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Había cambiado su tonito risueño y sus ademanes rústicos por una voz grave y soberbia y por gestos solemnes y todos lo escuchaban: los agricultores del departamento habían colaborado magníficamente en los preparativos, y también los comerciantes y profesionales, óigalo bien. Y él saldría de detrás del biombo y se acercaría, su cuerpo sería una antorcha, llegaría hasta los tules, vería y su corazón agonizaría: sepa que le pondremos cuarenta mil hombres en la Plaza, si es que no más. Ahí estarían bajo sus ojos abrazándose, oliéndose, transpirándose, anudándose y don Remigio Saldívar hizo una pausa para sacar un cigarrillo y buscar los fósforos, pero el diputado Azpilicueta se lo encendió: no era un problema de gente ni muchísimo menos, señor Bermúdez, sino de transporte, como ya le había explicado al Pulga Heredia, risas y él automáticamente abrió la boca y arrugó la cara. No podían reunir la cantidad de camiones que harían falta para movilizar a la gente de las haciendas y luego regresarla, y don Remigio Saldívar expulsó una bocanada de humo que blanqueó su cara: hemos contratado una veintena de ómnibus y camiones pero necesitarían muchos más.

Él se adelantó en la silla: por ese lado no tenían de qué preocuparse, señor Saldívar, contarían con todas las facilidades. Las manos blancas y las morenas, la boca de labios gruesos y la de labios tan finos, los pezones ásperos inflados y los pequeños y cristalinos y suaves, los muslos curtidos y los transparentes de venas azules, los vellos negrísimos lacios y los dorados rizados. La Comandancia militar les facilitaría todos los camiones que necesitaran, señor Saldívar, y él magnífico, señor Bermúdez, es lo que íbamos a solicitarle, con movilidad repletarían la Plaza como no se vio en la historia de Cajamarca. Y él: cuenten con eso, señor Saldívar. Pero también había otro asunto del que quería hablarles.

– ME agarraste tan de sorpresa que no tuve tiempo de calentarme -dijo Santiago.

– El viejo está escondido -dijo el Chispas, poniéndose serio-. El papá de Popeye se lo ha llevado a su hacienda. Vine a avisarte.

– ¿Escondido? -dijo Santiago-. ¿Por los líos de Arequipa?

– Hace un mes que el perro de Bermúdez nos tiene rodeada la casa -dijo el Chispas-. Los soplones lo siguen al viejo día y noche. Popeye lo tuvo que sacar a ocultas, en su auto. En fin; supongo que no se les ocurrirá ir a buscarlo a la hacienda de Arévalo. Quería que supieras eso, por si pasaba algo.

– El tío Clodomiro me había contado que el viejo entró a la Coalición, que se había peleado con Bermúdez -dijo Santiago-. Pero no sabía que las cosas estaban tan mal.

– Ya has visto lo que pasa en Arequipa -dijo el Chispas-. Los arequipeños están firmes. Huelga general hasta que renuncie Bermúdez. Y lo van a sacar, carajo. Figúrate que el viejo iba a ir al mitin ése, Arévalo lo desanimó a última hora.

– Pero, no entiendo -dijo Santiago-. ¿El papá de Popeye se peleó con Odría, también? ¿Acaso no sigue siendo el líder odriísta en el senado?

– Oficialmente; sí -dijo el Chispas-. Pero por lo bajo está harto de estas mierdas, también. Se ha portado muy bien con el viejo. Mejor que tú, supersabio. Ni por todo lo mal que lo ha estado pasando el viejo este tiempo has ido a verlo.

– ¿Ha estado enfermo? -dijo Santiago-. El tío Clodomiro no me…

– Enfermo no, pero con la soga al cuello -dijo el Chispas-. ¿Acaso no sabes que después de la bromita que le hiciste escapándote le cayó encima algo peor? El hijo de puta de Bermúdez creyó que estuvo metido en la conspiración de Espina y se dedicó a joderlo.

– Ah, bueno, sí -dijo Santiago-. El tío Clodomiro me contó que le habían quitado al laboratorio la concesión que tenía con los bazares de los Institutos Armados.

– Eso no es nada, lo peor es lo de la Constructora -dijo el Chispas-. No han vuelto a darnos un medio, pararon todos los libramientos, y nosotros tenemos que seguir pagando las letras. Y nos exigen que las obras avancen al mismo ritmo y nos amenazan con demandarnos por incumplimiento de contrato. Una guerra a muerte contra el viejo, para hundirlo. Pero el viejo es de pelea y no se deja, eso es lo formidable de él: Se metió a la Coalición y…

– Me alegro que el viejo se haya peleado con el gobierno -dijo Santiago-. Me alegro que tú ya no seas odriísta, tampoco.

– O sea que te alegras de que nos vayamos a pique -sonrió el Chispas.

– Cuéntame de la mamá, de la Teté -dijo Santiago-. El tío Clodomiro dice que está con Popeye, ¿es cierto?

– El que anda feliz con tu fuga es el tío Clodomiro -se rió el Chispas-. Con el pretexto de dar noticias tuyas, se enchufa tres veces por semana a la casa. Sí, está con el pecoso, ya no la tienen tan amarrada, incluso la dejan salir a comer con él, los sábados. Acabarán casándose, me imagino.

– La mamá debe estar feliz -dijo Santiago-. Viene tramando ese matrimonio desde que nació la Teté.

– Bueno, y ahora contéstame tú -dijo el Chispas, queriendo aparecer jovial, pero enrojeciendo-. Cuándo vas a dejarte de cojudeces, cuándo vas a regresar a vivir a tu casa.

– Nunca más voy a vivir en la casa, Chispas -dijo Santiago-. Cambiemos de tema, mejor.

– ¿Y por qué no vas a volver a vivir a la casa? -haciéndose el asombrado, Zavalita, tratando de hacerte creer que no te creía-. ¿Qué te han hecho los viejos para que no quieras vivir con ellos? Deja de hacerte el loco, hombre.

– No nos pongamos a pelear -dijo Santiago- Hazme un favor, más bien. Llévame a Chorrillos, tengo que recoger a un compañero de trabajo, vamos a hacer un reportaje juntos.

– No he venido a pelear, pero a ti no hay quien te entienda -dijo el Chispas-. Te mandas mudar de la noche a la mañana sin que nadie te haya hecho nada, no vuelves a dar la cara, te peleas con toda la familia por las puras, por loco. Cómo quieres te entienda, carajo.

– No me entiendas y llévame a Chorrillos, que se me ha hecho tarde -dijo Santiago-. Tienes tiempo ¿no?

– Está bien -dijo el Chispas-. Está bien, supersabio, te llevo.

Encendió el auto y la radio: estaban dando noticias de la huelga de Arequipa.

– Perdón, no quería molestar pero tengo que sacar mi ropa, me voy ahora mismo de viaje -y la cara y la voz de Ludovico eran tan amargas como si el viaje fuera a la tumba-. Hola, Amalia.

Sin mirarla, como si ella fuera una cosa que Ludovico había visto toda su vida en el cuarto, Amalia sentía una vergüenza atroz. Ludovico se había arrodillado junto a la cama y arrastraba una maleta. Comenzó a meter en ella la ropa colgada en los ganchos de la pared. Ni le llamó la atención verte, bruta, sabía que estabas aquí, Ambrosio se habría prestado el cuarto para, era mentira que tenían que verse, Ludovico ha llegado de casualidad. Ambrosio parecía incómodo. Se había sentado en la cama y fumando miraba a Ludovico acomodar camisas y medias en la maleta.

– Te llevan, te traen, te mandan -requintaba Ludovico, solo-. A ver díganme qué vida es ésta.

– ¿Y adónde te vas de viaje? -dijo Ambrosio.

– A Arequipa -murmuró Ludovico-. Los de la Coalición van a hacer allá una manifestación contra el gobierno y parece que va a haber líos. Con esos serranos nunca se sabe, las cosas comienzan en manifestación y terminan en revolución.

Estrelló una camiseta contra la maleta y suspiró, abrumado. Ambrosio miró a Amalia y le guiñó un ojo pero ella le quitó la vista.

– Tú te ríes, negro, porque estás en palco -dijo Ludovico-. Ya pasaste por aquí y no quieres ni acordarte de los que seguimos en el cuerpo. Ya quisiera verte en mi pellejo, Ambrosio.

– No lo tomes así, hermano -dijo Ambrosio.

– Que en tu día franco te llamen, el avión sale a las cinco -se volvió a mirar a Ambrosio y a Amalia con angustia-. Ni se sabe por cuánto tiempo, ni se sabe lo que pasará allá.

– No pasará nada y conocerás Arequipa -dijo Ambrosio-. Tómalo como un paseíto, Ludovico. ¿Vas con Hipólito?