Me afeité tranquilamente, sin que cambiáramos ni una palabra. Ella parecía relajada en su baño, con los ojos apenas abiertos. La miraba de cuando en cuando pero sólo era un cuerpo estirado en el agua. No era nada del otro mundo, aunque podría haberlo sido si hubiera jugado con sus tetas o se hubiera metido un dedo, pero estaba allí sin moverse, simplemente haciendo el muerto en el primer piso de una casa.
Creí que íbamos a quedarnos allí. Me enjuagué la boca con una cosa supernueva perfumada con canela. Venía directamente de las islas. Aquellos cerdos conocían montones de secretos para conservar la belleza y la salud del cuerpo: aceite de no sé qué, perfumes, raíces, cosas de esas que hacen furor en los diez países más ricos del mundo y se ponen en todas partes. La cuestión con canela no era del todo mala.
– Bueno -dijo la tía-, pero tienes que saber que aún me jode más que a ti.
Me volví hacia ella. No había acabado de entender lo que quería decirme. Tampoco esperaba que abriera la boca, pero igualmente la miré de frente. Mi posición era mejor que la suya.
– Depende -dije.
Se irguió lentamente, quedó sentada en el agua con las rodillas bajo la barbilla y me miró fijamente durante un buen minuto. La verdad es que aquello podía soportarlo, no tenía nada que hacer y la dejé que siguiera con su numerito.
– Aja, no acaba de gustarme, no sintonizamos realmente -añadió.
– No es frecuente que sintonice con la gente -le dije-. No lo hago a propósito.
Luego su cara empezó a cambiar, una especie de arruga le atravesó la frente y las comisuras de los labios le bajaron ligeramente. Es lo mismo que cuando ves llegar una tormenta a un campo de parasoles, y la cosa pronto se convierte en una pesadilla,
– Sin embargo tendremos que hacerlo juntos. Tendremos que hacerlo los dos -dijo.
Noté que no bromeaba y supe que iba a salirme con un montaje increíble. No cabía ninguna duda, y hundí imperceptiblemente la cabeza entre los hombros.
– Tengo noticias de Nina -aseguró-. Y no son demasiado buenas…
Mi párpado derecho empezó a temblar, me lo froté pero fue imposible detenerlo; sentía un suave olor de crepés que se deslizaba por el pasillo y lo que hubiera debido hacer era dar un portazo y bajar para comerme unas cuantas, beber un poco y decir gilipolleces con los demás. Pero me quedé plantado ante esa chica en un mundo de dolor. Realmente no elegí, y además siempre he sido de reacciones lentas, así que mi actitud no me sorprendió.
– ¿Te interesa, eh? -me preguntó.
Me acerqué a ella y me apoyé en el borde de la bañera.
– Venga -le dije-, te estoy escuchando.
– Bueno, pero esa no es razón para que le des gusto a la vista. Échate para atrás…
– Vale, de acuerdo -le dije-, pero, mierda, suéltalo ya. No intentaré echarte un polvo, si eso es lo que temes. Así que deja de joderme con ese asunto.
– Los tíos siempre tratan de hacerlo en un momento o en otro -soltó.
En aquel instante quiso entrar un tipo, pero lo eché. ¡Está completo!, le dije, y cuando me volví mi compañera ya había salido del baño y se secaba con una toalla roja. Me senté en un rincón y recordé que se llamaba Sylvie.
– Oye, Sylvie… Intenta explicarme un poco qué pasa. No te preocupes si te miró porque en realidad no te veo. Sólo te escucho, Sylvie.
Su culo merecía un cero, pero tenía las caderas muy redondas y en realidad no habría estado del todo mal si hubiera tenido el alma un poco más tierna. Se friccionó metódicamente y luego se puso las bragas pero no, no, decididamente no sabía hacerlo, lo hacía verdaderamente mal.
– Bueno -siguió-, sé dónde está y conozco al tipo que está con ella. ¿Qué me dices, eh?
– Que sabes muchas cosas.
– Tú lo has dicho. Se conocieron en mi casa y me siento un poco responsable.
– Claro, claro -comenté-, pero dime, Sylvie… ¿Tú qué buscas?
– ¿Eh? -articuló.
– Pues eso, que te he preguntado qué buscas. ¿Por qué me explicas todo esto?
Al decir esas palabras, trataba de mantener la calma, pero no era fácil. Pensaba en Nina, pensaba que había dejado a su hija en mis brazos para poder hacerse humo tranquilamente con un chorbo. Era un coñazo y estaba en aquello porque a veces creía en la gente, prestaba un poco de atención a todas sus memeces, así que no podía lamentarme.
La tía hacía durar el placer, pero yo no tenía ningunas ganas de jugar a las adivinanzas, así que le presenté mi cara de los peores días con un ojo ligeramente cerrado. Lo entendió y se vistió rápidamente. Me levanté, la agarré por la camiseta antes de que hubiera terminado de ponérsela, aún tenía un brazo fuera. La verdad es que nunca le he pegado a una mujer aunque sí haya zarandeado a algunas. Sé cómo hacerlo. Hay que encararlas decididamente, hay que meterles aunque sea un poco de miedo en el cuerpo, si no, ni siquiera vale la pena hacer la prueba, porque uno sale mal parado. Lo dosifiqué bien, la hice venir hasta veinte centímetros de mi nariz; la verdad es que tenía los ojos bonitos, pero me importaban un huevo sus ojos. Lanzó un pequeño grito, lo que me excitó.
– Coño -le dije-, no me hagas esperar más. Encima, estoy cansado.
Bueno, ella sabía tan bien como yo que sus ojos no lanzaban precisamente navajas afiladas, así que no se pasó y en conjunto la cosa me pareció más bien positiva. Ya había tenido que enfrentarme a esta especie de chaladas, parece que van a explotarte entre los dedos y uno sólo piensa en sus ojos. También he conocido a chicas que tenían una fuerza inimaginable y a otras que conocían llaves mortales, sí, unos números increíbles, chicas a las que nada puede detener. Afortunadamente, Sylvie no era de este tipo. La solté. Estaba seguro de que había entendido. Había hecho lo necesario para que fuera así. Su camiseta ya no se parecía a nada.
– Lo que me molesta -dijo- es que conozco al tipo que está con ella. Es un asunto personal. Pero puedo ayudarte a encontrar a Nina.
– No sé si realmente tengo ganas de encontrarla -dije.
– Oye -lanzó-, que no se trata de eso. Que conozco al tipo y es un poco especial, ¿sabes?
Lo había dicho bajando los ojos y con un tono de voz extraña Evidentemente, alrededor de las seis de la mañana las cosas siempre tienen un aire un poco extraño y no acababa de entender lo que había querido decirme.
– ¿Qué quiere decir eso de que es un poco especial?
– Nada -me dijo-. Pero es preciso que vayamos a buscar a Nina.
– ¡Me cago en la puta! ¿De qué estás hablando? Eres una pobre imbécil, ¿a dónde quieres ir a parar?
– Oye, no voy a repetirlo. Tenemos que actuar de prisa.
Di un paso en su dirección. Tenía unas ganas locas de trabajarla. Sé que todo tiene un principio pero en aquel momento hice una cosa inteligente, di media vuelta y me largué dándole un portazo a toda esa historia de mierda.
El problema fue que me alcanzó en la escalera. La mandé a paseo, bajé dando tumbos los últimos escalones y salí. La calle ya ardía. Parpadeé, a veces dos o tres pasos bastan para que uno se encuentre al borde del abismo, y sentí su mano en mi hombro.
Me solté sin decir una palabra y empecé a caminar por la acera. No llegaba a pensar en nada.
Al cabo de un momento entré en un bar. Fui hasta el fondo y me senté. Mierda, me dije, aún soy joven, si quisiera no tendría el menor problema, estoy solo en la vida; podría tratar de vivir únicamente de mi talento y pasarme días enteros sin dar golpe, entonces ¿por qué era incapaz de mandar al carajo a aquella tía, por qué no me salía de una puta vez de esa historia?
Cinco minutos después apareció ella. Se sentó frente a mí. Le pregunté qué iba a tomar. Un bourbon doble, dijo. No pude impedir que me apareciera una sonrisa. La miré.
– Vaya, tienes buen aguante, ¿eh? -comenté.
Levantó la mirada hacia mí. Ponía cara de funeral.
– Mira, Sylvie, toda esta historia me aburre mortalmente. Pero no impedirá que nos tomemos una copa juntos y hablemos de otra cosa. Fíjate, no hemos cerrado un ojo en toda la noche y hemos visto nacer el día, me gustaría saber qué piensas de todo esto, de este regalo de día…