– Mierda, me pregunto por qué he venido -protesté.
Lo había dicho porque sí, pero la tía me tomó al pie de la letra.
– Oye, tío, nadie te ha obligado. No nos vas a deleitar con un ataque de nervios, ¿verdad?
Me volví hacia Yan. No entendía por qué la tía aquella me estaba buscando las cosquillas desde el principio, por qué se lanzaba siempre por el lado malo de la pendiente.
– Oye, Yan, ¿qué le pasa a la tía esa?, ¿qué busca conmigo…? ¿Tú crees que es un rollo sexual?
La chica lanzó una risita nerviosa.
– ¡Antes preferiría montármelo sola! -aseguró.
El gordo resopló en su rincón. Yo reflexioné durante un momento y me largué.
Al pasar junto al coche, cogí una cerveza del asiento y fui a pasear un poco. Recorrí toda la avenida sin una idea demasiado precisa, sin esperar ningún milagro; sentía crecer una especie de energía en mi interior pero no me servía para nada, sólo caminé m poco más de prisa, dejando que las luces se alinearan a mi espalda,
Caminé junto a la carretera durante un rato, con las manos hundidas en los bolsillos, sin hacer ni el menor ruido. Me parecía divertido, avanzaba por la arena y no había nada en el mundo que pudiera oír que me acercaba. Me sentía a punto de convertirme en invisible. Me miré las manos y esperé a que explotaran en la noche, luego encendí un cigarrillo y no pude impedir que me surgiera unal sonrisa. Fue una cosa espontánea.
Sin darme cuenta llegué al parque de atracciones y estuve a punto de chocar con la noria. Había un montón de camiones y de caravanas aparcadas un poco más allá. Todo el mundo debía de estar durmiendo allí adentro, no había ninguna luz y todo estaba en silencio. Me subí a una valla y fumé tranquilamente. Me interesé sobre todo por la montaña rusa. Imaginaba el trabajo que debía costar el montaje de todo aquello, de todos esos tubos metálicos encajados los unos en los otros, atornillados, y entrecruzados. Y se guí los raíles con la mirada, echando la cabeza hacia atrás; la Gran Curva de la Muerte en todo lo alto, con sus vigas erizadas en todas las direcciones, como la corona de Cristo.
Estuve dudando durante un minuto y luego pasé por encima de la valla. Tenía ganas de ver todo aquello desde más cerca, de meterme justo debajo y de levantar la cabeza para sentir el pequeño escalofrío. Era bonita, una cosa inventada para dar miedo, toda pintada de rojo y de blanco; y el raíl corría por allá arriba, reluciente como la hoja de un cuchillo. Eché un vistazo a la barraca donde vendían los boletos. Vi las chicas clavadas detrás de la caja, en posiciones idiotas, con su paquete de pelos en pleno centro y con una sonrisa imbécil. La cosa me hizo pensar en un cementerio, porque las fotos eran viejas y todas aquellas chicas debían de tener ahora como mínimo cincuenta años, y algo tenía que estar veradaderamente muerto y enterrado para ellas. Todas aquellas sonrisas seguro que ya habían desaparecido.
Se estaba bien. Me tomé todo el tiempo para examinar el asunto. Me instalé en una vagoneta, delante, y podía sentir el canguelo incrustado en el asiento. La pintura incluso había desaparecido allí donde la gente se agarraba. Podía oír sus aullidos y sus chillidos, podía ver cómo ponían los ojos en blanco y se meaban en los pantalones todo aquel montón de locos vueltos al estado salvaje. Cuando se hizo nuevamente el silencio, salí de allí dentro como una flor. Avancé por la vía, siguiendo los raíles, hasta el sistema de cremallera, donde el invento subía casi en vertical. Tenía todos los asideros del mundo, no parecía realmente difícil; era un juego de niños eso de subir hasta lo más alto.
Llegué sin problemas, vi una red de pasarelas y me paseé por ellas; debían de servir para el mantenimiento. Mis pasos resonaban y yo solo conseguía hacer que toda aquella mierda vibrara. Intentaba encontrar un ritmo divertido arrastrando los zapatos o saltando con los pies juntos, y ese asunto me absorbió durante un momento. Luego me calmé, me senté con los pies en el vacío y disfruté de la vida. Me gustan las cosas sencillas, un viento ligero con una rodaja de cansancio. Mi estado de ánimo era el mismo que el de un tipo del espacio que ha intentado una salida y que se queda atrapado afuera, en su escafandra, esperando a que ocurra algo. Casi había olvidado dónde estaba cuando oí que gritaban desde abajo y me coloqué acostado sobre mi pasarela.
– ¡¡ESPECIE DE MARICÓN!! ¡¡BAJA, ESPECIE DE MARICONAZO!!
Me fijé en el tipo que había vociferado diez metros más abajo, era una especie de torre en calzoncillos, con unos brazos enormes que gesticulaban en mi dirección.
– ¡¡ME CAGO EN LA PUTA, SI SUBO ERES HOMBRE MUERTO!! -aseguró.
Me levanté y agité los brazos. Pensé que mejor sería agitar los brazos, y casi los levanté por completo.
– Vale, vale -dije-, tranquilo. No estaba haciendo nada malo. Bajo enseguida.
Pero el tipo parecía realmente furioso y empezó a golpear las barras metálicas con un palo. Yo sentía las vibraciones bajo mis pies, DANG DANGGG CLONGG, y empecé a bajar a todo gas, antes de que el tipo pusiera en pie de guerra a los demás.
Me detuve justo encima de él, tal vez a tres o cuatro metros, y cuando vi su jeta comprendí que había sido mala idea esa de subirme allí arriba, y me dio un hipido.
– Acércate, maricón de mierda -gruñó.
Vi que lo que tenía en las manos era una especie de estaca, y que sus ojos brillaban como dos pastillas de uranio. Entonces se me pusieron por corbata y traté de ganar tiempo.
– Eh, no se ponga nervioso, hombre -dije-, que no hacía nada malo. Me largaré corriendo, se lo juro. Soy escritor, no puedo hacer nada malo.
Pero el tipo lanzó una especie de grito horroroso y me tiró la estaca. De verdad que tenía enfrente a un zumbado y le debo la vida a una pequeña barra transversal que desvió la trayectoria del proyectil, SBBAAANNGGGG…, cerré los ojos durante una fracción de segundo y oí que el cacharro rebotaba a mi lado.
Empecé a correr entre las barras metálicas. Me agarraba nerviosamente a los hierros y no quería mirar hacia abajo pero lo oía. Aquel cerdo había tenido tiempo de ponerse zapatos. Dimos una vuelta entera así y me salieron ampollas en las manos. De verdad que es jodido que un tipo quiera tu piel.
Me paré justo a la altura de la barraca de los boletos, estaba empapado de sudor. Lo intenté una vez más:
– Santo Dios -dije-, hombre, que no me he cargado su aparato, que sólo he subido para echar un vistazo…
Pero no me contestó, sino que lanzó un nuevo rugido y empezó a escalar. Lancé una mirada horrorizada a mi alrededor y descubrí mi única oportunidad; la vi inmediatamente.
No era excesivamente alto; bueno, no podía hacerme una idea exacta, aún era de noche y el otro se acercaba resoplando. Así qué me decidí por el techo de la barraca sin pensármelo a fondo. Simplemente era lo que estaba más cerca.
Salté. Salté en el último segundo, justo en el momento en que el otro estaba a punto de atraparme una pierna; pero era una barraca de nada con un techo de plástico y directamente la atravesé. El chiringuito se reventó con un ruido espantoso y yo me encontré encerrado dentro. Me levanté de inmediato. Estoy vivo, me dije, estoy vivo. Me lancé contra la puerta. No era ninguna broma, todas las bisagras saltaron a la vez, y seguí adelante llevado por mi propio vnpulso. Choqué con no sé qué y me caí. Mamá, lancé un grito horroroso, creía que estaba justo detrás de mí y que me iba a dar con su mango de azadón, o con lo que fuera. Rodé sobre mí mismo en el suelo pero no lo vi. Me puse de pie con gestos de dolor, empecé a correr y pasé junto a la pista de los autos de choque.
Fue entonces cuando lo vi. Estaba del otro lado. Destacaban principalmente sus calzoncillos blancos. El también me descubrió. Acortó camino, saltó a la pista con una agilidad deprimente y echó a correr hacia donde yo estaba, formando un estrépito de todos los demonios, CLANG CLANG CLANG. Cada uno de sus pasos era como un mazazo sobre un yunque, así que eché el resto, y corrí como enloquecido en línea recta. Salté las vallas y continué mi sprint por la playa.