordiscos, el único medio.

En cualquier otra noche, Violet le habría llamado y le habría dejado verla desnuda con la esperanza de que su desvergüenza desatara su violencia. Pero no podía consumar su deseo ahora, cuando Frank estaba cerca y todavía sin castigar por lo que había hecho a su pobre gatita, Samantha.

Cuando se hubo vestido, regresó al vestíbulo, atravesó las tinieblas todavía en contacto con Darkle, Zitha y el mundo silvestre, y se detuvo ante la puerta del dormitorio de su madre al que se había trasladado Candy después de su muerte. Vio una fina línea de luz por la rendija.

– ¡Candy! -dijo-. ¿Estás ahí, Candy?

Cual recuerdo de guerras pasadas o presentimiento de la guerra futura, el fogonazo cegador de un relámpago seguido de la explosión ensordecedora del trueno sacudió la noche. Las ventanas de la biblioteca vibraron. Fue el primer trueno que Bobby oía desde aquel estruendo sordo y distante, cuando salieron del motel, casi hacía hora y media. A pesar de los fuegos artificiales en el cielo, la lluvia no cayó todavía. Pero aunque la tempestad avanzaba despacio, estaba ya casi sobre ellos. La pirotecnia de la tormenta era el fondo idóneo para el relato de Fogarty.

– Frank me decepcionó -siguió Fogarty, mientras sacaba una segunda botella de whisky de su espacioso cajón y volvía a llenarse el vaso-. No fue nada divertido. Muy normal. Pero dos años después, ¡quedó otra vez encinta! En esta ocasión el parto fue tan entretenido como había esperado que fuera el de Frank. Un niño otra vez, y ella le llamó James. Mi segundo nacimiento virgen, dijo. Y no le preocupó lo más mínimo que el bebé fuera tan monstruoso como ella.

Dijo que era buena prueba de que el niño estaba también bajo el favor de Dios y había venido al mundo sin necesidad de enfangarse en la depravación del sexo. Entonces comprendí que la mujer estaba loca de remate.

Bobby sabía que debía permanecer sobrio, y acusaba el exceso de whisky tras casi una noche en vela. Pero imaginó que lo quemaba a medida que lo bebía, al menos por el momento. Tomó otro sorbo antes de decir:

– No querrá decirnos que ese pedazo de animal es también hermafrodita, ¿eh?

– ¡Oh, no! -exclamó Fogarty-. Peor que eso.

Candy abrió la puerta.

– ¿Qué quieres?

– El está aquí, en la ciudad -dijo ella. Candy abrió los ojos de par en par. -¿Te refieres a Frank?

– Sí.

– Peor -murmuró, aturdido, Bobby.

Se levantó del sofá para dejar su vaso sobre la mesa aunque estaba lleno en sus tres cuartas partes. De repente había pensado que ni siquiera el whisky podía ser un sedante eficaz en aquel momento.

Julie pareció llegar a la misma conclusión y prescindió también del vaso.

– James, o Candy si lo prefieren, nació con cuatro testículos pero sin órgano viril. Ahora bien, al nacer, los niños llevan los testículos bien escondidos en la cavidad abdominal y descienden más tarde durante la madurez del bebé. Pero los de Candy no descendieron, ni lo harán jamás porque no hay escroto para recibirlos. Así que los cuatro permanecieron dentro de la cavidad abdominal. Pero pienso que todos han funcionado bien, produciendo laboriosamente gran cantidad de testosterona. Y, por otra parte, hay una extraña excrescencia ósea que impide su descanso. La testosterona está relacionada con el gran desarrollo muscular, y ello explica en parte su formidable tamaño.