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– De eso nada. Vete tú.

– Si pasa algo te llamo -dijo Jeanne Ellen.

– Eso es mentira.

– Aciertas otra vez. Déjame que te diga una cosa que no es mentira: si no te largas le voy a meter un balazo a tu coche.

Sabía por experiencias anteriores que los agujeros de bala son muy malos para las ventas de segunda mano. Desconecté el teléfono, puse el coche en marcha y me fui. Conduje exactamente dos manzanas y aparqué delante de una casita blanca. Cerré el coche y, andando, rodeé el edificio hasta situarme directamente detrás de la casa de Dotty, una calle más allá. No había nadie en la calle. Los vecinos de Dotty no desplegaban una gran actividad a la vista. Todavía estaban todos en el centro comercial, viendo el fútbol, en el partido de los hijos o en el lavacoches. Atajé entre dos casas y salté la vallita blanca que rodeaba el patio trasero de Dotty. Crucé el patio y llamé a la puerta de servicio de la casa.

Dotty abrió la puerta y se me quedó mirando, sorprendida de ver a una desconocida en su propiedad.

– Soy Stephanie Plum -dije-. Espero no haberte asustado por aparecer de repente en tu puerta trasera.

El alivio sustituyó a la sorpresa.

– Claro, tus padres son vecinos de Mabel Markowitz. Yo fui al colegio con tu hermana.

– Me gustaría hablar contigo sobre Evelyn. Mabel está preocupada por ella y le prometí que haría algunas indagaciones. He venido por la puerta de atrás porque la parte de delante está bajo vigilancia.

Dotty abrió la boca y los ojos desmesuradamente.

– ¿Hay alguien vigilándome?

– Steven Soder ha contratado a una investigadora privada para encontrar a Annie. Se llama Jeanne Ellen Burrows y está en un Jaguar negro, detrás de la furgoneta azul. La he visto al llegar y no quería que ella me viera, por eso he venido por detrás -toma ya, Jeanne Ellen Burrows. Golpe directo. ¡Pumba

– Dios mío -dijo Dotty-. ¿Qué puedo hacer?

– ¿Sabes dónde está Evelyn?

– No. Lo siento. Evelyn y yo hemos perdido el contacto.

Estaba mintiendo. Había tardado demasiado en decir que no. Y en sus mejillas estaban apareciendo unas manchas de color que antes no tenía. Quizá fuera una de las peores mentirosas que conocía. Era una vergüenza para las mujeres del Burg. Las mujeres del Burg eran unas mentirosas estupendas. No me extrañaba que Dotty hubiera tenido que mudarse a South River.

Me colé en la cocina y cerré la puerta.

– Escucha -dije-, no te preocupes por Jeanne Ellen. No es peligrosa. Sencillamente no la lleves hasta Evelyn.

– Quieres decir que si supiera dónde está Evelyn debería tener cuidado cuando fuera a verla.

– Cuidado no sería suficiente. Jeanne Ellen puede seguirte sin que te des ni cuenta. Ni te acerques adonde esté Evelyn. Mantente lejos de ella.

Aquel consejo no le gustó nada a Dotty.

– Hummm -dijo.

– Quizá deberíamos hablar de Evelyn.

Ella negó con la cabeza.

– No puedo hablar de Evelyn.

Le entregué una de mis tarjetas.

– Llámame si cambias de opinión. Si Evelyn se pone en contacto contigo y decides ir a verla, por favor, plantéate pedirme ayuda. Puedes llamar a Mabel y comprobar que lo que digo es cierto.

Dotty miró la tarjeta y asintió.

– De acuerdo.

Salí por la puerta de atrás y crucé los patios para acceder a la calle. Recorrí la manzana que me separaba de mi coche y me fui a casa.

Cuando salí del ascensor se me cayó el alma a los pies al ver a Kloughn acampado en el descansillo. Estaba sentado con la espalda contra la pared, las piernas estiradas y los brazos cruzados sobre el pecho. La cara se le iluminó al verme y se levantó rápidamente.

– Madre mía -dijo-, has estado fuera toda la tarde. ¿Dónde estabas? ¿No habrás atrapado a Bender, verdad? ¿No le atraparías sin mí, no? Quiero decir que somos un equipo, ¿verdad?

– Verdad -dije-. Somos un equipo -Un equipo sin esposas.

Entramos en el apartamento y los dos fuimos directamente a la cocina. Eché un vistazo al contestador. No parpadeaba. Ningún mensaje de Morelli suplicando una cita. Claro que Morelli nunca suplicaba nada. Pero una chica tiene que mantener las esperanzas. Profundo suspiro mental. Iba a pasar la noche del sábado con Albert Kloughn. Me parecía el fin del mundo.

Kloughn me miraba expectante. Era como un cachorro, con los ojos brillantes y meneando la cola, esperando que le saquen a dar un paseo. Encantador… de un modo increíblemente exasperante.

– ¿Y ahora, qué? -dijo-. ¿Qué hacemos ahora?

Necesitaba pensármelo. Normalmente, el problema solía ser encontrar al fugitivo. Y encontrar a Bender no me había costado nada. Lo que me costaba era conservarlo.

Abrí el frigorífico y miré el interior. Mi lema siempre ha sido: «Cuando todo lo demás falla, come algo».

– Vamos a preparar la cena -propuse.

– Madre mía, una auténtica comida casera. Eso sí que es una maravilla. No he comido desde hace horas. Bueno, me he comido una chocolatina justo antes de que llegaras, pero eso no cuenta, ¿verdad? Quiero decir que no es comida de verdad. Y todavía tengo hambre. No es una comida como debe ser, ¿verdad?

– Verdad.

– ¿Qué vamos a hacer? ¿Pasta? ¿Tienes pescado? Podríamos comer un poco de pescado. O un buen filete. Yo todavía sigo comiendo carne. Mucha gente ya no come carne, pero yo sí. Yo como de todo.

– ¿Comes mantequilla de cacahuete?

– Por supuesto. Me encanta la mantequilla de cacahuete. La mantequilla de cacahuete es un alimento básico, ¿verdad?

– Verdad.

Yo como cantidad de mantequilla de cacahuete. No hay que cocinar. Sólo se mancha un cuchillo en la preparación. Y puedes confiar en ella. Siempre es igual. Lo contrario que elegir un pescado que, según mi experiencia, puede resultar algo arriesgado.

Preparé para los dos unos sandwiches de mantequilla de cacahuete y de mantequilla con pepinillos. Y como tenía visita, les añadí una capa de patatas fritas.

– Son muy creativos -dijo Kloughn-. Así se logran muchas texturas. Y no te manchas los dedos de aceite de coger las patatas por separado. Tengo que recordarlo. Siempre estoy abierto a nuevas recetas.

Bueno, pues ya estaba dispuesta a hacer otro intento de atrapar a Bender. Me iba a meter en su casa una vez más. Tan pronto como localizara otro par de esposas.

Marqué el número de Lula.

– Bueno -le dije cuando contestó-, ¿cómo se presenta la noche?

– Estoy intentando decidir qué me pongo, ya que es sábado por la noche. Y no soy una de esas perdedoras que no tienen citas. Ya debería haber salido, pero no acabo de decidirme entre dos vestidos.

– ¿Tienes esposas?

– Claro que tengo esposas. Una nunca sabe cuándo las va a necesitar.

– ¿Me las podrías dejar? Sólo un par de horas. Tengo que entregar a Bender.

– ¿Vas a capturar a Bender esta noche? ¿Necesitas ayuda? Puedo anular la cita. Así no tendría que elegir el vestido. De todas maneras tienes que venir hasta aquí para recoger las esposas, así que me podrías llevar contigo.

– No tienes ninguna cita, ¿verdad?

– La tendría si quisiera.

– Paso a buscarte dentro de media hora.

Lula estaba sentada delante y Kloughn en el asiento de atrás. Habíamos aparcado enfrente del apartamento de Bender e intentábamos dilucidar la mejor manera de atacar.

– Tú vigila la puerta de atrás -dije a Lula-. Y Albert y yo entraremos por la principal.

– No me gusta ese plan -dijo Lula-. Yo quiero entrar por delante. Y quiero ser yo quien le ponga las esposas.

– Yo creo que las esposas debería llevarlas Stephanie -dijo Kloughn-. Ella es la cazarrecompensas.

– Ya -dijo Luía-. Y yo qué soy, ¿hígado picado? Además, son mis esposas. Debería ser yo quien las lleve. O las llevo yo o no hay esposas.

– ¡Vale! -dije-. entras por la puerta principal y llevas las esposas. Pero asegúrate de que se las pones a Bender.