Изменить стиль страницы

Corrí la cortina a un lado y puse la nariz contra el cristal. Allí no había nadie. Miré con más atención y vi que le había disparado a una figura de cartón de tamaño natural. Estaba tirada en el suelo de la escalera de incendios y tenía varios agujeros.

Todavía estaba aturdida, respirando agitadamente y con la pistola en la mano, cuando oí ulular la sirena de la policía a lo lejos. Estupendo, Stephanie. Para una vez que llamo a la policía, resulta ser una falsa alarma bochornosa. Una perversa tomadura de pelo. Como las serpientes.

¿Y quién haría una cosa así? Alguien que supiera que a Ramírez lo mataron en mi escalera de incendios. Dejé escapar un suspiro. Todo el Estado sabía lo de Ramírez. Salió en todos los periódicos. Bueno, entonces alguien que tuviera acceso a aquellas figuras de cartón. Cuando Ramírez boxeaba había cientos de ellas por todas partes. Ahora ya no se veían tanto. Una persona me vino a la mente: Eddie Abruzzi.

Un coche patrulla entró en el aparcamiento del edificio con las luces parpadeando y de él salió un poli de uniforme.

Abrí la ventana y me asomé afuera.

– Falsa alarma -grité-. No hay nadie. Habrá sido un pájaro.

Levantó la mirada hacia mí.

– ¿Un pájaro?

– Creo que era un búho. Un búho muy grande. Perdona por haberte molestado.

Me saludó con la mano, se metió en el coche y se fue.

Cerré la ventana con seguro, aunque no tenía mucho sentido, ya que faltaba gran parte del cristal. Me fui a la cocina y me comí el otro Júnior de chocolate. Estaba medio dormida, pensando en los valores nutricionales de un desayuno a base de magdalenas rellenas de crema, cuando llamaron a la puerta.

Era Tank, la mano derecha de Ranger.

– Tu coche apareció en una tienda de vehículos de segunda mano -dijo, entregándome mi bolso-. Esto estaba en el suelo de la parte de atrás.

– ¿Y mi coche?

– En tu aparcamiento -me dio las llaves-. El coche está bien, salvo por una cadena que tiene enganchada al guardabarros. No sabíamos de qué se trataba.

Cuando Tank se fue cerré la puerta, regresé tambaleándome a la cocina y me comí el paquete de magdalenas. Me dije a mí misma que podía comérmelas, ya que se trataba de una celebración. Había recuperado mi coche. Las calorías no cuentan cuando se trata de celebrar algo. Todo el mundo lo sabe.

Estaría bien tomar un café, pero, aquella mañana, hacerlo me parecía un esfuerzo ímprobo. Tenía que cambiar el filtro, poner el café y el agua, y apretar el botón. Y eso sin mencionar que el café me despertaría, y no creía que estuviera preparada para afrontar el día. Lo mejor sería volverme a la cama.

Acababa de meterme entre las sábanas cuando el timbre de la puerta sonó otra vez. Me puse una almohada encima de la cabeza y cerré los ojos. El timbre siguió sonando.

– ¡Lárguese! -grité-. ¡No hay nadie en casa!

Entonces empezaron a llamar con los nudillos. Y a tocar el timbre. Tiré la almohada y me levanté de la cama. Fui hasta la puerta con paso decidido, la abrí de un tirón y miré con furia.

– ¿Qué?

Era Kloughn.

– Es sábado -dijo-. He traído donuts. Yo desayuno donuts todos los sábados por la mañana.

Miró más atentamente.

– ¿Te he despertado? Madre mía, no tienes muy buena pinta al levantarte, ¿verdad? No me extraña que no te hayas casado. ¿Siempre duermes con chándal? ¿Cómo consigues que el pelo se te levante de esa manera?

– ¿Qué te parecería romperte la nariz por segunda vez? -pregunté.

Kloughn pasó por mi lado y se metió en el apartamento.

– He visto el coche en el aparcamiento. ¿Lo ha encontrado la policía? ¿Tienes mis esposas?

– No tengo tus esposas. Y vete de mi casa. Largo.

– Sólo necesitas un café -dijo Kloughn-. ¿Dónde tienes los filtros? Yo también me levanto hecho un cascarrabias. Y en cuanto tomo un café, vuelvo a ser persona.

¿Por qué a mí?, pensé.

Kloughn sacó el café del frigorífico y puso la cafetera en marcha.

– No estaba seguro de si los cazarrecompensas trabajaban los sábados -dijo-, pero he pensado que más vale prevenir que lamentar. Y aquí me tienes.

Estaba muda.

La puerta de entrada seguía abierta y oí que alguien, detrás de mí, golpeaba suavemente en el quicio. Era Morelli.

– ¿Interrumpo algo? -preguntó.

– No es lo que parece -dijo Kloughn-. Simplemente he traído donuts de mermelada.

Morelli me echó un vistazo.

– Horripilante.

Le miré con los ojos entornados.

– He pasado una mala noche.

– Eso me han contado. Por lo visto te vino a visitar un gran pájaro. ¿Un búho?

– ¿Y?

– ¿Hizo algún estropicio?

– Nada digno de mención.

– Ahora te veo más que cuando estábamos viviendo juntos -dijo Morelli-. ¿No estarás organizando todas estas movidas sólo para que me pase por aquí, verdad?

6

Qué Vida Ésta pic_7.jpg

OH, Dios, no sabía que vosotros habíais vivido juntos -dijo Kloughn-. Oye, yo no quiero meterme en medio ni nada por el estilo. Sencillamente trabajamos juntos, ¿verdad?

– Verdad -dije.

– ¿O sea, que éste es el tío con el que estás comprometida? -preguntó Kloughn.

Una sonrisa se insinuó en la comisura de la boca de Morelli.

– ¿Estás comprometida?

– Algo así -respondí-. Ahora no quiero hablar de eso.

Kloughn dijo en tono de disculpa:

– Todavía no se ha tomado un café.

Morelli partió un trozo de un donut.

– ¿Tú crees que el café servirá de algo?

Los dos me miraron.

Con un brazo estirado señalé la puerta.

– Fuera.

Cuando salieron, di un portazo y corrí el cerrojo de seguridad. Me apoyé en la puerta y cerré los ojos. Morelli estaba estupendo. Camiseta y vaqueros, y una camisa de franela roja sin abrochar, como si fuera una chaqueta. Y, además, olía muy bien. Su aroma aún permanecía en mi recibidor, mezclado con el de los donuts de mermelada. Aspiré profundamente y tuve un ataque de lujuria. Después me di un pescozón mental. ¡He dejado que se vaya! ¿En qué estaba pensando? Ah, sí, ya recuerdo. Estaba pensando en que acababa de decir que estaba horripilante. ¡Horripilante! Tenía un calentón por un tipo que pensaba que yo era horripilante. Aunque, por otra parte, se había pasado para comprobar si me encontraba bien.

Mientras daba vueltas a estos pensamientos me dirigí al cuarto de baño. Ya me encontraba totalmente despejada. Ahora estaba dispuesta a enfrentarme al día. Encendí la luz y vi mi imagen en el espejo. ¡Aaaaarg! Horripilante.

Se me ocurrió que el sábado era un buen día para seguir a Dotty. No tenía ninguna razón especial para pensar que estaba ayudando a Evelyn. Era sólo una intuición. Pero a veces una intuición es todo lo que necesitas. Las amistades infantiles tienen algo especial. Pueden dejarse de lado por motivos de conveniencia, pero casi nunca se olvidan.

Mary Lou Molnar ha sido mi amiga desde que tengo memoria. La verdad es que, hoy en día, no se puede decir que tengamos mucho en común. Ahora es Mary Lou Stankovik. Está casada y tiene un par de crios. Y yo vivo con un hámster. Aun así, si tuviera que contarle un secreto a alguien, sería a Mary Lou Stankovik. Y si yo fuera Evelyn, recurriría a Dotty Palowsky.

Eran casi las diez cuando llegué a South River. Pasé por delante de la casa de Dotty y aparqué un poco más abajo, en la misma calle. El coche de Dotty estaba delante de la casa. En la acera había un Jeep rojo. No era el coche de Evelyn. Ella tenía un Sentra gris de hace nueve años. Empujé el asiento para atrás y estiré las piernas. Si hubiera sido un hombre el que acechara la casa habría resultado sospechoso. Afortunadamente, nadie prestaba demasiada atención a una mujer.

La puerta principal se abrió y de ella salió un hombre. Los dos niños de Dotty salieron detrás de él y le rodearon correteando. Él les agarró de la mano y todos juntos fueron hasta el Jeep y se metieron dentro.