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Ricardo Bofill: (sonriendo desde la tele) «¿Me conoce?»

Oriol Regás: «Firma como Roberto C. Amores, y dice que esta C se la pone para compensar la C que, por causa de un descuido inexplicable, le falta a nuestro Bocaccio.»

Gabriel Ferrater: «Lo más notable que ha producido la literatura catalana, por supuesto después de la poesía de mosén Cinto y del trasero de Montserrat Roig.»

Montserrat Roig: «Cultura, para mí, es todo aquello que suscita una relación imaginativa con mis semejantes y conmigo misma. En este sentido, el culo de Tarzán o el de Marsé, por ejemplo, pueden ser cultura; pero no lo es el de Fernando Sánchez-Dragó, ese autor moreno y sonriente del siglo XII que escribía en calzoncillos.»

Francisco Umbral: «Imita mi prosa/sonajero/bisutera, pero con ese sonso tintineo artrítico de los novelistas/garbanceros que todavía cuentan/narran historias. El futuro está en la novela/sonajero.»

Salvador Pániker: «Mi supuesta actividad intelectual se centra en estar atento a lo que hoy se lleva o ya no se lleva. Pues bien, la prosa/sonajero se lleva.»

Juan Goytisolo: «Al igual que a mí, a este chico la crítica no le entiende, la televisión española le ningunea, la policía posfranquista le persigue por toda Europa, los políticos le ignoran, sus amigos no le quieren y, encima, sus libros se leen al revés por culpa de Luis Suñén. Ganará el Premio Europalia-86-bajopalio de la luz crepuscular (¡Maldita sea, reniego de esta prosa nacional-católica esclerotizada por el régimen franquista y alentada ahora desde el poder! ¡Abajo Artajo! ¡Me largo a Turquía!)»

Julián Marías: «En la tercera edición del segundo volumen de mi obra completa figura un ensayo que proféticamente titulé Ortega y yo somos así, señora (de rigurosa y absoluta vigencia) en el que ya hablaba de este español preclaro.»

9 octubre

Me llama José Agustín Goytisolo, furioso: «¿Cómo has permitido que esa lianta de C. C. le haya hecho firmar un contrato para Tusquets Editores?» «Yo no sé nada, yo no sé nada», susurro. «¡¿Pero no habíamos quedado que lo mejor era negociar con Edicions 62 y que yo haría la traducción?!» «No sé nada», repito, «y no me consta que haya firmado nada con Beatriz, son bulos». «¡¿Ah sí?!», ruge José Agustín, «¡¿y por qué crees tú que Beatriz y Toni lo han invitado a pasar el fin de semana en Cadaqués, por su cara bonita?!»

Bueno, le digo yo, no es una jeta despreciable, pero ciertamente está en Cadaqués por otras razones. Parece que en el cóctel que el sábado dio Federico Correa en su casa, Terenci propuso presentar el novísimo a Pía al día siguiente. Quedaron en ir en la lancha de Cor, bordeando el Cap de Creus, pero la lancha se llenó de personal (Beatriz, Isabel, Nuria, Guillermina, Ana y María Antonia) y la mañana se les fue tomando el sol empelotados y navegando hasta que el chico, aburrido de aquella cívica exhibición nudista cuya finalidad no entendía (pues él creía erróneamente que tenía una finalidad), decidió no esperar más y, desnudándose, se arrojó al mar desde la lancha fuera-borda. Llevaba slip, por supuesto, y lucía un moreno «de paleta» que arrancó aullidos de entusiasmo en Guillermina y en María Antonia. «Nadó hasta la costa», sigo contándole a José Agustín, «y parece que fue a visitar a Dalí por su cuenta, dejando a Pía para más adelante, eso dice. No es seguro que haya conseguido ver a ninguno de los dos, ésa es mi opinión, pero él afirma haber tomado el té con Gala sentados los dos sobre un piano amarillo, y bla bla bla…»

Mi propia voz me aturde, el teléfono me deprime, la credulidad del poeta me parece asombrosa, mi mano palpa el fondo del cajón de la mesilla buscando los opta. José Agustín se ríe recordando algo, deja caer el asunto y pasa a hablarme de Quico Sabater, pistolero solitario y audaz amado por los dos. Me cuenta por enésima vez la vida y milagros del anarquista, la base de un guión de cine que está escribiendo para Francesco Rossi. Tres horas y veinte minutos al teléfono, nuevo récord de la gauche divine.

Mi ración de optalidones aumenta peligrosamente.

Mato la noche en Bocaccio. Relajante conversación con Oriol Regás y Carmen Ros, la hermosa muchacha que pudo haber cambiado el rumbo de mi vida.

10 octubre

Pase privado del último film de la llamada Escuela de Barcelona. Cinema Windsor Palace, ya destinado al derribo, ya con la muerte agazapada en sus terciopelos escarlata (Terenci llora en los brazos de Romy: «¡Ay, Escarlata O'Hara, qué será de nosotras sin el Windsor!»).

Por la pantalla desfilan a cámara lenta y en suaves tonos pastel Serena Vergano, Luis Ciges, Nuria Espert, Romy, Susan, Joaquín Jordá, Ricardo Bofill, Salvador Clotas, Irazoqui, etc. El tema de la película es escabroso: mujeres medio separadas de sus maridos pasean con vaporosos vestidos en escenarios gaudinianos y en tartajeante compañía de hombres medio separados de sus mujeres, medio comentando efímeros sentimientos, a medias recordados y a medias presentidos, semicultos y semieróticos. Resultado: espectador semidormido semipasmado.

Oigo retumbar triunfales y vengativos los tambores de Fu-Manchú de mis infantiles matinales del Roxy. «Lo-Ki, échalos a los cocodrilos.»

La Espert enigmática con su máscara trágica. Ojos felinos, muslos de hielo. Una mujer notable, pero, decididamente, el híbrido celuloide de la Escuela no le va: esos personajes tan sofisticados que le dan a interpretar son algo así como mujeres sin pezones. A Serena en cambio le va el primer plano, porque toda su expresividad radica en el mentón. La película se llama Trimatriz 69. Crujir de huesos al salir, comentarios gatunos por lo bajinis. Gonzalo Suárez habla de sus próximas diez películas de plástico. Jaime Camino sale dormido en brazos de Román Gubern. Dispersión, unos van al Storck-Club otros al Jazz Colón.

La última copa en la terraza del Pub de Tuset Street con el Perich y Sagarra. Gin con mucho hielo. El Sagarra, whisky a palo seco en copa ahumada. Tensión en el aire, presentimiento de olas gigantescas y gélidas precediendo el embate inminente del iceberg que nos va a hundir a todos: mi región catalana mental inundada cuando llegan Eugenio Trías, Ana Moix, Nuria Serrahima y Pere Garcés. Poco después, Sió, más tarde, Colita.

Sagarra pregunta sin interés: «Bueno, ¿cómo está el gallinero literario, qué se sabe del novísimo?», y, sin esperar respuesta, pregunta al camarero si ha visto pasar al presidente del Ateneo en compañía de mosén Cinto. Bosteza, y el Perich le dice: «Oye, mira, aprovechando que tienes la boca abierta, ¿quieres pedirme otra ginebra?»

La poetisa noctámbula nos lee su famosa composición del Tigre. La última noticia la trae Jacinto Esteva: en el restaurant Mariona acaba de ver a C. C. y al novísimo cenando con Giménez Frontín, de Editorial Kairós, y con Joan Manuel Serrat, que se dice estaría interesado en una adaptación musical de la esperada novela.

– Cinto, rey mío -dice Colita-, no te pases.

Sagarra se acaricia la cicatriz scarfaciana bajo el ala imaginaria del sombrero imaginario, y habla de los muslos la-la-leros de Massiel como de un vehículo ideal, pero venéreo, para divulgar textos de Bertolt Brecht. Yo reafirmo tímidamente mi secreta vocación por las sonoras caderas de María del Mar Bonet. La hermana de Nuria me mira con ojos de búho insomne, llega Arma March con una amiga muy guapa, las dos con sueño y senos libres dentro de blusas de seda blancas. Pero sé que la noche no me reserva nada.

La poetisa federal alemana se retira despechada. Planea sobre nuestras cabezas, como el ángel de la muerte, su poema errante «Pasión de Tigre».

12 octubre

Por fin. Aparición espectacular del novísimo en la librería Anthropos durante la presentación-cóctel de un novelista latinoamericano. El chico conversa con Antonio de Senillosa y Carola y Sylvia Poliakov. Le veo por detrás, como la primera vez en el estudio de C. C, pero ahora enfundadas sus espaldas en un elegante jersey negro cuello de cisne -escogido sin duda por C. C. en Gonzalo Cornelia-. De pronto, se vuelve y me mira a los ojos.