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Comer y comer. Este parece ser el objetivo principal de la vida. La abuela habla de que si pudiera vender el solar que ella tiene en las afueras de Alicante, lo vendería. El abuelo dice que nadie es tan idiota como para comprar ese solar. Jozú, dice el abuelo, este chico se come diariamente un kilo de almendras, Jozú, no sé cómo no revienta. No se puede comprar carne, dice la abuela. Jozú, dice el abuelo, este chico sale a mí, es ya más alto que su padre. A la abuela el rápido estirón de Martín le da miedo. Martín encuentra que hay un aire oscuro por todas partes y que tiene frío en los pies cuando estudia bajo la luz de la lámpara. Don Narciso el médico regala a la abuela un producto alemán que llama vitaminas para que lo tome Martín. Don Narciso dice que un pintor ha abierto una escuela de arte y la abuela saca dinero para que Martín aprenda dibujo en esa escuela a la salida del instituto. Martín dibuja, dibuja mucho, pero sobre todo siente hambre.

Ahora ya sabe Martín los nombres de los poetas de los libros que tiene don Narciso en su casa. Uno de estos poetas es García Lorca, y los chicos del instituto le piden a Martín que copie poesías de García Lorca y las lleve a clase. En el instituto todo el mundo se pasa las poesías de García Lorca, y resulta que hasta las canciones de moda se inspiran ahora en el Romancero Gitano.

Martín, aparte de todo esto, siente crecer una gran maldad dentro de su alma. Siempre tiene que contestar mal a la abuela. Siempre. La abuela prepara sus primeros pantalones largos arreglándolos de unos antiguos del abuelo. Las mejillas de la abuela, finas como un papel de seda que se ha arrugado y se ha vuelto a estirar, las pobres mejillas de la abuela, se colorean cuando alguien le habla de lo alto que está el nieto. Pero Martín está flaco, flaco y feo como un espantapájaros a pesar de las vitaminas y de los boniatos asados y además no le gusta estudiar. Este año no le gusta nada estudiar. Sólo dibuja y dibuja y le enseña a don Narciso sus dibujos.

Eugenio Soto manda un pollo por Navidad desde Beniteca y también escribe unas líneas para decir que Adela está buena y él también, y que la madre de Adela pasa una temporada en Beniteca y que, como los gastos serán muchos al venir el hijo nuevo, durante algún tiempo no mandará dinero para Martín. El abuelo, si encuentra a alguien que le escuche, dice a gritos en la calle o en casa que mantiene al nieto. Martín no quiere confesar ni comulgar en Navidad y dice a la abuela que tampoco quiere ir a misa y que tampoco cree en nada. El abuelo, que nunca ha ido a misa, se enfada tanto que quiere pegar a Martín con el bastón. Martín va a misa, pero no se confiesa. Hijo, dice la abuela, si pudiera darte carne a menudo estaría más tranquila contigo, esa tristeza que tienes es de crecimiento.

En febrero llega carta de Eugenio desde Beniteca anunciando que Martín tiene una hermanita y que Adela está bien. La abuela vuelve a sacar la fotografía de boda de los padres de Martín y dice que Martín se parece a su madre. Martín mira otra vez aquella cara aguda, el cuerpo delgado y los ojos hundidos de la muerta. Tu pobre madre se puso enferma y tuvo que dejar de besarte, Martín. Ésa fue su mayor pena, no poder besarte porque estaba enferma, dice la abuela una y otra vez. Jozú, Jozú, ejem, ejem, dice el abuelo todo el día y toda la noche del invierno.

Se dice que España va a entrar en guerra a favor del Eje y luego se dice que no va a entrar en guerra, pero se empieza a hablar de que va a formarse la División Azul de voluntarios. Jozú, a ver si asciende el animal de tu padre, dice el abuelo a Martín. La abuela es germanófila. Cree que ser germanófila es estar de parte de la religión. El abuelo por llevarle la contraria dice que es anglofilo. A Martín todo le da lo mismo. Se siente enfermo y no cree en nada y no tiene ganas de estudiar. Don Narciso le pone unas inyecciones reconstituyentes para que los abuelos no gasten dinero con el practicante.

Los compañeros de Martín hablan de mujeres desvergonzadamente. Martín también habla de mujeres. En los retretes del instituto florecen dibujos y palabras obscenas. Hace calor y los exámenes están encima y a Martín le cuesta mucho trabajo estudiar. Se duerme sobre los libros y la abuela se lamenta de no tener café para Martín. El abuelo con ojos golosos dice que él también quiere café de veras y no aquel sucedáneo que llaman café, pero que no huele a café, ni sabe a café, ni tiene el color del café, ni se endulza con azúcar, sino con pastillitas de sacarina. Estamos buenos, Jozú, dice el abuelo. Don Narciso aconseja a Martín que haga un esfuerzo por aprobar el curso, que piense en los abuelos y en lo mucho que lo quieren y en la escuela de arte y en todo lo que hacen por él.

Hace calor y los chicos del instituto se escapan a las playas muchas veces. Martín va con todos. Martín hace un esfuerzo por aprobar. Una asignatura, otra asignatura, le cuesta mucho esfuerzo aprobar el curso. Un esfuerzo como nunca le ha costado. Pero aprueba. Aprueba y está exhausto. Alto y flaco. Tan estrecho y tan largo que da miedo, con una cara fea de niño. Jozú, dice el abuelo, a ver cuándo te afeitas. Pero aún no se tiene que afeitar Martín, aunque parece que el vello sobre el labio y en las patillas se han espesado un poco. Sólo se nota esto mirándose detenidamente al espejo. Pero ya lleva pantalones largos desde la última Navidad.

A la abuela le pide que le compre pantalones azules como los de los pescadores, para el verano. Son baratos. Las camisas viejas, con las mangas cortadas, sirven para el verano. La abuela, sin que el abuelo lo sepa, saca un traje antiguo de color blanco amarillento que era del abuelo y lo arregla para Martín, para que Martín tenga también un traje elegante de verano. Martín, con el calor, tiene menos hambre que durante el invierno; pero tiene hambre aún y sobre todo se siente exhausto y triste como si tuviera los huesos llenos de aire negro por dentro. Han terminado las clases en el instituto y Martín espera todos los días que el cartero llegue con una carta de Beniteca.

La carta llega al fin. Eugenio ordena en ella a Martín lo que tiene que hacer para ir a Beniteca en la camioneta de Juan el recadero. El recadero, dice la carta, tiene dinero para pagar la noche en la fonda de Murcia. Si los abuelos quieren, dice la carta, pueden preparar un bocadillo al chaval para el viaje. Así tendrán menos gasto que si le dan dinero para comprar comida en ruta.

VII

Salió a las dunas a media mañana entre aquel sol que había levantado ampollas en sus hombros los días anteriores. La arena quemaba ya bajo los pies y brillaba delante de los ojos de Martín. En aquellos días Martín dormía mucho y se levantaba con el sol ya alto, sudando entre las oleadas de calor que llegaban hasta su cama desde la azotea, entre el mundo de colores de su cuarto. En seguida bajaba a la playa solitaria y magnífica.

A pesar de su deslumbramiento vio en seguida aquel día el sombrajo de hojas de palma, semejante a los que allá, frente a las casas de Beniteca y junto a las barcas de los pescadores, servían de refugio a los bañistas del pueblo. Nunca había visto un sombrajo de hojas de palma en aquella parte de la playa. Precisamente lo habían levantado frente al portillo trasero de la finca del inglés. ¿Quería decir esto que los Corsi habían llegado?

No se podía imaginar a Carlos y a Anita Corsi bajo el refugio de un sombrajo de hojas de palma. Durante aquellos días primeros de Beniteca, Martín había imaginado muchas veces su encuentro con los Corsi, pero este toldo no entraba en sus previsiones. Ya durante su viaje en la camioneta de Juan, Martín supo que los Corsi iban a venir. El mismo recadero le informó que unos días antes había hecho un viaje hasta la estación de Murcia sólo para recoger varios bultos y baúles consignados a la finca del inglés desde Madrid. Martín no había podido dominar su impaciencia y a la tarde siguiente a su llegada, hizo sonar la campanilla de la puerta trasera de la finca, junto a la casa de los guardas. Después de mucho llamar, Carmen la guardesa abrió un palmo de aquella puerta, sólo un palmo, contemplándole con sus ojos tristes y asustados y sin reconocerle en el primer momento. Carmen se mostró muy poco hospitalaria, sin terminar de abrir la puerta durante su conversación, pero le informó que muy pronto vendrían los señores, que ella ya tenía preparada la casa y que los mismos señoritos avisarían a Martín cuando llegasen.