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21 de enero

De la semblanza necrológica que el periódico de Nogales hizo en su día de Pepín Avellaneda sólo me queda la imagen de Cesárea Tinajero caminando por una triste carretera del desierto de la mano de su torero chaparro, un torero chaparro que, además, lucha por no seguir empequeñeciéndose, que lucha por crecer, y que en efecto, poco a poco va creciendo, hasta alcanzar el metro sesenta, pongamos por caso, y luego desaparece.

22 de enero

En El Cubo. Para ir de Nogales a El Cubo hay que bajar por la federal hasta Santa Ana, y de allí hacia el oeste, de Santa Ana a Pueblo Nuevo, de Pueblo Nuevo a Altar, de Altar a Caborca, de Caborca a San Isidro, de San Isidro hay que seguir por la carretera que va a Sonoyta, en la frontera con Arizona, pero hay que desviarse antes, por una carretera de tierra, y recorrer unos veinticinco o treinta kilómetros. El periódico de Nogales hablaba de «su fiel amiga, una abnegada maestra de El Cubo». En el pueblo vamos a la escuela y una sola mirada nos basta para darnos cuenta de que se trata de una construcción posterior a 1940. Aquí no pudo dar clases Cesárea Tinajero. Si escarbáramos debajo de la escuela, sin embargo, podríamos encontrar la vieja escuela.

Hablamos con la maestra. Enseña a los niños el español y el pápago. Los pápagos viven entre Arizona y Sonora. Le preguntamos a la maestra si ella es pápago. No, no lo es. Soy de Guaymas, nos dice, y mi abuelito era un indio mayo. Le preguntamos por qué enseña pápago. Para que no se pierda esta lengua, nos dice. En México sólo quedan unos doscientos pápagos. En efecto, son muy poquitos, reconocemos. En Arizona hay unos dieciséis mil, pero en México sólo doscientos. ¿Y en El Cubo cuántos pápagos quedan? Unos veinte, dice la maestra, pero no le hace, yo voy a seguir. Después nos explica que los pápagos no se nombran a sí mismos de esa manera, sino como ó'otham y que los pimas se autonombran óob y los seris konkáak. Le decimos que estuvimos en Bahía Kino, en Punta Chueca y El Dólar y escuchamos a los pescadores cantar canciones seris. La maestra se muestra extrañada. Los konkáak, dice, son apenas setecientos, si llegan, y no se dedican a la pesca. Pues esos pescadores, decimos, se habían aprendido una canción seri. Puede ser, dice la maestra, pero es más probable que los engañaran. Más tarde nos invitó a comer a su casa. Vive sola. Le preguntamos si no le gustaría irse a vivir a Hermosillo o al DF. Nos dice que no. Le gusta este lugar. Después vamos a ver a una vieja india pápago que vive a un kilómetro de El Cubo. La casa de la vieja es de adobes. Consta de tres habitaciones, dos vacías y una en donde vive ella y sus animales. El olor, sin embargo, apenas es perceptible, barrido por el viento del desierto que entra por las ventanas sin cristales.

La maestra le explica a la vieja en su lengua que nosotros queremos saber noticias de Cesárea Tinajero. La vieja escucha a la maestra y nos mira y dice: huy. Belano y Lima se miran durante un segundo y yo sé que están pensando si el huy de la vieja querrá decir algo en pápago o es la exclamación en que todos estamos pensando. Buena persona, dice la vieja. Vivió con un buen hombre. Los dos buenos. La maestra nos mira y sonríe. ¿Cómo era ese hombre?, dice Belano indicando mediante gestos diferentes estaturas. Mediano, dice la vieja, flaquito, mediano, ojos claritos. ¿Claritos así?, dice Belano cogiendo una rama almendrada de la pared. Claritos así, dice la vieja. ¿Mediano así?, dice Belano señalando con el índice una estatura más bien baja. Medianito, sí, dice la vieja. ¿Y Cesárea Tinajero?, dice Belano. Sola, dice la vieja, se fue con su hombre y volvió sola. ¿Cuánto tiempo estuvo aquí? El tiempo de la escuela, buena maestra, dice la vieja. ¿Un año?, dice Belano. La vieja mira a Belano y a Lima como si no los viera. A Lupe la mira con simpatía. Le pregunta algo en pápago. La maestra traduce: ¿cuál de ellos es tu hombre? Lupe sonríe, no la veo, está a mi espalda, pero sé que sonríe, y dice: ninguno. Ella tampoco tenía hombre, dice la vieja. Un día se fue acompañada y otro día volvió sola. ¿Siguió siendo maestra?, dice Belano. La vieja dice algo en pápago. Vivía en la escuela, traduce la maestra, pero ya no daba clases. Ahora las cosas son mejores, dice la vieja. No te creas, dice la maestra. ¿Y después qué pasó? La vieja habla en pápago, hila palabras que solo la maestra entiende, pero nos mira a nosotros y al final sonríe. Vivió un tiempo en la escuela y después se marchó, dice la maestra. Parece ser que adelgazó mucho, estaba en los huesos, pero no estoy muy segura, ella confunde algunas cosas, dice la maestra. Por otra parte, si tenemos en cuenta que no trabajaba, que no tenía un sueldo, me parece normal que adelgazara, dice la maestra. No le debía sobrar dinero para comer. Comía, dice la vieja de repente y todos damos un salto. Yo le daba comida, mi mamá le daba comida. Ella estaba en los puros huesos. Los ojos hundidos. Parecía un coralillo. ¿Un coralillo?, dice Belano. Un micruroides euryxanthus, dice la maestra, una serpiente venenosa. Ya se ve que eran muy amigas, dice Belano. ¿Y cuándo se marchó? Después de un tiempo, dice la vieja sin especificar a cuánto tiempo se refería. Para los pápagos, dice la maestra, más o menos tiempo es casi equivalente a más o menos eternidad. ¿Y cómo estaba cuando se marchó?, dice Belano. Delgada como un coralillo, dijo la vieja.

Más tarde, poco antes de que anocheciera, la vieja nos acompañó a El Cubo a enseñarnos la casa en donde había vivido Cesárea Tinajero. Estaba cerca de unos corrales que se caían de viejos, las maderas de las trancas podridas, junto a una choza en donde probablemente guardaban utensilios de labranza aunque ahora estaba vacía. La casa era pequeña, con un patio reseco al lado, y cuando llegamos vimos luz a través de su única ventana delantera. ¿Llamamos?, dijo Belano. No tiene ningún sentido, dijo Lima. Así que volvimos caminando otra vez, por entre las lomas, hasta la casa de la vieja pápago y le agradecimos todo lo que había hecho por nosotros y luego le dimos las buenas noches y volvimos solos a El Cubo aunque en realidad la que se quedaba sola era ella.

Esa noche dormimos en casa de la maestra. Después de comer Lima se puso a leer a William Blake, Belano y la maestra se fueron a dar una vuelta por el desierto y al regresar se metieron en la habitación de ella, y Lupe y yo, después de lavar los platos, salimos a fumarnos un cigarrillo mirando las estrellas e hicimos el amor en el interior del Impala. Cuando volvimos a entrar a la casa encontramos a Lima dormido en el suelo, con el libro entre las manos, y un murmullo familiar que provenía de la habitación de la maestra y que nos indicaba que ni ella ni Belano iban a volver a aparecer en lo que quedaba de noche. Así que tapamos a Lima con una manta, preparamos nuestra cama en el suelo y apagamos la luz. A las ocho de la mañana la maestra entró en su habitación y despertó a Belano. El retrete estaba en el patio trasero. Al volver, las ventanas estaban abiertas y sobre la mesa había café de olla.

Nos despedimos en la calle. La maestra no quiso que la lleváramos en coche hasta la escuela. Cuando regresábamos a Hermosillo tuve la sensación no sólo de haber recorrido ya estas pinches tierras sino de haber nacido aquí.

23 de enero

Hemos visitado el Instituto Sonorense de Cultura, el Instituto Nacional Indigenista, la Dirección General de Culturas Populares (Unidad Regional Sonora), el Consejo Nacional de Educación, el Archivo de la Secretaría de Educación (Área Sonora), el Instituto Nacional de Antropología e Historia (Centro Regional Sonora), y la Peña Taurina Pilo Yáñez por segunda vez. Sólo en esta última hemos sido bien recibidos. Las pistas de Cesárea Tinajero aparecen y se pierden. El cielo de Hermosillo es rojo sangre. A Belano le pidieron los papeles, sus papeles, cuando él reclamaba los viejos libros de los maestros rurales en donde debía de estar escrito el destino que le tocó a Cesárea después de marcharse de El Cubo. Los papeles de Belano no están en regla. Una secretaria de la universidad le dijo que por menos podía ser deportado. ¿Adonde?, gritó Belano. Pues a su país, joven, dijo la secretaria. ¿Es usted analfabeta?, dijo Belano, ¿no ha leído ahí que soy chileno?, ¡mejor sería pegarme un tiro en la boca! Llamaron a la policía y nosotros salimos corriendo. No tenía idea de que Belano estuviera ilegal en el país.