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– Eso es fantástico -exclamó Jordan-. Muchas gracias.

– Estoy encantada de ayudar si puedo. Charlene me ha pedido que le comente que la fotocopiadora tiene alimentador de papel, de modo que va muy deprisa.

Las cosas no dejaban de mejorar. La aseguradora estaba a sólo tres manzanas del motel, y la fotocopiadora se encontraba en una habitación separada, con lo que Jordan no molestaría a Charlene ni a su jefe mientras trabajaba.

La máquina era estupenda, y avanzó muy rápido. Sólo la interrumpieron una vez, cuando un cliente, Kyle Heffermint, fue a la aseguradora a pedir unas cifras. Mientras Charlene se las obtenía, vio a Jordan en la sala de la fotocopiadora y decidió hacer las veces de comité de bienvenida del pueblo de Serenity. Se apoyó en la pared y charló con Jordan mientras ella seguía introduciendo hojas en la máquina. Kyle era un hombre agradable, y a Jordan le gustó oír los detalles sobre la historia y la política de la población, aunque el hecho de que no dejara de repetir su nombre y de arquear una ceja para acompañar sus comentarios le resultaba un poco cargante. Después de que hubiese rechazado por cuarta vez su ofrecimiento de «enseñarle el pueblo», Charlene fue a rescatarla y lo acompañó hasta la puerta.

Antes de mediodía, Jordan había fotocopiado dos cajas enteras. Llevó como pudo esas dos cajas de vuelta a la habitación del motel y regresó a buscar las fotocopias correspondientes. Metió algunas de las hojas en su maletín, junto con el portátil, para poder empezar a leerlas mientras almorzaba.

Llegó al taller de Lloyd a las doce menos cuarto, y se encontró el depósito del refrigerante y la mayor parte del motor expuestos sobre una lona.

Lloyd estaba repanchigado en una silla metálica abanicándose con un periódico doblado, pero en cuanto la vio en el umbral, dejó el diario y se puso de pie.

– No se enfade -pidió con las manos levantadas como si quisiera protegerse de un golpe.

El manguito del radiador descansaba sobre el depósito del refrigerante en el centro de la lona.

– ¿Qué es todo esto? -preguntó Jordan como si tal cosa con la vista puesta en las piezas.

– Partes de su coche. He tenido algunos problemas -respondió Lloyd, que no se atrevía a mirarla a los ojos-. Quería asegurarme de que el radiador perdía y no fuera otra cosa, así que saqué el manguito para comprobar que no tuviera ninguna grieta, y no la tenía. Decidí entonces comprobar la abrazadera, y estaba bien, y quise comprobar también un par de cosas más. ¿Y a que no sabe qué? Resultó que, después de todo, el radiador perdía, como sospechaba desde un principio. Pero más vale prevenir que curar, ¿no le parece? Y no voy a cobrarle por el trabajo adicional. Bastará con que me dé las gracias. Oh, y otra cosa -añadió de repente-, se lo tendré arreglado mañana al mediodía, como le había prometido.

– Había prometido tenerlo arreglado a mediodía de hoy -dijo Jordan tras inspirar hondo. Estaba tan furiosa que le temblaba la voz. El tipo se la había jugado.

– No, eso ha sido una suposición suya.

– Había prometido tenerlo a mediodía de hoy -repitió enérgicamente.

– No, jamás he dicho que lo tendría hoy. Eso lo ha supuesto usted. Yo sólo he dicho que lo tendría a mediodía, pero no si sería de hoy o de mañana. -Y, sin detenerse para respirar, preguntó-: Como tendrá que pasar otra noche en el pueblo y no conoce a nadie, ¿quiere cenar conmigo?

Al parecer, Lloyd vivía en otra dimensión.

– Métalo todo dentro. Ahora mismo.

– ¿Cómo?

– Ya me ha oído. Quiero que vuelva a ponerlo todo en su sitio. Hágalo ahora, por favor.

A Lloyd no debió de gustarle la expresión de sus ojos porque dio un paso rápido hacia atrás.

– No puedo -soltó-. Antes tengo que terminar otro trabajo.

– ¿De veras? ¿Acaso no se estaba echando una siesta cuando he llegado?

– No estaba durmiendo. Estaba haciendo una pausa.

Jordan sabía que era inútil discutir con él.

– ¿Cuándo estará listo mi coche? -preguntó.

– Mañana a mediodía -respondió el hombre-. ¿Se da cuenta? He dicho mañana a mediodía, y así será. Cuando digo algo, lo cumplo.

Jordan parpadeó. ¿Qué diablos quería decir con eso? Quizá no lo había oído bien.

– Cuando dice algo…

– Lo cumplo -repitió Lloyd a la vez que asentía con la cabeza-. Lo que significa que no puedo echarme para atrás.

– Me gustaría tenerlo por escrito -replicó Jordan-. Quiero una garantía del plazo de entrega del coche reparado y del precio -añadió-. Firmada.

– Muy bien. Se la daré -le prometió Lloyd, que se volvió y entró en el despacho del taller.

Al cabo de un momento, regresó con un bloc y un bolígrafo. Se apoyó en el coche para escribir y firmar la garantía. Hasta le puso la fecha sin que se lo pidiera.

– ¿Satisfecha? -preguntó después de que le diera el papel y de que ella lo leyera.

– Regresaré mañana a mediodía -asintió Jordan-. No me falle.

– ¿Qué hará si no lo tengo? ¿Pegarme?

– Puede. -Empezó a marcharse.

– Espere.

– ¿Sí?

– Tendrá que comer algo. ¿Quiere cenar conmigo?

Procuró rechazar la oferta con elegancia. Hasta le dio las gracias por invitarla. Parecía apaciguado cuando lo dejó.

Redujo el paso al dirigirse hacia el Jaffee's Bistro. Hacía tanto calor y la humedad era tan alta que llegó destrozada. ¿Cómo podían soportarlo los habitantes de Serenity? El termómetro situado en el exterior del restaurante señalaba treinta y siete grados.

Cuando entró en el restaurante, Angela llevaba una bandeja a una de las mesas.

– Hola, Jordan.

– Hola, Angela. -Caramba, parecía de la parroquia. Esa idea le hizo sonreír.

– Ahora mismo preparo tu mesa.

El restaurante estaba casi lleno, y todos los clientes la observaron mientras se acercaba a la mesa del rincón. Era evidente que sentían curiosidad por los forasteros.

– ¿Tienes prisa o te va bien tomarte un té helado mientras esperas un ratito?

– Puedo esperar, y el té me iría de perlas.

Angela le llevó la bebida de inmediato y volvió a servir a los demás clientes mientras Jordan echaba un vistazo a la carta. Cuando se hubo decidido por una ensalada de pollo, dejó la carta, abrió el portátil, lo puso en marcha y dejó algunos de los documentos de la investigación en la mesa para empezar a leerlos.

Tomó notas mientras los iba repasando para poder comprobar los datos del profesor a su regreso a Boston.

– Los dedos te vuelan sobre el teclado -comentó Angela-. ¿Te interrumpo?

– No -aseguró Jordan, que alzó los ojos de la pantalla.

– ¿Qué estás haciendo?

– He estado tomando notas, pero ahora mismo estaba incorporando mi agenda a una hoja de cálculo. Nada importante -añadió mientras cerraba el portátil.

– Debes de saber mucho sobre ordenadores… cómo funcionan y todo eso.

– Sí -contestó-. Me dedico a la informática.

– Jaffee tiene que conocerte. Tiene un ordenador, pero no le va bien. Tal vez podrías responder un par de preguntas después de almorzar.

– Estaré encantada de ayudarle -dijo.

Cuando terminó la ensalada, el restaurante se había vaciado. Angela salió de la cocina con el propietario. Hizo las presentaciones, y Jordan alabó el local.

– Es un sitio encantador -comentó.

– Lleva mi nombre, por supuesto -le dijo el hombre con una sonrisa-. Me llamo Vernon, pero todo el mundo me llama simplemente Jaffee. Y a mí me gusta -admitió-. ¿De dónde es, señorita Buchanan?

Jaffee tenía un deje maravilloso, como el punteo de una cuerda de guitarra.

– De Boston -contestó-. ¿Y usted? ¿Es de Serenity o se instaló aquí de mayor, como Angela?

– Llegué de mayor -explicó Jaffee con una sonrisa estupenda-. De otro pueblo del que seguramente no habrá oído hablar. También estuve un tiempo en San Antonio. Allí conocí a mi mujer, Lily. Trabajaba en el mismo restaurante que yo y, bueno, conectamos. Hace catorce años que estamos casados y seguimos conectando. ¿Qué tal tiempo hace en Boston? ¿Hace tanto calor como aquí?