– Creo que ya nos hacemos cargo -interrumpió Julie-. No necesitamos los detalles técnicos.
Fogarty se acercó a ellos y los miró atentamente con ojos chispeantes, como si estuviese narrando una deliciosa anécdota médica que hubiera cautivado a generaciones de entusiasmados colegas en todos los banquetes celebrados en aquellos años.
– No, no, si quieren ustedes comprender todo lo que sucedió a continuación, deberán comprender primero lo que era ella.
Aunque su mente estaba dividida en muchas partes, compartiendo los cuerpos de Verbina, de todos los gatos y de la lechuza que estaba sobre el porche de Fogarty, Violet percibía lo que estaba recibiendo sobre todo por los sentidos de Darkle, que seguía encaramado al antepecho de la ventana de la biblioteca. Con el fino oído del gato, Violet no se perdía ni una palabra de la conversación aunque el cristal fuera bastante grueso. Y quedó fascinada.
Raras veces pensaba en su madre, aunque Roselle estuviera todavía presente de muchas formas en la vieja casa. Al fin y al cabo, raras veces pensaba en los seres humanos, exceptuando a ella misma y su hermana gemela y más ocasionalmente a Candy y Frank, porque tenía muy poco en común con las demás personas. Su vida estaba con los seres salvajes. En éstos, las emociones eran mucho más primitivas e intensas, el placer mucho más fácil de encontrar y de disfrutar sin necesidad de sentirse culpable. No había conocido a su madre verdaderamente ni había estado cerca de ella. Y Violet no se habría acercado a ella aunque su madre se hubiera mostrado dispuesta a compartir el afecto con alguien que no fuera Candy.
Pero, ahora, Violet quedó cautivada por lo que contaba Fogarty, no porque fuera una noticia nueva para ella (que lo era) sino porque todo cuanto afectase a la vida de Roselle surtía un profundo efecto en su propia vida. Y, entre las incontables actitudes y percepciones que Violet había absorbido de las incalculables criaturas salvajes cuyos cuerpos y mentes compartía, la fascinación por sí misma era la suprema. Tenía un narcisismo animal hacia el cuidado de su cuerpo, hacia sus propios deseos y necesidades. Desde su punto de vista, nada tenía interés en este mundo si no la servía, la satisfacía o entrañaba la posibilidad de su felicidad futura.
Comprendió, vagamente, que debía buscar a su hermano para decirle que Frank se hallaba a menos de dos kilómetros de ellos. No hacía mucho, había percibido el viento musical que anunciaba el regreso de Candy.
Fogarty dio la espalda a Bobby y Julie y rodeó otra vez su mesa para caminar junto a las estanterías, apretando con el índice los lomos de los volúmenes para subrayar su relato.
Mientras el médico hablaba de aquella familia que, aparentemente, había buscado la catástrofe genética, Julie pensó sin querer que la aflicción había visitado también a Thomas aunque sus padres hubiesen llevado unas vidas sanas y normales. El destino jugaba de forma cruel sin distinguir entre inocentes y culpables.
– Cuando Yarnell vio la anormalidad del bebé, estoy seguro de que habría querido tirarlo a la basura… o, por lo menos, internarlo en una institución. Pero Cynthia no quiso separarse de él, dijo que era su hijo, deforme o no, y le dio el nombre de su difunta abuela, Roselle. Sospecho que quería conservarlo sobre todo porque percibía cuánto le repelía a él, y deseaba tener cerca a Roselle como recordatorio permanente de las cosas que él la había obligado a hacer y sus consecuencias.
– ¿No se pudo recurrir a la cirugía para hacerla de un sexo o del otro? -preguntó Bobby.
– Eso es más fácil ahora. Era problemático entonces.
Entretanto, Fogarty se había detenido ante la mesa para sacar una botella de Wild Turkey y un vaso de uno de los cajones laterales. Se sirvió unos dedos de whisky y volvió a cerrar la botella sin ofrecerles una copa. A Julie le tuvo sin cuidado. Aunque la casa de Fogarty estaba inmaculada no se habría sentido limpia después de beber o comer algo en ella.
Cuando hubo tomado un buen trago de whisky sin hielo, Fogarty continuó:
– Además, no se quería extirpar unos órganos determinados por si al crecer el niño se descubría que tenía el aspecto y el comportamiento del sexo que se le había negado. Las características secundarias del sexo son distinguibles en los bebés, por supuesto, pero no se traducen con facilidad… y menos todavía en 1946. Sea como fuere, Cynthia no habría autorizado la cirugía. Recuerden lo que les he dicho: probablemente ella manipulaba la deformidad del niño como un arma contra su hermano.
– Usted pudo haberse interpuesto entre ellos y el bebé -dijo Bobby-. Pudo haber expuesto la difícil situación de ese niño ante las autoridades sanitarias.
– ¿Por qué diablos había de haber hecho eso? ¿Por el bienestar psicológico del niño, quiere decir? No sea ingenuo. -Fogarty bebió algo de whisky-. Se me pagó para asistir al parto y mantener cerrada la boca, lo cual me pareció bien. Ellos se fueron a casa con la criatura y se atuvieron a su historia del violador ambulante.
– Y ese bebé… Roselle… -dijo Julie-, ¿no tuvo problemas médicos graves?
– Ninguno -contestó Fogarty-. Aparte de su anormalidad, la niña estuvo tan sana como un caballo. Sus facultades mentales y corporales se desarrollaron como las de cualquier otro niño, y no pasó mucho tiempo sin que se hiciera evidente, por todos sus rasgos externos, que iba a tener la apariencia de una mujer. Cuando se hizo mayor fue fácil ver que no sería nunca una muchacha atractiva, ¿comprenden? Su aspecto era totalmente opuesto al de una modelo, piernas rollizas y todo eso, pero sí lo bastante femenina.
Frank continuaba con la mirada vacía y ausente, pero un músculo de su mejilla izquierda se contrajo dos veces.
Al parecer, el whisky tranquilizaba al médico porque se sentó otra vez tras su mesa, se inclinó hacia delante y unió ambas manos alrededor del vaso.
– En 1959, cuando Roselle tenía trece años, Cynthia murió. A decir verdad, se suicidó. Se voló los sesos. Al año siguiente, siete meses después del suicidio de su hermana, Yarnell vino al consultorio con su hija…, es decir, con Roselle. El no la llamaba nunca hija, mantenía la ficción de que era sólo su sobrina bastarda. Sea como fuere, Roselle estaba embarazada a los catorce años, la misma edad en que Cynthia la había traído al mundo.
– ¡Dios santo! -exclamó Bobby.
Las sorpresas desagradables continuaban amontonándose una tras otra a tal velocidad que Julie se sintió casi dispuesta a agarrar la botella de whisky y beber directamente de ella sin preocuparle que fuera el licor de Fogarty.
Disfrutando con sus reacciones, Fogarty sorbió el whisky y les dejó tiempo para superar el trauma.
– Entonces -dijo Julie-, ¿Yarnell violó a la hija que había procreado con su propia hermana?
Fogarty prolongó la pausa para saborear el momento. Por fin, respondió:
– No, no, él encontraba repulsiva a la chica y creo que no la habría tocado por nada del mundo. Estoy seguro de que lo que Roselle me contó era cierto. -Sorbió más whisky-, Cynthia había cultivado una vena religiosa entre la fecha en que trajo al mundo a Roselle y el día en que se suicidó, y había transmitido esa pasión por Dios a Roselle. La chica conocía la Biblia de punta a cabo. Así, pues, Roselle vino aquí embarazada. Me dijo que había decidido tener un hijo. Dijo que Dios la había hecho especial… así denominaba ella el hermafroditismo, ¡especial!, porque era un recipiente puro por cuyo medio se podía traer hijos benditos al mundo. Por consiguiente, había recogido el semen de su mitad masculina para insertarlo, mecánicamente, en su mitad femenina.
Bobby saltó del sofá como si uno de los muelles se hubiera roto y aferró la botella de Wild Turkey.
– ¿Tiene usted otro vaso?