La conversación sobre el calor duró diez minutos largos. Jordan no conocía a nadie, salvo un meteorólogo, que estuviera más interesado que Jaffee por el tiempo.
– ¿Te importa si me siento un rato contigo? -preguntó a la vez que corría la silla que Jordan tenía delante y se sentaba-. Angela me ha dicho que no te importaría que te consultara algunas cosas de mi ordenador.
– Por supuesto -concedió Jordan.
– ¿Te ha gustado la ensalada? A las chicas de ciudad les gustan las ensaladas, ¿verdad?
– A esta chica de ciudad, sí -dijo ella riendo.
Jaffee parecía muy simpático, y era evidente que le apetecía charlar.
– Ha venido mucha gente a desayunar. Como siempre. No hay ni la mitad a la hora del almuerzo. Lo cierto es que los meses de verano apenas cubro gastos, ni siquiera sirviendo cenas, pero al llegar el otoño, el negocio va de maravilla. Entonces mi mujer tiene que venir a ayudar. Mi tarta de chocolate es famosa. De aquí a un rato empezará a venir gente a tomar un trozo. Pero no te preocupes. Ya te he reservado uno.
Jordan creyó que el hombre iba a levantarse cuando se movió en su asiento. Alargó la mano hacia una de las carpetas para poder leer otra historia estrambótica sobre los angelicales MacKenna y los diabólicos Buchanan.
Pero Jaffee no se iba a ninguna parte. Simplemente se estaba poniendo cómodo.
– La tarta de chocolate es lo que me permitió acabar siendo el propietario de esta cafetería.
– ¿Cómo pasó? -Jordan dejó de nuevo la carpeta y le prestó toda su atención.
– Trumbo Motors -dijo Jaffee-, Dave Trumbo para ser exacto. Tiene un concesionario en Bourbon, que está a unos setenta kilómetros de aquí. Bueno, el caso es que Dave y su mujer, Suzanne, estaban de vacaciones en San Antonio y fueron a cenar al restaurante donde yo trabajaba. Había preparado mi tarta de chocolate y, mira por dónde, la pidió. Se tomó tres raciones antes de que su mujer pudiera detenerlo. -Soltó una carcajada-. Le encanta el chocolate, pero Suzanne no le deja tomarlo demasiado a menudo. Le preocupa su colesterol y todo eso. Bueno, Dave no podía quitarse esa tarta de la cabeza, y no quería tener que conducir hasta San Antonio, que, como sabrás, queda bastante lejos de aquí. ¿Y qué hizo entonces? Me hizo una oferta que no podía rechazar. En primer lugar, me habló de Serenity y me dijo que no tenía ningún restaurante bueno, y después me comentó que había ido a ver a su buen amigo Eli Whitaker. Eli es un ranchero rico que siempre está buscando inversiones interesantes. Dave lo convenció para que me proporcionase el dinero para poner el negocio en marcha. Eli es el propietario de este edificio, pero no tengo que pagar alquiler hasta que empiece a obtener suficientes beneficios. Es lo que se llama un socio capitalista. Rara vez echa un vistazo a los libros contables, y algunos meses, cuando recibo el extracto bancario, veo que hay un ingreso en la cuenta. No confiesa haberlo hecho, pero yo sé que él, o puede que Trumbo, está poniendo ese dinero adicional.
– Parecen ser buenas personas -comentó Jordan.
– Lo son -contestó Jaffee-. Eli vive bastante recluido. Viene mucho por aquí, pero me parece que no ha salido de Serenity desde que se instaló en el pueblo hace quince años. Puede que esta tarde lo conozcas. Dave le traerá una furgoneta nueva. Eli se compra una cada año. -Una vez más, Jordan creyó que Jaffee iba a levantarse, así que alargó de nuevo la mano hacia la carpeta-. Dave es nuestra mejor propaganda. Le encanta el chocolate, y mucha gente viene porque Dave les ha dicho lo buena que es la comida.
– ¿Tiene Trumbo Motors un buen mecánico?
– Ya lo creo. Más de uno -rio Jaffee-. Me he enterado de que Lloyd te está causando problemas.
– ¿De veras? -Jordan abrió unos ojos como platos-. ¿Cómo te has enterado?
– El pueblo es pequeño, y a la gente le gusta hablar.
– ¿Y hablan de mí? -No pudo suprimir la sorpresa de su tono de voz.
– Por supuesto. Eres la comidilla del pueblo. Una mujer bonita como tú que viene y habla con la gente corriente sin darse aires.
No podía imaginarse de quién estaba hablando. Ella no se creía bonita. ¿Y con qué gente corriente había hablado, y qué entendía él por corriente?
– ¿Ah, sí?
– Pareces atónita -comentó Jaffee con una sonrisa enorme-. Esto no es como Boston. Nos gusta pensar que somos más amables, pero la realidad es que somos entrometidos. Te acabas acostumbrando a que todo el mundo conozca los asuntos de los demás. ¿Sabes qué te digo? Cuando Dave llegue con la furgoneta de Eli, entrará a tomar tarta de chocolate y os presentaré. Me apuesto lo que quieras a que ya sabe lo de tu coche.
– Pero has dicho que vive en otro pueblo…
– Sí. Vive en Bourbon, pero todos los habitantes de Serenity le compran a él los automóviles. Tiene el mejor concesionario de la región. Siempre le digo que tendría que anunciarse por televisión como hacen en la ciudad, pero no quiere. Supongo que las cámaras lo cohíben y que le gusta hacer negocios con los residentes. Viene sin cesar a Serenity. Además, su mujer se peina y se hace la manicura aquí, de modo que se entera de las últimas noticias en el salón de belleza, a través de las otras señoras.
Jaffee le hizo por fin las consultas informáticas, y cuando Jordan le explicó para qué eran diversos comandos, pareció satisfecho. Después, volvió a la cocina para preparar una salsa y Jordan se quedó pensando en la vida en un pueblo. Eso de que todo el mundo supiera qué hacían los demás la volvería loca. Pero pensó en su familia y se dio cuenta de que ya vivía así.
Sus seis hermanos eran encantadores, cariñosos y muy entrometidos. Puede que se debiera a su trabajo. Cuatro de ellos pertenecían a las fuerzas de seguridad, aunque quizá no debería incluir a Theo porque él trabajaba para el Departamento de Justicia, y a diferencia de Nick, de Dylan y de Alec, no iba siempre armado. Su profesión les exigía fisgonear en las vidas de los demás y, desde que Jordan tenía uso de razón, estaban al corriente de lo que tramaban su hermana y ella. Solían intimidar a sus citas de secundaria, y cuando se quejaba de ello a su padre, no servía de nada. Jordan sospechaba que, en el fondo, estaba de parte de sus hermanos.
Las familias numerosas eran como los pueblos. No había ninguna duda. Como los clanes de las Highlands sobre los que estaba leyendo. Según la investigación del profesor, los Buchanan siempre se estaban entrometiendo. Parecían saber todo lo que hacían los MacKenna, y hasta el último detalle los enfurecía. Jamás olvidaban un desaire. Jordan no entendía cómo podían tener presentes todos los conflictos existentes.
Tenía un montón de papeles esparcidos por la mesa. Estaba intentando descifrar unas anotaciones que el profesor había hecho en los márgenes. No tenían sentido: números, nombres, signos del dólar y otros símbolos escritos al azar. ¿Era eso una corona? Algunos números podían ser fechas. ¿Había ocurrido algo importante en 1284?
Oyó que Jaffee se reía y alzó los ojos justo cuando salía de la cocina. Lo seguía un hombre que llevaba un plato con un pedazo grandísimo de tarta de chocolate. Tenía que ser Dave Trumbo.
Era un hombre corpulento, y se acercó a ella con aspecto de estar muy seguro de sí mismo. Su expresión era dura, como si tuviera las facciones talladas en piedra. Era ancho de hombros, y por la forma en que iba vestido (camisa blanca almidonada, corbata de rayas, pantalones gris oscuro y mocasines negros), supo que dedicaba tiempo y esfuerzo a su aspecto. Trumbo era lo que su madre llamaría un hombre pulcro. Se quitó las gafas de sol de diseño y se rio de algo que Jaffee había dicho.
Tenía una sonrisa encantadora y unas maneras agradables. La miró directamente a los ojos mientras le estrechaba la mano y le decía que estaba encantado de conocerla. Madre mía, qué zalamero era. No tuvo que preguntarle si había vivido en Tejas toda su vida. El pulcro Dave tenía acento tejano. Noah era de ese estado y de vez en cuando hablaba de esa forma, sobre todo cuando flirteaba.