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Cuando pasa todo un día ocupándose de la política del país, respondiendo a los pedigüeños y atendiendo la administración de su patrimonio personal, siente la necesidad frenética de distraerse. Se diría que otro hombre despierta en él con el caer de la noche. Tiene la garganta seca y el sexo inquieto. El diablo lo tienta. Pero, por supuesto, con la aprobación de Dios. Piensa que ser ruso es llevar en uno alternativamente lo blanco y lo negro. La tierra no ama a quienes ignoran los placeres terrestres. El 25 de marzo de 1915 parte hacia Moscú y, al día siguiente a su llegada va al famoso restaurante Yar con dos periodistas y dos señoras, todos decididos a divertirse. "El grupo ya estaba bien en copas", precisa el informe del coronel Martynov, jefe de la sección moscovita de la Okhrana. "Pidieron canciones al coro femenino, luego danzas, la machicha y el cake-walk. Aparentemente, ya se las habían arreglado para tener bebidas alcohólicas, pues, emborrachándose aún más, Rasputín bailó una 'danza rusa' mientras hacía a los cantantes confidencias como: '¡Este caftán me lo dio la vieja, lo cosió ella misma!' Y, después de la 'danza rusa': '¡Oh, qué diría la patrona si me viera aquí!' Luego, la conducta de Rasputín toma un sesgo completamente inadmisible, de una psicopatía totalmente sexual. Se dice que habría exhibido su sexo y, en esas condiciones, continuó conversando con las bailarinas, repartiéndoles esquelas dulces del tipo: 'Ámame con todo tu corazón' y otras recomendaciones cuyo recuerdo no ha sido conservado por las destinatarias. Cuando el director del coro le hizo observar la inconveniencia de su conducta en presencia de mujeres, Rasputín contestó que esa era justamente la que él practicaba generalmente ante ellas y perseveró en esa actitud. Entregó a algunas cantantes diez o quince rublos que le proporcionaba su joven acompañante, la que a continuación pagó todas las consumiciones y otros gastos. A eso de las dos de la mañana, el grupo se dispersó."

Los testigos de la escena no se contentaron con revelar los detalles a los espías habituales sino que difundieron sus comentarios escabrosos por toda la ciudad. Considerando que tales libertinajes y frases tan vulgares acerca de Sus Majestades atentaban contra el prestigio de la Corona, el gobernador de Moscú, general Adrianov, se dirigió personalmente a Petrogrado para informar al ministro del Interior, Nicolás Maklakov. Éste, temiendo irritar al Emperador, no hizo ante éste más que un relato muy edulcorado de los acontecimientos. Convocado por Nicolás II el 22 de abril, el staretz se golpea el pecho, reconoce que es un pecador indigno de los poderes de videncia y de sanación con los que Dios lo ha gratificado a su nacimiento y jura que jamás, en sus conversaciones, ha manchado el honor de la Zarina, su benefactora. Siempre dispuesta a creer en sus palabras, Alejandra Fedorovna pone las salidas de tono del hombre de Dios en la cuenta de una desviación pasajera, le conserva su estima y espera simplemente que semejantes desviaciones no se repitan. Perdonado y reconfortado, Rasputín parte hacia Pokrovskoi en junio de 1915, a fin de reponerse de las infernales tentaciones de la ciudad.

Mientras tanto, sus enemigos no cejan. Chtcherbatov, el nuevo ministro del Interior, es menos avenible que su predecesor Maklakov. Cediendo a la influencia de los detractores moscovitas del staretz, encarga a su adjunto, el viceministro Djunkovski, que ha seguido de cerca el caso del restaurante Yar, que coloque bajo los ojos del Zar el informe integral del coronel Martynov. Al leer ese relato exhaustivo, Nicolás II se asombra, pero traga su indignación y exige que el documento permanezca secreto. A pesar de su promesa, Djunkovski no sabe tener la lengua. Alejandra Fedorovna se entera incidentalmente otros detalles sobre las excentricidades de Rasputín en Moscú. Ahora bien, lo que la subleva no es la conducta del "padre Gregorio" sino la de sus delatores. Exasperada, escribe al Zar, entonces de inspección en el Gran Cuartel General: "Este no es un hombre honesto (Djunkovski), ha mostrado ese innoble papel sucio (el informe sobre Rasputín) a Dimitri (el gran duque Dimitri Pavlovich), que ha repetido todo a Pablo (el gran duque Pablo Alexandrovich), que ha contado todo a Ella (la gran duquesa Isabel Fedorovna, hermana de la Emperatriz). Hay que decirle (a Djunkovski) ya tenemos bastante de esas sucias historias y que esperamos que sea severamente castigado" (Carta del 22 de junio de 1915).

De regreso en Petrogrado, Nicolás II consiente en leer un nuevo informe, aún más detallado, sobre los incidentes de Moscú. Luego de lo cual, con gran enfado de Alejandra Fedorovna, rehusa recibir al "padre Gregorio" que ha regresado para solicitar una audiencia suplementaria de justificaciones y juramentos. Siempre afirmando que ha sido injuriosamente calumniado, Rasputín parte, con la cabeza baja, hacia Pokrovskoi.

Durante el viaje lo persigue la mala suerte. Embarcado el 9 de agosto en Tiumen, en un vapor que debe llevarlo a Pokrovskoi, se mezcla con un grupo de soldados y, ya pasablemente borracho, los invita al restaurante de segunda clase. Les paga el almuerzo y la bebida. Vacían algunas botellas, cantan, bailan y cuentan riendo anécdotas salaces que chocan a los otros pasajeros. El capitán del barco viene a recordar al staretz que el acceso a la "segunda" está prohibido a los hombres de la tropa. Fuera de sí, Rasputín provoca un escándalo, da puñetazos e insulta al maítre d'hótel antes de desplomarse sobre la alfombra. Entre el público, algunos se burlan y otros exclaman que está loco y que hay que "afeitarle la cabeza y la barba". En Pokrovskoi, unos marineros lo desembarcan, semiinconsciente, y lo cargan en un carro. María y Varvara que habían ido a recibirlo, lo trasladan a la casa, completamente borracho. Se levanta un acta por injurias al maitre d'hótel y "palabras injuriosas hacia la Emperatriz y sus muy augustas hijas". Se abren dos instrucciones: una política (por ofensa a la Emperatriz), la otra de derecho común (por ofensa al maitre d'hótel). El gobernador de la provincia amenaza con arrestar a Rasputín si intenta salir de Pokrovskoi. Este, que ha dormido la mona, contesta fríamente: "¿Qué puede hacerme un gobernador?". Pero se cuida muy bien de moverse y espera que Anna Vyrubova le telegrafíe que vuelva, lo que no debería tardar. Esa amonestación administrativa no le impide continuar bebiendo. Su viejo padre, haragán y charlatán, lo irrita. Un día empiezan a discutir. Los dos están ebrios. Gregorio, en un acceso de furor, arroja a su padre al suelo y lo muele a golpes. Los separan a duras penas. Al día siguiente, el incidente está obligado y chocan las copas juntos otra vez. Al año siguiente, cuando muere Efim, Gregorio, que está en Petrogrado, no irá al entierro pero llevará luto durante veinticuatro horas y durante ese lapso de tiempo se abstendrá de toda libación. (Yves Tenon)

Mientras todavía está en Pokrovskoi, La Gaceta Moscovita insiste acerca del escándalo en el restaurante Yar que el Zar y la Zarina habían querido tanto silenciar. ¿Por qué medio los redactores de esa hoja se procuraron el informe ultraconfidencial que Djunkovski había sometido a Nicolás II? El caso es que, de un día para otro, las menores peripecias de ese festejo reservado se echan a rodar en la prensa. Convicto de haber divulgado un secreto de Estado, Djunkovski es separado de sus funciones. Rasputín recibe la buena nueva en Pokrovskoi. En fin, está vengado y la vía está libre. Vuelve varias veces a Petrogrado para burlarse de sus enemigos y pavonearse en los lugares a la moda. La policía, enérgicamente amonestada por sus excesos de celo, lo deja en paz. Y él aprovecha.

Hay un contraste sorprendente entre el apetito de placeres que se ha adueñado de la alta sociedad, lejos del campo de batalla, y la horrible carnicería del frente. Los hombres caen por cientos de miles en el frente, mientras que en Petrogrado y en Moscú se complota, se murmura y se hacen negocios. Para explicar las derrotas sucesivas del ejército ruso, las autoridades invocan el espionaje. Son puestos en la mira los judíos, a quienes el pueblo les reprocha su falta de patriotismo y sus nombres de sonido a menudo extranjero. La embajada de Alemania en Petrogrado ha sido saqueada apenas se declaró la guerra. Los diarios y los libros en alemán están prohibidos. El Santo Sínodo ha prohibido los árboles de Navidad porque corresponden a una costumbre alemana. En las oficinas y las fábricas son despedidos los que tienen apellidos alemanes o judíos, incluso aquellos cuyas familias están establecidas en Rusia desde hace generaciones. Se habla de oficiales superiores vendidos al enemigo, de industriales que fabrican a escondidas municiones para el Kaiser, de dignatarios de palacio cuyos orígenes bálticos los hacen sospechosos en primer lugar. En mayo de 1915, ante el anuncio de la retirada de Galitzia, la multitud de Moscú ha saqueado los negocios alemanes en el curso de una revuelta que duró dos días. Al regresar de una inspección en el frente, Rodzianko proclamó ante la Duma que el país estaba dirigido por incapaces, que los heroicos soldados rusos morían por culpa del comando y que esa impericia se explicaba por la presencia de traidores en las más altas esferas de la política y del ejército. Como hacía falta un chivo emisario, arrestaron al teniente coronel Miasoiedov bajo la acusación de inteligencia con el enemigo y lo colgaron para que sirviera de ejemplo. [19] A instigación del gran duque Nicolás Nicolaievich, el ministro de Guerra, Sukhomlinov, considerado responsable de las principales derrotas militares, es reemplazado por el general Polivanov. El Zar espera que esos cambios en el equipo dirigente calmen a los agitados de la Asamblea y devuelvan la confianza al pueblo en desorden. Pero la ebullición de los ánimos es muy fuerte y Nicolás II debe reconocer que no son las modificaciones ministeriales las que salvarán la situación. Apenas nombrado, Polivanov declara la patria en peligro y afirma que la guerra se está desarrollando sin un plan de conjunto y sin ninguna estrategia. El 23 de julio, Varsovia cae en manos de los alemanes; la Duma, enloquecida, interpela al gobierno y el Consejo de Ministros decide la destitución del jefe de estado mayor, el general Ianuchkevich. Pero, ¿es suficiente?

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[19] Después de la guerra su inocencia fue demostrada de manera irrefutable.