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A pesar de esos presentimientos repetidos, no piensa en abandonar Petrogrado por su apacible aldea de Pokrovskoi. Aun si tuviera la posibilidad de escapar al fin trágico que lo asecha, se negaría a hacerlo. Le parece que la fecha de la muerte está inscrita en el calendario de Dios desde el nacimiento. Con una vanidad lúgubre piensa que, así como Cristo supo, mucho antes del suplicio, que sería crucificado, debe ser muerto a la hora señalada, por las manos elegidas, para que su nombre resplandezca para siempre jamás por encima de la estepa rusa. Puesto que su asesinato es tan necesario como las otras peripecias de su existencia, debe continuar gozando de la vida antes de comparecer ante el Señor que ha previsto todo, querido todo, ordenado todo y perdonado todo.

XI La estocada

Cuando tiene lugar la tumultuosa sesión del 19 de noviembre de 1916 en la Duma, un hombre, sentado en la galería reservada al público, escucha el virulento discurso del diputado Purichkevich con la atención de un fiel ante un predicador apostólico. Todas las imprecaciones lanzadas contra el infame Rasputín, enlodador de la pareja imperial y destructor de la Rusia en guerra, excitan en él los sanos fervores del fanatismo. Lo que aquí se dice, él lo ha dicho cien veces a sus amigos, con menos elocuencia. El príncipe Félix Felixovich Yusupov, de veinticinco años de edad, pertenece a una de las familias más nobles y ricas del país. Una infancia demasiado regalada ha hecho de él un ser ambiguo, caprichoso, perezoso e impulsivo. Desde su más tierna edad se ha sentido atraído por las imágenes del vicio y de la muerte. Basta con que una obra de arte sea insólita para que él declare su afinidad con ella. Se pretende dandi tanto en sus ideas como en la forma de sus uñas o los bucles de su peinado. De silueta esbelta, rostro fino y mirada lánguida, durante su adolescencia le gustaba disfrazarse de mujer. Pero no por eso desdeña a las mujeres. Simplemente lo irritan porque exigen, por atavismo o por educación, que se las rodee de atenciones ridículas. "Habituado a ser yo el adulado", escribirá, "me cansaba en seguida de cortejar a una mujer. La verdad es que yo no amaba más que a mí mismo." [24] Su posición social le permite afirmar su homosexualidad, aunque respetando un mínimo de conveniencias. Frecuenta tanto los restaurantes gitanos elegantes como los círculos aristocráticos de Petrogrado y de Tsarskoie Selo. Los grandes duques lo consideran como uno de ellos. En el curso de esos bailes, esos picnics, esas cenas con música y esos espectáculos de gala, traba amistad con el gran duque Dimitri Pavlovich, tres años menor que él. Ambos sucumben mutuamente al encanto del otro y se hacen inseparables. El Zar y la Zarina, que sienten un profundo afecto por Dimitri, se inquietan ante esas relaciones equívocas. Los rumores que corren acerca de la pederastía de Yusupov han llegado hasta ellos. Este, que regresa de un período de estudios un poco frivolo en Oxford, parece más decidido que nunca a desafiar la opinión pública. El Emperador piensa que ese es el momento oportuno para detener esas extravagancias. Prohibe a Dimitri encontrarse con su amigo, aun a escondidas, y la Emperatriz aconseja a Félix que contraiga matrimonio, lo que acallará las habladurías. Por suerte, el joven ha conocido mientras tanto a la bella princesa Irina Romanova, [25] sobrina del Zar, y, olvidando sus gustos de la víspera, se enamora de ella. Jugando limpio, no le disimula nada de sus antiguas preferencias; ella no se muestra inflexible con sus desviaciones y la boda se celebra, con la aprobación imperial, el 22 de febrero de 1914. Dimitri, abandonado, siente celos y después se resigna. En cuanto a Félix, se pavonea alegremente en su nuevo estado de esposo, sin renunciar sin embargo a su afición extremada por todo lo que le recuerda las delicadezas del arte y el vértigo de la nada.

Ahora bien, la familia Yusupov se ha colocado en bloque entre los adversarios encarnizados de Rasputín. Desde el comienzo de la guerra, Félix está inmerso en una atmósfera de hostilidad sistemática hacia él staretz y el "partido alemán" que, se dice, contamina la corte. ¿No es a instigación de esta camarilla que el príncipe Yusupov, su padre, ha sido relevado en 1915 de sus funciones de gobernador de Moscú? Y la Zarina no ha desairado, bajo la misma influencia, a la princesa Zenaida Yusupova cuando ésta quiso ponerla en guardia contra el taumaturgo? "¡Espero no volver a verla!" * le ha espetado secamente al final de su conversación. Semejantes afrentas no pueden olvidarse. Instalada en su propiedad de Crimea, la princesa Zenaida escribe a su hijo para enterarlo de su plan concerniente al salvamento de Rusia. Según ella, es necesario "alejar al gerente" (así designan al Zar en el lenguaje convencional de los Yusupov) durante toda la duración de la guerra y obtener la "no intervención" de la Zarina en los asuntos del Imperio. (Carta del 25 de noviembre de 1916.) (Yusupov) El 3 de diciembre, le insiste a Félix: "Será muy fácil ponerla [a la Emperatriz] de manera que no pueda perjudicar declarándola enferma […]. Esto es indispensable y hay que apresurarse". En cuanto a Rasputín, sugiere, con medias palabras, exiliarlo o suprimirlo físicamente.

Poco a poco, inspirado por los designios de su familia y sus relaciones, en el cerebro de Yusupov se forma el proyecto de un asesinato patriótico. Su inclinación morbosa lo empuja a deleitarse con semejante acto. Saborea el contraste entre el diletantismo mundano de su vida y el horror del asesinato que se propone perpetrar. Un esteta disfrazado de verdugo. El casamiento de la orquídea y el estiércol. Perseguido por esta idea fija, hace alusiones ante hombres políticos que, prudentes, se apartan. En cambio un militar, el capitán Sukhotin, herido de guerra y convaleciente en Petrogrado, es de su misma opinión. Se encuentra igualmente con el gran duque Dimitri, su amigo de ayer, que vuelve de la Stavka. Este le confiesa que, aun en el Gran Cuartel General, se habla de la necesidad de poner fin a la escandalosa carrera de Rasputín. Pero, ¿cómo introducirse en casa del staretz, que está bajo la protección constante de la policía? El príncipe, que hace algunos años tuvo ocasión de acercársele, lamenta no haber mantenido relaciones seguidas con él. ¿Qué inventar, qué pretexto invocar para concertar un encuentro a solas?

Ahora bien, he aquí que la señorita Golovina, una rasputiniana segura, le telefonea para anunciarle que el santo hombre desearía verlo en la próxima reunión en casa de su madre. ¿No es un signo del destino? Yusupov exulta. Al dirigirse a ese "examen de pasaje", se esfuerza por ser aún más seductor y buen conversador que de costumbre. Rasputín se siente halagado por las muestras de respeto que le prodiga un miembro de esa alta aristocracia que, por lo común, lo desprecia. Enternecido por la juventud, la elegancia y la falsa alegría de su interlocutor, lo llama de entrada "el pequeño", le pide que interprete romanzas gitanas para él y se marcha persuadido de que acaba de conseguir un nuevo aliado en el entorno del Zar.

Sus relaciones evolucionan pronto hacia una evidente cordialidad. Dominando su repulsión por ese palurdo triunfante, Félix lo visita con frecuencia, primero en casa de la señora Golovina madre, luego en su departamento de la calle Gorokhovaia. Debe dominarse para fingir admiración y simpatía hacia ese hombre execrable. Para ganar su confianza, le implora que lo cure de la fatiga nerviosa que sufre desde hace algunos meses. Rasputín lo hace tenderse en un canapé, lo mira fijamente a los ojos y le roza el pecho con la mano. "Sentí que una fuerza penetraba en mí y que derramaba una corriente cálida en todo mi ser", escribirá. […] "Me deslicé poco a poco en un sopor como si me hubieran administrado un narcótico potente. Sólo los ojos de Rasputín brillaban ante mí: dos rayos fosforescentes que ora se acercaban, ora se alejaban." (Yusupov) Rasputín lo libera de la hipnosis tirándole del brazo. De pie y todavía atontado, el príncipe se pregunta por qué prodigio podrá vencer la fuerza sobrenatural que reside en ese mujik. En cuanto a Rasputín, parece encantado del resultado. "¡Esto es gracias a Dios!", dice. "Ya verás, ¡pronto te sentirás mejor!" Y lo invita a ir a verlo cuando quiera.

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[24] Príncipe Félix Yusupov, Avant l'exil.

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[25] Irina es la hija de la gran duquesa Xenia, hermana del Emperador, y del gran duque Alejandro Mikhailovich, su primo.