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MARTE – Impulso ciego, movimiento.

JÚPITER – Actividad consciente, orden, autoridad.

SATURNO – Ley cíclica, periodicidad, retribución, fatalidad.

LUNA – Imaginación de las formas.

Saturno y Júpiter, su hijo, según la Mitología, tienen en común su rasgo principal: el uno va comenzando donde el otro va acabando. La ley fatal -y la actividad consciente,

aún cuando parezcan dos cosas contrarias, son en realidad dos aspectos complementarios de una misma cosa.

El signo de Venus nos es presentado como opuesto al de la Tierra. Al contrario de

la T la + tiene un significado sexual y es el símbolo de la generación dígena. Esta

forma de generación es puramente terrestre; Venus está por encima de ella como un prototipo espiritual está por encima de su representación condicionada. En la lámina IV, los planetas (léase “cualidades cósmicas”) son como irradiados por el Sol. La lámina V viene a ser el complemento de la anterior. Ahora el Sol aparece reconstruido por los planetas -y es su síntesis, como los colores reunidos en las debidas proporciones, reproducen la luz.

Así, la vida se manifiesta en una circulación por el cuerpo de la naturaleza, desintegrándose en cualidades que evolucionan hacia su reintegración en la Vida-Una. En un matraz que simboliza la maternidad universal, se produce la síntesis solar. Los elementos activos, ígneos o paternales están figurados en una serpiente que lleva el signo de Saturno en el anillo que forma alrededor del cuello del matraz, el de Júpiter en el cráneo de la misma, y el de Marte en los poderes activos que brotan de sus ojos y de sus ponzoñosos dientes. Los elementos pasivos, acuosos o maternales, están figurados en el interior del matraz por las sustancias de diversas densidades que contiene.

El sistema entero está íntimamente unido y dotado de unas alas con las que surca el espacio. Es la evolución universal. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Para qué se produce esta evolución? Hacia dónde?… Son estas preguntas, otras tantas lecciones de modestia para el hombre; puesto que evidencian nuestra absoluta ignorancia en todo aquello que no sean relaciones de detalle.

Y para terminar, observaremos al lector que no pretendemos con esta breve explicación sobre una materia que exigiría muchos volúmenes hacer otra cosa que orientar la investigación y en manera alguna agotar ni siquiera desarrollar sucintamente el tema.

El simbolismo iniciático es una inagotable mina de preciosas enseñanzas; una parte de sus riquezas es a todos ofrecida, pero menester será un esfuerzo propio por parte de cada investigador para extraer de este mineral aurífero el oro filosófico de su verdad.

Lámina 6. La voladora vibración

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La voladora vibración

Es un postulado admitido de antiguo por los ocultistas, el que reza que todo es vibración, y cada día la ciencia profana se pronuncia más decisivamente en el mismo sentido. Todo -esto es, todo lo que aparece como cosa- en el fondo no es sino un estado vibratorio que afecta en algún modo nuestros sentidos, ya sea directamente, ya por mediación de instrumentos que son, en suma, meros auxiliares de aquellos. Ahora bien, siendo evidente que los sentidos externos no son más que aparatos receptores de vibraciones, se puede afirmar que en el mundo -por lo menos en el mundo de nuestro conocimiento- todo es vibración. Cuando inventamos instrumentos o métodos que aumentan el alcance de los sentidos y perfeccionan o corrigen sus impresiones, llegamos a veces a hacernos capaces de constatar ciertos estados vibratorios que están fuera de las percepciones ordinarias; venimos a tener noticia de otras vibraciones que no conocíamos; pero, de todos modos, nuestro conocimiento del mundo, no va más allá de la vibración, como si ésta fuera una esencia simple e indescomponible; como si fuera el mismo ingrediente primario de todas las cosas.

Sin embargo; el razonamiento nos enseña que el mundo de nuestro conocimiento es solamente el conjunto de aquellos aspectos del mundo real, cuyas vibraciones vienen a quedar a nuestro alcance de uno u otro modo, pero el mundo real es infinitamente más vasto, y aún cuando conociéramos “todos” los aspectos podría aún escapársenos la esencia simple, ni puede contenerlo todo en sí misma.

Implica la existencia de algo capaz de vibrar: el elemento sustancial; algo que hace vibrar, el elemento dinámico o esencial, y por último, la resultante del influjo mutuo: la vibración. Además hace falta todavía apreciar las condiciones determinantes que limiten el modo de influirse, las proporciones de estos elementos y la oportunidad de sus manifestaciones en el tiempo y el espacio.

Esta última cuestión nos limitaremos por el momento a mencionarla, indicando de paso que en la alegoría que comentamos, esas condiciones están representadas por las siete estrellas que rodean al Sol central, la luna que está debajo y la tierra rotulada con su símbolo planetario (la cruz) que se ve, en parte, en el lado izquierdo e inferior del óvalo total.

El Sol de Vida que anima los espacios inertes en cuanto los roza con su ala veloz, es lo que hay de sustancial en ese ternario que con ella componen la vida y la conciencia; es el elemento “material” (de mater).

La palabra sánscrita que figura en el centro del triángalo, significa el Divino Aliento, la fuerza primordial; el triángulo que la encierra es el emblema del Brahma activo.

La lira de siete cuerdas (el heptacorde de Apolo) consta de un armazón en forma de U, emblema de la Madre Universal, como el triángulo que con él soporta las siete cuerdas, simboliza el Eterno Padre, definido kabalísticamente como «tres en uno y uno en tres». Las siete cuerdas, elementos divinos activos que van entrando a su turno en manifestación, son los arcángeles: Elohim hebraicos ó Dhyan Chohans del Libro de Dzyan.

Este primer ternario podría denominarse «de la Fuerza» si bien habría que dar a tal palabra un significado henchido de belleza y por lo tanto muy superior a un simple tecnicismo físico.

El Sol alado sobre el cual el heptacorde se apoya, consta de tres partes, a saber: el núcleo vital en el que habría que incluir el símbolo materno de la U que es la pieza fundamental de la lira; las alas o sea la propulsión, EL MOVIMIENTO; y por último la cola, el timón, esto es, lo que orienta el movimiento.

Esta orientación o dirección es inconcebible sino por medio de la sensibilidad, pues no es posible moverse sin sentir las dimensiones.

De ahí que el timón consta de cinco plumas convergentes hacia un solo punto expresando los cinco sentidos (1) que no son sino modalidades de la sensibilidad. Se insertan en la parte inferior del Sol, para significar que la sensibilidad es una forma inferior de conciencia, del mismo modo que la intuición es la más elevada forma de la sensibilidad.

La Luna es el octavo elemento en oposición a las siete estrellas: La luz es séptuple pero la oscuridad es una; es la sombra, es la ausencia de luz.

En síntesis: el triángulo y la palabra sánscrita que está en su centro, expresan la FUERZA en sí y en los tres atributos inseparables de su esencia. Las siete cuerdas expresan la misma Fuerza en manifestación mediante siete rayos o siete notas.

La U, armazón de la lira -como hemos dicho, emblema maternal- expresa la MATERIA, claro está que despojada de todos los caracteres demoníacos con que se la suele adornar por un mal entendido espiritualismo. El Sol es a un tiempo Vida y Conciencia: Vida como condición inicial indispensable para existir; Conciencia como condición final que expresa su último destino y que reside latente en él desde un principio.